Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.

7 de marzo de 2016

Cuervos de mar

Ojos verdes esmeraldas, espectaculares como piedras preciosas. Pico largo y ganchudo, que a mi me recuerda a una extraña y temible herramienta. Patas negras palmeadas, grandes, enormes diría yo, que lo vuelven un poco torpón y patoso cuando se posa sin gracejo alguno sobre las ramas finas de los árboles, o en las escasas ocasiones en las que camina por el suelo. Yo siempre lo imagino como si fuese un animal que estuviese "a medias", sin acabar de hacer, sin moldear definitivamente, casi como si de un ser prehistórico se tratase, y, aunque lo cierto es que la evolución es un proceso continuo en el que todas las especies estamos inmersas en un camino sin fin, en cada ocasión en que lo observo tengo la sensación de que se trata de un pájaro que está aún sin rematar, con ese plumaje que se ve obligado a secar a pesar de vivir ligado a las grandes masas de agua en las que debe bucear para buscar su sustento, con esas alas pequeñas y cuerpo grande y desgarbado, o con su dificultad para levantar el vuelo y su poca gracilidad cuando se desplaza por el aire. Para mí, su espalda cobriza ribeteada de negro me parece de una elegancia soberbia, y pienso que, cuando el plumaje de su cabeza se torna blanco en época reproductora, las gemas verdes de su mirada hipnotizan al observador aún más, si cabe. Así es o así veo yo al cercano cormorán grande (Phalacrocorax carbo), el cuervo de mar para algunos, el de ojos verdes esmeralda para otros.


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