Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.

13 de abril de 2013

Quemando kilómetros

Presiono un botón del lector de Cds y apago la música, quedándonos en silencio en el interior oscuro de la cabina de nuestra camper. Los críos atrás se han dormido hace mucho rato ya, y nosotros vamos conduciendo cansados tras haber pateado durante buena parte de la jornada casi una veintena de kilómetros de monte con sus más de setecientos metros de desnivel. Conducimos ahora casi en silencio, casi sin cruzar palabra. Yo escucho el sonido monótono del vehículo sobre el asfalto, el rodar del caucho sobre la superficie lisa de la cinta gris de la autovía. Me sumerjo en el zumbido sordo de nuestro propio circular sobre la brea, y en el del viento al chocar violentamente contra la carrocería. Veo pasar luces y reflejos.

Mientras ella conduce, yo disparo con la cámara a los carteles, a los cruces, a los vehículos que nos adelantan o adelantamos, a las gasolineras, a los pueblos lejanos, a los bolardos de plástico verde de las desviaciones y salidas. Apunto, varío manual y velozmente tanto la distancia focal del zoom como el enfoque según se acercan a gran velocidad flechas pintadas de reflectante blanco sobre la carretera, y aprieto el botón disparador sobre ellas sin pensarlo, pues un par de segundos después ya las habremos engullido bajo el vehículo. Espero a las siguientes flechas que se intuyen apareciendo como fantasmas del fondo negro. Y pasan así los kilómetros. Y pasan así los minutos. Y pasan las horas desde que dejáramos la pista de tierra tres provincias más atrás. Aparecen delante nuevas luces y destellos, pasan y se pierden a nuestra espalda en la oscuridad de la noche.

Y nosotros seguimos quemando kilómetros.












9 de abril de 2013

Caminando

Camino porque lo necesito. Porque caminando veo más allá de lo cotidiano. Porque siento la tierra bajo mis pies y el aire en la cara. Porque aprendo de lo que me rodea. Porque me gusta partir hacia alguna parte. Porque me deleita observar, siempre un poco más allá. Porque puedo alcanzar lugares a los que, por fortuna, aún hoy en día solo se puede llegar andando con esfuerzo. Porque puedo compartir la senda con otros caminantes. Porque me ayuda a conocerme y crezco. Porque me da paz. Porque me hace ser más humilde que en la ciudad.

Camino porque caminar forma parte esencial del ser humano, de ese ser nómada y vagabundo que un día se irguió sobre dos piernas y partió de África arrastrado por la necesidad de ver más allá de lo cotidiano, de sentir la tierra bajo sus pies y de aprender de lo que le rodeaba, embriagado por observar siempre un poco más allá.

Un paso. Y otro paso. Y otro paso más. Caminar. Caminar. Caminar. Nuestras vidas no son si no caminos, y yo no pienso detenerme en el mío. Por eso camino.











8 de abril de 2013

Regeneración

Camino por el bosque una soleada mañana de comienzos de primavera. Como el duro claroscuro de la fronda no facilita la fotografía general del follaje que me rodea, me olvido de la globalidad y me centro en el detalle buscando, por ejemplo, texturas, acentuadas, ahora sí, por la fuerte luz de los rayos solares. Busco lo minúsculo, lo ínfimo que el monte tenga a bien mostrarme, o que yo sea capaz de percibir. Mi mirada escanea el suelo buscando, acuclillado sobre la alfombra de hojarasca. Apoyo las yemas de mis dedos sobre el tapiz mullido de lo que un día fueron verdes hojas de castaño, ahora secas, consumidas por el paso del tiempo y las inclemencias, por las heladas, las lluvias y el sol. Machacadas y erosionadas por el paso de las pezuñas de los ungulados, de los pies almohadillados de los carnívoros y de las botas de los paseantes; consumidas por pequeños organismos vivos que las han ido desintegrando. Reintegrando al propio suelo. Las puntas de mis dedos las acarician, las recojo y a contraluz descubro sus más mínimos rasgos. Sus nervios, sus simetrías, sus bordes aserrados, sus decoloraciones. Me arrodillo sin prisas y fotografío reiteradamente la hojarasca reseca y desgastada, sintiendo que me llevo a casa una parte fundamental del bosque, su propia autoregeneración. Su esencia: se muere para que continúe la vida.









