Estamos en los últimos días del otoño. Las horas de luz se siguen acortando, el termómetro continúa bajando y el empeoramiento de la climatología se empieza a hacer patente por fin. Las nubes se enganchan en nuestras cordilleras y pasan las horas o incluso los días sin que el sol caliente los ánimos de sus moradores. Caen las primeras nevizas, que duran lo que duran los primeros fríos, seguidos siempre de jornadas soleadas durante el día y que tapizan de hielo piedras, caminos y arroyos durante sus noches estrelladas. Si para la mayoría de los habitantes de nuestras montañas la llegada inminente del invierno significa una época de penurias que muchos no superarán, para las cabras monteses (Capra pyrenaica victoriae) representa un tiempo de ardores amorosos, de pugnas por la supremacía jerárquica entre los machos, y de persecución y cortejo de los harenes de hembras.
Como siempre a comienzo de la temporada, los machos adultos que se van a disputar la cubrición de las cabras comienzan un período en el que miden sus fuerzas. Si no es fácil poder fotografiar sus combates, sí es por el contrario relativamente sencillo verlos medirse, a menudo en parejas, aunque a veces van acompañados de otros ejemplares más jóvenes. Se empujan, caminan lomo contra lomo y se tocan o echan la zancadilla con los cuernos. Los ejemplares de fuerza similar intentan así establecer ya una jerarquía sin llegar a desgastarse físicamente en enfrentamientos agotadores.
Cuando nada de esto surte efecto, los machos, cargados de testosterona, inician los primeros testarazos. No nos será difícil ver estas violentas trifulcas, unas veces de ejemplares jóvenes y otras de animales ya curtidos con muchos celos a sus espaldas. Sus topetazos resuenan en las laderas, no siendo complicado localizarlos con los prismáticos. Sin embargo y para nuestro disgusto, no nos será tan sencillo fotografiar estos combates por varios motivos. Uno de ellos porque, aunque a veces duran muchos minutos o incluso horas sin parar, a menudo realizan unos pocos embistes, tras los cuales los animales siguen paciendo o se siguen midiendo, calculando sus posibilidades de victoria mientras se desplazan. Se van en ocasiones a mucha distancia de donde se ha iniciado la pelea y de donde se reúne el rebaño de cabras. También influirá mucho la suerte, pues si coincidimos con una corta pelea hemos de estar ineludiblemente en la zona para poder inmortalizar alguno de sus pocos encontronazos. Además, el terreno incómodo de la alta montaña, y a veces incluso peligroso, no facilita el trabajo de acercamiento al fotógrafo. Por si estos factores no fueran ya de por sí decisivos a la hora de poder o no fotografiarlos peleándose, los últimos años el celo ha sido extraño, retrasado o deslucido. Así pues, calcular las sesiones en las que iremos y coincidir con una gran pelea cerca se torna más en una cuestión de suerte que de experiencia.
Poco a poco se va pasando el momento adecuado para estas verdaderas exhibiciones de fortaleza y bravura, y apenas podemos fotografiarlas. Pero no por ello dejamos de disfrutar de su observación en las escasas oportunidades en las que los vemos. Resulta, obviamente, un regalo permanecer a corta distancia de una de estas batallas observando a dos potentes animales insistir con obstinación y empecinamiento en apabullarse mutuamente, agotados pero tercos, duros como las montañas que habitan, tozudos, disputándose la soberanía sobre sus contrincantes y el dominio del harén.
Si su porte es ya de por sí un espectáculo, ver sus reyertas significa, sin ningún género de dudas, un momento mágico para cualquier fotógrafo de fauna, y Gredos nunca defrauda.
Preciosas tus fotos de monteses. Son impresionantes estos animales. Muy buenas las de las peleas también. Un saludo.
ResponderEliminarGracias por pasar y comentar Juanma. Ya veo por tu blog que eres otro apasionado de las cabras monteses. Me traen muchos recuerdos, y siempre buenos, tus fotos de Sierra Nevada en donde he disfrutado de buenas jornadas montañeras junto a grandes amigos.
EliminarUn saludo-