Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.

3 de septiembre de 2020

1990

4:00 a.m., suena el despertador y David Emory -un fotógrafo estadounidense que hemos conocido en Sorata hace 8 días- y yo mismo nos disponemos a subir a la cima de la cumbre más alta de Bolivia, el volcán Sajama, de 6.542 m. Estamos los dos solos en el campo base y en la montaña, pues tras un primer intento a cumbre dos días atrás, mis dos compañeros del Grupo Salmantino de Montaña han cambiado de planes (uno de ellos va a intentar otros volcanes cercanos y el otro se ha ido a hacer turismo antes de concluir el viaje y nos juntaremos con él 9 días después en Lima). Los otros tres amigos restantes que han venido a Bolivia hace ya unos días que regresaron a España.


En mi cuaderno de bitácora dejo escrito: "Nos amanece en el pedrero. Hemos tomado en él una parte más compacta y subimos hasta donde llegamos anteayer en menos tiempo .../... hasta ahora todo ha ido muy rápido, pero ahora comienzan los problemas. Para continuar por la arista hemos de superar una pala de quizás 45º - 50º y de algo más de 80 metros. Hago 2 largos de 40 m. con cuerda pero sin seguros intermedios. A pelo. Reuniones a cuerpo o con un par de estacas. En algún tramo hielo más vertical y pocho. Mejor no pensar en la bajada"


Tras pasar este tramo, la ascensión se vuelve dura por la altura y la incomodidad del terreno, con grandes terrazas y penitentes de hielo que dificultan el avance y se vuelven agotadores, pero sin dificultad. David se va quedando retrasado y acaba renunciando, se sienta finalmente. Parece que se me revientan los pulmones cuando desde arriba le grito que siga, que continúe, pero me responde que no, que siga yo solo. Nueve agotadoras horas después me arrodillo sin fuerzas en la cima. Fotografío mi mochila en la nieve y, cuando he recuperado el resuello, me hago tres autorretratos. Estoy enormemente feliz de haberlo conseguido.


En mi cabeza me había dado de plazo para llegar a la cima con tiempo de regresar con luz hasta las 15:00 p.m., y había llegado a las 14:25, así que estaba satisfecho. Cuando llevo muy poco rato bajando veo que sube David. Muy despacio. Demasiado despacio. Yo al final contaba 40 pasos antes de detenerme y coger fuelle; él solo camina dos o tres. Subo de nuevo a la cima con él: solo hay una cuerda y empieza a ser tarde para bajar, no me atrevo a dejarlo solo. Mi diario continúa: "Llegamos a la pala. De nuevo los crampones. Una travesía hasta una roca sobresaliente. Luego un
rapel-destrepe: primero yo para escoger dónde parar, y después David. Le insisto en que tenga cuidado, de no ser brusco, para que no exista el riesgo de que la cuerda salte la roca. Yo le aseguro como puedo en otra roca, por si saltara el rapel. Llega y tras desatascar la cuerda le destrepo asegurado hasta otra más, 20 metros más abajo. Luego yo y por último una vez más la misma operación. Llego abajo donde están las trekking y el forro polar. Recojo los crampones y el material y me lanzo detrás de David que está decidido a dormir en un vivac, pocos metros más abajo. No le insisto mucho más y le pregunto si necesita ropa. Se me olvida que llevo siempre la manta de supervivencia, y al responderme que tiene suficiente, me lanzo canchal abajo. El sol está ya rojo hace un poco y le queda poco para ponerse. Me conformaría con llegar de día al final de los pedreros. De lo contrario me daría buenas hostias en el estado en que estoy. Consigo llegar de día al valle donde está el campo base. Tito (*que ha regresado de su intento a los Payachatas) está haciendo hogueras porque está muy asustado de que nos haya pasado algo. Nos espera hace horas y lleva rato pensando en qué coño debe hacer si no aparecemos. Llego reventado, tropezando como un borracho .../... Tito me cuenta su angustia y se tranquiliza, yo le pido agua, agua y agua. Tomo algo de leche caliente y al saco, mañana será otro día. Espero que a David no le pase nada en las manos o los pies, ya tuvo problemas de congelaciones el año pasado en el Illimani."


