Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.

6 de abril de 2016

La torre del homenaje

Mejores tiempos vivió la torre del homenaje, hoy olvidada a las afueras de la pequeña aldea sobre su montículo de hierba y roca. Derrumbados ya hace décadas sus pisos de tablones y maderos, su escalinata hace mucho que dejó de llevar a ningún ser humano arriba y abajo. Ahora sus habitantes tienen plumas y revolotean por su interior acomodándose en recovecos y huecos. Por el día algún cernícalo, tordos y palomas que se arrullan y anidan. Por la noche se dejará oír el carraspeo lúgubre de la lechuza.

Vieja torre del homenaje, decrépita, vacía y olvidada.



1 de abril de 2016

La dama del río

Descubrimos a las tres nutrias (Lutra lutra) desde lo alto de un talud del río con los prismáticos. No es esta la primera vez que lo hago en este lugar tranquilo, pero sí lo es que, tras unos momentos de observación jugueteando en el medio del cauce, vislumbre una posibilidad lejana de fotografiar a esta especie. Así, comprobamos que se separan y dos de ellas se desplazan aguas arriba, donde probablemente tengan la madriguera, mientras que la tercera desaparece sin que veamos hacia dónde. No sabemos si son dos machos cortejando a una hembra, si es una hembra con dos crías anteriores, o incluso si es un macho y una hembra ya emparejados junto con una cría del año anterior que aún acompañe a su madre. Lo que sí observamos es que una de ellas es sensiblemente más corpulenta que las otras. Con la efervescencia de la primavera, todo alrededor está inquieto. Buena cantidad de especies están ya en celo y otras más pequeñas lo están barruntando. Nuestras nutrias claramente lo están. Vemos cómo se alejan desde lo alto de nuestra atalaya y decidimos probar suerte. Salimos corriendo por un camino que transcurre paralelo al curso de agua -amparados furtivamente por la espesa vegetación que lo flanquea- con intención de atajar el desplazamiento de los dos mustélidos, y nos enmascaramos tras unas zarzas a medio kilómetro de distancia. Esperamos. Programamos los parámetros de las cámaras y "barremos" las orillas y la superficie del agua con nuestros prismáticos, ansiosos por comprobar si la fortuna nos va a sonreír en esta oportunidad. Aún pasa un buen rato antes de que la pareja se deje ver finalmente. Continúan enredados en sus juegos, sin prisas, subiendo hacia nuestra posición, hasta regalarnos una larga hora de disfrute donde parecen estar jugando al escondite con nosotros. Una hora en la que las vemos cruzar los caozos delante nuestro, jugar con objetos que han recogido en las orillas, marcar insistentemente en varios rocas sobre otras deposiciones anteriores, moverse las ramas donde se ocultan mientras se pelean escandalosamente como parte de sus juegos nupciales, investigar los recovecos de los márgenes fluviales inquisitivamente, descansar y tumbarse sobre las rocas planas de sus orillas. En fin, un verdadero golpe de suerte, porque no solo hemos podido recrearnos de estas bellezas curiosas e inteligentes a muy corta distancia, observando hechos interesantes de su comportamiento, si no que incluso han tenido a bien posar para nosotros. ¡Qué más podemos pedir!






