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19 de enero de 2020

La cabra montés de Gredos

La montaña siempre ha sido un lugar que nos evoca la libertad de lo salvaje, de los prístino, de lo inviolado. Un lugar inhóspito en el que el hombre, empequeñecido ante la apabullante belleza del paisaje, ante sus dimensiones y grandiosidad, busca conocer sus propios límites. Es quizás en las montañas donde el hombre ha sentido más la necesidad de comunicarse con la naturaleza y consigo mismo, sacralizándolas en cualquier rincón del planeta. Y no hay un mamífero que simbolice mejor esta majestuosidad de las grandes altitudes que la cabra montés (Capra pyrenaica sp). El macho de esta especie es un animal imponente que desde siempre ha llamado poderosamente la atención del ser humano, bien para aprovechar su carne como sustento, bien para hacerse con el trofeo que supone para los cazadores su cabeza, o bien por el simple y, por el contrario, mucho más sensible placer de disfrutar de esa estampa noble y poderosa, sin dañarla, solo por admirarla.

Observar estos titanes en el Alto Gredos supone una suerte y un privilegio que estuvimos a punto de perder para siempre cuando hace un siglo estuvo al borde mismo de la extinción como consecuencia de la persecución humana. Conozcamos, pues, un poco mejor a esta especie que, sin guardar rencor alguno para con nosotros, facilita en la actualidad una relación próxima con el ser humano, con ese mismo ser egoísta que hace no tantas décadas lo arrastró a aquella situación tan extremadamente crítica.


LA APARICIÓN DE LA ESPECIE
Según una primera hipótesis basada en los estudios morfológicos de los fósiles recuperados, la cabra montés (Capra pyrenaica) habría evolucionado durante la segunda mitad del Pleistoceno superior de un antecesor emparentado con Capra caucasica, que habría migrado a la península ibérica 80.000 años atrás de un modo completamente independiente a la migración que hace ahora 300.000 años terminó originando la aparición de su pariente cercano, el íbice alpino.




Una segunda teoría, esta vez basada en estudios genéticos, se inclina por la llegada desde Asia de un predecesor común en una sola oleada migratoria que acabaría derivando en la especiación de las cabras del occidente europeo como resultado de su aislamiento geográfico. Por una parte, esto estaría apoyado en el hecho de que algunos estudios moleculares parecen indicar que Capra pyrenaica pyrenaica -el bucardo recién extinto- podría tener la misma distancia genética con respecto de C. p. victoriae y C. p. hispanica que respecto de Capra ibex, lo que resulta especialmente interesante. Pero por otra, estos estudios moleculares están realizados sobre poblaciones que han sufrido importantes cuellos de botella genéticos (tanto la cabra montés como el íbice alpino) por lo que muchos científicos desconfían de la fiabilidad de los resultados obtenidos. De hecho, la variabilidad genética, ya baja de por sí en los mamíferos, en el género Capra lo es muy particularmente. 


Sea como fuere la historia evolutiva de estas especies, lo cierto es que, junto a los fósiles antiguos que atestiguan la presencia de la cabra montés en el solar peninsular, podemos encontrar en algunos abrigos fechados en el Calcolítico y la Edad del Bronce diversas pinturas esquemáticas con figuras zoomorfas que representan escenas de cabras monteses. Estas obras artísticas pueden tener entre 3.000 y 7.000 años de anitguedad y, sin lugar a dudas, vienen a demostrar que la especie debió representar un importante aporte proteico a los grupos humanos que poblaban la península ibérica en aquellos tiempos. Como prueba de ello vemos algunas de las imágenes de pinturas rupestres que se pueden observar en diversos abrigos prehistóricos del valle de Las Batuecas (sierra de Francia, Salamanca) que muestran lo que los estudiosos han identificado como cabras monteses.





Esta especie, tras muchos años de ausencia de la citada sierra como resultado de la persecución directa a la que el hombre la sometió, hoy vuelve a campear por sus laderas desde mediados de los años 70 gracias a las repoblaciones que se llevaron a término con ejemplares traídos de la cercana sierra de Gredos.

SISTEMÁTICA DE LA CABRA MONTÉS DE GREDOS
Como ya estamos intuyendo, la cabra montés (Capra pyrenaica) es uno de los ungulados más distintivos de algunas de las montañas que se elevan en la península ibérica.

Junto con especies pertenecientes a otros géneros como el de los rebecos (Rupicapra), el del muflón (Ovis) o el del introducido arruí (Ammontragus) forman parte de la subfamilia Caprinea, y encarna al miembro del género Capra mejor conocido por todos nosotros -junto con el íbice alpino- tanto por su proximidad geográfica como por el llamativo desarrollo de la cornamenta que ostentan los machos, lo que los ha vuelto especialmente emblemáticos. En las tres imágenes siguientes podemos ver algunos machos de íbice alpino de diferentes edades, aunque ninguno de ellos con un desarrollo completo de la cornamenta y presentando el pelaje típico del período estival. Las similitudes morfológicas con nuestra cabra montés son evidentes.




Todas las especies del género Capra pueden cruzarse entre sí como consecuencia de tener una misma dotación cromosómica, lo que ha provocado una gran controversia a lo largo de los años sobre la clasificación más correcta para diferenciar fielmente las especies y subespecies existentes. En la actualidad la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) reconoce la existencia de cinco especies concretas dentro de este género: Capra Aegagrus, Capra Cylindricornis, Capra Falconeri, Capra ibex y Capra pyrenaica.