Tal día como hoy, 3 de septiembre, pero de hace ahora tres décadas, superaba los más de 1.792 m. de desnivel desde el campo base a la cumbre del volcán Sajama y regresaba al calor de la tienda de campaña del campo base en 15 horas de actividad ininterrumpida. Era el colofón de un viaje de casi dos meses de duración por las montañas y paisajes bolivianos con cinco amigos del Grupo Salmantino de Montaña. Atrás iban quedando recuerdos que nunca se borrarán de nuestras memorias, por una tierra increíble donde sobreviven con enorme tenacidad gentes humildes y luchadoras, en una tierra muy dura, donde la vida no es sencilla, donde el día a día hay que ganarlo con cabezonería, coraje y resistencia. De un 24 de julio a un 13 de septiembre de 1990 fui libre viviendo como quería vivir, recorriendo rincones lejanos, inhóspitos y maravillosos, irrepetibles en mi corazón. Crecí por dentro.

Puse mis ojos y mis pies sobre montañas hermosas, como el Cunatincuta (5.336 m), de evocador nombre, sobre el sencillo Charquini (5.392 m), y avanzamos como funambulistas sobre la arista somital del inolvidable Huayna Potosí (6.088 m) en medio de una fuerte tormenta eléctrica que crepitaba alrededor nuestro, amedrentándonos, caminamos sobre el lomo del Illimani (6.420 m) y finalmente vi Bolivia desde lo más alto del entonces recóndito Sajama (6.542 m). Montañas todas ellas que dejaron en mi una huella imposible de olvidar.








Por unos instantes formé parte de paisajes rotundamente exuberantes o terriblemente inhóspitos, verdes, amarillos o blancos, llenos de vida y de muerte, de montañas, selvas y punas. Lugares indescriptibles que no te puedes creer que existan. Hasta que te rodean y ves que están ahí, y que tú formas por unas horas parte de ellos. Circulamos por la mundialmente conocida como "carretera de la muerte", y por desconocidas pistas intransitables. Tuvimos delante nuestro el famoso e histórico Cerro Rico de Potosí, el ahora muy turístico Salar de Uyuni, o los selváticos yungas de la cara oculta de los Andes, donde el cultivo de la coca es la forma de vida.









Y Vimos gente que solo hablaba aymara, gentes que mitigan sus miserias con bolas de hoja de coca en la boca, humildes aldeas de adobe, acariciamos las piedras preincaicas de Tiwanaku y dormimos con mineros que parecían desterrados a lo más recóndito de la cordillera.






Durante casi dos meses de 1990 comprendí la verdadera Bolivia, la de verdad, muy lejos de cualquier panfleto publicitario que se pudiera editar con idílicas postales. Interioricé su vida. La real, la de la gente corriente, la de la vida cotidiana, la del día a día de niños y adultos. La de las huelgas generales con carreteras tapizadas de piedras y rocas, la de los arrieros y sus mulas, la de la hospitalidad de los aldeanos, la de dormir por tres pesetas, la de los trapicheos para subsistir, la del sincretismo religioso, la de la diferencia de clases.

Tal día como hoy, 3 de septiembre, pero de hace tres décadas daba inicio el principio del fin de nuestro viaje montañero por Bolivia, que fue mucho más que montañero: fue el descubrimiento de sus gentes y su vida. El descubrimiento de un país. Tocaba a partir de ahora iniciar un lento regreso a casa; primero en autoestop hasta Arica, en el norte de Chile, y de allí en un incómodo autobús hasta Lima, con sus aventuras incluidas. Ya en la capital peruana, el ejército en la calle, carteles en las aceras que rezaban "Prohibido detenerse, orden de disparar", tanquetas militares haciendo acto de presencia,... Tres días intentando pasar desapercibidos, que no se nos notara mucho que éramos turistas por las altísimas tasas de delincuencia que alcanzaba y por los numerosos atentados que Sendero Luminoso aún perpetraba contra los extranjeros, fueron la conclusión definitiva a un viaje que se hará imposible de olvidar. 

Bolivia 1990.