7 de marzo de 2016

Cuervos de mar

Ojos verdes esmeraldas, espectaculares como piedras preciosas. Pico largo y ganchudo, que a mi me recuerda a una extraña y temible herramienta. Patas negras palmeadas, grandes, enormes diría yo, que lo vuelven un poco torpón y patoso cuando se posa sin gracejo alguno sobre las ramas finas de los árboles, o en las escasas ocasiones en las que camina por el suelo. Yo siempre lo imagino como si fuese un animal que estuviese "a medias", sin acabar de hacer, sin moldear definitivamente, casi como si de un ser prehistórico se tratase, y, aunque lo cierto es que la evolución es un proceso continuo en el que todas las especies estamos inmersas en un camino sin fin, en cada ocasión en que lo observo tengo la sensación de que se trata de un pájaro que está aún sin rematar, con ese plumaje que se ve obligado a secar a pesar de vivir ligado a las grandes masas de agua en las que debe bucear para buscar su sustento, con esas alas pequeñas y cuerpo grande y desgarbado, o con su dificultad para levantar el vuelo y su poca gracilidad cuando se desplaza por el aire. Para mí, su espalda cobriza ribeteada de negro me parece de una elegancia soberbia, y pienso que, cuando el plumaje de su cabeza se torna blanco en época reproductora, las gemas verdes de su mirada hipnotizan al observador aún más, si cabe. Así es o así veo yo al cercano cormorán grande (Phalacrocorax carbo), el cuervo de mar para algunos, el de ojos verdes esmeralda para otros.


2 de marzo de 2016

El espejo

La charca era ayer un espejo. A la cita acudieron diversos conocidos del vecindario, desde el minúsculo zampullín chico -al que esta vez sí le pude hacer alguna foto- a la esbelta garceta grande. La tarde tranquila, sosegada, incluso con buena temperatura, fue testigo de los quehaceres cotidianos de los residentes de aquel escondido rincón. Azulones, cercetas, mosquiteros, bisbitas, molineros y algún palustre, entre otros muchos vecinos, me proporcionaron durante bastantes horas entretenimiento con sus idas y venidas; picoteando, comiendo, descansando, reclamando,... El ganado vacuno aún no entra en esta parcela por lo que la hierba crece tierna con un verde intenso. El lejano ronroneo de algún tractor envuelve de cuando en cuando la tarde serena. Y de entre los recuerdos que me traigo para casa cuando declina el sol me quedo con esta imagen sin recorte, del grandullón del barrio (al lado de zampullines y cercetas, es fácil ser grande) navegando sobre el espejo bruñido de aquel remanso apartado, en una escena sutil, liviana, casi etérea, que realza sin contemplaciones la belleza elegante de esta especie, el ánade real o ánade azulón (Anas platyrhinchos), tantas veces desdeñada por su abundancia.


25 de febrero de 2016

Historia de la polla y el visón

Lo siento, señores, no lo puedo evitar, lo asumo, siempre que observo alguna de las, por otro lado cada día más escasas, pollas de agua (Gallinula chloropus) pienso en otro bicho. Sí, es cierto, tengo que reconocerlo, le soy infiel. Es verlas ... y pensar en el visón americano, no lo puedo evitar.

Recuerdo mis primeras andanzas naturalistas por las márgenes de mi cercano río Tormes -al que, dicho sea de paso, tanto están maltratando últimamente- portando en el cuello aquellos viejos y queridos prismáticos de marca indescifrable, made in URSS, duros como ellos solos y que ahora reposan en una estantería de mi despacho cual viejo cacharro que solo sirve para adornar. Desde las orillas del curso fluvial contabilizaba con matemática estadística cada especie que avistaba y el número de veces que lo hacía. La polla de agua o gallineta ciega (nunca entendí de dónde provenía dicho adjetivo) era por aquel entonces un ave cercana y familiar, común entre los juncales y carrizales de ríos, charcas y embalses próximos a poco que contaran con algo de vegetación en sus orillas. Uno de esos bichos a los que se les prestaba relativa poca atención por lo habitual y familiar del mismo, así como por sus tonos apagados, prestándoles por aquellos años bastante más dedicación a otras especies que podían parecernos más escasas o llamativas.

¡Cuánto han cambiado las cosas desde aquellos primeros años de adolescente bicherío! Ahora mismo, a pesar de vivir frente a una bonita aceña junto al río, cubierta de vegetación apropiada hasta casi ocultarla, se pasan las semanas y hasta los meses sin que observe algún ejemplar de esta especie de la familia Rallidae. La depredación de polluelos y nidadas por parte del invasor americano parece ser la única causa plausible, o por lo menos la principal.

