Mucho ha cambiado el caballo desde que el primer Hyracotherium, de unos escasos treinta o cuarenta centímetros de altura, poblara las tierras de Norteamérica en el Eoceno, hace más de cincuenta millones de años. Mucho tiempo después, tras aparecer el primer animal del género equus -es decir el caballo como hoy lo conocemos- hace cinco millones de años y evolucionar en diferentes especies, se extendieron por los campos abiertos de Eurasia al mismo tiempo que desaparecían de aquel lejano continente donde pastó su primer antecesor, sin que se sepan muy bien los motivos, hace ahora unos diez mil años. Tras aquella extinción, el caballo hubo de esperar hasta el mal llamado "descubrimiento" de América por los europeos para volver a galopar en el continente que lo vio nacer.
Siempre fue un animal presa, del que se alimentaron otros predadores incluidos nuestros antepasados y, por supuesto, las manadas de lobos y ocasionalmente los osos, además de smilodones, pumas, etc. allí donde sus áreas de distribución coincidían. Esto explica su carácter extremadamente asustadizo y sus instintivas reacciones ante cualquier objeto o ruido desconocido, o incluso frente a situaciones cotidianas para ellos. Cincuenta millones de años de evolución no se pueden olvidar de un plumazo. Siguiendo ese rastro de su evolución, no fue hasta la Edad del Bronce cuando se comienza a domesticar como animal de trabajo -hasta ese momento sólo había servido como alimento- o, lo que es lo mismo, hace unos cinco mil años, en lo que hoy conocemos como Kazajistán. Nos encontramos, pues, ante un compañero de viaje recién llegado, que conserva aún todos los reflejos instintivos que les permitieron sobrevivir bajo la presión constante de numerosos depredadores. Este nuevo compañero constituyó para el hombre una pieza clave en el desarrollo de su historia en los milenios siguientes, sin la cual los anales de la humanidad hubieran sido completamente distintos a los actuales. Su influencia en el devenir de la humanidad ha sido sin duda muy superior a la de, por ejemplo, nuestro fiel amigo el perro. Animal fuerte de trabajo y carga, revolucionó la forma en la que se desplazaba el ser humano por el territorio, y con ello su poder de expansión y conquista, transformándose de este modo en una herramienta fundamental en la propagación no solo de los imperios y en la capacidad de guerrear, sino también en la facultad de intercambiar ideas y culturas a través de las grandes rutas migratorias, de la interconexión de pueblos vecinos y de la mezcla final de razas y creencias. No sería exagerado afirmar que con él se inició el imparable proceso de globalización del planeta, para lo bueno y para lo malo.
La historia de la humanidad sería ahora muy distinta sin su presencia. Las bestias obedientes, fieles a la vez que rebeldes, tienen aún mucho de Bucéfalo, el caballo a cuyos lomos Alejandro Magno conquistó todo lo conquistable desde Grecia hasta la India.
21 de junio de 2014
19 de junio de 2014
Plumas II
Soy pluma. Magistral invento de la evolución. Con ella dejé de ser reptil y me convertí en ave. Y conquisté el cielo.
Me gustan esas palabras: pluma, cielo. Y me gusta el verbo volar. Y me gusta planear. Y el batir de alas. Vuelo, planeo, aleteo. El aire es mi lugar. La libertad. Sofisticadas, las plumas me permiten volar en silencio si lo preciso en la oscuridad de la noche, o cortar el aire en un picado vertiginoso, o sustentarme liviano y sin esfuerzo en las corrientes térmicas, ligero. Migro con ellas de un lugar a otro del planeta, navegando en el filo del viento, de día o de noche. Con sus diseños vuelo en círculos por encima de las nubes, o regateo las ramas más intrincadas en la espesura de la vegetación, o me sumerjo en las aguas más frías en busca de sustento. Mis plumas me abrigan del afilado cuchillo invernal. Me protegen de la lluvia y me aíslan. Mis plumas me decoran, me exhiben. O me camuflan y me esconden.
La pluma es un regalo de la evolución. Soy afortunado, lo sé.
Ingrávido, vuelo. Planeo.
Me gustan esas palabras: pluma, cielo. Y me gusta el verbo volar. Y me gusta planear. Y el batir de alas. Vuelo, planeo, aleteo. El aire es mi lugar. La libertad. Sofisticadas, las plumas me permiten volar en silencio si lo preciso en la oscuridad de la noche, o cortar el aire en un picado vertiginoso, o sustentarme liviano y sin esfuerzo en las corrientes térmicas, ligero. Migro con ellas de un lugar a otro del planeta, navegando en el filo del viento, de día o de noche. Con sus diseños vuelo en círculos por encima de las nubes, o regateo las ramas más intrincadas en la espesura de la vegetación, o me sumerjo en las aguas más frías en busca de sustento. Mis plumas me abrigan del afilado cuchillo invernal. Me protegen de la lluvia y me aíslan. Mis plumas me decoran, me exhiben. O me camuflan y me esconden.
La pluma es un regalo de la evolución. Soy afortunado, lo sé.
Ingrávido, vuelo. Planeo.
