Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.
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28 de junio de 2014

Pintura de guerra

Su mirada se nos clava como un puñal y nos observa cuando pasamos a su lado, como si fuéramos sombras negras, indiferentes, sumergidos en nuestros pensamientos y en nuestros propios mundos. Permanece quieta, inmóvil, observando a una sociedad construida demasiadas veces con violencia. La violencia ejercida sobre los más débiles y consentida tantas veces por el conjunto de esa comunidad que mira para otro lado y que piensa que lo que ocurre de puertas para adentro no es asunto suyo. Violencia silenciosa, oculta, desapercibida para el que no quiere ver. Hay que ponerse pintura de guerra y declarar la intolerancia total, rotunda, absoluta, al abuso y a la violencia física y sicológica sobre los más vulnerables. Tolerancia cero también con la indiferencia y la indolencia de esa sociedad que mira para otro lado.



25 de junio de 2014

Fachadas

Segunda parte dedicada al barrio del Oeste, en donde gentes y miradas nos observan desde sus paredes; en donde personajes extraños y tribus de hombrecillos negros camuflan ventanas y puertas; allí donde crecen bosques en blanco y negro, con ramas que se retuercen como en una pesadilla soñada.






 



23 de junio de 2014

Garajes

El barrio se mueve. El Oeste rezuma vida, cotidiana, diaria, rutinaria y de barrio. Sí, vida de barrio, de ese barrio y de esa vida que algunos añoran en sus chalets, en sus urbanizaciones y en los recuerdos de sus infancias. Grafiteros, artistas, propietarios de fachadas, de garajes, comunidades de vecinos, todos se mueven y dinamizan un barrio inquieto y vivo. Universos personales se plasman con sprays de colores, particulares, introspectivos, creativos. Las conversaciones y los pareceres giran alrededor del arte urbano que invade sus calles, del arte callejero. A veces arte con mayúsculas, sobresaliente. Opiniones contradictorias a veces. Las vecinas charlan en las aceras, con las bolsas de la compra en la mano. Los paisanos en el bar de toda la vida. Los taxistas en su parada. Arte para todos los gustos. Arte para todos, finalmente.

Como un arrebato contra la homogeneidad, el barrio del Oeste grita a través de los colores que él es como es, diferente a los demás en su similitud. Sus gentes así lo han decidido, y para probarlo, aquí una primera muestra. Habrá más, de momento os dejo con una pequeña selección de algunos de sus garajes. Disfrutarla.










28 de marzo de 2014

La vieja fábrica de harinas

Aparco cerca de la esclusa y apago el motor en este rincón apartado de las miradas de todos, lejos de cualquier pueblo y rodeado de campos de cereal. Un tractor destartalado y su ronroneo pasan por el camino empolvando el paisaje reseco en este día de invierno. Yo me quedo en el asiento y comienzo a picar algo de comer mientras observo lo que me rodea. La mayoría de los que hasta aquí llegan miran y caminan junto al canal, pero a mí la vista se me escapa al viejo edificio de ladrillo, quizás de finales del XVIII o principios del XIX. Destartalado, vacío, arruinado. Las palomas entran y salen por sus ventanas huecas, y un nido de cigüeña se ha encaramado en lo alto de uno de sus muros, con la cubierta del tejado medio hundida. "Peligro, No Pasar" reza un cartel clavado en una puerta. Las ventanas inferiores permanecen tapiadas de ladrillo moderno y cemento. Los viejos farolillos de chapa agonizan sin bombillas, oxidados, con un cableado que no llega a ningún sitio. Todo muerto y olvidado. La vieja fábrica de harinas no sale en las fotos del turista. Está ahí, molestando, estorbando a la belleza pausada y amable del agua mansa, verdecina, que se desliza entre la arboleda.