Siguiendo con la clasificación admitida en estos momentos la cabra montés de Gredos (Capra p. victoriae) se clasifica de la siguiente manera:

     Orden:                      Artiodactila.
      Suborden:               Ruminantia
       Infraorden:             Pecora
        Superfamilia:         Bovoidea
         Familia:                Bovidae
          Subfamilia:          Caprinea
           Tribu:                  Caprinii
            Género:             Capra
             Especie:           Capra pyrenaica
              Subespecies:   C. p. pyrenaica (extinta)
                                      C. P. lusitanica (extinta)
                                      C. p. hispanica
                                      C. p. victoriae


Tradicionalmente en la península ibérica se ha venido considerando la existencia de cuatro subespecies distintas -dos de ellas extintas en la actualidad-, como veíamos en el esquema superior. La clasificación realizada por el zoólogo Ángel Cabrera a principios del siglo pasado las diferenciaba así: Capra pyrenaica pyrenaica, conocida como bucardo, que en aquel momento ya ocupaba solamente unos pocos valles y laderas del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, y que como todos sabemos se extinguió dramáticamente en 2000; Capra pyrenaica lusitánica, extinta en 1890, y que habría habitado algunas sierras del norte de Portugal y sur de Galicia; Capra pyrenaica victoriae, que estuvo al borde de la extinción a comienzos del siglo XX cuando el propio Cabrera estimaba que la subespecie contaba únicamente con un macho viejo, siete hembras y tres o cuatro cabritillos en la sierra de Gredos (el apellido "victoriae" se lo puso en honor a la reina consorte Victoria Eugenia, en reconocimiento a la labor de protección de la especie que ejerció el monarca Alfonso XIII); y por último la subespecie Capra pyrenaica hispánica, que mantiene una distribución peninsular más amplia, ocupando numerosas zonas montañosas del arco mediterráneo, y que cuenta con el mayor número de ejemplares.

No obstante, hay que tener claro que aunque esta clasificación ha sido utilizada de forma generalizada desde entonces, no todos los científicos han estado de acuerdo con ella y ya en la segunda mitad del siglo pasado algunos autores apuntaban que estos taxones constituían simplemente variaciones locales de una misma especie, y no subespecies diferenciadas. Estas dudas derivan en gran medida del hecho de que dicha clasificación está exclusivamente basada en caracteres morfológicos -básicamente en pequeñas diferencias en el color del pelaje y en la forma de la cornamenta-, lo que resulta excesivamente "sutil" y muy poco fiable en la actualidad para un gran número de expertos. Parece, pues, hacerse necesaria una revisión taxonómica moderna que aproveche los avances genéticos actuales para clarificar esta cuestión tan relevante.



POBLACIÓN ACTUAL Y ALGUNOS HECHOS HISTÓRICOS
Poco podemos decir sobre la población de esta subespecie que no sepamos la mayoría. Sus números no han parado de crecer en las últimas décadas como resultado de las diversas repoblaciones que, de la mano del hombre, se han venido acometiendo en nuevas áreas montañosas, todas ellas dirigidas a su posterior explotación cinegética. Esto que a priori puede parecer positivo, también puede llegar a plantear serios retos de conservación si la gestión de la especie no es la adecuada, lo que viene a incluir a unos actores añadidos a conservar y proteger: sus principales depredadores como elementos de control poblacional. Esto tiene que ser así debido a la desproporcionada presión que pueden llegar a ejercer estos ungulados sobre la cubierta vegetal. Buen ejemplo de esto que decimos lo encontramos en el diferente estado de conservación de la flora que ocupan dos sierras limítrofes -las de Gredos y Béjar- dependiendo de que cuente o no con poblaciones de este ungulado; así, las comunidades botánicas en general, y los endemismos en particular, están mejor conservados en la segunda de ellas, en donde no encontramos poblaciones de cabra montés. Es por ello que resultan cuanto menos paradójicas, sino irresponsables, algunas situaciones tan chocantes como que se persiga a muerte a su principal controlador natural -el lobo- allí donde coexisten ambas especies, al mismo tiempo que se hace necesario el descaste de ejemplares en otras poblaciones que llegan a veces a duplicar el número de individuos recomendables. Hay que permitir que el ecosistema se autoregule con la coexistencia de ambas especies, depredador y presa se necesitan mutuamente para recuperar el equilibrio ecológico perdido. Ello redundará en beneficio de todos, incluida la especie presa, en este caso la cabra, como así se puede asegurar gracias a diversos estudios científicos que lo demuestran.

La población de Gredos, que en la primera década del siglo pasado estaba casi virtualmente extinta con tan solo 11 o 12 ejemplares, pasó a tener en 1914 según el mismo Cabrera un tranquilizador número de unos 500 individuos. Esto se debió a un hecho tan crucial como coyuntural: la iniciativa de don Manuel de Amenzúa y de don Pedro Pidal, Marqués de Villaviciosa (conocido por ser el impulsor de la declaración del primer parque nacional de España, el de Picos de Europa -en su momento llamado P. N. de la Montaña de Covadonga-, además de ser el primer hombre en escalar el Naranjo de Bulnes guiado por Gregorio Pérez, El Cainejo), de conservar la sierra de Gredos mediante la declaración por parte de Alfonso XIII en 1905 del Coto Real de Gredos, con el fin de proteger a la especie con los mismos fines cinegéticos de siempre.

Mucho han cambiado las cosas desde entonces, algunas para mejor, como parece querer empecinarse en demostrar el conocido como Refugio del Rey, en Navasomera. Hoy, derruido por el paso del tiempo como mudo testigo del pasado, simboliza la vieja afición que siempre ha caracterizado al ser humano de segar la vida a otros seres vivos por diversión. Allí donde antaño la realeza pernoctaba rodeada de su cohorte de nobles, guardas y guías locales en sus correrías venatorias a caballo en pos de cabezas de machos monteses como trofeos, hoy descansan las mismas cabras como reclamando no solo su espacio, sino también su derecho a vivir sin ser perseguidas por el simple y mezquino entretenimiento de darles muerte por diversión, ni por la repulsiva y nauseabunda costumbre de cortar y colgar cabezas de animales de las paredes.



Con la II República, la Guerra Civil española y los difíciles años de la postguerra, la población de cabras volvió a ser puesta contra las cuerdas por el furtivismo, al tiempo que la reclamación de sus derechos por parte de los propietarios de los terrenos, pusieron en peligro la continuidad del propio Coto Real. Este acabó siendo transformado en Coto Nacional de Caza gracias a la iniciativa de otro marqués, el de Valdueza, y a Luis Antonio Bolín, por aquel entonces Director General de Turismo de la dictadura (algunos de vosotros lo conoceréis por el laboratorio que lleva su nombre en la Reserva Biológica de Doñana -habitualmente conocida como Estación Biológica de Doñana-, dentro del propio Parque Nacional: el emblemático Laboratorio Luis Bolín, lo que pudiera dar a entender que este personaje o era un gran científico o un prohombre conservacionista, lo que no puede quedar más lejos de la cruda realidad, ya que se trataba de un mero miembro del Régimen, artífice para más señas de ese modelo de desarrollo urbanístico y turístico basado en el cemento y el hormigón en primera línea de playa que tan lamentables consecuencias ha traído para nuestra costa mediterránea en la segunda mitad del siglo pasado).