27 de agosto de 2020

Osos: veneno, lazos y tiros


En los últimos 20 años han muerto envenenados 8 osos pardos cantábricos (Ursus arctos) en el núcleo occidental y 7 en el reducido núcleo oriental, que se suman a los 5 y 7 que respectivamente han caído allí víctimas del gatillo de los cazadores, más los 4 ejemplares muertos por los lazos de los furtivos en el primero de los núcleos mencionados. En total suman 17 bajas en el occidente de la Cordillera Cantábrica y 14 en el oriente. O podemos leerlo de otra manera: 15 osos envenenados, 12 abatidos a tiros y 4 muertos agónicamente en lazos en el área de distribución de la especie en la Cordillera Cantábrica. 31 plantígrados víctimas del furtivismo. Sin duda demasiados. 31 osos muertos (sin contar los heridos) por la acción premeditada de unos pocos delincuentes, ¡y encontrados!, porque esa es otra cuestión: encontrar en el medio de la montaña los restos de los ejemplares afectados por la acción de los furtivos resulta una verdadera quimera en las inabarcables extensiones de denso matorral y bosque que tapizan esta región. Encontrar una aguja en un pajar sería más sencillo.


Estas cifras son solo la punta del iceberg de un problema sistémico en nuestros campos: la persecución continuada que se realiza en ellos de los depredadores. Y es solo la punta del iceberg porque se hace evidente que el número de osos caídos en realidad es muy superior, puesto que no todos los que mueren en la fragosidad del monte son recuperados para su posterior autopsia. Es más, si nos centramos solo en las muertes por envenenamiento se calcula que en España se vienen a recuperar solo el 10% de los animales envenenados. Según un informe de WWF en los 25 años que dura el período entre 1992 y 2017, en España se recuperaron envenenados 21.260 animales, pero se estima que otros 185.000 no fueron encontrados. El uso del veneno en áreas oseras está vinculado de un modo directo a la persecución que en las áreas de montaña con ganadería extensiva y escasas medidas de vigilancia del ganado se viene haciendo contra el lobo, demostrando la incapacidad del sector ganadero de comprender que después de siglos de exterminio implacable matar lobos no es la solución, sino buscar medidas de protección del ganado (los lobos muertos dejan un espacio libre que ocuparán otros lobos, además de que la desestructuración de las manadas obligará a los supervivientes a atacar presas más sencillas de abatir, como lo es precisamente el ganado). La obsesiva persecución del cánido se ha demostrado ineficaz y contraproducente para acabar con el conflicto, pero sigue enquistada en el "modus operandi" del ganadero, muy lejos de admitir que la solución tiene que ir encaminada forzosamente a la protección y vigilancia del ganado, en vez de a la persecución del lobo. Fuera de las áreas montañosas el uso del veneno como método de eliminación de depredadores se vincula de manera directa a la gestión de la caza menor de los cotos de caza.


Al igual que con el veneno, la utilización de los lazos busca la eliminación de los depredadores que el furtivo piensa pueden afectar negativamente a su actividad cinegética. Es innecesario advertir que es otro método ilegal de caza no selectiva que puede afectar no solo a las especies objetivo de la misma (lobos, zorros, garduñas, ...) sino también a animales protegidos y en peligro de extinción (osos, linces, ...), así como domésticos, además de ser un método cruel ya que condena a la víctima a una muerte lenta y dolorosa. Intermitentemente algún oso acaba cayendo en estas trampas inhumanas y aunque no llegan a morir en el momento a veces huyen con el lazo en el cuerpo y con profundas e irreversibles heridas que terminan acabando con sus vidas. 


Así pues, se puede concluir que la persecución ilegal de depredadores mediante veneno, lazos y escopetas va asociada principalmente a las actividades cinegética y ganadera, y solo se puede entender si consideramos que las administraciones medioambientales, los cuerpos de seguridad del estado y la administración judicial no están haciendo las cosas bien para atajarla. Las primeras no adoptan medidas serias preventivas, disuasorias y de persecución y condena del furtivismo, y en muchos casos llegan incluso a servirse de él en la gestión de los cotos de caza y las Reservas Regionales de Caza como modo de control del demonizado lobo ibérico (así como de zorros, garduñas, meloncillos, gatos monteses, etc), que resulta ser más un clavo en el pie, que una especie a proteger. Es más, existe una vinculación obvia entre una parte terriblemente importante de los celadores de caza de estas reservas y la animadversión al gran depredador. La absoluta falta de transparencia y el oscurantismo en la gestión cinegética de las mismas facilita y propicia, cuando no encubre, el furtivismo. Siendo las Reservas Regionales de Caza espacios naturales de gestión pública tendrían que basar su dirección y administración en modelos sostenibles con el medio ambiente y no exclusivamente cinegéticos y económicos, que debían estar siempre supeditados a la conservación del entorno y al uso del espacio por el resto de ciudadanos no cazadores. Se les olvida a los gestores de las Reservas Regionales de Caza que el patrimonio natural donde ellos realizan su actividad venatoria es de titularidad pública, y el modelo de uso del entorno que utilicen siempre tendría que estar sujeto a la sostenibilidad de los ecosistemas. Perseguir son saña a los depredadores no es biológicamente sostenible, ni socialmente admisible. 


