Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.

26 de abril de 2014

Contraluces

Amanece junto a la marisma. Nosotros caminamos temprano, en silencio. Los insistentes reclamos de los milanos negros nos advierten de su presencia. Perdices y otros pajarillos no descansan de llamar a la primavera, efervescentes. Las brumas de la primera hora se convierten en vapores amarillos con el contraluz del sol. Las gotas del rocío nocturno centellean en las telas de araña. El camino se presenta solitario y tranquilo, lleno de paz y belleza. Todo parece perfecto. La vida parece merecer la pena.








25 de abril de 2014

El profundo rojo.

Han pasado las horas como si hubieran sido minutos. Del caos ordenado de los cantos rodados, paso por espacios intermedios, de transición, de lodo y limo blandos, y a través de estos, finalmente, alcanzo la orilla, la frontera entre nuestro mundo y el que existe en las aguas rojas. Me planto en el borde, y desde él intento intuir la vida que se esconde más allá del color escarlata, del denso rojo profundo de sus aguas.

Atrás quedaron guijarros redondos y oxidados, y fango cuarteado por las grietas. Delante tengo el hondo vacío de pozas oscuras e inertes, de caozos lúgubres e insondables.

Los ocres y dorados mutan al naranja, y este lo hace al rojo denso, como si de la sangre derramada en una batalla cruel, feroz y encarnizada se tratara. Quedo hipnotizado en la orilla cobriza y sanguinaria, magnetizado en pos de un detalle que atraiga mi curiosidad, de algo que reclame mi atención, escudriñando en busca de nuevos encuadres, persiguiendo otra composición. Y veo manchas de colores cálidos. Y líneas que separan tonos, pigmentos, gamas. Disparo la cámara y me guardo para mi retazos de estas aguas escarlatas, tanto tiempo pensadas y soñadas.













23 de abril de 2014

Espacios de transición

Dejo a un lado mis guijarros herrumbrosos y oxidados y me centro en el fango agrietado, cuarteado por el sol y la evaporación, cargado de sulfuros amarillos, ácidos y letales. Camino con cuidado para no romper la costra superficial y hundirme inesperadamente en este mejunje traicionero y espeso. Aquí puedo pisar; ni se te ocurra hacerlo ahí. Me voy acercando a la orilla a través de espacios de transición, donde quedan impresas las minúsculas huellecitas de insectos y ratoncillos, así como las de los brutos jabalíes y la de una gran serpiente despistada. Busco ahora líneas, fronteras, piezas de un puzzle hecho de barro endurecido, cargado de ocres y amarillos; intensos, densos.

Me voy acercando a través de espacios de transición.










22 de abril de 2014

El orden dentro del caos

Me complazco con la mirada detallada
de los depósitos herrumbrosos y oxidados,
con el desorden de las piedras colocadas,
con el caos de su metódica disposición.

Husmeo mientras camino sobre guijarros compactados,
meditando la siguiente abstracción;
explorando la armonía del contraste, con su pátina cambiante,
el equilibrio de la proporción,
la serenidad en la composición.

Me regalo, pues, con la búsqueda pausada
y su minuciosa reflexión.







20 de abril de 2014

La belleza de pupilas verticales

Camuflada a un lado del camino, la pequeña víbora hocicuda o de lataste, subespecie gaditana (Vipera latastei gaditana), no consigue pasar desapercibida a los ojos de Pablo. Los que hemos pasado de largo volvemos sobre nuestros pasos y nos acercamos.

Los escasos quince centímetros de longitud que medirá este pequeño ejemplar y que el veneno de esta sea el menos tóxico de las tres especies que habitan la Península Ibérica, no la hacen menos agresiva, así que, con prudencia, valoramos su actitud y su reacción antes de comenzar a disparar unas primeras fotos. Finalmente, nuestros objetivos macro, cada vez más próximos a nuestro imprevisto modelo, se interponen entre ella y nosotros unos pocos centímetros de distancia. A través de ellos podemos disfrutar de la mirada fría e hipnotizante, casi autómata y mecánica, de sus grandes ojos vidriosos. Sus pupilas verticales, el inconfundible hocico puntiagudo y la cabeza cubierta por pequeñas escamas en vez de por placas grandes, no dejan lugar a dudas, se trata de una víbora, y su dibujo bien marcado la convierten además en una preciosidad de víbora.