Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.

29 de diciembre de 2020

Reflexiones para 2021


Con los últimos compases de 2020 las excursiones a nuestra querida sierra de Gredos se suceden en busca de nuevas sendas. Siempre hay alguna que nunca hemos caminado, y esas son las que ahora más nos llaman la atención. Puede que quizás no lleguen a ninguna cumbre alta, esbelta o de imponente belleza, pero la soledad de algunos rincones olvidados recompensa sobradamente la falta de espectacularidad. Nos alejamos, pues, de los senderos trillados que llevan a las lagunas, cimas y gargantas clásicas, y aprovechamos las postrimerías ya de diciembre para recorrer algunos de esos caminos. Las fotos que nos hemos traído de recuerdo y que acompañan estos párrafos atestiguan el acusado retraso que viene sufriendo en los últimos años el Sistema Central a la hora de cubrirse con su manto blanco, cada comienzo de invierno. Es tan brutal que no deja de enmudecernos y entristecernos.

¿Dónde está la nieve a finales de diciembre?


Que la climatología del planeta está cursando un ciclo de calentamiento es algo que ya nadie en su sano juicio discute. Que el proceso está acelerado como consecuencia de la acción perturbadora del hombre, tampoco. Así las cosas, aquellos que ya peinamos unas décadas de vida, cada invierno de los últimos inviernos vamos confirmando que la nieve llega más tarde, menos copiosa, más irregular y se queda más alta. Y además soportamos menos frío, menos nieblas y menos persistentes en las llanuras de nuestra tierra. La superficie del agua a orillas del río Tormes a su paso por la ciudad ya apenas se congela por las noches formando una película de hielo, más o menos fina, más o menos gruesa, como quiero recordar de ocasiones lejanas en las que, siendo niño, llegaba a casi "candarse" el río, cuando por poco no se tocaba el hielo de una orilla con el de la otra en algún tramo de aguas especialmente tranquilas.

Ahora, cada vez que recorro la sierra de Béjar bien entrada la temporada de esquí, pero todavía sin nieve como viene sucediendo cada invierno de los últimos inviernos, no puedo por menos de acordarme de la lucha a cara de perro que mantuvimos muchos contra la insensatez que supuso destruir una parte importante de esta montaña con la construcción de su ridícula estación de esquí; estación de esquí de la que hubo que escuchar patéticos argumentos que la justificaran como que sería "una de las mejores estaciones de esquí de Europa" -sí, de Europa, habéis leído bien, no os riáis, que a mí me dan ganas de llorar-, que no existiría ningún impacto medioambiental "porque en la zona no había ni bosques, ni ríos, ni lagos", y que "solo había perdices y ratones", o que la nieve estaba "asegurada de diciembre a mayo". 


El lamentable proyecto no hacía ni siquiera un estudio nivológico de la sierra para saber si su acumulación, tanto en espesor como en espacio temporal, haría rentable una infraestructura así, simplemente daba por sentado que la nieve existiría en suficiente cantidad "por que sí" y que, además, todos los días de la temporada haría buen tiempo. Pero era tan surrealista que, aparte de los groseros errores gramaticales con que estaba tan penosamente redactado, calculaba que en enero se podría esquiar 32 días, en febrero 33 y en marzo 35. Además ya en diciembre se podrían aprovechar 29 días esquiables, lo que supondría abundante nieve ya en noviembre. Con estos y otros muchos razonamientos igual de científicos los especuladores y los políticuchos locales y provinciales arengaban a todos los comarcanos contra los que teníamos la osadía de opinar lo contrario desde fuera, desde la capital o desde otros puntos de la comunidad o de España. ¿Cómo se nos podía ocurrir semejante osadía, decirles a ellos cómo cuidar su propia tierra? Con la bandera enarbolada de la creación de cientos de puestos de trabajo y el resorte económico que necesitaba la comarca, los "de fuera" éramos, no ya sus conciudadanos con derecho a discrepar sobre cómo gestionar nuestro patrimonio natural, sino sus adversarios, los enemigos de su bienestar que veníamos a robar el futuro de sus hijos. Si eras vecino de la zona, te oponías al proyecto y, además, lo decías públicamente era aún peor; tildados de traidores, más de un enfrentamiento acabó en enemistades irreconciliables. Sí, todos esos éramos los mismos que ahora pagamos con nuestros impuestos las pérdidas anuales que siempre ha soportado la estación de esquí desde el mismo momento en que se inauguró, saltándose, dicho sea de paso, todas las limitaciones medioambientales que se le impusieron para concederles el permiso en el preceptivo Estudio de Impacto Ambiental. Este perverso EIA fue favorable al proyecto en base únicamente a su utilidad pública, pero lo fue en contra del criterio de los propios técnicos de la Junta que elevaron una Ponencia Técnica Provincial de Evaluación de Impacto Ambiental desfavorable. Al final, la estación no ha colmado las expectativas de la comarca y sus pueblos, ni ha llegado a ser el revulsivo laboral y económico tan esperado por sus habitantes y las esperanzas que muchos pusieron en las mentiras que quisieron creerse se desvanecieron hace tiempo.

No diré: "ya lo advertimos, por desgracia el tiempo nos ha dado la razón".

(*A fecha de 17 de enero de 2021, y tras el paso del temporal de nieve bautizado como "Filomena", y seguido de una ola de frío no menos histórica, que desde el 8 de enero han dejado gran parte de España tapizado de blanco durante varios días, Madrid colapsado con más de medio metro de nieve, sin que a fecha de hoy el Ayuntamiento haya podido todavía despejar al tráfico una gran cantidad de sus calles, ni normalizado completamente la situación en el aeropuerto de Barajas, alcanzándose temperaturas mínimas difícilmente registradas en el último siglo en nuestro país de hasta -25º en Teruel, ayer mismo la Estación de Esquí Sierra de Béjar-La Covatilla solo pudo abrir 1,7 km de pistas como para demostrar a los más escépticos que un poco de razón sí teníamos aquellos que nos opusimos a la destrucción de la sierra en base a una más que evidente escasez de nieve). 

