Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.

1 de diciembre de 2017

Titanes

Como vengo contando en anteriores entradas, desde hace algún tiempo me acerco a mi cita anual en algún rincón de nuestras sierras con uno de los momentos estelares que nos proporciona la fauna ibérica: los comportamientos de cortejo de una de las especies de mamíferos de porte más noble y señorial que podamos encontrar en nuestros campos, la cabra montés (Capra pyrenaica). La guinda del pastel lo supone el coincidir con el combate de alguno de esos colosos que deambulan por las laderas, negros como el tizón, imponentes. Y digo "coincidir" con uno de esos combates porque generalmente se queda en eso, en una esperanza pocas veces alcanzada. Los machos aparecen por estas fechas en mi blog con frecuencia, ya lo sabéis. Tras presenciar algún que otro enfrentamiento a lo largo de estos años, debo decir que no es sencillo ser testigo de sus luchas, o por lo no menos no bajo unas circunstancias que posibiliten la obtención de un buen reportaje fotográfico; condiciones orográficas y de distancia, entre otras. A veces he estado demasiado lejos -las más de las veces- y en alguna que otra ocasión tan cerca que no me entraban en el encuadre y sin posibilidad de alejarme debido a lo escarpado del terreno. Sea como fuere, este año no parece ser tampoco el de la lotería y, aunque he podido observar alguna de estas refriegas, sigo sin estar satisfecho. Pasada ya buena parte del celo del presente período, sospecho que tendré que volver a intentarlo la temporada que viene.

¿Cómo son estos combates?, pues nunca se sabe, a veces duran horas, a menudo bastantes minutos y en otras oportunidades solo unos pocos. En algunas ocasiones son verdaderas guerras de titanes, mientras que en otras son únicamente pequeñas reyertas para tantear la fortaleza y resistencia del contrincante. Por todo ello, tener a la distancia adecuada de nuestros objetivos una lucha igualada durante mucho tiempo es aún más complicado, si cabe. En gran medida será cuestión de suerte.

Los grandes machos mantienen una jerarquía que puede estar muy clara si la diferencia de tamaño y corpulencia es evidente, o puede no estarlo tanto. Juega aquí una gran importancia no solo el factor físico, el cansancio o la experiencia, sino también el propio "hambre" por cubrir a las hembras. Muchas veces ni los propios contendientes están completamente seguros de sus propias posibilidades, como en el siguiente caso.

13:23 p.m.
Un macho adulto, muy fácilmente distinguible porque en su cuerno izquierdo presenta una melladura importante visible principalmente desde detrás, lleva un rato cortejando a una hembra que se encuentra en una ladera sur de la sierra de Gredos. Todo parece normal.



13:23 p.m.
El macho de pronto pierde el interés por la cabra y mira ladera arriba, dejando claramente visible el defecto de su cuerno izquierdo, lo que nos permitirá seguir el desarrollo de los acontecimientos inmediatos. Momentos después abandonará a la hembra y se alejará de nuestra posición.



13:28 p.m.
Se ha dirigido al encuentro con otro macho procedente de lo alto de la ladera. Hasta este momento no hemos prestado mucha atención a lo que estaba sucediendo, pero a partir de aquí vemos cómo el animal recién llegado comienza a perseguir al ejemplar que presenta el cuerno astillado. Caminan un trecho ladera abajo, alejándose más aún de nosotros.




13:29 p.m.
Por un momento ambos machos se plantan uno frente al otro. Se están "testando", se chequean y se observan como midiendo sus posibilidades. Parece que el de la cuerna mellada se ha cansado de ser hostigado y se va a enfrentar al recién llegado. Llega a colocarse en la parte superior de la ladera como para iniciar un topetazo ...


















13:29 p.m.
... pero no. A los pocos segundos reanuda el descenso perseguido muy de cerca por el otro contendiente, que lo acosa con insistencia. Así descienden un pequeño tramo de la falda de la montaña alejándose del rebaño de cabras que pasta en ella y haciendo que el plano de nuestras imágenes sean cada vez más picado.




