Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.

20 de octubre de 2013

Nos vigilan en la ciudad

Caminamos a su lado y no nos percatamos de su presencia. No somos conscientes de que unos extraños ojos nos observan y nos espían. Donde menos lo esperemos, allí están sus cuerpos rechonchos y lampiños, en rincones y en tapias, en edificios de pisos o en fábricas, en las entradas de la ciudad o en pleno centro, por las calles, por las avenidas, junto a los tejados o en el suelo. Rosas, blancas, verdes o moradas, da igual del color con que se muestren, cuanto más llamativas son, más miméticas parecen.

Cuando callejeéis buscar alrededor vuestro, y mirad a vuestra espalda si os sentís observados, porque quizás sus ojos extraños os estén vigilando.

Pero, ¿quiénes son?

Son ... las Patatas.








16 de octubre de 2013

Desheredados

Cuatro mil quinientos metros de altura. Frío, nieve, niebla y una humedad que te atraviesa los huesos y se mete en los tuétanos, envuelven la pequeña choza minera donde sus ocupantes malviven durante semanas, alejados de todo vestigio humano, familias incluidas, en un rincón perdido de la sierra a donde sólo se puede llegar con la ayuda de mulas, y a muchas horas de distancia del vehículo más próximo.

Haciendo gala de una gran hospitalidad y rompiendo su rutina habitual, nos hacen un hueco para que durmamos en una de las dos mitades en las que se divide este chamizo de piedra y paja, retirando cartuchos de dinamita, picos desgastados y viejos cascos y luces de carburo. Cuando días después nos despedimos de ellos, al revisar bajo la paja y las esterillas sobre las que habíamos dormido y cocinado a la espera de una mejoría de tiempo que nunca llegó, aparecieron varios cartuchos más de dinamita. En fin, no tiene mayor importancia. Las resecas hojas de coca les ayudan a sobrellevar el soroche, el aislamiento y el durísimo modo de vida que soportan en este viejo canchal, bajo los sércacs de alguna de las montañas más altas de Los Andes.

Cuando por la mañana los vemos acarrear piedras desde la bocamina, que más parece una lúgubre madriguera abierta a golpe de marra y cincel, pienso en lo poco que han cambiado los tiempos desde la época en que Martín Chambi retratara la sociedad indígena y urbana del Perú de la primera mitad del siglo pasado. Pienso en lo poco que se han beneficiado estos desheredados de los avances sanitarios mundiales, o de las comunicaciones y la tecnología. No digamos ya de los derechos y la justicia social y laboral.

Como debieron hacer en la época preincaica sus antepasados, machacan a golpe de brazo sobre una piedra plana las piedras obtenidas de las entrañas de la montaña. Tras convertirlas en un polvo relativamente fino bajo el peso de una gran piedra que hace las veces de molino, la criban con el agua casi congelada de un arroyuelo desviado del glaciar.

Los copos duros y esféricos de la nevada rebotan contra el plástico que hace las veces de puerta en una de las mitades del chamizo mientras hablamos con ellos sobre cuestiones intrascendentes para su gobierno: sus familias, sus duras condiciones de trabajo, sus anhelos y esperanzas, sus deseos, sus derechos.





Con mis ojos del siglo veinte observo su trabajo de siglos imprecisos perdidos en el tiempo. Con mi cámara de occidental privilegiado fotografío la miseria de su trabajo y me la guardo en una transparencia de 24 x 36 mm. Con mi mente abierta de europeo que ha tenido la fortuna de aprender viajando, intento asimilar la distancia que separa a estos dos mundos que se mezclan, aquí y ahora, en este rincón de Los Andes, ante mis propios ojos. Miro sus harapos y sus sandalias y las comparo con mi botas de última generación. Los miro a ellos y me salen a borbotones adjetivos llenos de significado, como subsistencia, dignidad, derecho y justicia.

Los miro a ellos y comprendo que estamos en lados separados. Yo en el lado bueno. Ellos en el malo.

13 de octubre de 2013

Cicatrices circulares

Hoy el abandono y el paso del tiempo parecen querer curarlo todo. Las manecillas del reloj dan vueltas incansables y las hojas de calendario caen sin parar, insatisfechas.

El silencio y el olvido hace mucho tiempo que se adueñaron del lugar.

El musgo y los líquenes envuelven y tapizan las piedras que un día fueron arrancadas a grandes mordiscos de la madre tierra. El robledal se adueña de nuevo de las laderas que no hace tantas décadas aparecían descarnadas por la deforestación. La naturaleza recupera hoy su espacio, ayudada por el abandono y el paso del tiempo, por las manecillas del reloj y la caída de las hojas del calendario.



11 de octubre de 2013

Wild10

Ayer día diez de octubre terminaba el 10º Congreso Mundial de Tierras Silvestres Wild10, que se ha celebrado en Salamanca a lo largo de una semana. Sin duda será una herramienta más para concienciar a la sociedad de la importancia de conservar, cuidar y mimar el planeta. ¡Lástima que el precio entre doscientos y quinientos cinco euros no nos haya permitido asistir a mucha gente interesada. Espero que al menos haya servido para algo más que dejar una bonita pintada en una fachada de la ciudad. Me acordaré de ellos cada vez que pase por aquí.


10 de octubre de 2013

Cicatrices rectas

En el horizonte los últimos manchones de nieve aún contrastan con el color de los bosques y roquedos. Yo camino despacio sobre la losa plana y caliente de granito, con curiosas formas serpentiformes creadas por el agua. Me acerco a los enormes bloques redondeados y camino entre los pasillos frescos que se estrechan entre ellos, a su sombra. Fuera de los umbríos recovecos el calor rebota denso de la superficie rugosa de la piedra. 

Rectas líneas paralelas recorren lo que un día fue el corazón de algunas rocas, desde entonces geometrizadas sin piedad. Paso las yemas de los dedos por su piel mineral y acaricio las líneas, cicatrices puras que en otra época abrieron a la luz su interior insondable. 

Hoy el abandono y el paso del tiempo parecen querer curarlo todo. Las manecillas del reloj dan vueltas incansables y las hojas del calendario caen sin parar, insatisfechas. 

El silencio y el olvido hace mucho tiempo que se adueñaron del lugar.