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15 de junio de 2014
Ingenuos adolescentes
El río, adornado todavía con las últimas flores blancas del ranúnculo acuático, serpentea por el campo charro entre viejas encinas y ganado bravo. El viejo talud fluvial que proporciona un toque de diversidad a la ondulada homogeneidad de la dehesa, esconde en su interior el descanso y la tranquilidad de tres cachorros de zorro (Vulpes vulpes) que estos días se despiertan a la vida y al mundo que les rodea. Observan con curiosidad a los pajarillos que se posan cerca de ellos, y a las vacas y terneros que abrevan a escasos metros de su hogar. Se quedan petrificados escuchando el reclamo insistente de un mochuelo, o intentan cazar al vuelo las moscas que les molestan. Juguetean con restos de un espinazo endurecido y se duermen plácidamente al sol de media tarde.
Nos acomodamos Pablo y yo en un rincón enfrente, soportando el calor de esta sofocante tarde de junio. Cubiertos sólo por las redes de camuflaje (para no delatar la ubicación de la madriguera con voluminosos hides, imposibles de recoger con premura si fuera necesario) y ocultos tras el vallado de piedras que cerca a las reses bravas, con las cantimploras entre las patas del trípode, nos disponemos a retratar a estos pequeños adolescentes curiosos. Como en días anteriores, a las cinco de la tarde ya están fuera de la madriguera dos de los cachorros, menos prudentes que su tercer hermano. Es más, después de las pocas observaciones realizadas, tenemos la sensación de poder diferenciar el carácter de los tres zorreznos.
Uno de ellos siempre es el que sale primero tras algún susto. Se tumba tranquilo en la puerta del cubil y se solaza al sol, mordisqueándose las pulgas y cerrando los ojos somnoliento. Solo un tiempo después un segundo hermano asoma su hocico por la boca de la hura y emerge para hacerle compañía. Juegan, se tumban uno junto al otro, o quizás directamente encima el uno del otro, formando una amalgama de patas y orejas. Sin embargo, el tercer cachorro solo aparece muy de cuando en cuando, no permitiéndonos hacer muchas fotografías del grupo al completo. Sus pelajes nuevos y lustrosos, sus caras con trazos aún de la infancia que se les acaba y sus juegos nos alegran la tarde. ¡Qué felicidad! ¡Qué ingenuidad!
Dentro de menos tiempo del que desearían -y del que nosotros desearíamos- se verán forzados a enfrentarse a la dureza de la supervivencia en un entorno especialmente cruel para con su especie. La esperanza de vida de la misma en algunos territorios españoles y según algunos estudios realizados, ronda los dos años. Y como si los hechos quisieran así demostrarlo, en el entorno en el que más me moví yo personalmente durante el año 2013, a lo largo de los meses posteriores al verano encontré dos ejemplares muertos, ya muy resecos por el paso del tiempo pero cuyas dentaduras impolutas hacían adivinar que bien pudiera tratarse de dos de los ejemplares inmaduros nacidos aquella primavera al abrigo de una encina y a no mucha distancia de ambos hallazgos, grupo familiar que yo había tenido la fortuna de observar batiendo los campos todos juntos, como si de una manada de lobos se tratara.
Ahora veo a estos tres mozalbetes jugar juntos, atentos en ocasiones a los clicks de mi cámara y siguiendo a lo suyo, y me invade un sentimiento agridulce, pues a la felicidad que supone poder ser testigo de su comportamiento sin interrumpir su tranquilidad, se contrapone el pesar de imaginar el futuro que les puede deparar el destino, más pronto que tarde.
Espero no ver en las próximas semanas y meses por estos encinares del sur de la provincia los restos de algún zorro, y así tener la esperanza de que mis nuevos tres amigos habrán sabido sobrevivir a su primer año de vida.
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11 de junio de 2014
Plumas arco iris
Como un ave del paraíso, se posa por fin en el posadero el primero de los abejarucos (Merops apiaster) de la tarde y de la temporada para nosotros. Han tardado casi tres horas en decidirse, pues se posaban en todas partes alrededor nuestro menos donde "debían hacerlo", pero finalmente nos regalan un final de tarde inolvidable con su espectacular presencia, precisamente cuando la luz se volvía más atractiva. Como si fueran un pantone o catálogo de colores, se posan frente a nosotros en varias ocasiones y nos permiten observar la fantástica policromía que convierte a esta especie en una de las aves más llamativas y "exóticas" de la península ibérica. Sus evoluciones nos distraen con vuelos rasantes y rápidos, en círculos, capturando todo tipo de insectos voladores, con entregas de alimento de machos a hembras y con sus familiares gorjeos, y consiguen que pasen los minutos inevitablemente rápidos en su compañía. Una vez más, cuando la tarde declina y recogemos todos nuestros bártulos, una amplia sonrisa se dibuja en nuestro semblante: ¡bien, buen comienzo!, ha sido solo una primera toma de contacto y ya estamos deseando volver a tenerlos frente a nuestros objetivos y a disfrutar de la compañía de estos llamativos vecinos vestidos de plumas arco iris.
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