De aquella época tampoco se me olvida cada vez que trasiego por estas laderas y vallejadas gredenses escasas de nieve, el intento de la Cámara de Comercio de Ávila de levantar en plena sierra de Gredos una infraestructura similar a la grotesca estación de esquí salmantina, aprovechando esta vez las laderas y valles de la vertiente norte de La Mira. 

¡Qué mediocreidad la de tantos y tantos miopes, incapaces de comprender el daño que estamos haciendo a la Tierra!


Y de juzgado de guardia fue la maquinación de la Junta de Castilla y León de sacar adelante el proyecto de la Estación de Esquí de San Glorio, urdiendo para ello un cambio de leyes que permitiera rebajar el nivel de protección del propio Parque Natural de Fuentes Carrionas y Fuente Cobre-Montaña Palentina, cuyo PORN prohibía este tipo de infraestructuras. Nunca antes un hecho como este se había visto en nuestro país, pero la Junta de Castilla y León no se cohibió en intentar menoscabar la conservación del citado espacio natural perpetrando un cambio de leyes ad hoc. Solo los jueces pudieron frenar, en los sucesivos juicios que tuvieron lugar promovidos por diversas ONGs y movimientos sociales, que el gobierno autonómico consiguiera su objetivo. De nuevo, todos nosotros pagamos de nuestro bolsillo las miserias políticas de nuestro gobierno autonómico y sus numerosos juicios, perdidos con reiteración, con el erario público que nutrimos con nuestros impuestos. El proceso, no por repetido ya mil veces dejaba de ser igual de efectivo que siempre: los de fuera diciéndoles a los locales cómo gestionar su tierra, ¡qué tropelía! ¡al paredón con semejantes ecologistas de salón!

¡Qué batallas me vienen a la memoria cada comienzo de temporada invernal cuando camino esos caminos sin nieve! ¡Qué tristeza cuando veo las estériles cicatrices en la que considero mi casa bejarana! ¡Y qué alivio cada vez que pienso en los osos trasteando libres por San Glorio!

Luchas y recuerdos. Mi conciencia, aunque triste, está tranquila. Lo intentamos y se hizo lo que se pudo.


Sí señores, la climatología del planeta está en un ciclo de calentamiento global acelerado por nosotros, y cada invierno, un poquito más lo vamos comprobando todos.

Cada año que pasa nos acercamos un poco más al punto de no retorno, si es que no lo hemos cruzado ya. El planeta no nos puede soportar mucho más. O mejor dicho, la vida en él tal como la conocemos en la actualidad ya no puede soportar a la especie humana por mucho más tiempo. Se avecinan cambios irreversibles que sin duda exterminarán muchas especies animales y vegetales, veremos la desaparición de gran parte del hielo en los casquetes glaciares, la modificación radical de las corrientes marinas que regulan el clima de nuestro Planeta Azul, así como su temperatura, se modificarán brutalmente muchos ecosistemas y sus organismos no tendrán tiempo de adaptarse y muchos desaparecerán, vendrán inviernos cálidos, se repetirán incendios devastadores nunca antes observados, como los sufridos en la Amazonía, Siberia o Australia, padeceremos veranos con desastres climatológicos que cada vez más azotarán a los países del primer mundo y no solo a ... sí, efectivamente, habéis acertado, es lo que estáis pensando, a "esos otros" que viven muy lejos de nosotros. 

Efectivamente señores, todo eso se avecina, junto con pandemias y enfermedades provocadas por la destrucción de esa biodiversidad que amortigua nuestro contacto con patógenos para los que nuestro organismo no está preparado para convivir.

Parece que el asteroide que aniquilará la vida en La Tierra tal y como la conocemos en la actualidad no vendrá del espacio; ese asteroide somos nosotros mismos. Y aunque cada uno localmente podemos actuar mientras pensamos globalmente, lo cierto es que o no lo hacemos, o es insuficiente para revertir la situación. Entramos de lleno en la sexta extinción masiva del planeta y seguimos viviendo como si eso no significara nada, como si no nos fuera a afectar. Nosotros seguimos con las mezquinas intenciones de perpetuar, e incluso aumentar, nuestro frenético ritmo de consumo. Expoliamos y destruimos la naturaleza que nos mantiene, y cerramos los ojos para que la ignorancia no arruine nuestra felicidad. Hemos perdido el Norte, hemos olvidado que la calidad de vida no está en los bienes materiales sino en la amistad y la gente de la que nos rodeamos. Y en, ¡cómo no!, la propia naturaleza de la que formamos parte. Estas sencillas cosas son las que nos harán ser felices, y no los lujos.


Como cada final de año, todos hacemos de una manera u otra el balance del período transcurrido y pensamos en los propósitos que deseamos se cumplan durante el año venidero. Yo ya imagináis que muy optimista no soy, lo siento. El ser humano siempre me ha demostrado que es egoísta y ciego por naturaleza, le encanta tropezar sucesivamente en la misma piedra. Pero, por pedir un deseo, pediré que nuestra especie aprenda de lo sucedido en este aciago e histórico 2020 que no olvidaremos nunca, y cambie definitivamente su tóxica relación con la Madre Tierra, de la que depende nuestra vida. Ojalá ese pensamiento individual que profesamos muchos de nosotros sepamos transformarlo en un pensamiento social, global. Ojalá que, como sociedad, nos pongamos del lado de la naturaleza definitivamente, para ponernos así del lado de nosotros mismos.

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