Pero volviendo a la cuestión que nos atañe en este epígrafe, el de su población, en 1961 el número de cabras monteses que campeaba por el Sistema Central alcanzaba ya los 2.500 individuos y en 1970 los 3.500. A comienzos de siglo se calculaba una cifra de aproximadamente 8.000 cabras solo en Gredos, habiéndose repoblado con ellas sierras como las de Francia (Salamanca), Montes del Invernadero (Orense), Riaño (León), La Pedriza (Madrid), Ancares (Lugo-León), Pirineos franceses, ...

RASGOS ANATÓMICOS DE Capra pyrenaica victoriae
Se trata de un ungulado de montaña perfectamente adaptado a la vida en la altas cumbres, siendo común verlo en esta sierra entre los 1500 y los 2200 metros, aunque no es tampoco extraño encontrar ejemplares a cotas inferiores o superiores. Como especie alpina que es, debe negociar continuamente con dos dificultades intrínsecas del hábitat donde vive: el escarpado terreno propio de la montaña y la dura climatología de estas regiones altas.

Respecto del terreno en el que se mueve la especie, y a pesar de su corpulencia, resulta sorprendentemente ágil en sus desplazamientos por los roquedos, desenvolviéndose con soltura en precipicios y paredes, en los que busca protección cuando se siente amenazado. Sus pezuñas son el mejor calzado para moverse por terrenos muy verticales con la seguridad necesaria ante cualquier caída, siendo algo tan obvio su capacidad de moverse por estos terrenos que no se hace necesario hacer demasiado hincapié en este aspecto, con todo lo espectacular que pueda resultar verlos en terreno vertical. 






Otro tanto sucede con su increíble capacidad de resistir las más duras condiciones climatológicas que  estos hábitats les pueden ofrecer. Realmente es un prodigio de la naturaleza su magnífica capacidad de adaptación a un entorno tan inhóspito, lo que le permite soportar las más adversas de las meteorologías invernales, típicas de estos ecosistemas alpinos, con mortales ventiscas de viento y nieve que azotan la alta montaña a veces durante días, y con gélidas temperaturas que dejan a menudo el termómetro muy por debajo de los cero grados centígrados. Bajo estas líneas un macho campea estoico, sin prisa, bajo una pertinaz lluvia otoñal, anunciando la proximidad de la época de celo.


No es extraño observarlos en lo más crudo del invierno desplazándose con tranquilidad entre resaltes y llambrias heladas, o alimentándose en medio de un vendaval de viento y nieve como si con ellos no fuera la cosa. Estos meses invernales con sus temporales de frió y nieve son, no obstante, una correosa prueba para los ejemplares enfermos o más extenuados y en malas condiciones físicas. Parásitos u otras circunstancias pueden debilitarlos y hacer que acaben sucumbiendo a la estación. El invierno acaba representando para toda la fauna en general, pero para la que habita en ecosistemas de alta montaña muy en particular, un momento crucial del año de cara a su supervivencia.




De constitución robusta y fuerte, de tamaño medio y con un gran dimorfismo sexual, oscilan generalmente entre los 30 y los 40 o 45 kg de peso medio en el caso de las hembras, y entre los 55 y 90 kg en el caso de los machos, aunque hay algunos que llegan a superar los 100 kg, y a veces incluso ampliamente. Como en el resto de especies de bóvidos, ambos sexos presentan cuernos que no se desprenden, pero con una gran diferencia de tamaño entre los que ostentan los machos y los que coronan las hembras. Estas son notablemente más ligeras que aquellos, de color marrón a lo largo del todo el año y con unas franjas verticales de color negro en la parte delantera de sus patas. Sus cuernos lucen relativamente pequeños y finos, alcanzando raramente los 30 cm. Debajo podemos ver una hembra con el corto pelaje estival, mientras que en la siguiente imagen observamos con detalle un cráneo rematado por cuernos de 28 cm, que corresponde a una vieja hembra de unos 18 años de edad.


Desde lejos puede ser difícil distinguir a un macho muy joven de una hembra adulta ya que sus cuernos pueden tener la misma o similar longitud y el color del pelaje ser idéntico; esto nos obliga a fijarnos en la anchura de la base de sus cuernos, ya que es mayor en el caso del macho adolescente que en el de las hembras. El ejemplar de la siguiente toma es un macho joven de 4 años, y se le aprecia perfectamente esa base amplia y fuerte en el arranque de las fundas del cuerno, y presenta una longitud que ya supera a la de la mayoría de las hembras.




Vemos a continuación sendas fotografías de dos hembras adultas en las que podemos observar el cuerpo completamente desarrollado y los cuernos finos.



Mientras que en el siguiente ejemplar -un macho de corta edad, de unos 2 años- podemos ver que muestra aún un cuerpo compacto bastante diferente al de las hembras adultas, mucho más rechoncho y menos esbelto que el de ellas, casi aún de chivo, todavía en pleno desarrollo, y unos cuernos, sin embargo, de una longitud ya similar al de muchas hembras y de una cierta anchura.


Sin duda todas estas diferencias se aprecian mucho mejor cuando tenemos la oportunidad de ver juntos a ejemplares de ambos sexos y diferentes edades. A continuación vemos dos claros ejemplos en los que sendos machos jóvenes, también de unos 2 años, posan al lado de hembras adultas, lo que nos permitirá distinguir el tamaño de sus cuerpos -aun sin desarrollar en los machos jóvenes-, y especialmente las comparativas de sus respectivas cornamentas. 



Los machos adultos, sin embargo, son notablemente más grandes y pesados que las hembras, con una pequeña barba a modo de perilla en los ejemplares adultos, y con unos cuernos que llegan a acercarse al metro de longitud en las cornamentas más desarrolladas. En Gredos lo normal es que sus cuernos tengan la típica forma de "lira", con dos cambios de dirección en la curvatura. Por desgracia para ellos son muy apreciados como trofeo por los cazadores.



El color de su pelaje va variando en función de la edad del animal, por un lado, y de la época del año, por otro. De jóvenes es similar al de las hembras, como ya hemos indicado, de color marrón más o menos claro, y presentando las típicas manchas negras sobre las extremidades, que se irán extendiendo por los flancos con el paso de los años, alcanzando hasta la cruz y la parte superior de la espalda en los ejemplares de mayor edad.


