Ante esta realidad y como todos sabemos, el germen de una
revolución pacífica nace el 15 de
mayo de hace ahora un año, fruto del hastío y del cansancio de una sociedad apartada
de la toma de decisiones, harta de ser sumisa, y enarbolando la filosofía de
Stéphane Hessel. En el resto del mundo se toma el testigo y, al igual que hizo
la Primavera Árabe, se advirtió a los gobiernos que el pueblo exige un cambio
profundo en esta sociedad corrupta, y que él quiere participar de ese cambio.
15 de mayo de 2012
Mayo día 15, o el punto de inflexión
Ayer, mientras circulaba en mi coche de regreso a casa,
escuchaba al contertulio de un programa de radio indignado mientras denunciaba
el engaño sufrido por muchos clientes de un banco a los que este les había
endosado los famosos bonos preferentes. A ello otro colega de la mesa redonda, replicaba
que “debían haberse asesorado”,
descargando así la responsabilidad en las víctimas. Mientras escuchaba atónito el
debate, me preguntaba qué era más patético y detestable, si la respuesta del
segundo interlocutor que menospreciaba así el sufrimiento de las víctimas y que,
además, representa el modus operandi de aquellos que de una forma u otra aprovechan
en su beneficio el gran poder que ostentan sobre el pueblo, o si el hecho real
y palpable de que vivimos en una sociedad cruel e injusta en la que el más fuerte oprime y suprime
al más débil, en la que la miseria de los pobres no inhibe la voracidad de los
acaudalados y en donde los poderosos se hacen más poderosos a costa de arruinar
engañando a los más desfavorecidos.
Para los responsables de
la situación que actualmente atravesamos, agencias de calificación, políticos trajeados
y amplia sonrisa, patronales, sectores financieros, especuladores y corruptos, somos
sólo números, estadísticas y gráficos. De muchos de ellos conocemos sus caras y
sus nombres, de otros no. Pero no importa, son todos iguales, clones de la
misma codicia.
13 de mayo de 2012
Érase una vez un lugar
Érase una vez un lugar remoto y escondido en el que vivía
una comunidad, sin lugar a dudas especial, formada por amigos de diferentes
ciudades y pueblos. Un lugar común. Un lugar de encuentro. El lugar perfecto.
Extremeños y salmantinos nos juntábamos cada fin de semana
en aquel rincón olvidado; secreto y desconocido excepto para nosotros, los
locales. Gentes de Plasencia, Cáceres, Cabezuela, Zafra, Salamanca o
Candelario. Del Placentino, del Valcorchero, del Monfragüe, del Candelariense o
del Grupo Salmantino de Montaña, clubes todos ellos amigos y hermanos. Cada uno
con sus mochilas, motivaciones y sueños, los escaladores y montañeros de mis
recuerdos formábamos una entrañable comunidad, ahora irrepetible en este mundo
globalizado. Cada fin de semana del invierno o del verano nos reencontrábamos y
se renovaba aquella pequeña sociedad, y durante dos días vivíamos, escalábamos,
pateábamos y soñábamos viajes y montañas. El domingo por la tarde la hermandad
se desvanecía y aquel lugar perfecto quedaba de nuevo solitario durante los
siguientes cinco días, silencioso hasta que la llegada de un nuevo viernes aceleraba
las prisas por abandonar la jungla atroz de la ciudad y regresábamos de nuevo a
aquel hoyo glaciar que era nuestra casa.
Cuando ahora regreso al que fue mi hogar y mi escuela, lo
reconozco de la misma manera que el emigrante que dejó su aldea siendo un niño la
reconoce en los cambios y en la transformación. Ahora mucha gente conoce el
lugar pero pasa de largo; algunos incluso vivaquean y escalan en él, igual que
lo hacíamos en los 80 y 90; aparece en las revistas y en los libros, y por
supuesto en la red que lo democratiza todo. Pero ahora, cuando yo camino por
entre sus bloques de piedra y levanto la cabeza para mirar sus paredes negras, siento
que algo no encaja, que falla algo en aquel escenario maravilloso, y me embarga
la sensación de que ha mutado, mientras respiro un ambiente aséptico e
impersonal. Siento que hay algo que lo hace distinto. Diferente. Extraño. Será
que ya no veo aquella comunidad de amigos cuyas voces aún parecen rebotar en
mis oídos mientras escalaban cada fin de semana las negras paredes de aquel
lugar.
