Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.

23 de abril de 2014

Espacios de transición

Dejo a un lado mis guijarros herrumbrosos y oxidados y me centro en el fango agrietado, cuarteado por el sol y la evaporación, cargado de sulfuros amarillos, ácidos y letales. Camino con cuidado para no romper la costra superficial y hundirme inesperadamente en este mejunje traicionero y espeso. Aquí puedo pisar; ni se te ocurra hacerlo ahí. Me voy acercando a la orilla a través de espacios de transición, donde quedan impresas las minúsculas huellecitas de insectos y ratoncillos, así como las de los brutos jabalíes y la de una gran serpiente despistada. Busco ahora líneas, fronteras, piezas de un puzzle hecho de barro endurecido, cargado de ocres y amarillos; intensos, densos.

Me voy acercando a través de espacios de transición.










22 de abril de 2014

El orden dentro del caos

Me complazco con la mirada detallada
de los depósitos herrumbrosos y oxidados,
con el desorden de las piedras colocadas,
con el caos de su metódica disposición.

Husmeo mientras camino sobre guijarros compactados,
meditando la siguiente abstracción;
explorando la armonía del contraste, con su pátina cambiante,
el equilibrio de la proporción,
la serenidad en la composición.

Me regalo, pues, con la búsqueda pausada
y su minuciosa reflexión.







20 de abril de 2014

La belleza de pupilas verticales

Camuflada a un lado del camino, la pequeña víbora hocicuda o de lataste, subespecie gaditana (Vipera latastei gaditana), no consigue pasar desapercibida a los ojos de Pablo. Los que hemos pasado de largo volvemos sobre nuestros pasos y nos acercamos.

Los escasos quince centímetros de longitud que medirá este pequeño ejemplar y que el veneno de esta sea el menos tóxico de las tres especies que habitan la Península Ibérica, no la hacen menos agresiva, así que, con prudencia, valoramos su actitud y su reacción antes de comenzar a disparar unas primeras fotos. Finalmente, nuestros objetivos macro, cada vez más próximos a nuestro imprevisto modelo, se interponen entre ella y nosotros unos pocos centímetros de distancia. A través de ellos podemos disfrutar de la mirada fría e hipnotizante, casi autómata y mecánica, de sus grandes ojos vidriosos. Sus pupilas verticales, el inconfundible hocico puntiagudo y la cabeza cubierta por pequeñas escamas en vez de por placas grandes, no dejan lugar a dudas, se trata de una víbora, y su dibujo bien marcado la convierten además en una preciosidad de víbora.


9 de abril de 2014

Un tipo serio

Mira fija y relajadamente a ese extraño arbusto que forma en realidad nuestro hide y, observándola, comprendo el miedo que debe dar cualquier ave rapaz a sus presas.

Me encuentro con mi hijo pequeño esta tarde de martes probando un hide de dos plazas e intentando hacer unas fotos a un mochuelo que hoy no está por la labor, cuando inesperadamente un milano negro (Milvus migrans) se posa donde no debía: demasiado próximo en su primer acercamiento. Pablo puede hacerle unas pocas fotos con su zoom antes de que levante el vuelo; lo que hará por poco rato, ya que unos minutos después vuelve hasta nuestro árbol posándose en otra rama diferente. El animal se ha situado en esta segunda oportunidad a una distancia adecuada, pero no en el lugar idóneo para mi: una rama de la encina me estorba y no puedo hacer nada decente. Mala suerte, no puedo verlo entero. La nitidez, sin embargo, es muy buena y aprecio todo su poderío gracias a unas garras y un pico que deben impresionar a quien se le vengan encima, junto con su agresividad y beligerancia. Además, su natural desconfianza y su gran adaptabilidad hacen del milano negro una rapaz próspera en varios continentes.

Se repiten los clicks de las cámaras mientras tomamos un puñado de imágenes. Durante unos breves momentos, y con el reclamo de las perdices de fondo, disfrutamos de su presencia, de la seriedad y brabuconoría que transmite, así como de su poder y belleza, antes de levantar el vuelo y desaparecer definitivamente.




3 de abril de 2014

Te arrastrarás sobre tu vientre ...

... y comerás polvo todos los días de tu vida. Pondré enemistad entre tú y la mujer, entre tu linaje y el suyo. Él te aplastará la cabeza y tú le acecharás el talón" (Capítulo 3 del Génesis).

Se me vienen a la cabeza palabras como "prejuicio", "ceguera", "obcecación". Un sinsentido, sin duda. Ignorancia absurda e irracional es la que el hombre demuestra para con los reptiles desde que tenemos recuerdos. Incultura incoherente y barbarie la de aquel que se adjetiva a sí mismo con epítetos que, cuanto menos, son discutibles, como "civilizado", "humano" o "inteligente". Un delirio de prepotencia insensata para con el resto de los seres vivos del planeta, y de un modo especial para con las serpientes.

Me gustan las culebras con sus líneas sinuosas, con su movimiento ondulante, deslizándose de un modo casi mágico por el suelo de nuestros montes. Me gustan sus ojos vidriosos cuando me miran directos, haciéndome frente, avisándome con sus bufidos y silbidos, con su cuerpo estilizado que se hincha y se deshincha. -No te acerques, que muerdo- parece decirme arrebujada contra la base de una jara pringosa. Ventea el aire con su lengua, desencaja sus mandíbulas y triangula su cabeza para simular ser una víbora, y bufa de nuevo. Su algo más de un metro de longitud le proporciona un poder real. Me mantengo con la cámara cerca de ella, pero muy atento ante sus amagos. Unas fotos más y me despido de ella.

La veo marchar a gran velocidad por entre las matas resecas, como si fuera un palo recto que por arte de magia huyera de mi. La veo irse y pienso en todos esos reptiles que, a pesar de su incalculable valor ecológico como controladores de pequeños roedores (de esos mismos roedores que luego se combate con veneno en nuestros campos), mueren absurdamente por la paranoia salvaje y paleta de las personas. La pierdo de vista y pienso con rabia en la inexplicable falta de cordura que demostramos nosotros, los seres humanos. Sí, efectivamente, ya no pienso en la culebra de collar que acaba de desaparecer de mi vista, pienso, simplemente y con tristeza, en nuestra descomunal e inconcebible ignorancia.