Entre tanto, los machos adultos más viejos, y en especial a partir de la época de celo, presentan un pelaje mucho más oscuro, predominando el color negro. Este a veces llega a cubrir casi por completo el cuerpo del animal durante los meses invernales, perdiendo completamente los tonos marrones de flancos y cuello que vemos en ejemplares de edades intermedias, y que acaba finalmente sustituido por un color gris canoso. La superficie que ocupa este pelo gris canoso se va reduciendo con la edad hasta casi desaparecer en favor del negro, que por el contrario se termina extendiéndose por casi todo su cuerpo, como si de un toro de lidia se tratara en los ejemplares más viejos, lo que se puede observar en alguna imagen de esta entrada.


Lo dicho más arriba es el patrón que por lo general lucen la inmensa mayoría de las cabras monteses en Gredos. Pero no siempre es así, siendo posible encontrar muy puntualmente machos adultos durante el invierno con el pelaje completamente marrón, en vez de negro o marrón y negro, así como diferencias en la forma de los cuernos, que pueden llegar a tener forma "acarnerada". En las imágenes de debajo tenemos dos machos muy diferentes entre sí fotografiados en la misma jornada de primeros de noviembre de 2015. En la primera fotografía observamos a un ejemplar estirándose con la habitual capa de color negro, clásica en C. p. victoriae durante el invierno; y en las dos tomas siguientes controlamos a un segundo animal de un uniforme color marrón (obsérvese la gran perilla que cuelga del mentón de este segundo ejemplar).

Como ya hemos explicado más arriba, estas diferencias en el color del pelaje que se pueden observar entre ejemplares de distintas edades pueden ayudar a establecer de un modo aproximado la edad de los machos; pero también hay que tener en cuenta que existen variaciones estacionales en su pelaje, siendo distinto el color de la capa que lucen en verano respecto del que exhiben en invierno. En las dos fotografías de debajo podemos apreciar la diferencia de capas de dos animales adultos de edades parecidas (algo mayor el segundo), la primera de ellas tomada en verano y la otra obtenida en invierno.






Sobre el terreno existen dos criterios útiles para aproximarnos a la edad de los distintos individuos. El primero de ellos es el desarrollo de los cuernos y las marcas anuales diferenciadas a través de los medrones -algo en ocasiones bastante complicado de distinguir en el caso de las hembras, incluso para un experto-.


El segundo es la extensión del pelaje de color negro en el caso de los machos. Según algunos autores la edad máxima de las hembras oscila entre los 19 y 22 años mientras que en los machos ronda los 14. Hay diversas teorías para explicar esta gran diferencia, pero la combinación de varios factores puede ser determinante, entre ellos el diferente desgaste que sufren unos y otras en su comportamiento sexual y reproductivo. De la misma manera se apunta que las poblaciones que han tenido una mejor alimentación a lo largo de su vida paradójicamente viven menos años como consecuencia del desgaste que les ha provocado una mayor y más intensa actividad reproductora -derivada precisamente de esa buena alimentación-: chivos más grandes, partos gemelares, más continuos, etc. en las hembras; mayor actividad y derroche energético durante los celos en los machos.

Como en otras especies rumiantes, la dentición de las cabras monteses está compuesta por incisivos, premolares y molares solamente: no disponen de caninos, por lo que se las denomina incompletas. Además, no tienen incisivos en el maxilar superior, disponiendo en su lugar de una protuberancia dura denominada "almohadilla dental" o "rodete dentario" que se aprecia fácilmente en la imagen que sigue a este párrafo. En ovejas y cabras domésticas, los incisivos de la mandíbula inferior son usados para determinar de manera aproximada la edad del animal. A diferencia de las vacas que utilizan principalmente la lengua para sujetar y arrancar la hierba, en la boca de las cabras tienen una especial importancia sus labios, pues representan la herramienta perfecta con la que agarrar la vegetación en el momento previo a cortarla (con la ayuda de sus incisivos inferiores y el rodete dentario) y transportarla hasta los molares y premolares, y proceder a su masticación con el típico movimiento lateral de su mandíbula inferior. Sus labios están muy vascularizados y tienen una gran cantidad de terminaciones nerviosas que los vuelven muy sensibles. Constituye, pues, una sofisticada herramienta imprescindible para alimentarse con comodidad.


Otra característica curiosa que llama poderosamente la atención son esos ojos color miel situados lateralmente en la cabeza (como sucede en todos los herbívoros). Esta posición lateral de los ojos les proporciona un ángulo de visión muy amplio -de al menos 270º-, lo que les facilita la localización de cualquier posible peligro. Por el contrario, los depredadores (de pelo o pluma, da igual) tienen por lo general -siempre hay excepciones- sus ojos situados en la parte frontal de la cabeza para poder fijar la atención en la presunta presa y precisar quirúrgicamente distancias, estorbos, objetos o cualquier otra circunstancia que afecte al acto de predación con la mayor precisión posible (tienen una gran profundidad de campo). Para un animal que es presa de los depredadores, lo fundamental será detectar la presencia de los mismos, por lo que ese mayor ángulo de visión supone una enorme ventaja para hacerlo. Le va la vida en ello.


Además de todo lo anterior, como podemos comprobar en la imagen superior y en la inmensa mayoría de herbívoros, la cabra montés presenta las pupilas horizontales (al contrario que los depredadores, que las tendrán verticales o redondas, según el caso), lo que facilita ese ángulo de visión junto con la posición lateral en la cabeza. Por si fuera poco todo ello, hacen gala de una adaptación muy curiosa y no menos importante, consistente en rotar unos grados el globo ocular, permitiendo así que la pupila horizontal esté siempre en esta posición, tanto cuando pasta con la cabeza agachada pegada al suelo, como cuando la levantan. Esta característica se denomina ciclovergencia y la podemos comprobar observando los ojos de este animal en diversas imágenes de esta entrada.