Aquel lugar se llama Hoya Moros.
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3 de mayo de 2012
Siguiendo las nubes, buscando recuerdos
Una persona que yo conocía insistía en que ella no
necesitaba tomar fotografías porque todo lo que mereciera la pena ser recordado
lo guardaba en su cabeza.
Yo, mientras persigo la luz y sigo las nubes, voy buscando
lo que serán mis recuerdos en el futuro. A cada disparo guardado, me enriquezco
en imágenes que son retazos de historias, momentos fugaces como flashazos de mi
vida.
¿Cómo recordar, si no, la luz?, ¿cómo hacerlo con el tono de
un color?, ¿con un cielo, con una nube?. ¿Cómo recordar de otra forma un paisaje
cuajado de nubarrones caprichosos y cambiantes?. ¿Cómo recordar un instante?. ¿Y
como no olvidar otros muchos?
Una fotografía es la llave que abre tu memoria cuando buscas
recuerdos de tu vida en los que algo más formó parte de ti, quizás una luz o el
tono de un color. A través de las fotografías conectas con tu pasado y con lo
que viste. Pero también con lo que fuiste.
La semana pasada me preguntaban cuál era mi posesión más
preciada. Yo les respondía que mis álbums de fotos, en ellos guardo mis
recuerdos y a través de sus transparencias enmarcadas recupero esos instantes efímeros
de mi pasado.
Recupero lo imposible, la luz.
Castillo de Belvis de Monroy. Cáceres.
Faro de Saint Mathiu, en la Bretaña francesa.
Castillo de Chambord. Valle del Loira. Francia.
Palacio de Versalles. Francia.
Ermita del Viso. Monterrubio de la Armuña. Salamanca.
Alpes de las Dolomitas. Italia.
Valdesangil. Sierra de Béjar. Salamanca.
Encinar en La Orbada. Salamanca.
Dehesa de robles en Herguijuela del Campo. Salamanca.
Antiguas fincas anegadas por el embalse de La Almendra. Monleras. Salamanca.
Campos de cereales en Villares de la Reina. Salamanca.
Cortinas de agua de una tormenta veraniega en Carpiobernardo. Salamanca.
Arcoiris en la comarca de La Armuña. Salamanca.
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25 de abril de 2012
Persiguiendo el cielo, siguiendo las nubes
La gente se me queda mirando un desapacible y nublado día de
abril:
Monsaraz, Alentejo, Portugal.
Canon EOS 7D. Objetivo EF 24-70 / 2.8 L USM. F/9 - 1/100 sg. 100 ISO. Manual
Crómlech de Xerez, Telheiro, Reguengos de Monsaraz, Alentejo, Portugal.
-¿Qué hace ese tío ahí
con el trípode y la cámara sin hacer nada?, lleva más de media hora en esa
esquina parado, de pie, viendo las nubes pasar.
Sin hacer nada, dicen. Dicen los que, como las nubes, pasan
de largo, cuando en realidad sí que hago algo: ¡espero!.
Espero ese momento mágico en el que el sol, un rayo suyo, uno
sólo, sale por el resquicio de unas nubes, antes oscuras, macizas y densas, y
ahora deshilachadas en flecos caprichosos. Espero. Simplemente, pacientemente. Espero
mi recompensa.
De pronto el hueco se abre, el rayo penetra y me ilumina la
escena. Las prisas se suceden, pues quizás mi luz sólo dure dos, tres, cinco
segundos antes de que el velo se cierre y una sombra plana envuelva de nuevo el
lugar. Sin tiempo para medir la cambiante intensidad de la luz, disparo varios
fotogramas a distintas velocidades y aseguro la foto. Con suerte, si el claro
en el cielo dura unos minutos, me da tiempo a correr apresuradamente hasta un
nuevo emplazamiento -ya estudiado previamente- para encuadrar de forma distinta
el mismo rincón. Así hasta que el nubarrón se cierra definitivamente. Si has “exprimido”
el lugar, te marchas a buscar el siguiente escenario. De lo contrario, sigues esperando.
Y esperas mientras la gente sigue pasando extrañada:
-¿Pero qué hace ese?,
parece que esté viendo las nubes pasar.