13:30 p.m.
Finalmente el primer macho parece cansarse de huir y se planta mirando hacia arriba. El ejemplar que hasta ahora perseguía hace un amago de levantarse para lanzar un primer topetazo. Parece un aviso de que va en serio, no un simple farol sobre la seguridad que muestra en sí mismo. El caso es que el otro no retrocede, sigue firme.





13:30 p.m.
Cambian ligeramente de posición y tiene lugar lo que ya parecía inevitable: el primer topetazo. El que perseguía se sitúa en la parte superior, mientras que el ejemplar con el cuerno desgastado lo recibe abajo. El golpe es brutal, como siempre. Por fin oímos el retumbar del encontronazo en la ladera.






13:31 p.m.
Viene una segunda colisión. El que al principio era perseguido, ahora se presenta firme y no retrocede un palmo. Recibe la fuerza y el impulso de un animal que rondará los cien kilogramos de peso y que le arremete como un tren de mercancías, afianzando sus pezuñas sobre el terreno y empujando a
 su vez contra la mole que se le viene encima.







13:31 p.m.
Se miden los dos ejemplares.



13:31 p.m.
Y nuevo testarazo. Hasta seis pasos dio el ejemplar de la izquierda levantado sobre sus dos patas traseras antes del encontronazo de sus cornamentas. El choque resuena en la vertiente sur de Gredos, y rebota en sus laderas como si del estallido de un trueno se tratara.







13:32 p.m.
Ahora es el de la cuerna mellada, situado abajo, el que toma la iniciativa, se incorpora y lanza otra sacudida contra su contrincante.




13:32 p.m.
Parece que el valiente que vino a incordiar al macho del cuerno mellado ha perdido rápidamente su arrojo y la seguridad que mostraba al principio en sí mismo. Por el contrario, aquel que comenzó replegándose amilanado, ha recobrado la confianza y el arrojo. Ha vencido por el momento y las tornas han cambiado; han sido suficientes un puñado de testarazos para poner a cada uno en su sitio. El perdedor de la refriega comienza ahora, tras su rápida derrota, a perder altura en la ladera, arreado muy de cerca por el vencedor.







13:37 p.m.
Nuestro ejemplar con la funda izquierda gastada y deteriorada por otros muchos combates acaba expulsando al macho vencido y en pocos minutos regresa ladera arriba junto al rebaño de hembras y machos jóvenes. Por ahora ha vencido, pero ... ¿será por mucho tiempo?


Todas las fotografías están mostradas en su formato original -sin ningún recorte- para mostrar con fidelidad la situación real sobre el terreno. No hubo opciones de acercarnos más a la lucha. Quizás, de haber durado mucho tiempo hubiéramos tenido alguna opción; pero ni aún así es seguro, pues cuando dos contendientes de estos se ponen a caminar entre topetazo y topetazo no hay ser humano que sea capaz de seguirlos por la montaña, y menos aún cargados con el equipo fotográfico.

Lo dicho, habrá que regresar para volverlo a intentar, el espectáculo lo merece.

17 de noviembre de 2017

Retratos

Siempre me han sorprendido estos animales; por muchas veces que los tenga delante, no dejará de asombrarme su presencia masiva y fuerte, su poderío, pero sobre todo la eficiencia de su modo de vida. Mi entrañable amigo Roberto me brinda la oportunidad -gracias por ello, compañero- de buscar retratos cercanos con los que poder apreciar cada detalle tanto de su anatomía como de su mirada, penetrante y severa, hosca. Sus ojos de color miel se clavan en todo lo que les rodea, como si tuvieran la capacidad de atravesar la materia. Escuchan los disparos de nuestras cámaras solo cuando la pitanza se ha acabado, porque hasta ese momento todo ha sido bullicio, reyertas y escaramuzas, prisas por comer en medio de la trifulca, por engullir atropelladamente, por robar, en una urgencia desaforada por tragar precipitadamente para seguir comiendo, por continuar atiborrándose hasta el atragantamiento con materia pútrida. Solo los más fuertes, los más belicosos, los más descarados y atrevidos se hacen un hueco en medio del tumulto y consiguen llenar el buche.Y para ser buitre inevitablemente hay que ser pendenciero y luchador. Agresivo y valiente. Beligerante, combativo y tenaz.

