Salgo de mi casa y me voy al patio de atrás. Hacia él me arrastra el lienzo amarillo que lo tapiza por completo, como un cuadro neoimpresionista elaborado a base de infinitos puntitos de color limón, como un paisaje puntillista que hubiera ocupado a su autor una vida completa. Me cuelo en el cuadro, aún fresco con las gotitas del rocío nocturno chispeando sobre la hierba y mojándome las zapatillas deportivas. A medida que el sol va ganado altura por la mañana, el perfume de las flores lo envuelve todo, cada vez con más intensidad. Paseo desde un extremo a otro del cuadro, de mi patio, acariciando las infinitas matas de Brassica barrelieri, conocida con los sugerentes nombres de pimpájaro o amargo amarillo. Camino procurando no pisar las plantas. Los pantalones vaqueros se me pintan de polen. Un grupo de mitos revolotea entre las ramas bajas de los fresnos y me saludan, mientras alguien da su paseo matutino con el perro.
Bajo los cálidos rayos de la primavera, yo me adentro en su color y buceo en amarillo.
19 de abril de 2013
15 de abril de 2013
Naturaleza muerta
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13 de abril de 2013
Quemando kilómetros
Presiono un botón del lector de Cds y apago la música, quedándonos en silencio en el interior oscuro de la cabina de nuestra camper. Los críos atrás se han dormido hace mucho rato ya, y nosotros vamos conduciendo cansados tras haber pateado durante buena parte de la jornada casi una veintena de kilómetros de monte con sus más de setecientos metros de desnivel. Conducimos ahora casi en silencio, casi sin cruzar palabra. Yo escucho el sonido monótono del vehículo sobre el asfalto, el rodar del caucho sobre la superficie lisa de la cinta gris de la autovía. Me sumerjo en el zumbido sordo de nuestro propio circular sobre la brea, y en el del viento al chocar violentamente contra la carrocería. Veo pasar luces y reflejos.
Mientras ella conduce, yo disparo con la cámara a los carteles, a los cruces, a los vehículos que nos adelantan o adelantamos, a las gasolineras, a los pueblos lejanos, a los bolardos de plástico verde de las desviaciones y salidas. Apunto, varío manual y velozmente tanto la distancia focal del zoom como el enfoque según se acercan a gran velocidad flechas pintadas de reflectante blanco sobre la carretera, y aprieto el botón disparador sobre ellas sin pensarlo, pues un par de segundos después ya las habremos engullido bajo el vehículo. Espero a las siguientes flechas que se intuyen apareciendo como fantasmas del fondo negro. Y pasan así los kilómetros. Y pasan así los minutos. Y pasan las horas desde que dejáramos la pista de tierra tres provincias más atrás. Aparecen delante nuevas luces y destellos, pasan y se pierden a nuestra espalda en la oscuridad de la noche.
Y nosotros seguimos quemando kilómetros.
Mientras ella conduce, yo disparo con la cámara a los carteles, a los cruces, a los vehículos que nos adelantan o adelantamos, a las gasolineras, a los pueblos lejanos, a los bolardos de plástico verde de las desviaciones y salidas. Apunto, varío manual y velozmente tanto la distancia focal del zoom como el enfoque según se acercan a gran velocidad flechas pintadas de reflectante blanco sobre la carretera, y aprieto el botón disparador sobre ellas sin pensarlo, pues un par de segundos después ya las habremos engullido bajo el vehículo. Espero a las siguientes flechas que se intuyen apareciendo como fantasmas del fondo negro. Y pasan así los kilómetros. Y pasan así los minutos. Y pasan las horas desde que dejáramos la pista de tierra tres provincias más atrás. Aparecen delante nuevas luces y destellos, pasan y se pierden a nuestra espalda en la oscuridad de la noche.
Y nosotros seguimos quemando kilómetros.
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9 de abril de 2013
Caminando
Camino porque lo necesito. Porque caminando veo más allá de lo cotidiano. Porque siento la tierra bajo mis pies y el aire en la cara. Porque aprendo de lo que me rodea. Porque me gusta partir hacia alguna parte. Porque me deleita observar, siempre un poco más allá. Porque puedo alcanzar lugares a los que, por fortuna, aún hoy en día solo se puede llegar andando con esfuerzo. Porque puedo compartir la senda con otros caminantes. Porque me ayuda a conocerme y crezco. Porque me da paz. Porque me hace ser más humilde que en la ciudad.
Camino porque caminar forma parte esencial del ser humano, de ese ser nómada y vagabundo que un día se irguió sobre dos piernas y partió de África arrastrado por la necesidad de ver más allá de lo cotidiano, de sentir la tierra bajo sus pies y de aprender de lo que le rodeaba, embriagado por observar siempre un poco más allá.
Un paso. Y otro paso. Y otro paso más. Caminar. Caminar. Caminar. Nuestras vidas no son si no caminos, y yo no pienso detenerme en el mío. Por eso camino.
Camino porque caminar forma parte esencial del ser humano, de ese ser nómada y vagabundo que un día se irguió sobre dos piernas y partió de África arrastrado por la necesidad de ver más allá de lo cotidiano, de sentir la tierra bajo sus pies y de aprender de lo que le rodeaba, embriagado por observar siempre un poco más allá.
Un paso. Y otro paso. Y otro paso más. Caminar. Caminar. Caminar. Nuestras vidas no son si no caminos, y yo no pienso detenerme en el mío. Por eso camino.
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8 de abril de 2013
Regeneración
Camino por el bosque una soleada mañana de comienzos de primavera. Como el duro claroscuro de la fronda no facilita la fotografía general del follaje que me rodea, me olvido de la globalidad y me centro en el detalle buscando, por ejemplo, texturas, acentuadas, ahora sí, por la fuerte luz de los rayos solares. Busco lo minúsculo, lo ínfimo que el monte tenga a bien mostrarme, o que yo sea capaz de percibir. Mi mirada escanea el suelo buscando, acuclillado sobre la alfombra de hojarasca. Apoyo las yemas de mis dedos sobre el tapiz mullido de lo que un día fueron verdes hojas de castaño, ahora secas, consumidas por el paso del tiempo y las inclemencias, por las heladas, las lluvias y el sol. Machacadas y erosionadas por el paso de las pezuñas de los ungulados, de los pies almohadillados de los carnívoros y de las botas de los paseantes; consumidas por pequeños organismos vivos que las han ido desintegrando. Reintegrando al propio suelo. Las puntas de mis dedos las acarician, las recojo y a contraluz descubro sus más mínimos rasgos. Sus nervios, sus simetrías, sus bordes aserrados, sus decoloraciones. Me arrodillo sin prisas y fotografío reiteradamente la hojarasca reseca y desgastada, sintiendo que me llevo a casa una parte fundamental del bosque, su propia autoregeneración. Su esencia: se muere para que continúe la vida.
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