Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.

7 de mayo de 2013

Ver Gredos desde fuera

Gredos es un lugar recurrente para nosotros. En él (y en la sierra de Béjar) hemos crecido como montañeros. Habituados a verlo desde dentro, siempre resulta atractivo verlo desde fuera. Sin embargo, en esta ocasión no fue una salida programada por nosotros, no. Esta vez ha sido idea de nuestros hijos. Hacía tiempo que venían reclamándonos el organizarnos ellos a nosotros una salida. Ellos se encargarían de buscar el sitio, la ruta, el inicio,... Al final, por cuestiones de estudios, sólo el pequeño se dedicó a buscar información por Internet. Nuestra única premisa fue que debía ser a un lugar cercano, pues solo disponíamos del domingo, lo que limitaba su búsqueda a los Arribes del Duero y sierras de Gata, Francia, Béjar o Gredos. Buscando, buscando, localizó estos pueblos, alguna excursión que los unía y viendo fotografías dijo por fin: Zapardiel de la Rivera. De allí a Navasequilla por un camino y de allí a Ortigosa por otro. Y concretó desniveles y distancias.

Parte del resultado de tan curiosa jornada son estas fotografías. No llegamos a Ortigosa, los caminos fueron muy enrevesados o estaban perdidos para él. Sin indicaciones suficientes, ni mapas, ni GPS, ni referencias, fue toda una experiencia a repetir. Para nosotros y para ellos. El día nos regaló, además, un cielo de ensueño, con nubes que dieron volumen a las gargantas, paisajes suaves que contrastaban con la visión agreste del macizo central de Gredos, aún con bastante nieve, praderas encharcadas por donde no vimos a nadie y siempre acompañados por la banda sonora de decenas de pajarillos reventando a cantar en esta primavera incipiente.













6 de mayo de 2013

Una tarde como otra cualquiera

Llevamos los tres en silencio más de dos horas de espera tranquila, viendo y disfrutando los excesos aéreos de los milanos, que no llegan a posarse y que parecen querer restregárnoslo no dejando de dar pasadas por encima nuestro. Aparte de esto, la tarde está aburrida, y parece llevar la misma tónica que las dos sesiones anteriores, cuando las tarjetas de las cámaras se volvieron a casa vacías, sin más fotos que las que fuimos realizando para comprobar iluminaciones y equilibrar los parámetros del disparo. Ni una brisa de aire; calma chicha que diría un marinero. Cuando ya empezamos a desesperar comienza bruscamente a sonar el aire unas decenas de metros sobre nuestras cabezas. Miro por las ventanucas laterales de mi escondrijo y ... no se mueve ni una rama, ni una hierba, y las telas de camuflaje penden ligeras sin el más mínimo vaivén. El sonido del aire, por el contrario, se hace más y más intenso por momentos, a la vez que desciende y se nos acerca. Miramos hacia arriba y de pronto uno de los compañeros ve asomar en lo alto unas garras con dedos toscos. Ya están aquí. Ya han llegado. Empiezan a caer del cielo como caza-bombarderos uno, dos, tres, cuatro buitres leonados (Gyps fulvus). Y cuatro más. Y otras cuatro docenas más al momento. En pocos instantes la algarabía que forman alrededor de sesenta o setenta ejemplares nos desborda. Nos sorprende sobre todo la hora en la que han bajado, pues no suelen hacerlo tan tarde. Son ya cerca de las ocho. Nos regocijamos disparando por fin las primeras fotos después de tres días, al tiempo que nos frotamos mentalmente las manos viendo el reloj, pues sabemos que, salvo desastre, permanecerán delante nuestro hasta la hora mágica del atardecer, dando paso además a milanos reales y negros, con  las mejores luces de esta limpia tarde de primavera.

Quince minutos después nos vamos relajando y vamos siendo más selectivos en los disparos, pensando en lo afortunados que vamos a ser dentro de media hora.

De pronto ... el desastre ocurre. Todos al unísono levantan el vuelo, asustados por ... ¿por qué?

Se van. Se han posado a unos cien metros de distancia como si fueran un rebaño de ovejas, en la parte alta de una loma cercana. Esperamos ansiosos a que regresen. ¡Por favor, por favor, ahora no! nos repetimos por dentro, mientras nos mordemos los labios por fuera. Los minutos pasan, la luz cálida de la tarde continúa  mejorando por momentos y ... ellos se van definitivamente.

