Soledad y un aura de misterio envuelven estos
bosques casi olvidados en una región montañosa en donde todavía es posible
observar techumbres de centeno. Mientras caminamos hablando sobre la situación
del oso, sólo escuchamos el monótono crujir de nuestras propias pisadas sobre
la nieve congelada del camino, cortando la ladera umbría. Los arroyos a la
sombra permanecen aún medio congelados, aunque ya se barrunta la primavera en
los cantos de algunos pájaros, en el aumento de las horas de luz y en la
tibieza de los rayos del sol de media mañana. A nuestro alrededor sabemos que
están todos los hermanos de la montaña. Sin duda, algunos nos estarán espiando.
Nosotros a ellos sólo los imaginamos: inquietos corzos, ciervos esbeltos, lobos
sociales, osos poderosos, zorros inteligentes, cárabos de las sombras, garduñas
inquisitivas, …
Nos sentamos en el poyo de la cabaña, casi
al final del valle, al sol, con la modorra que la calidez de la mañana,
luminosa, nos provoca. Leal, el perro teckel de mi amigo, persigue lejos el
rastro de algún corzo, que nos enseña su semáforo blanco muy alto en la loma,
saltando cerca del arroyo.
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