En cuanto a los cuerpos de seguridad del estado se hace evidente que faltan medios humanos y económicos, pero aparentemente también nos encontramos en España ante una posible falta de interés: el furtivismo es un tipo de "delincuencia menor" porque no afecta directamente a las personas o a su patrimonio personal, y parece no contar con el suficiente interés en su persecución, lo que se viene a sumar a la intrínseca dificultad de pillar a los furtivos en el momento de delinquir. En el núcleo oriental de la población osera cantábrica no se ha resuelto ni un solo caso de envenenamiento, por ejemplo, y la inmensa mayoría de los casos, no solo de muertes de osos o lobos, sino también de furtivismo sobre especies cinegéticas (cabra montés, corzo, ciervo, rebeco, jabalí), quedan impunes. El mensaje que tienen los furtivos es que el campo es ancho, no hay ojos en él y pueden hacer lo que deseen. Por si fuera poco, las guarderías de las reservas y de los propios cotos de caza persiguen y hostigan a los que nos movemos por el campo con los prismáticos colgados del cuello, evidenciando que los naturalistas somos una molestia en donde la gestión del espacio es cinegética. ¿Por qué será? ¿Será que no les interesa que haya ojos en el campo? Es simplemente indignante la hostilidad con la que muchos trabajadores de las reservas y, desde luego de los cotos, acosan al ciudadano no cazador, expulsándolos a menudo de lugares públicos sin más justificación que el "aquí mando yo y te digo que no puedes estar".


Finalmente en este cóctel explosivo, y por si todo esto fuera poco para darles alas a los furtivos, cuando alguno llega ante un juez las penas no son siempre lo que deberían y hay casos en las que, tras un enorme despliegue policial, las penas o no se ponen o no son lo suficientemente severas como para servir de aviso a navegantes, no se les disuade de seguir haciendo sus fechorías en el monte.


A incriminar a estos delincuentes no ayuda el silencio que encontramos entre las cerradas comunidades rurales. En los pequeños pueblos de montaña todo el mundo se conoce y de sobra se sabe quiénes son los furtivos, pero no se denuncia, bien por miedo a los enfrentamientos personales, o bien por la poca importancia que se le da a este tipo de delincuencia. En palabras de Fructuoso Pontigo, portavoz de la Coordinadora de Ecologistas Asturiasnos, para Diario.es " En Asturias hay una tolerancia indecente ante el furtivo. Las autoridades miran para otro lado y sus acciones en la mayoría de los casos quedan impunes. .../... Aquí todo el mundo sabe quiénes son los que practican el furtivismo pero se hace la vista gorda. .../...", y respecto de la propia comunidad rural dice que "Hay poca concienciación con este asunto, y temor a que se sepa quién es el denunciante". 