Canon EOS 7D. Objetivo EF 24-70 / 2.8 L USM. F/10 - 1/80 sg. 100 ISO. Manual
Castillo de Alburquerque, Badajoz. Extremadura, España.
Canon EOS 7D. Objetivo EF 24-70 / 2.8 L USM. F/14 - 1/40 sg. 100 ISO. Manual
Coria, Cáceres, Extremadura, España.
Canon EOS 7D. Objetivo EF 24-70 / 2.8 L USM. F/13 - 1/60 sg. 100 ISO. Manual
Granadilla, Cáceres, Extremadura. España.
Canon EOS 7D. Objetivo EF 24-70 / 2.8 L USM. F/11 - 1/40 sg. 100 ISO. Manual
Ermita de San Frutos, Parque Natural de las Hoces del Duratón, Segovia, Castilla y León, España.
Canon EOS 7D. Objetivo EF 17-40 / 2.8 L USM. F/8 - 1/100 sg. 100 ISO. Manual
Pedraza, Segovia, Castilla y León, España.
Canon EOS 7D. Objetivo EF 17-40 / 2.8 L USM. F/8 - 1/160 sg. 100 ISO. Manual
Las fotos que acompañan esta entrada están obtenidas a lo largo de dos viajes realizados durante el presente mes de abril. Dos salidas en las que el paso de diversas borrascas han encapotado y oscurecido el cielo, además de humedecido algo nuestros campos. Algunos fotógrafos se desesperan al ver que el pronóstico del tiempo anuncia la llegada de un nuevo frente de bajas presiones cuando todavía no ha acabado de marcharse el anterior. Sin embargo, estos, generalmente cuando llegan o cuando se retiran, pueden representar la diferencia entre una fotografía normal, con un clásico cielo azul, y una bonita imagen, con una atmósfera especial, a veces extraordinaria, dramática. Por supuesto, estar en el lugar adecuado con una gran dosis de perseverancia no será siempre sinónimo de regresar a casa con una gran foto; pero habrá otras raras oportunidades en las que tu persistencia sí obtendrá su premio y tu instantánea tendrá un valor añadido. Esos días inestables de otoño o primavera, así como las tormentosas tardes estivales, son sin duda momentos clave en los que bien merece la pena colgarse la cámara al cuello, armarse con mucha, mucha paciencia, y caminar bajo el cielo encapotado en busca de un instante mágico. Quizás los hados te sean propicios y abran un claro en el oscuro nubarrón. Quizás incluso lo hagan a esa hora dulce en la que el declinar del sol calienta los colores del orto o del ocaso. Habrá merecido la pena y entonces obtendrás tu compensación.
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16 de abril de 2012
Crómlech
El sol está cerca de asomar por la línea del horizonte. Ha llovido por la noche y de los árboles gotea aún el agua. Todo está húmedo.
Camino por la dehesa de alcornoques hasta la agrupación de
piedras que conforman el cromlech de Los Almendros, y me sitúo a esperar sobre
la parte superior de la suave inclinación en la que se encuentran. Las grandes
rocas circunscriben una gran superficie de forma oval que mira inmutable al
este desde hace 7000 años. Espero y dejo pasar los minutos mientras la
primavera incipiente llena estos instantes previos de cantos y trinos. Se
despunta por fin en esta mañana húmeda de abril la parte superior de esa bola
incandescente del astro rey al que llamamos “sol” y el primer rayo de su luz
vivificante alcanza las piedras superiores, firmes, como un ejército de mágicos
seres cubiertos de líquenes. Mi mente se evade e intento imaginar sin
conseguirlo la escena que una mañana, igual a esta pero de hace siete milenios,
se debía suceder en este mismo lugar.
Siete mil años atrás.
El Cromlech de Los Almendros se sitúa próximo al pequeño
pueblo portugués de Guadalupe, al oeste de Êvora. Pasa por ser el mayor
yacimiento megalítico de la península ibérica y uno de los más antiguos de la
humanidad; Stonehenge, por ejemplo, está datado en unos 5000 años, o los alineamientos de Carnac en unos
6000. Este crómlech está compuesto por casi un centenar de monolitos o menhires, que originariamente
debían estar dispuestos en forma de herradura, abierta hacia la salida del sol.
La disposición de algunas de sus piedras parece sugerir la teoría de su relación
con el sol y la luna durante los solsticios y equinoccios, aunque de momento es sólo una teoría.
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