18 de marzo de 2014

Los ojos de Kill Bill

Paseo por los viejos muros de mi ciudad, de esa otra ciudad olvidada que no se parece a la idealizada capital que venden los folletos turísticos y las guías de viajes, pero que, sin duda, es más palpitante, mucho más viva que la de esos museos y monumentos engominados en los que todo está prohibido y encorsetado: no puedes tocar, no puedes hacer fotos, no puedes entrar si no pagas, tu perro se ha de quedar fuera, las cámaras te vigilan, cordoncitos de bonito color rojo te menosprecian el paso y carteles de No Pasar aparecen por doquier; monumentos muertos en donde te ven, en definitiva, o con cara de dolar, o con cara de delincuente. Paseo, pues, por esos otros rincones desheredados pero vitales y encuentro numerosas miradas que me observan entre desconchones de pintura y enmohecidos jarreados. Veo algunos personajes conocidos junto a otros que ya conozco solo de pasar junto a ellos una y otra vez, y me detengo delante de su mirada estropeada, de su cara agrietada por el hostigo de las inclemencias, y con los pómulos despellejados por el transcurrir del tiempo. Ella no me mira a mi, lo hace de reojo, como siempre, esperando a quién sabe qué. Quizás, ¿por qué no?, observando a esa otra ciudad adornada e imaginaria, la de la vitrina y el escaparate.

20 de febrero de 2014

El Comevidas

No tiene ni dimensiones concretas ni forma definida. Cambia y muta de aspecto a lo largo y ancho del globo terráqueo, y lo alimentamos nosotros con nuestros actos y nuestra vida. Devora seres humanos y el aliento del planeta que habitamos. Engorda con el dolor y la destrucción, con el sufrimiento y la desolación, con el despilfarro y el holocausto planetario. Lo parimos nosotros cuando nos creímos superiores, cuando nos pensamos a nosotros mismos como propietarios de la tierra que pisábamos y de los seres que por ella deambulábamos. Lo creamos sin pensar, y ahora sin pensar lo alimentamos. Con llantos, lágrimas y sangre. En Kiev, en Alepo o en Sudán del Sur, pero también en nuestros barrios y nuestras ciudades a través de la opulencia de unos cuantos, de la corrupción y de la depravación social de nuestro Estado del Malestar. Sí, el Comevidas carcome nuestra sociedad desde dentro y quizás habite en cada uno de nosotros, engordando con nuestro propio sufrimiento, canibalizándonos, putrefacto, envilecido y desbocado.


29 de enero de 2014

De chintófanos, correlirios y otros seres

Y de gamusimos, cocos, tragaldabas y zamparrones, cojuelos, bús, trasgos, sacamantecas, gruñus, encorujás y demás monstruos de nuestro imaginario.









23 de enero de 2014

Marialva

Tic, tac, tic, tac. Los segundos pasan y forman minutos, horas y días. Y los días se suman en semanas, meses y años. Las manecillas dan vueltas sin cesar recordándonos que el transcurrir del tiempo se creó inexorable y que envejece y transforma la vida que conocemos. Incluso los paisajes cambian y se confunden con el tiempo, las montañas se desmoronan y las selvas mutan en desiertos. Morimos los seres vivos y sucumben los pueblos. Piedra a piedra los muros se derrumban, las vigas se desploman y desaparecen los objetos. Se vacían las calles y las plazuelas, las casas y los corrales, los silos y los templos. Sus habitantes se marcharon o murieron. Emigraron. Abandonaron el lugar decrépito, se trasladaron fuera de las murallas, dejando intramuros un pesado vacío en el hogar donde crecieron, hermoso en su decadencia, marchito en el crepúsculo donde, en su postrera expiración, fenecieron. Ya no escucharemos arengas a los vecinos alrededor del pelourinho convocados, ni oiremos el cacareo de las gallinas ni los ladridos de los perros por sus calles husmeando; tampoco el chirriar de los carros puliendo el empedrado de granito en surcos paralelos. En su lugar, el turista caminará por entre casuchas derruidas al abrigo del silencio, esforzándose en imaginar cómo de dura era la existencia en la frontera del Côa frente al reino de León, mil años atrás. Mil años, se dice pronto, con sus meses y sus días, con sus horas, sus minutos y segundos. Tic, tac, tic tac, con esos segundos que, irremediablemente, se siguen deslizando entre las raíces del mundo que conocemos.