Como en todas las especies, en las cabras, dado el gran número de ellas que podemos observar en el campo, es muy probable que encontremos ejemplares con enfermedades, malformaciones o señales externas originales que los diferencien de los demás congéneres. Debajo podemos ver a una hembra con una conspicua mancha blanca en el lado derecho de la cara, un macho con su ojo derecho vaciado, otro con su ojo izquierdo infectado o enfermo rodeado de legañas, y uno más con una catarata también en su ojo izquierdo, u otro con una malformación o tumor en la mandíbula.






La principal causa de mortalidad en la especie viene determinada, sin ningún lugar a dudas, por la caza, tanto legal como furtiva, lo que suele provocar un importante desequilibrio poblacional, al ir dirigida principalmente hacia uno de los sexos -los machos- y a un determinado grupo de edad -los adultos más fuertes y más desarrollados-. Las enfermedades son causa de una mayor mortalidad entre la población infantil, principalmente hasta cumplidos los tres años de edad; a partir de entonces la tasa de mortalidad disminuye hasta que el animal sobrepasa una cierta edad en la que el ratio vuelve a aumentar coincidiendo con su vejez. La población de Gredos en líneas generales es una población sana, que hasta ahora no se ha visto afectada por epidemias como la de la sarna sarcóptica que la hayan afectado y hasta diezmado, como sí ha ocurrido en otras poblaciones de este u otros ungulados ibéricos. Muertes naturales por otros motivos, como avalanchas o despeñamiento, son simplemente insignificantes, toda vez que las primeras en Gredos son casi inexistentes y los segundos son extremadamente raros en un animal tan bien adaptado a la vida en el vacío. Entre los depredadores, zorros y águilas reales pueden ocasionalmente predar sobre chivos, pero su incidencia no es significativa como consecuencia de la estrecha vigilancia que dispensan las madres a sus crías. Sin embargo, el desembarco del lobo en la sierra de Gredos en los últimos años pondrá sobre el tapete por fin un control poblacional efectivo y natural sobre los excedentes de ejemplares enfermos y viejos, tendiendo a mantener un número de ejemplares de cabra montés más racional, acorde con la carga que el ecosistema pueda soportar sin degradarse, y no con los objetivos mercantilistas que a la actividad cinegética le interese alcanzar, mejorando de esta forma la propia población de la especie y equilibrando el conjunto del ecosistema.

El tiempo dirá si, además, la presencia del depredador hará recuperar en la especie su ancestral y lógico comportamiento huidizo frente a posibles amenazas externas -entre las que nos debe incluir-, más propio de un herbívoro que es presa en la pirámide trófica, y que en las últimas décadas se volvió confiado hasta extremos completamente antinaturales, no huyendo del hombre e incluso acercándose a nosotros en busca de comida.

HÁBITAT Y ALIMENTACIÓN
La sierra de Gredos está conformada por una alineación montañosa granítica de grandes bloques elevados (horst) y divididos a su vez por grandes fracturas (graven) que los separan. Además es muy marcada la diferencia altitudinal y la pendiente entre la vertiente sur, mucho más acusada y de mayor desnivel (más de 2000 m), y la norte, bastante más suave, acogedora y con menor gradiente altitudinal (unos 1200 m). Su altura sobrepasa en numerosos puntos los 2200 m, alcanzando la mayor altura en la cumbre del pico Almanzor con 2592 m.

Debajo tres ejemplos de los fuertes desniveles de la vertiente meridional: una visión casi aérea de Los Galayos, desde la cima de La Mira, y dos imágenes invernales de la parte superior de la solitaria Garganta Tejea y del Espaldar de los Galayos.





Y, por el contrario, otros dos ejemplos de la bondad de la fachada septentrional, mucho más suave y con accesos más cómodos, y de menor desnivel: la garganta del Pinar.

Como consecuencia de estas características, presenta distintas comunidades botánicas que se pueden agrupar y estratificar en franjas altitudinales identificadas con los pisos bioclimáticos. Estos pisos o bandas mantienen rasgos comunes en función de factores orográficos, topográficos, litológicos y climáticos derivados de su situación dentro del conjunto de la península ibérica, lo que determina en buena medida las precipitaciones y el clima imperante. Así, por ejemplo, mientras que en la vertiente sur las gargantas suelen permanecer todo el invierno libres de nieve excepto en las cotas más altas (como se observa en las dos imágenes verticales anteriores), en la fachada septentrional la capa de nieve no solo se extiende por una amplia superficie en los valles y laderas, llegando a tapizar las cotas más bajas, sino que, además, puede alcanzar un gran espesor.

Esta estratificación en unidades bioclimáticas es sinónimo de diversidad, y esta será mayor cuanto mayor diferencia altitudinal exista. Roquedos, praderas, turberas de montaña, manchas de matorral, bosques, ríos, lagunas, ... todos ellos hacen que la flora de estas montañas sea verdaderamente variada y rica, existiendo además numerosos endemismos (Reseda gredensis, Biscutella gredensis, Antirrhinum grosii, Centaurea avilae, Saxifraga pentadactylis almanzorii, Santolina oblongifolia, Armeria bigerrensis bigerrensis, Misopates rivas-martinezii, ... y así hasta 14 plantas endémicas de Gredos). Es más, en el presente año, 2019, el catedrático de botánica Modesto Luceño, de una universidad de Sevilla, ha descrito una nueva planta para la ciencia en la fachada meridional de la sierra, a la que ha denominado Linaria vettonica.

Sin embargo, ante la mirada de un profano la sierra de Gredos puede parecer botánicamente pobre, como consecuencia de las enormes superficies ocupadas ininterrumpidamente por piornos serranos (antes Cytisus purgans, luego Cytisus balansae, y en la actualidad Cytisus oromediterraneus), que llegan a pintar gigantescas extensiones de Gredos de un intenso color amarillo durante la floración primaveral y de un, no menos intenso, aroma que envuelve laderas y gargantas. 


