No pudo ser, pero no pasa nada, esta me satisfizo igualmente y con eso me quedo, pues estar allí viendo esta escena ya constituyó suficiente premio para mí. Al fin y al cabo, la vida natural está repleta de instantes así, y yo tuve la fortuna de formar parte de uno de ellos. ¿Se puede pedir algo más? Sinceramente, yo creo que no.
1 de febrero de 2024
La silueta
En mi última entrada de enero hacía un recordatorio de lo que ganarían en calidad las fotos de aquel atardecer maravilloso si una figura animal se hubiera recortado en el horizonte encendido. La fortuna no quiso complacerme entonces, pero me compensó tiempo después, con otras luces y, esta vez sí, con la silueta de una cierva (Cervus elaphus) perfilada en el horizonte. Apenas asomó unos segundos en aquel punto de la ladera, emergió de la nada, dio unos bocados a las herbáceas que habría por el suelo y desapareció en el negro de la ladera. Me permitió componer rápidamente un encuadre y disparar. Y ya está, se acabó. Al menos el azar se puso de mi lado esta vez por unos instantes fugaces y, levantando la cabeza, me permitió siluetearla con una pose bonita, distinta a la habitual mientras pastan, con la cabeza agachada. Sus grandes orejotas, su hocico, su cuerpo esbelto y sus cuatro patas se recortan contra un cielo "panza-burro" (blanco zaino que me decía otro fotógrafo de fauna) que, medio a contraluz, contrasta lo suficiente para sacarle algo de partido en blanco y negro. Un ciervito macho a su lado con una cuerna guapa hubiera estado muy bien, o uno de esos cielos incendiados.
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