Son perfectos, están construidos para desgarrar y consumir lo que a nosotros nos haría vomitar, para limpiar de cuerpos descompuestos y en putrefacción los campos. Con sus picos y su potencia son capaces de despedazar los cueros más duros, y su falta de escrúpulos les permite tragar las vísceras más malolientes y desagradables de los cadáveres. Así son los buitres leonados (Gyps fulvus), consumadas máquinas de limpiar el paisaje, de despejarlo de posibles transmisores de enfermedades, de reciclar la materia muerta en energía. Imprescindibles. Su seducción radica en esa perfección, en su adaptación, en la inapelable necesidad de su existencia.

Terminado el banquete -algo que con ellos siempre sucede con prontitud- levantan el vuelo y desaparecen con la misma rapidez con la que llegaron. Con sus enormes alas desplegadas se convierten en cometas mecidas por el viento. La belleza hecha planeo.







12 de noviembre de 2017

El ciclo continúa

La difusa línea de la sombra se arrastra ladera abajo al tiempo que el sol gana altura en el cielo tras la ladera opuesta. Ha amanecido con un frío soportable, muy de agradecer tras estos meses de altas temperaturas y prácticamente nulas lluvias. Las piedras en la umbría se muestran traicioneramente resbaladizas con la fina capa de humedad congelada que las tapiza. La hostilidad de una noche alpina, con sus temperaturas mortales, da paso lentamente a una mañana soleada y tibia, humana y agradable. Sin embargo, el lugar se encuentra extrañamente vacío.

Yo me pongo en marcha. Un año más me acerco a los roquedos de la sierra de Gredos a cotillear cómo anda el celo de las cabras monteses (Capra pyrenaica). No tengo, sin embargo, muchas esperanzas de coincidir con el combate de dos grandes machos porque, en general, una climatología extraña da como resultado celos "raros" en la fauna. Las cabras no son una excepción, y si el año pasado ya hubo un cortejo con poco movimiento, este parece llevar la misma dirección. No obstante, la cita con los grandes machos negros se me hace ineludible.

Tras deambular un rato largo por la incómoda umbría, cambio de ladera y me mantengo en las cercanías de un par de manadas de cabras que se desperezan en la solana de la sierra. Fotografío contraluces; como algo; descanso aunque no esté cansado; fotografío machos jóvenes persiguiendo hasta el aburrimiento a las hembras que aún no están receptivas; me siento a esperar; fotografío algún gran macho más animado; paseo por la zona con las manos en los bolsillos; me siento a comer algo de fruta; vuelvo a fotografíar posturas, estiramientos, poses; me distraigo observando manadas lejanas con los prismáticos; me detengo sin prisas en el comportamiento de algunos ejemplares, de grupos de machos que se miden; fotografío ejemplares sesteando; ...

Pasa el tiempo.










Pasa el tiempo y el poco movimiento que observo aún me anima a quedarme con un viejo macho, de cornamenta "amuflonada" si se observa de frente, casi como si de un carnero se tratara. Elegante, serio. Hermoso. En realidad se trata de un macho bastante viejo, que ya he fotografiado a lo largo de la mañana un par de veces en la parte inferior de la ladera. Lo he visto llegar hace un rato hasta la zona donde yo estoy, hostigado por un ejemplar más fuerte y joven que lo ha perseguido ladera arriba, probablemente alejándolo de las hembras. El macho joven finalmente se ha detenido y no ha dejado de observar a su contrincante hasta que se ha perdido de vista tras un repecho de la montaña; luego ha dado la vuelta sobre sus pasos y ha regresado por el mismo camino por el que había aparecido. El viejo ejemplar de cuernos cerrados y desgastados se tumba a no mucha distancia de donde me encuentro, y se relaja. Dormita a ratos y decido acompañarlo en su soledad. Me lo imagino como en un destierro, humillado, recordando tiempos mejores cuando su fortaleza lo haría valedor de las hembras del harén. Tengo la sensación de haberlo fotografiado ya el año pasado, aunque luego comprobaré en casa que no, que el ejemplar que fotografiara la temporada pasada era otro de similar cornamenta, aunque menos desgastada y mellada.