Paradójicamente, estas grandes manchas arbustivas han sido históricamente favorecidas por el hombre mediante las periódicas quemas a que ha venido sometiendo al matorral, buscando su eliminación en favor de pastos para el ganado. Estos incendios solo consiguieron eliminar aquellas especies botánicas que no estaban adaptadas al fuego, como el enebro rastrero (Juniperus commnunis), por ejemplo, pero sirvieron de muy poco contra los piornos, que rebrotan sin mayores problemas una y otra vez, e incluso con más fortaleza gracias a la eliminación de la competencia y el rejuvenecimiento de sus cepas, lo que a la larga ha supuesto el efecto contrario al deseado: la ampliación de la superficie ocupada por este arbusto, en vez de su reducción. Sorprendentemente esta práctica tradicional basada en el fuego periódico se sigue utilizando en el Sistema Central en nuestros días, a pesar de que se ha demostrado que provoca el efecto contrario al deseado. En la fotografía de debajo podemos ver una de las escasas manchas de enebros rastreros que podemos encontrar en algunos enclaves de las gargantas septentrionales, mostrando sus formas almohadilladas de verde intenso pegadas al suelo, signo inequívoco de su magnífica adaptación a las duras condiciones climáticas que deben superar durante los inviernos.



De este modo, y como consecuencia de estos usos, la acción antrópica ha homogeneizado finalmente grandes superficies de la sierra, que hoy en día podemos ver casi ininterrumpidamente cubierta de piorno serrano, en ocasiones acompañado de extensiones variables de cambriones (Echinospartum barnadesii). En función de la altitud, la vertiente, la orientación, el tipo de suelo, etc. podemos encontrar una gran variedad de comunidades arbustivas que vienen a enriquecer la flora de Gredos: rosales silvestres (Rosa canina), serbales de cazadores (Sorbus aucuparia), jarales (Cistus ladanifer), madroños (Arbustus unedo), escobas (Cytisus multiflorus y Cytisus striatus), brezos (Erica umbellata y Erica australis), etc.

Aprovechando los numerosos arroyos, vaguadas y gargantas que recorren los dos flancos de la sierra, aunque principalmente en la vertiente norte, se favorece la existencia de numerosas praderas que siempre han sido aprovechadas por los herbívoros domésticos y silvestres, entre los que se encuentra la propia cabra montés. Estos pastizales en los pisos alpino y subalpino se encuentran formados por el cervuno (Nardus estricta) en pequeñas navas y depresiones húmedas, a menudo escoltando a arroyos y lagunas; y la festuca (Festuca indigesta) que se localiza en suelos más pobres y móviles, de mayor pendiente y expuestos a las inclemencias. La vertiente sur se encuentra, además, cortada a cuchillo por profundas gargantas de difícil acceso, como ya hemos indicado, y donde en las últimas décadas se puede observar un proceso de recuperación de los bosques de robles (Quercus pyrenaica) que otrora las poblaban. Algunos grandes enebrales (Juniperus oxicedrus), encinares (Quercus ilex), y pinares  (Pius pinaster) en la vertiente sur, así como la vegetación asociada a los ríos y principales arroyos -fresnos (Fraxinus angustifolia), alisos (Alnus glutinosa)-, pinares de Pinus sylvestris y pequeñas líneas de abedules (Betula pendula) en la vertiente norte completan las principales especies de arbolado de Gredos.

Visto muy a groso modo el entorno en el que habita, es fácil suponer que la alimentación de Capra pyrenaica victoriae puede abarcar gran parte de las plantas que componen la flora de estas gargantas, máxime cuando se trata de una especie pastadora y ramoneadora. Debajo dos machos pastando y un tercero ramoneando flores de piorno; obsérvese también la diferencia de pelaje invernal de los dos primeros, tomadas un 30 de octubre, y del tercero con el pelaje típico del verano, en una fotografía obtenida otro día 30, pero esta vez de junio.




Casi cualquier cosa puede entrar a formar parte de su dieta, incluidos los líquenes que, correosos, podemos encontrar sobre los granitos desnudos. Debajo una hembra mordisqueando líquenes sobre una roca.


Esta dieta depende a lo largo del año de dos factores concretos: la disponibilidad y la digestibilidad. De esta forma, se puede afirmar que durante la primavera y comienzos del verano, cuando hay más disponibilidad de plantas diversas a su alcance, la digestibilidad es el factor primordial a la hora de seleccionarlas. Por el contrario, durante el invierno el factor pierde cierta relevancia en favor de la simple disponibilidad. Aún así, la población de Gredos es eminentemente pastadora, constituyendo las gramíneas y ciperáceas del orden del 80% de la dieta en primavera-verano, y de casi el 85% en otoño-invierno. El resto de la alimentación lo completan principalmente los arbustos; esto es debido a la abundancia de praderas y la monoespecificidad del matorral. Buena parte de estas plantas las consume a mayores alturas que el ganado doméstico y en careos entre las rocas, por lo que no es relevante el solapamiento trófico con él, ni con otros herbívoros silvestres que en general viven a menor altitud (ciervos y corzos).

En Gredos, al igual que en otras sierras, es habitual que las cabras se acerquen a las carreteras a proveerse de la tan necesaria sal, en este caso esparcida por el hombre para evitar la formación del hielo en su superficie y permitir así la circulación rodada con una cierta seguridad.


COMPORTAMIENTO Y USO DEL ESPACIO
La cabra montés es un animal eminentemente gregario, que en Gredos mantiene casi todo el año grupos separados de hembras por un lado y de machos por otro, lo que no es óbice para que también sea posible observar ejemplares solitarios, tratándose en estos casos generalmente de viejos machos. Las hipótesis para justificar esta segregación de sexos son variadas; algunos autores opinan que tienen lugar para no competir por el alimento dado que las necesidades de hembras y machos son distintas, mientras que otros sugieren que es debido a las distintas necesidades metabólicas de unos y otras. Sea como fuere el motivo que origine este agrupamiento por sexos, el resultado final es que, por regla general, podremos ver a lo largo del año grandes rebaños de hembras con sus crías por un lado, y de machos por otro, como el de la siguiente fotografía en la que vemos machos adultos de varias edades alimentándose a principios de verano, con el clásico pelaje estival.



A continuación otra imagen de un grupo de machos en las semanas previas al comienzo del celo, cuando aún permanecen segregados de los rebaños de hembras y crías.


Rebaños de hembras y machos suelen moverse por áreas diferentes de la sierra, alimentándose los machos a menudo en cotas altitudinales superiores a las usadas por las hembras. Así viven unos y otras la mayor parte del año, hasta que llega el período del celo. Es entonces cuando los rebaños de machos comienzan a disgregarse, compiten entre ellos, marcan jerarquías y se acercan a los de las hembras, que al principio de la temporada no les hacen mucho caso. El tamaño de estos grupos también varia en función de la densidad que la especie presente en la zona, siendo más numerosos cuanto mayor densidad se observe.