Se me vienen ahora a la cabeza algunos párrafos del interesante libro que Miguel Delibes de Castro -el biólogo, por lo tanto- publicó en 2001 (Ediciones Temas de Hoy S.A.) "Vida, la naturaleza en peligro" en el que analiza los orígenes de la actual y alarmante pérdida de biovidersidad. En esta publicación de carácter divulgativo podemos leer un epígrafe titulado "Los cuatro jinetes del Apocalipsis" parafraseando o haciendo una traducción libre de lo que el biólogo norteamericano Jared Diamond denominó como "el cuarteto del diablo", en alusión a los cuatro motivos principales responsables de las extinciones. En este epígrafe Delibes hijo ahonda en las causas del proceso actual del que él considera que estamos siendo testigos: la sexta gran extinción en la historia del planeta Tierra. Ahí es nada, sobre todo teniendo en cuenta, además, que esta sexta aniquilación masiva de la diversidad planetaria es responsabilidad directa de la especie humana. Pues bien, uno de esos cuatro jinetes apocalípticos que traen de cabeza a la biodiversidad de esta nuestra casa, una, por lo tanto, de las cuatro grandes causas de la dramática situación que vivimos actualmente es, precisamente, la invasión por parte de infinidad de especies exóticas de muchos de los diferentes ecosistemas del planeta.

Ya a título informativo y para acabar de hundirnos la moral, hay que saber que las otras tres principales circunstancias propiciatorias de las extinciones son, por un lado, la persecución directa de la fauna (caza, muerte, sobrepesca,...); por otro, la destrucción y fragmentación del hábitat (poco que discutir tampoco en este apartado, pues con siete mil millones de almas sobre el planeta poco espacio puede quedar para el resto de los seres vivos, desde las cada día más exiguas selvas de Borneo hasta el cada año más cálido Ártico); y por último, el efecto dominó y las transformaciones en las comunidades vivas como consecuencia directa de la desaparición previa de otras especies (en los ecosistemas todos dependen -dependemos- de todos, y si unos desaparecen, otros se verán -nos veremos- afectados igualmente, produciéndose a menudo extinciones en cadena).

Volviendo a nuestro amigo, el visón americano, todo parece indicar que constituye el elemento clave en la disminución -al menos con carácter local- de algunas especies faunísticas propias, como en el caso de la misma polla de agua que nos ocupa ahora, aún cuando, en descargo del mustélido, debemos decir que no llega a dejarla en una situación grave, ya que el pequeño carnívoro solo ocupa algunas cuencas fluviales de la Península Ibérica, mientras que la gallineta mantiene un área de distribución mucho más amplia. Obviando esta relación "predador-presa" concreta, no puedo olvidar, sin embargo, que la existencia de este mustélido alóctono sí que afecta de modo mucho más severo y trágico a otras especies de gran valor por su alarmante disminución poblacional y su reducida distribución geográfica. En estos supuestos podríamos citar, por llamativos, los casos de su pariente, el visón europeo, con el que compite directamente, desplazándolo, o el del desmán de los Pirineos, sobre el que depreda intensamente allí donde aún existe. Por todo esto, siempre que veo un ejemplar de polla de agua, me acuerdo del visón americano, no lo puedo evitar.

Y por eso también, cuando observo ahora una de estas gallinetas picotear inquisitivamente entre la vegetación de cualquier humedal, disfruto más intensamente de su observación, pues en las cuencas fluviales en las que el invasor se ha hecho fuerte, hace ya años que no es tan sencillo de encontrar. Simpática, curiosa con su escudete facial de color sorprendentemente rojo, acabado en un contrastado extremo amarillo, y con sus largos dedos amarillo verdosos, que le sirven para caminar sobre las plantas acuáticas, es nuestra familiar y querida polla de agua.