Aunque ya han pasado dos décadas desde la elaboración de la Estrategia para la Conservación del Oso Pardo Cantábrico redactada por la Comisión Nacional de Protección de la Naturaleza (CNPN 1999), siguen perfectamente vigentes los temores que en ella se expresaban, donde se podía leer que "Las causas de mortalidad de los osos cantábricos no son adecuadamente conocidas. La información disponible sobre osos muertos es deficiente en cuanto al número de casos conocidos sobre los estimados, a las características de los ejemplares afectados, a las causas finales que provocaron sus muertes, a su distribución espacial y temporal y a la relación con factores que contribuyen a generar riesgo." La realidad es que esto sigue siendo válido en nuestros días, bastantes años después. ¿Cuántos osos mueren en nuestros montañas cantábricas por la acción premeditada del hombre mediante el uso del veneno, los lados o los disparos? No podemos saberlo, pero intermitentemente siguen apareciendo ejemplares con mutilaciones o heridas, o incluso arrastrando lacerantes lazos aún cercenando una parte de su cuerpo. Nadie puede negar que este problema no es nuevo, viene de atrás, y lejos de remitir, parece repuntar. En el Boletín 42 de la Plataforma en Defensa de San Glorio se indicaba ya en 2007 en palabras de Francisco Purroy que "La Junta de Castilla y León autoriza batidas de caza al jabalí en pleno otoño, a pesar de ser contrario al plan de recuperación de la especie", y se podía seguir leyendo que "Para Purroy, una de las grandes amenazas para la población oriental de osos es el uso ilegal de venenos, "alarmante en Palencia", dice. Purroy valora el trabajo de la Junta en cuanto a sensibilización, sobre todo con escolares, pero suspende su gestión cinegética, que autoriza "batidas en áreas críticas de alimentación otoño-invernal". Javier Naves, por su parte, también apuntaba a la gestión cinegética en Castilla y León como "... una de las principales amenazas para la supervivencia del núcleo osero oriental" ya que "... se da prioridad al aprovechamiento económico a la conservación". Pues bien, en 2020 esto no parece haber cambiado.



2 de agosto de 2020

La vieja caja nido


No soy amigo de hacer fotos de aves en sus nidos. Pueden incentivar a otros fotógrafos a hacer lo mismo, y las molestias que podemos causar en el entorno del mismo pueden dar al traste con la nidada en cuestión. A esto siempre puede haber excepciones, como en el caso de las colonias de aves marinas, en donde fotografiar (o simplemente observar) sus nidos desde lo alto del acantilado no representa ningún problema de conservación para las aves, allí congregadas por miles, al menos por regla general. Además, tampoco suele ser estéticamente bonita la fotografía de los pollos en un nido, sino más bien todo lo contrario, por lo que tampoco nos deben interesar estas tomas si lo que buscamos son imágenes hermosas de las aves (aunque a esto también encontramos sus excepciones). Quizás, el principal objeto que justifique fotografiar aves en nidos sea la de documentar este aspecto de sus biología.

Por si fuera poco, la fotografía de aves en nido que se practicó mucho en los albores de esta disciplina fotográfica pasó de moda hace muuuucho tiempo; afortunadamente para las especies, que han dejado de sufrir este tipo de incordio o incluso acoso.

 

En cualquier caso, fotografiar nidos debería, de hacerse, conllevar siempre la necesidad imperiosa y rigurosa de tener un total control sobre las posibles molestias que se les pueda causar, con el fin de abortar cualquier sesión si observamos que esas molestias se producen. En esto hay que ser siempre radical. Así pues, este tipo de fotografías solo deberían realizarse en circunstancias concretas, con un objetivo que lo justifique y por fotógrafos con suficiente experiencia naturalística como para realizarlas de manera totalmente segura para las aves.



Pero como decía arriba, siempre hay excepciones. Este año, tras el duro confinamiento que nos ha impedido disfrutar de la maravillosa primavera que se ha esparcido por nuestros campos, hemos llegado a un comienzo de verano con verdadera necesidad de naturaleza. Y esta a veces nos regala la oportunidad en bandeja. El corral de la casa del pueblo se transforma cada primavera y verano en un bullicioso hotel. Varios nidos de gorriones se instalan bajo los voladizos de los tejados, en la vieja chimenea que habéis visto en mi entrada titulada "Compañeros", entre las uralitas que dan sombra a la mitad del mismo o en el interior de la panera aprovechando los rotos de las bobedillas del techo. Las hierbas secas y restos de ramitas finas que emergen de los rincones más insospechados los delatan; los nidos están por todas partes. A menudo también los pollitos muertos caídos de sus nidos. Las tórtolas turcas, por su parte, crían sobre una caja nido que fabriqué hace unos años para los gorriones y que nunca fue usada, o sobre las cerchas metálicas que soportan las placas de fibrocemento blanco (lo que todos conocemos por el nombre de la marca que lo comercializó mayoritariamente en nuestro país: la uralita) o sobre el cráneo del carnero que preside el amplio corral (en estos momentos, con los pollos anteriores ya independizados, han iniciado una nueva puesta; no paran) y cuyas fotos podéis ver en esta otra entrada titulada "La exploradora". Los estorninos negros sacan adelante a su familia bajo un par de tejas rotas en un tejado. Y los mirlos lo hacen entre la maraña de hojas con que la hiedra cubre una de las paredes del jardín, y este año, además, en el enramado profuso de la wisteria de la pérgola.

