Son tiempos tristes, llenos de telarañas. Lo son cada verano, pero este especialmente, con varios graves incendios que están asolando nuestros campos y nuestras sierras, entre los que a mi me duele muy especialmente el de mi querida sierra de Gata. Pero si por algo son tiempos malos para la conservación de nuestros bosques es, sobre todo, por la puesta en vigor hace escasas semanas de la nueva Ley de Montes que el rodillo del PP ha aprobado y que, de facto, ha dejado literalmente desprotegido más del 50% del territorio nacional frente a la especulación urbanística, ya que a partir de su aprobación todos los suelos forestales se podrán recalificar como "urbanizables" una vez hayan sido incendiados. Esta es solo una de las "perlas" que nos deja esta Ley, duramente criticada desde el principio por los propios colectivos de profesionales que trabajan en la protección y gestión de nuestros montes y que ven limitadas, por ejemplo, sus capacidades de denunciar delitos ambientales, obstaculizando la esencia misma de su labor como garantes de la protección de nuestra naturaleza frente a las agresiones medioambientales. Pero si estos dos cambios respecto de la Ley anterior no fueran ya suficientemente graves, en la recientemente aprobada se contempla, además, la eliminación de la necesidad de contar con planes de gestión de montes privados o públicos que no estén catalogados, lo que abre las puertas a los intereses privados sobre los de interés general de la sociedad, y los especulativos sobre los medioambientales.
Nuestros montes se incendian y algunos se frotan las manos. Los demás lloramos.
9 de agosto de 2015
5 de agosto de 2015
El hueco que dejas en mi almohada
Se tamiza la luz de la mañana por entre las rendijas de las lamas de mi persiana, invadiendo mansamente los recovecos de un dormitorio mudo y ocioso. Termina así una noche más. Termino así otra vigilia más.
Se desvanecen las sombras y la penumbra de nuevo, y la claridad me alcanza insomne y sola, derrotada en la cama, abrazada al hueco que dejaste en mi almohada, aferrada al recuerdo de los caminos sinuosos que dibujaron las yemas de tus dedos, al de tu respiración en mi espalda, al de tu olor en mi cama.
Me invade amarga tu ausencia, que a dentelladas crueles me muerde el sueño y me desvela. Y abrazada a tu recuerdo, vacía y aturdida, veo la luz tamizada de otra mañana por entre las rendijas de las lamas de mi persiana.
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27 de julio de 2015
Mi pequeño dinosaurio
Lo vemos de cerca y no podemos por menos de imaginarnos cómo fue la vida en el planeta cuando este estaba dominado por los dinosaurios. El joven ejemplar de lagarto ocelado (Timon lepidus) se pasea por la rugosa piel de la encina tomando baños de sol y zampándose alguna que otra incauta mosca que tiene a mal (para ella) posarse a su lado. El solitario árbol se encuentra rodeado de un mar de trigo, dorado por los calores del sofocante mes de junio que hace semanas dejamos atrás. Una chicharra nos recuerda con su insistente y machacón canto que la temperatura sigue subiendo y que haríamos bien en buscar una sombra. Yo uso los prismáticos para verlo más de cerca aún y observo sin problema su cabeza, maciza, contundente, de fuertes mandíbulas y mirada seria. Me transporto con la imaginación a aquella época de la vida en la tierra cuando reposo mi mirada en su piel escamosa y sus dedos largos y de uñas afiladas. Mi pequeño dinosaurio, confiado en las virtudes de su camuflaje, se aplasta contra la corteza gris de su casa, se solaza sobre ella y cierra los ojos y dormita. Quizás él también se sepa dinosaurio.
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25 de julio de 2015
Modestia
El viejo Seat 1500 de Félix recorría las carreteras bacheadas del norte de la provincia salmantina. En él viajábamos con despreocupación dos familias del bloque donde residíamos, con destino a unos encinares perdidos para pasar, como muchos otros domingos, una jornada en el campo. Con seguridad iríamos ese día en el vehículo más de los permitidos, pues entre las dos familias sumábamos siete personas. ¡En fin! En un momento dado, el elegante "tanque" se acerca peligrosamente a un pájaro que aparece posado en la carretera y que, al revés de como reaccionaría cualquier ave de un modo natural, no levanta el vuelo cuando nos acercamos. El pequeño animal desaparece bajo el morro del vehículo agazapado contra el asfalto cuando nosotros pasamos justo por encima y ... Miramos para atrás y ahí sigue, aterrorizado. Paramos el vehículo y lo recogemos. Lleva un ala medio colgando, no vuela quizás por el impacto contra otro vehículo que circulara por aquella carreterucha antes que nosotros. El resto del día lo pasé con él. No hacía ni amagos de huir, supongo que por la tensión y el estrés que estaba soportando. Estaba el pobre animal paralizado.
