Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.

24 de marzo de 2013

La hora del planeta

Desde que naciera en Sidney como una iniciativa de WWF en 2007, la Hora del Planeta se ha convertido en el acontecimiento planetario que congrega a un mayor número de participantes. El objetivo común es concienciar a los gobiernos, a la industria y a la sociedad en general sobre la necesidad imperiosa de ahorrar los recursos energéticos de nuestro maltrecho planeta, de luchar contra el cambio climático y reducir su contaminación. A lo largo de este último sábado de marzo en diversas ciudades -hasta un número aproximado de más de siete mil, pertenecientes a ciento cincuenta y dos países, doscientas de ellas españolas- se han ido sucediendo los apagones de una hora de duración en hogares y edificios públicos. Desde Samoa hasta las Islas Cook, primero en Asia, luego en África y Europa y finalmente en América, numerosos países se han adherido a este llamamiento por la conservación del planeta.

Una hora a la luz de las velas.

Una hora para la esperanza.




21 de marzo de 2013

A esa luna ...

... que nos espía y nos vigila.

A esa luna que esparce al mismo tiempo sombras en el bosque
y destellos en el agua.
A la luna en blanco y negro, y a la de cálidos naranjas.
A la luna redonda, y a la de estrecha uña afilada.

A esa luna cómplice en ilusiones y desengaños,
alcahueta de amores y despechos,
sabedora de alegrías y desánimos,
encubridora de traiciones y recelos.

A la tímida luna diurna y a la noctámbula vanidosa.

A esa luna nuestra, Selene mentirosa.


 




17 de marzo de 2013

En la niebla

¿Nos volvemos o seguimos? No se ve nada a nuestro alrededor; ni por arriba, hacia donde dirigimos nuestros pasos, ni por abajo, de donde venimos. Subimos sin descanso, a tientas, casi a ciegas siguiendo pequeños montoncitos de piedras. Ganamos altura rápidamente. Sin embargo, hace un buen rato que dejamos de ver nada a nuestro alrededor y nos sumergimos en una atmósfera oscura, lúgubre, lechosa y húmeda. Sin llover, resbalan multitud de gotitas de agua por nuestras mochilas y nuestras prendas técnicas de montaña. Seguimos ascendiendo mientras nuestro interior delibera si nos bajamos. Estamos solos. El silencio en la alta montaña se me antoja ahora brutal.

El camino zigzagea en fuerte pendiente, y se divide y se bifurca en pequeños senderillos, cada uno con sus líneas de hitos. Más dudas. Vacilamos. La incertidumbre envuelve nuestros pensamientos como la niebla que la provoca.

Pero mientras decidimos bajarnos, subimos.






15 de marzo de 2013

Habitación sin vistas

El aleteo de las palomas retumba en el espacio hueco y diáfano del derruido palomar. Por el techo roto y semicaído se filtran rayos de sol que proyectan su vivificante calor sobre las toscas paredes de adobe. Entro en el interior y piso tablas de madera y tejas que resuenan bajo mis pies cuando se quiebran. Veo cómo algunos pichones resecos, prácticamente momificados, yacen en los rincones entre plumas y guano. También veo egagrópilas de diversos tamaños que delatan la presencia más o menos habitual de la sempiterna lechuza y del cernícalo. La atmósfera me envuelve con un olor acre y caliente producto de la amalgama de excrementos, huevos rotos y cadáveres.

Sin prisas, me paro en el centro del habitáculo y observo a mi alrededor. Me tomo mi tiempo. Veo composiciones, detalles, rincones que me atraen y me inspiran. Que me hablan pidiéndome que los fotografíe. Pausadamente reflexiono sobre lo que me rodea, hasta que asiento el trípode entre los cascotes y comienzo a mirar a través del ocular de la 5D. Cable disparador, diafragma, velocidad. Mientras los minutos pasan, compongo fotografías que me cuenten cosas, que narren sensaciones, que expliquen la esencia del lugar, su alma. Finalmente, cuando siento que he capturado lo que el entorno me ha ofrecido, decido que es hora de devolverle la tranquilidad cotidiana, permitiendo que las pocas palomas que aún habitan este peculiar edificio de apartamentos sin vistas, vuelvan a sus domicilios. Salgo y me marcho, dejando de nuevo en el olvido al viejo palomar de barro y paja, cerrando tras de mi con su cuerda de empacar su puerta rota.