 

Sí, el corral se llena de nuevos retoños reclamando comida. 

 

Este año, por si todos eso rincones fueran pocos, una pareja de gorriones comunes (Passer domesticus) ha utilizado por fin para criar una vieja caja nido que lleva colgada ahí de una pared desde hace años y que nunca había sido usada con anterioridad. Vieja caja nido recuperada del suelo de un pinar en un viaje por el centro de la Península y que este año ha vuelto a tener utilidad, al contrario que otra segunda caja que tampoco ha sido usada todavía y que ha permanecido varios años en la pared tapizada de hiedra. En próximo año tendrá otra ubicación a ver si alguna pareja de gorriones le saca algo de servicio.




¡Cómo resistirse a llevar una mañana el equipo y observar y fotografiar el comportamiento de los progenitores y de los polluelos! Me lo estaban pidiendo a gritos. Bueno, a piídos.


Que las aves estén acostumbradas a la presencia humana facilita la tarea de observarlas y también, como en este caso, la de fotografiarlas. La pareja de gorriones comunes (Passer domesticus) que han ocupado la caja nido situada en una pared del jardín nos ven deambular de un lado para otro, meter y sacar los vehículos, sentarnos bajo la pérgola, y trabajar aquí y allí (siempre hay algo que hacer, arreglar o mejorar). Si en la pareja de pardales que anidaron en la chimenea de la pared se observaba con claridad que el macho entraba a cebar muchas más veces que la hembra, quizás porque esta última desconfiaba de nuestra presencia en el corral, en esta otra familia también se pueden observar comportamientos cuanto menos curiosos. 



En la foto de encima vemos a la gorriona que me observa mientras yo estoy parado en el medio del corral con el trípode, atenta a si represento o no un peligro para ella y su descendencia. Aunque ceba sin perderme de vista, lo hace sin problema una y otra vez. Más bien el problema lo tiene con su propio partenaire, que por algún motivo la persigue cuando regresa a casa con comida -como vemos en la siguiente foto- para robársela y así ser él el que cebe a los dos pollos que asoman sus picos por el agujero de la caja.



Hasta en cuatro o cinco ocasiones al menos en el transcurso de las dos horas y media que estuve haciéndoles fotos, el macho parasitó a la hembra intentando robarle del pico la ceba que transportaba, algo que conseguía con relativa facilidad cuando se trataba de saltamontes, dado que estos voluminosos insectos sobresalían mucho de su pico. Imaginaros la escena: en cierta oportunidad llegó la hembra con dos grandes saltamontes. Como en otras ocasiones, el macho se abalanzó agresivo tras ella y con malas maneras intentó arrebatarle los insectos. La hembra, protegiendo sus dos capturas, tuvo que marcharse perseguida por su compañero, pero no una, ni dos, ni tres veces; hasta en cuatro ocasiones se vio obligada a huir hasta que finalmente el que regresó a la boca del nido fue el macho, esta vez sí, con el botín arrebatado. El padre inmediatamente cebó a los pollos con ambos saltamontes y se marchó a por más comida. Bueno, no os imaginéis la escena, verla:



En la foto superior la madre llega con los dos grandes ortópteros y comienza a cebar a uno de los pollos. La costumbre que tienen de tardar en soltar la comida dentro de las bocas de los pollos (hacen como varios intentos, introduciendo y sacando el pico de la boca de las crías antes de depositar definitivamente el alimento en ellas, como si se debatieran entre el instinto de cebarlas y el de alimentarse a sí mismos, como si les diera pena deshacerse de tan suculentos bocados) hizo que el macho llegara a tiempo para piratearle la ceba, momento que se observa en la imagen inferior donde ya ha "pinzado" con su pico uno de los dos saltamontes. En un forcejeo la hembra perdería las dos presas.



En las dos fotografías siguientes vemos otra de las trifulcas en la que la hembra perdió de nuevo un saltamontes con el que, en la segunda toma, el macho alimenta a una de sus crías.

