Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.

16 de agosto de 2012

Mi montaña de papel

Recojo la caja verde de fibras vegetales que en la parte inferior de una estantería resguarda de la luz viejas fotografías. Son fotos que a lo largo de los años fuimos positivando a papel, unas veces desde viejos negativos en color y otras a partir de diapositivas que ahora se almacenan dormidas en decenas de carpetas, clasificadas con colores y números. Muchas de esas fotografías nos miraron durante años desde un tablón de anuncios que cubría parte de una pared, allí en la habitación "de los zaleos", frente al armario donde se acumula el material de montaña. Fotos que desde aquel corcho blando nos miraban, pinchadas con chinchetas de colores rojo y negro. Son nuestros retratos de hace años, y los de algunos amigos que a lo largo del camino nos regalaron su amistad y sus pasos al lado de los nuestros. Unas veces por sendas y vericuetos. Otras por pedreros y neveros, corredores de nieve, aristas y resaltes.

Con las fotos, estropeadas por el paso implacable del tiempo, hago una montaña formada por estratos de colores, llenos de montañas y viajes. Montañas de papel.

Hago una montaña con algunas de mis montañas. Las miro y me inspiran.

Las observo a través del macro y me piden que las fotografíe buscando desenfoques. Y lo hago a través de la inclinación. Me olvido de la perpendicular, máxima en cualquier buena reproducción, y las fotografío sesgadas. Me claman que las deforme y juegue con ellas. Me enseñan el grano y me gusta. Igual que me gusta su rotunda falta de nitidez. Disfruto con sus líneas deformadas, toscas, sin pureza, con sus motas de suciedad adherida, con sus rascaduras y rayones. Con esa fibra que durante el positivado permaneció en el negativo y se transmitió irremisiblemente a la copia en papel. Miro la mirada de los retratos, la busco bajo opacas gafas de montaña, y me recuerda a esas imágenes de periódicos o programas de televisión en los que amplían malas fotos de un espía, de un fugitivo, de un personaje, de alguien misterioso. Intento escrutar lo que el dueño de aquella mirada pensaba y sentía en aquel preciso instante.

Una a una van pasando por mi cámara, instalada sobre un minúsculo trípode. Juego con la montaña de papel y me divierto con cada foto.

Las fotografío y las vuelvo a mirar, mientras me susurran lejanas historias de viajes y montañas.





















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