Dejo pasar los últimos momentos de la tarde en su compañía. Su imponente belleza me llama la atención, no lo puedo evitar, me gusta, sobre todo por esa cornamenta, considerablemente más cerrada y curvada que en la mayoría de sus congéneres, lo que le confiere un porte especialmente noble. Decenas de fotos después no me queda otra opción que moverme, y me resigno a la cruda realidad del reloj. Lo dejo allí, pastando solo, con su imponente presencia, mientras yo desciendo hacia la seguridad de la civilización, de mi vehículo y su calefacción. Dejo atrás mi montaña, sus laderas y sus rocas, y quedan tras de mí el declinar del sol, el descenso de las temperaturas y el avance de esa difusa línea de sombras que se arrastra, ahora ladera arriba.



25 de octubre de 2017

El invierno que llega

Sin apenas días de otoño en esta Castilla continental, se acerca de lleno un nuevo invierno. Pasaremos sin contemplaciones del calor asfixiante a un frío intenso que nos atenazará durante varios meses. De momento, aprovecho la buena temperatura de comienzos de este octubre excepcionalmente cálido y planeo algún encuentro con las garcillas bueyeras (Bubulcus ibis) que cada invierno se congregan para alimentarse en unas praderas amplias y accesibles, no muy lejos de donde resido. Ya he contabilizado en ellas concentraciones de casi un centenar de ejemplares en los últimos días de septiembre. Las lombrices deambulan por la superficie del terreno, entre las hierbas empapadas por el rocío de la noche, y las garcillas lo saben; vienen y "pastan" por la llanura como si de un rebaño de ovejas se tratara, solo que en vez de pasto lo que buscan son suculentas y grandes lombrices de tierra con las que desayunar, rechonchas y lentas, listas para llenar sus estómagos. Fáciles.

En estos primeros compases de la "temporada de lombrices" los bandos de garcillas están llegando a sus comederos más tarde de lo que venían haciendo el invierno pasado; aunque en cualquier caso, siempre es antes de que el sol haga su aparición tras el horizonte. A un servidor esto le da igual. Bien abrigado, aparco mi coche en las cercanías un tiempo antes de que claré el día, evitando así que me sorprenda en medio de los preparativos algún bando especialmente madrugador, o alguna persona que deambule a estas extrañas horas por la zona camino de su trabajo, o paseando al perro antes de irse a currar desde las urbanizaciones cercanas; o algo similar, que hay gente rara para todo, incluso para venir aún de noche a hacer fotos de día. Amparado por la oscuridad de la noche, me dirijo directamente a un arbusto ya familiar del año pasado, y que me va a dar este año también cobertura para pasar desapercibido a las garcillas. Lo alcanzo habiendo procurado no mojarme la puntera de las botas con la hierba húmeda; luego agradeceré tener los pies completamente secos cuando permanezca quieto, sin apenas moverme durante dos o tres horas. Acomodo una esterilla fina pero de gran densidad junto a la base del matorral, instalo el cañón sobre su soporte a ras de suelo, todo bien integrado bajo sus ramas, sitúo una almohada de forro polar y de un mimético color marrón junto al equipo, abrigo la cabeza con un cálido gorro, me cubro completamente con una red de camuflaje y me subo todas las cremalleras de la ropa. Ya estoy listo para cuando lleguen. Ahora es el momento de dormir un poco, que he madrugado mucho. Me tumbo de lado, apoyo la cabeza sobre la almohada, meto mis dos manitas entre las rodillas para que no se queden frías y ... a dormir. ¡Si me viera alguien ahora, alucinaría! Sí que es cierto que hay gente extraña por ahí haciendo cosas incomprensibles para los demás.

Bueno, media hora después, y tras haber incluso soñado algo, incorporo la cabeza para ver si ya han llegado las primeras garcillas. Ya ha amanecido hace un rato pero aún se harán las remolonas un par de cabezadas más. Es ya cuestión de minutos que hagan acto de presencia; creo saber hasta cómo respiran, pero los animales siempre te sorprenden. Hasta que efectivamente transcurrido un pequeño rato, por fin se dignan a aparecer. Esta vez no me han sorprendido.