 



La obsesión de este ejemplar macho por alimentar a su descendencia le llevaba a no respetar a su propia pareja reproductora, aunque desconozco si por un instinto paternal, digamos, extremo o por algún desorden de conducta que, pienso, no es el habitual ya que en otras parejas de gorriones no he visto comportamientos similares al de este individuo concreto. Habrá que estar, pues, atento a futuras reproducciones. Siempre he comentado algo que por otro lado es obvio, como que, aunque cada especie suele mantener unos patrones regulares de conducta, luego cada individuo tiene su propia personalidad que puede llegar a diferir bastante de esos prototipos generales. Además, estas fotos vienen a corroborar otra cuestión en la que siempre hago mucho hincapié: la observación (y documentación) del comportamiento de los animales es una parte fundamental de la fotografía de fauna.


Sea como fuere, los dos progenitores se afanaban en alimentar a sus retoños, podríamos decir que casi compulsivamente. No siempre se hace fácil discernir con qué los alimentaban, pero a menudo eran insectos, pudiendo distinguir emergiendo de sus picos diferentes patas, antenas o alas antes de ser introducidas en la garganta roja de su descendencia. Alguna semilla y posiblemente fruta picoteada de la higuera junto a la que se sitúa la propia caja nido, completaron esa mañana la dieta de los pollos. Debajo, el macho ceba con dos mariposas diurnas muy similares a la Arctia caja, pero de abdomen blanco y que no he conseguido diferenciar bien. La gorriona, a su vez, espera con algún insecto también, del que se ve alguna antena.







A fecha de hoy los dos polluelos que aparentemente han crecido en la vieja caja nido ya la han abandonado. Se habrán unido al resto de adolescentes que estos días se lanzan al mundo, de momento en compañía de sus padres, en busca de su propia vida, llenando nuestras ciudades y pueblos de naturaleza salvaje, a la vez qiue cercana. Sin duda, unos compañeros de viaje entrañables.



28 de julio de 2020

Noche estrellada

El descubrimiento del cometa C/2020 F3 Neowise ha supuesto en las últimas semanas una buena disculpa para mirar al cielo, si es que las noches de verano sin luna no eran ya de por sí lo suficientemente atractivas. El cometa fue descubierto el 27 de marzo de este mismo año -de ahí ese "C/2020"), en plena pandemia-, siendo el tercer cometa descubierto para la ciencia (de ahí el "F3") y lo fue por la sonda espacial NEOWISE, de donde toma su ya popular nombre. "WISE" son las siglas en inglés de Wide-Field Infrared Survey Explorer, lo que se traduciría como Explorador de Infrarrojos de Campo Amplio. La sonda WISE es un telescopio lanzado al espacio a finales de 2009 y que, tras un período de dos años en los que se mantuvo en espera, fue reactivado en 2013 para la búsqueda de cometas y asteroides cercanos a La Tierra con el nombre de NEOWISE (Near-Earth Object Wide-Field Infrared Survey Explorer).
   
Según los científicos el núcleo del cometa llega a casi los 5 km de diámetro, y viaja a una velocidad de 232.000 km/h. Sobrevivió a su máxima cercanía al sol -lo que se conoce como perihelio- el 3 de julio, cuando estuvo a tan solo 43 millones de kms. del astro rey, acercándose a la mínima distancia de La Tierra veinte días después, cuando estuvo a tan solo 103 millones de kms. de nosotros. Pero ... ¿de dónde procede? Pues lo hace de la Nube de Oort, lo que parece ser un dato más que interesante ya que puede contener material original de la nebulosa que formó nuestro sistema solar. Muchos cometas surcan nuestros cielos, es cierto, pero lo original de Neowise para el público no iniciado es su luminosidad, tan alta que permite su visualización a simple vista. Si además hemos dispuesto de unos simples prismáticos o, como en nuestro caso, de un telescopio de observación de fauna, el disfrute ha estado asegurado.




Pero la mañana en la sierra nos deparó una última joya, la luna menguante casi desapareciendo con las primeras luces del alba, antes del amanecer. Más hermosa y maravillosa si cabe que cuando está llena.

NOTA: Fotos obtenidas con un objetivo de 500 mm y un cuerpo de cámara con sensor APS-C