Los grupos mantienen una fuerte cohesión cuando se encuentran pastando, con ejemplares adultos vigilantes, a menudo en la periferia. Un simple silbido de alarma y el grupo huye de manera coordinada, como se aprecia en la imagen inferior, en este caso de la presencia de un helicóptero sobrevolando la zona.


Por el contrario, cuando están descansando los grupos se presentan más esparcidos por el terreno, quizás al ser menos detectables por los depredadores que cuando están de pie pastando con la cabeza agachada.

Como otras muchas especies habitantes de los pisos alpinos y subalpinos de las montañas, la cabra montés realiza desplazamientos trasterminantes estacionales, descendiendo a cotas altitudinales inferiores durante los períodos más fríos del año, donde se encuentran más abrigadas de las inclemencias climatológicas y donde encuentran mayor cantidad y variedad de alimentos, regresando de nuevo a lo alto de la montaña transcurridos los meses más fríos para aprovechar los pastos primaverales y las floraciones del verano. Podemos hablar pues, de migraciones estacionales y altitudinales.





Como otros animales, la cabra montés también presenta un patrón de actividad diario con dos picos al amanecer y al atardecer, lo que se hace más evidente durante los días más calurosos del año, cuando permanecen sesteando a la sombra de los rocas durante bastante tiempo. De igual forma, durante los meses de verano los desplazamientos son realizados a menudo durante las noches, mientras que en invierno lo son durante todo el día. Debajo un gran macho descansando a medio día, con la cornamenta apoyada sobre la roca como consecuencia del gran peso que debe soportar.


Y, FINALMENTE, LA REPRODUCCIÓN
Probablemente sea el período del año más atractivo para la observación de esta especie, y por supuesto para su fotografía. Durante varias intensas semanas de finales de otoño y a lo largo de unos 50 días de celo (de media en Gredos) durante los meses de noviembre y diciembre, los machos y las hembras, que hasta ese momento se han mantenido segregados unos de otros, se reúnen en grandes rebaños mixtos e interaccionan entre ellos, mostrando comportamientos verdaderamente interesantes. Este momento representa uno de los mayores espectáculos de la naturaleza ibérica, similar al de la berrea de los ciervos o las migraciones de las grullas.




Se trata de una especie polígama, donde los machos establecen una fuerte jerarquía entre ellos durante el período reproductor, siendo los ejemplares dominantes los que tienen más fácil el acceso a las hembras. Estas jerarquías y el establecimiento de rangos de subordinación se establecen mediante distintos comportamientos en los que los ejemplares miden sus fuerzas y sus posibilidades con respecto del oponente. Esto suele suceder entre los machos adultos al comienzo del celo, en tanto que el resto de jóvenes ya cortejan con insistencia a las hembras, que los rechazan con la misma soltura. Cuando esto sucede las hembras giran la cabeza frente al joven macho en un gesto o amago de cornear que a veces es suficiente para contener al impetuoso animal. A veces las hembras orinan para que el joven macho sepa el estado de estro en el que se encuentra. Debajo dos imágenes en las que la hembra se gira y parece decirle al macho: "che, ni se te ocurra acercarte más, ahí quietecito"




Este gesto de la hembra suele ser suficiente en la mayoría de las ocasiones para que el macho mantenga las distancias, pero si el animal insiste hasta cansar a la hembra esta se revuelve y llega a apartarlo físicamente del lugar con unos ligeros topetazos, lo que tampoco le influirá mucho, pues se irá acto seguido a aburrir a la siguiente hembra que vea cerca con la misma insistencia y pesadez.



Este comportamiento de cortejo en los machos jóvenes es algo fácilmente observable durante el celo: peleas entre ellos, posturas de cortejo, intentos de cópulas etc. En la siguiente imagen un macho adolescente intentando montar a una hembra; los cuernos de ambos son muy similares en longitud, lo que vendría a indicarnos de que se trata de un ejemplar macho de unos 3 años de edad, pero los de él son sensiblemente más gruesos en la base que los de las dos cabras que aparecen en la fotografía, como ya vimos más arriba.




Según algún estudio moderno parece que el desarrollo de las cuernas en los machos mantiene una relación directa con la movilidad de sus espermatozoides, lo que vendría a incentivar una selección preferente por parte de las hembras de aquellos ejemplares con cornamenta de mayor envergadura. A menudo dos, tres o más machos viejos, seguidos a veces de otros más jóvenes a modo de comparsa, caminan parejos retándose entre ellos, dándose empellones con el cuerpo lateralmente, echándose la zancadilla con los cuernos, comiendo a ratos, incluso descansando un tiempo para luego volver a retomar la disputa volviéndose a molestar, y recorriendo ocasionalmente grandes distancias de esta guisa. Cuando esto sucede se debe a que no está claro cuál de ellos es más fuerte o dominante y, no cediendo ninguno, han de medirse hasta dejarlo claro. 

Debajo una fotografía en la que tres machos de porte muy similar caminan empujándose lateralmente, molestándose con los cuernos unos a otros y restregándose entre ellos, lo que se observa muy bien en el último ejemplar, que frota con fuerza su cara y cuello contra la grupa del ejemplar que tiene al lado.



Y si todo ello no sirve para dirimir el estatus de cada uno de los colosos, probablemente acabe la pelea de gallos en un espectacular combate a testarazos. Estas batallas pueden durar desde unos pocos minutos, con tres o cuatro testarazos si la diferencia de fuerzas se manifiesta entre los contendientes, hasta muchas horas si ninguno ellos se rinde ante el adversario, lo que representa en estas ocasiones un dispendio energético verdaderamente descomunal. La primera de las imágenes siguientes pertenece a un combate de más de media hora, y se puede apreciar en los cuernos del ejemplar de la izquierda manchas de sangre procedente de la nariz del oponente.





A veces se puede ver en el campo algún animal con cicatrices en la cara, probablemente causadas durante sus peleas, como el que vemos debajo, cuya cicatriz llega hasta el mismo borde del ojo que pudo, quizás, haber perdido.