Me acomodo sin prisas tras el equipo fotográfico y espero que se acerquen. Tras ellas también llegarán los primeros rayos de sol, que las iluminará con los esperados tonos cálidos. Ya estamos todos; ahora a disfrutar.







27 de septiembre de 2017

Futuras generaciones

Espero con paciencia que las últimas luces del atardecer enciendan de colores brillantes los fondos de mis fotos y la superficie del agua, transformada ahora en un espejo espectacular. Yo permanezco tirado sobre una minúscula islita de piedras que se sitúa en el interior de la laguna, y a la que he llegado varias horas antes haciendo equilibrios -con el agua por la cintura- para no acabar con mi equipo fotográfico en el fondo de la misma. Fochas, zampullines, pollas de agua, somormujos y alguna que otra anátida se dedican a pescar o picotear la vegetación subacuática alrededor mío. Andarríos, avefrías y lavanderas blancas me acompañan, además, a poca distancia. Un par de veces a lo largo de la tarde un aguilucho lagunero se acerca hasta el lugar y da unas pasadas describiendo círculos, tanteando alguna distracción o debilidad entre los habitantes de la laguna, y sembrando el miedo y la tensión entre ellos, lo que provoca que el centenar de fochas, dispersas hasta entonces por la lámina de agua, se agrupen rápida y escandalosamente en un bando denso y compacto, con sus aparatosas carreras y aleteos sobre la superficie. Una vez la rapaz desaparece del lugar la tranquilidad vuelve al mismo como si no hubiera pasado nada.

Mi espalda se queja por la postura y el tiempo transcurrido, pero me compensa observar el comportamiento de los inquilinos de la laguna, incluso no haciendo apenas fotos. Aprendo. Este enclave es uno de esos lugares donde aún se observa un número importante de, las cada día más raras, pollas de agua (Gallinula Chloropus). Raras al menos a nivel local como consecuencia de la expansión del visón americano, que tan trágicamente está afectando a los ecosistemas acuáticos de buena parte de la Península Ibérica, aparte de grandes extensiones también de Europa, Asia o Sudamérica. Esta tarde todos los ejemplares que observo de gallineta -como también se la conoce- a través de mi objetivo son ejemplares juveniles, lo que me satisface enormemente. Me gusta ver que en algunos sitios aún crían sin problemas. Las nuevas generaciones de este rálido estarán listas en la próxima primavera para perpetuar la especie y se sumarán al puñado de adultos que en otras jornadas de paseo he avistado entre los juncos de este humedal.

Oigo volar sobre mí una garza real, graznando su característico reclamo mientras marcha a otro lugar, quizás a descansar tras una larga jornada de pesca.

Cuando tras de mí se pone el sol por el horizonte noto un fuerte contraste de sensaciones, agridulces ya que, aunque por un lado, no he conseguido las fotografías que tenía en mi cabeza, al menos puedo levantarme e incorporarme, ¡por fin!, aliviando así mis sufridos riñones, espalda y brazos. Habrá otras oportunidades. De rodillas ya sobre la arena de la minúscula isla y echando un vistazo alrededor mío, saboreo la soledad del lugar en estos minutos finales de un día ya agotado, rendido a la llegada de la noche. Y en estos mismos momentos, mientras recojo todos los bártulos que me han posibilitado pasar desapercibido en el lugar, metamorfoseado como si fuera parte de la vegetación de la ribera, en estos mismos minutos finales, mientras guardo en la mochila los aperos fotográficos que me han permitido ser testigo de la vida sosegada de la laguna y plasmar en una tarjeta de memoria un puñado de instantes fugaces de su vida íntima, empiezo ya a pensar cómo mejorar los resultados obtenidos. Ya estoy esperando una nueva jornada de luces cálidas.

Mientras me introduzco en el agua para marcharme, el gran bando de fochas sigue a lo suyo sin prestarme mucha más atención, se han desplazado apenas unos metros al ver incorporase una "cosa" de la pequeña islita. Miro hacia el lugar donde hace nada se puso el sol. Descanso. No hay nadie alrededor mío en la hora dulce. Solo aves y un cielo de colores tenues. Todo es paz.