¿Qué diablos ha pasado? Buscamos por un lado y por otro. Nosotros no hemos podido ser. De pronto oímos unas voces y comprendemos todo. Luego dos portazos, un motor y una furgoneta que pasa por detrás de nuestra posición, a no mucha distancia.

A veces, amigos, la suerte "casi" se alía con nosotros. Habrá que seguir insistiendo para conseguir esas luces de atardecer que nos ofrezcan la oportunidad de hacer la foto imaginada.













29 de abril de 2013

Abstracto

Abstracto desde mi ventana.

Cuando menos se lo espera uno la naturaleza te da una sorpresa, incluso en la ciudad. Como ya muchos sabréis tengo la fortuna de vivir junto al río Tormes, que me da paz y sosiego cuando entre semana no me puedo escapar a mis campos, a "bichear", a caminar, a mirar, a aprender, a disfrutar. Esta mañana, el retazo de naturaleza que tengo delante se me presentó diferente por unos escasos minutos, fugaces momentos en el que la nariz se me pegó al cristal, por unos instantes en los que abrí la ventana de par en par y dejé entrar aire fresco y copos de nieve como no hemos visto en todo el invierno, aquí abajo, en la llanura. Unos fugaces instantes en los que la cámara intentó inmortalizar el momento, transformando la realidad en una suerte de cuadro abstracto desde mi ventana.



28 de abril de 2013

21.097 metros

Media maratón de Ciudad Rodrigo, esta mañana. Seiscientos participantes. 4º C de temperatura en el momento de la salida. Buena organización y mejor ambiente. Huevos fritos, farinato, paella y mucho más. Mi personal visión de la carrera. Movimiento. Un gran esfuerzo, mucha motivación, más entrenamiento y obstinación están detrás de cada cara de sufrimiento, de cada zancada.











27 de abril de 2013

Siempre Gredos

Cerca de novecientos disparos en no más de seis horas. A veces en ráfaga de alta velocidad. A veces con un flash externo. Retrocede. Vuelve. Sube de nuevo. Baja otra vez. Puedes seguir. Apoyo las rodillas en la nieve y me dejo caer a todo lo largo sobre la misma para obtener contrapicados. Con la cámara a ras de suelo, ven caminando hacia ella. Pasa justo por aquí. Clavo los codos en la nieve y disparo sin parar. Me subo a lo alto de una piedra y busco picados. Bueno, ahora vamos a sustituir el rojo por el naranja, y cambia el gorro también. Saco el trípode mientras descansamos y tiro unos detalles a esto o aquello. Estas con profundidad de campo. Estas sin ella.




Trabajar una sesión de modo específico siempre es provechoso. Es la manera de obtener resultados que con seguridad compensen la salida. Esto no se puede hacer cuando sales con tus colegas a caminar. Al día siguiente, con calma, tras la selección se salvarán de la quema no más de trescientas cincuenta imágenes. Parecidas, sí, muchas de ellas, pero todas distintas. Unas pueden ser utilizadas en exclusiva por una agencia, otras por una editorial para un sólo uso. Verticales, horizontales. Con "aire" por encima o en un lateral, para dejar espacio al encabezamiento y la entradilla de un artículo.




Caminar por Gredos sin gente es algo que solo se puede hacer en días de diario. Y si poderlo disfrutar vacío es, sin lugar a dudas, un privilegio, poder trabajar en estas circunstancias se convierte en una ventaja añadida. Cuando, además, lo haces con alguien que sabe lo que buscas todo se vuelve perfecto, pues lo hace sencillo y agradable.

Caminamos despacio, la media maratón que mi compañera correrá en breves fechas no aconseja darse ninguna paliza ahora. Queremos subir a uno de los mejores miradores de la sierra, el sencillo, asequible y siempre espléndido Morezón. Y para ello rodearemos sin complicaciones por el Puerto de Candeleda y Navasomera. Relajadamente, de paseo, vamos avanzando por entre praderías encharcadas de agua procedente del deshielo, hasta alcanzar los primeros manchones de nieve que dan paso a una homogénea sábana blanca. Subimos. Pisamos, pues, la piel de ese Gredos que, con las vestiduras plateadas del invierno ya muy rasgadas, nos ha visto pasar tantas veces. Ese, nuestro Gredos.