28 de marzo de 2013

¿Qué nos cuentan?

¿Qué nos cuentan las imágenes cuando sostenemos un libro entre las manos?

¿Qué nos dicen a cada uno de nosotros cuando nos detenemos delante de ellas?

Ellas, las imágenes, nos rodean en nuestra rutina diaria, nos miran desde los escaparates, desde las grandes vallas publicitarias, a través de los medios de comunicación, de la televisión, de Internet, de las revistas y los libros, desde los kioscos. En todo momento y por todas partes, las imágenes nos bombardean con sus mensajes. Y es esta precisamente la cuestión, las fotografías tienen que contarnos historias, deben transmitirnos sensaciones, comunicarnos ideas, instintos, impulsos, emociones, pasiones. Nos deben arrancar pensamientos y sentimientos, pues de lo contrario, una fotografía no sería más que una mera amalgama de colores, de manchas bidimensionales. De estampas sin vida.


Cuando yo veo una imagen sí le pido una composición al menos correcta, aunque no me preocupe demasiado su perfección técnica. Pudiera estar movida o desenfocada, o con mucho "grano-ruido", defectos estos que a veces incluso son perseguidos como una parte fundamental de la obra fotográfica. Pueden estar editadas y transformadas mediante programas informáticos, lo que tampoco me preocupa pues no soy purista en este punto, siempre que dicha transformación ayude a transmitir el mensaje.


Es más, como los visitantes de este blog ya se habrán percatado hace tiempo, pienso que la manipulación mediante software es una herramienta más que podemos y debemos aprovechar, de la misma manera que cuando revelábamos o positivábamos en la época analógica aprovechábamos nuestras opciones, haciendo a conveniencia reservas, dando módulos de luz a porciones concretas del negativo, a veces positivando con diferentes grados de filtraje en diferentes partes de la misma imagen o, por supuesto, re-encuandrando con el marginador para dejar fuera del positivado esa parte que no contaba nada o que distraía del motivo principal. Podíamos incluso utilizar diferentes tipos de película en función del grado de calidez que quisiéramos que tuvieran las fotografías resultantes, a lo que podríamos añadir los filtros que se utilizaban sobre los objetivos. En el fondo, editar en digital hoy en día busca lo mismo que se buscaba en el pasado. Si en aquella época se utilizaban todos los avances técnicos que existían, ¿por qué no hacerlo ahora también? Yo no creo que la fotografía deba ser un arte anclado en los estereotipos del glorioso pasado analógico.


Una fotografía debe ser el relato de un instante, la narración de un momento, de una acción o de un concepto. Una confesión de la manera en la que el fotógrafo percibe lo que le rodea. El reflejo de su mirada. Nuestro espejo. La imagen final, la que vemos, será la encargada de estimularnos a pensar y de transmitirnos emociones. La que nos induce, la que nos urge a entablar con la imagen una conversación, un intercambio de opiniones, la que nos exhorta, en definitiva, a reflexionar.

¿Qué busco yo en la fotografía? Una huella. Una traza en mi memoria. Un surco en mi pensamiento.


24 de marzo de 2013

La hora del planeta

Desde que naciera en Sidney como una iniciativa de WWF en 2007, la Hora del Planeta se ha convertido en el acontecimiento planetario que congrega a un mayor número de participantes. El objetivo común es concienciar a los gobiernos, a la industria y a la sociedad en general sobre la necesidad imperiosa de ahorrar los recursos energéticos de nuestro maltrecho planeta, de luchar contra el cambio climático y reducir su contaminación. A lo largo de este último sábado de marzo en diversas ciudades -hasta un número aproximado de más de siete mil, pertenecientes a ciento cincuenta y dos países, doscientas de ellas españolas- se han ido sucediendo los apagones de una hora de duración en hogares y edificios públicos. Desde Samoa hasta las Islas Cook, primero en Asia, luego en África y Europa y finalmente en América, numerosos países se han adherido a este llamamiento por la conservación del planeta.

Una hora a la luz de las velas.

Una hora para la esperanza.