Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.

27 de abril de 2013

Siempre Gredos

Cerca de novecientos disparos en no más de seis horas. A veces en ráfaga de alta velocidad. A veces con un flash externo. Retrocede. Vuelve. Sube de nuevo. Baja otra vez. Puedes seguir. Apoyo las rodillas en la nieve y me dejo caer a todo lo largo sobre la misma para obtener contrapicados. Con la cámara a ras de suelo, ven caminando hacia ella. Pasa justo por aquí. Clavo los codos en la nieve y disparo sin parar. Me subo a lo alto de una piedra y busco picados. Bueno, ahora vamos a sustituir el rojo por el naranja, y cambia el gorro también. Saco el trípode mientras descansamos y tiro unos detalles a esto o aquello. Estas con profundidad de campo. Estas sin ella.




Trabajar una sesión de modo específico siempre es provechoso. Es la manera de obtener resultados que con seguridad compensen la salida. Esto no se puede hacer cuando sales con tus colegas a caminar. Al día siguiente, con calma, tras la selección se salvarán de la quema no más de trescientas cincuenta imágenes. Parecidas, sí, muchas de ellas, pero todas distintas. Unas pueden ser utilizadas en exclusiva por una agencia, otras por una editorial para un sólo uso. Verticales, horizontales. Con "aire" por encima o en un lateral, para dejar espacio al encabezamiento y la entradilla de un artículo.




Caminar por Gredos sin gente es algo que solo se puede hacer en días de diario. Y si poderlo disfrutar vacío es, sin lugar a dudas, un privilegio, poder trabajar en estas circunstancias se convierte en una ventaja añadida. Cuando, además, lo haces con alguien que sabe lo que buscas todo se vuelve perfecto, pues lo hace sencillo y agradable.

Caminamos despacio, la media maratón que mi compañera correrá en breves fechas no aconseja darse ninguna paliza ahora. Queremos subir a uno de los mejores miradores de la sierra, el sencillo, asequible y siempre espléndido Morezón. Y para ello rodearemos sin complicaciones por el Puerto de Candeleda y Navasomera. Relajadamente, de paseo, vamos avanzando por entre praderías encharcadas de agua procedente del deshielo, hasta alcanzar los primeros manchones de nieve que dan paso a una homogénea sábana blanca. Subimos. Pisamos, pues, la piel de ese Gredos que, con las vestiduras plateadas del invierno ya muy rasgadas, nos ha visto pasar tantas veces. Ese, nuestro Gredos.









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