Tras pasar la jornada campera de rigor, regresamos a nuestras casas. Pero con nosotros se vino la pequeña cogujada común (Galerida cristata).
Contra todo pronóstico, el animal se adaptó sin mucho problema y pasó a formar parte de los recuerdos de mi infancia. Pasó semanas y quizás unos pocos meses (mi memoria ya no me da para tanta precisión) en la terraza de mi casa, hasta llegar el invierno. No recuperó nunca la capacidad de volar, pero comía de mi mano sin problema y aún recuerdo como si fuera ayer que al acabar el grano que yo le ofrecía, él picoteaba con insistencia el pequeño lunar que aún se me aprecia en la palma de mi mano diestra.
De plumaje modesto y críptico donde las haya, las cogujadas comunes me traen siempre viejos recuerdos de mi infancia. Siempre lo harán.
Tras pasar la jornada campera de rigor, regresamos a nuestras casas. Pero con nosotros se vino la pequeña cogujada común (Galerida cristata).
Contra todo pronóstico, el animal se adaptó sin mucho problema y pasó a formar parte de los recuerdos de mi infancia. Pasó semanas y quizás unos pocos meses (mi memoria ya no me da para tanta precisión) en la terraza de mi casa, hasta llegar el invierno. No recuperó nunca la capacidad de volar, pero comía de mi mano sin problema y aún recuerdo como si fuera ayer que al acabar el grano que yo le ofrecía, él picoteaba con insistencia el pequeño lunar que aún se me aprecia en la palma de mi mano diestra.
De plumaje modesto y críptico donde las haya, las cogujadas comunes me traen siempre viejos recuerdos de mi infancia. Siempre lo harán.
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22 de julio de 2015
Nuestros punkies
-Jolín, ¿pero cuándo ha crecido ese arbusto tan grande que hay debajo de esa encina? estoy segura que ayer por la tarde no estaba ahí- parece pensar la abubilla (Upupa epops) cada vez que regresa a su posadero habitual, utilizado como atalaya justo antes de encaminarse al cercano nido a cebar a su prole. Llega con la cresta erizada, señal de que extraña la modificación del escenario, pero sin inmutarse ni un momento más continúa con su tarea: se dirige desde allí al nido, introduce allí el pico con la comida y en unas décimas de segundo ha elevado el vuelo de nuevo. Como casi siempre, se dirige a una zona concreta con cipreses ornamentales, no muy alejada y con abundante alimento, y se posa en el suelo. La perdemos de vista solo momentáneamente mientras rebusca comida, pues no tardamos en verla venir una vez más con su vuelo ondulante, como de mariposa. Por enésima vez se aproxima a nosotros, que permanecemos escondidos dentro del hide, ese arbusto raro que ha crecido repentinamente durante la noche y que al amanecer tanto le ha llamado la atención.
Sin lugar a dudas, esta especie es una de las más reconocibles de nuestros campos, tanto por entendidos como por profanos, siempre deambulando por el suelo, de allá para acá, picoteando con su largo pico entre la hojarasca o introduciéndolo en el suelo en busca de larvas, insectos, saltamontes, procesionarias del pino y cuanto se le ponga a su alcance. Este miembro del orden de los Coraciiformes, que incluyen otros tres aves llamativas de nuestra geografía como los martines pescadores, las carracas y los abejarucos, no deja indiferente a nadie. Y a nosotros tampoco.
Durante varias horas se continúan las cebas sin miramientos, con una periodicidad constante y a una velocidad pasmosa, hasta que ... uno de los pequeños tesoros que guarda el agujero cercano emerge del mismo y, con la ingenuidad del novato, se lanza desde la horquilla del árbol y realiza su primer vuelo.
Y, ... sin pensárselo, ... voilá, ... voló.
Sin lugar a dudas, esta especie es una de las más reconocibles de nuestros campos, tanto por entendidos como por profanos, siempre deambulando por el suelo, de allá para acá, picoteando con su largo pico entre la hojarasca o introduciéndolo en el suelo en busca de larvas, insectos, saltamontes, procesionarias del pino y cuanto se le ponga a su alcance. Este miembro del orden de los Coraciiformes, que incluyen otros tres aves llamativas de nuestra geografía como los martines pescadores, las carracas y los abejarucos, no deja indiferente a nadie. Y a nosotros tampoco.
Durante varias horas se continúan las cebas sin miramientos, con una periodicidad constante y a una velocidad pasmosa, hasta que ... uno de los pequeños tesoros que guarda el agujero cercano emerge del mismo y, con la ingenuidad del novato, se lanza desde la horquilla del árbol y realiza su primer vuelo.
Y, ... sin pensárselo, ... voilá, ... voló.
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