Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.

12 de mayo de 2021

Mar de cereal, II

Increíblemente, a pesar del impacto brutal que la intensificación de la agricultura está causando a los entornos humanizados dedicados al cultivo de secano -cereal y leguminosas principalmente- las aves parecen empeñarse en resistir y, contra toda lógica, aún medran en mayor o menor medida en estos ecosistemas, y con mejor o peor fortuna según las regiones. El envenenamiento indiscriminado del entorno, la casi total pérdida de setos y arbolado, la homogeneización del paisaje, la radical pérdida de biodiversidad, la implantación de cultivos de ciclo corto, el aumento de infraestructuras, las concentraciones parcelarias o la transformación de inabarcables extensiones de secano en regadío están suponiendo un durísimo golpe para estas aves ligadas a los espacios abiertos, aunque, tercas, plantarán cara a la más que probable desaparición.

Poco saben las avutardas (Otis tarda) de todos estos avatares que les afectan, inocentes víctimas de una globalización responsable del delicado estado de conservación actual en el que vive la especie, y de la futura extinción local de cada día más enclaves peninsulares. El próximo año, cuando estos ejemplares regresen en primavera a estas tierras de secano se encontrarán con campos sembrados de pivots regando con su lluvia enormes círculos perfectos. Comprobaremos en qué medida consiguen superar la nueva situación, o si, por el contrario, habremos provocado una nueva extinción local. Otra más a sumar a una larga lista. Esto provoca un efecto secundario muy peligroso: el desplazamiento de esas avutardas afectadas (en este caso por la reconversión del secano en regadío) a otras áreas de campeo propias de la especie, en un proceso de agregación que implica obviamente un grave riesgo en el caso de que nuevas circunstancias afecten negativamente también a esas otras poblaciones, algo que, visto el modelo actual de intensificación agrícola, se convierte en una posibilidad nada desdeñable. Si la especie se concentra en densas pero inconexas subpoblaciones, toda ella corre el peligro de que un desastre la haga colapsar. 

Pero no adelantemos acontecimientos. De momento, esta temporada, como han venido haciendo desde tiempos inmemoriales, las avutardas han regresado a sus arenas nupciales. Estos leks combinan la fácil exhibición de los machos con la protección frente a los depredadores. Aquí, los machos de avutarda no defienden territorios propiamente dichos donde existan buenos recursos alimenticios para atraer a las hembras, sino que buscan áreas donde su visibilidad (y protección) sea máxima, por ello se denominan leks de tipo disperso. No obstante, sí parece haber ciertos ejemplares que aparentan defender ciertas porciones concretas frente a los competidores, aunque esta circunstancia sea claramente secundaria. Los hemos visto nerviosos, encelados, trasegando de un lugar otro agrupados en pandillas numerosas al comienzo del celo, como rebaños de 20 o 30 ejemplares.

Cuando la época de celo está en pleno apogeo los observaremos cada vez más a menudo dispersos por varios cientos de hectáreas, con las plumas rectrices enhiestas, pavoneándose como exhibicionistas en una discoteca, en busca de hembras.






A las hembras las veremos a lo suyo, alimentándose sin hacerse especialmente llamativas, crípticas, tímidas, con la cabeza generalmente mirando al suelo, picoteando brotes, semillas y algún insecto. Mucho menos ostentosas que los machos, la hermosura de ellas es también incuestionable. 




Hemos podido observar cómo los machos se vuelven semáforos vivientes volteando esas plumas blancas inferiores que generalmente permanecen ocultas. Son como faros en la costa, a los que resulta imposible no ver desde lejos. Mientras que los subadultos menores de 4 años permanecen agrupados, los adultos de más edad se dispersan aquí o allá alardeando con sus espectaculares y pomposos despliegues amorosos. Inician sus conocidas ruedas, flirteando a distancia con la que se quiera sentir atraída.






A medida que el celo avanza, las hembras comienzan a mostrar interés por los coqueteos de esos tíos tan raros que no hacen más que llamar la atención, en una especie en la que precisamente la desconfianza y pasar desapercibido es una virtud. Es entonces cuando podemos ver un comportamiento interesante: las hembras se acercan a curiosear a unos u otros barbones exhibiéndose, a veces solitarias, a veces en grupos, como en el caso del pretendiente de la fotografía anterior al que vemos en las dos siguientes cómo se le acercan varias hembras claramente cautivadas por su masculinidad. ¿Será el padre idóneo para mis futuros hijos?, parecen pensar al estudiarlo de cerca. Al tratarse de leks dispersos no es la abundancia de recursos tróficos defendidos por un macho lo que las seduce -como ya indicamos anteriormente-, sino los propios atributos sexuales indicativos de su buena calidad genética. De esta forma parece fundamental el propio peso del animal y su edad. Esto hace que los machos dominantes de mayor rango que pululan por el lek sean los más seleccionados por las hembras y que, por lo tanto, cada uno de ellos puede acabar fecundando a varias distintas.


Transcurren así los días y las semanas del mes de abril, con alguna que otra trifulca todavía entre algunos machos, algo que generalmente no tiene lugar a estas alturas, sino a finales de invierno antes de la época de celo para determinar la jerarquía dentro de los bandos. Esta jerarquía se puede observar cuando alguno repliega su exhibición y/o se aparta del lugar con la llegada de otro de rango superior a su posición.

Por momentos se pueden ver cinco o seis bolas blancas repartidas al mismo tiempo aquí o allá en los cientos de hectáreas que abarca el lek disperso, y unos cuantos machos caminando erguidos de un punto a otro, a veces buscando unas hembras a las que acercarse y cortejar. 





Mis prismáticos no dejan de mirar por las rendijas del hide. Me entretengo en contar el número de avutardas que hay en mi entorno, algunas haciendo la rueda a más de un kilómetro de distancia. Estoy donde quiero estar, entre ellas, observando sus comportamientos, aprendiendo de su biología. Y en la medida de lo posible, fotografiándolas, aunque este año el clima ha impedido aprovechar los días más intensos del período de celo.











Van concluyendo las oportunidades y seguimos vigilando sus rutinas, ojeando sus hábitos y profundizando en su conducta. En las últimas sesiones fotográficas advertimos que ya apenas quedan hembras medrando por el lek, prácticamente solo vemos machos y, además, tienden a agruparse de nuevo en grupitos más compactos y numerosos. Buena parte de ellas han debido volar en las últimas jornadas a sus tradicionales áreas de puesta y crianza, a veces alejadas varias decenas de kilómetros del lek, aunque en general parece que lo hacen a distancias inferiores a los 2 kilómetros. Si todo sale bien sacarán adelante entre uno y tres polluelos, entre los que habrá una gran mortalidad durante el período estival.

Al concluir el presente celo, ya está la próxima primavera en mi mente, y no puedo evitar pensar en qué medida la nueva reconversión en regadío de buena parte de esta comarca podrá destruir o no este lek, o si se salvará por avatares del azar. El tiempo nos lo dirá.

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