Cuando las jerarquías ya están establecidas, los grandes machos comienzan por fin a cortejar a las hembras, lo que puede suceder mediado ya el período reproductor. Las hembras comienzan a estar receptivas. Las pautas del cortejo son siempre las mismas. Los machos levantan la cola difundiendo las feromonas olorosas de su glándula anal, intentando estimular a las hembras. Se sitúan detrás de ellas y estiran el cuello echando la cabeza hacia atrás de modo que los cuernos descienden por debajo de la espalda, al tiempo que mueven y estiran una de las patas delanteras dando pequeños toques con la pezuña. Y, por supuesto, el clásico gesto con la lengua fuera.









En esta etapa del cortejo los machos se orinan a sí mismos con una cierta frecuencia el pecho, patas, cuello y hasta en la misma boca para esparcir mejor su propio aroma corporal, en un gesto que es también observado en otros ungulados como los ciervos.





Una vez las hembras se encuentran receptivas, los machos las cubren. Este período de celo y cortejos se puede extender hasta finales de diciembre, pero para entonces el grueso del mismo ya ha concluido. Obviamente el inicio del período de celo depende en gran medida de las condiciones climáticas de cada año, y no solo del fotoperíodo (es decir de las horas de luz diarias), activándose más rápidamente si el otoño llega pronto con frío, lluvias y nieve, y retrasándose si por el contrario se presenta cálido y seco. 



Finalmente, estos grandes rebaños mixtos se mantendrán así hasta comienzos de enero, cuando poco a poco, con el declinar de la efervescencia reproductiva, volverán a separarse machos y hembras, y reagrupándose de nuevo por sexos. Entrado el mes de febrero aún podemos ver algunos machos acompañando a los rebaños de hembras y crías, pero serán ya cada vez menos.

Cuando llega el momento del parto, lo que tiene lugar tras aproximadamente 155 días de gestación, las hembras se separan del rebaño y se aíslan de las demás cabras en lugares rocosos conocidos como parideras, donde la protección de los depredadores es más sencilla, para dar a luz generalmente un cabritillo, aunque ocasionalmente pueden parir dos. En Gredos este momento se suele sincronizar desde mediados de abril a finales de mayo.


En estos momentos las crías no se separan de sus madres, y son tremendamente vulnerables ante los depredadores. Águilas reales y zorros son dos de los principales peligros que les acechan. Es una época en la que resulta verdaderamente complicado fotografiarlos, pues las madres no permiten la presencia cercana de la gente, huyendo con rapidez.


Aunque esto es variable en cada caso, pasada aproximadamente la primera semana de vida tras el parto, las hembras se vuelven a agrupar formando rebaños familiares, cada una con sus respectivos chivos. En esta época las hembras, muy desconfiadas, dedican mucho tiempo a la vigilancia. Como es de suponer, esta estrecha relación entre madre e hijo se mantiene muy firmemente durante varios meses, siendo especialmente cercana hasta que el cabritillo pasa su primer medio año de vida, momento en el que ya se ha producido el destete. Debajo un chivo ya de buen tamaño mamando a finales de junio.


Transcurridos esta primera etapa de vida y coincidiendo con la llegada del siguiente otoño podemos ver que los chivos continúan acompañando a sus madres durante el nuevo celo, pero con mucha menor dependencia de ella. Está a punto de transcurrir un nuevo ciclo reproductor y los chivos aún tardarán unas semanas en independizarse totalmente de sus madres, pero con el apoyo del rebaño crecerán sin mayores problemas.



Cuando ya han pasado varias semanas de la conclusión del último período de celo de la cabra montés, recapitulo las imágenes que este año he podido obtener de la especie. Sigue habiendo imágenes no conseguidas, pero esos fracasos solo pueden servir de acicate para que regresemos a trastear por la laderas de Gredos. Hasta entonces no dejaremos de visitar la sierra para observar a este espectacular animal, y también, ¿por qué no? para fotografiarlo y documentar cada uno de los detalles de su vida. Conocerlo un poco mejor es disfrutarlo también un poco más intensamente.

NOTA: Todas las imágenes de esta entrada, como de costumbre se presentan en formato original, sin recortes ni reencuadres. Gran parte de ellas ya las conoceréis de las numerosas entradas anteriores que he dedicado a esta especie.

3 de enero de 2020

Un cuento de lobos, jueces y políticos

Este año 2020 lo hemos estrenado con una noticia agridulce: el Tribunal Superior de Justicia de Castilla y León (TSJCyL) da la razón una vez más a la movilización ciudadana y da un serio tirón de orejas a la Junta de Castilla y León (el enésimo varapalo judicial que recibe en materia de medioambiente) al anular el programa de Aprovechamientos Comarcarles de Lobo al Norte de Duero llevados a cabo en las temporadas 2016-17, 2017-18 y 2018-19, declarándolo ilegal, y le impone una multa de 1.602.153 € a fin de reparar el daño causado al lobo durante las dos primeras temporadas en las que se abatieron 173 lobos mediante un programa de conservación, recuperación y divulgación de la especie (la tercera y última temporada, en la que se pensaban abatir 143 ejemplares, fue suspendida como medida cautelar por la justicia, en otro revés judicial, y ya son tantos que perdemos la cuenta). Esta última sentencia da la razón a ASCEL que llevó la orden de aprovechamientos comarcarles de la junta ante los tribunales, y en ella se justifica el veredicto en base a que al citado plan cinegético de la Junta le falta "...información suficiente, objetiva, científica y actual", o dicho de otro modo la Consejería de Fomento y Medio Ambiente, dirigida por Juan Carlos Suarez-Quiñones y Fernández, decide el número de ejemplares a eliminar sin ningún criterio científico que avale que semejante carnicería no vaya a afectar negativamente a la conservación de la especie en su conjunto.


Esta sentencia declara ilegal la muerte de los 173 lobos, pero para ellos y para la especie llega demasiado tarde; el daño causado ya es irreparable, como irremplazables son las vidas de esos animales muertos. La vergüenza es que los ineptos que gestionan el medio ambiente de Castilla y León no paguen de su peculio las multas y las costas de los procedimientos judiciales que se empeñan en perder con increíble asiduidad. Ellos recurren una y otra vez, hasta que el último estamento judicial confirma las sentencias anteriores; "total, las costas de estos procesos las pagan todos los ciudadanos, no nosotros", pensarán mientras se ríen en nuestra cara. Los continuos juicios perdidos por la Junta de Castilla y León respecto de su gestión cinegética y de la propia aniquilación del lobo ponen de manifiesto la patética categoría humana y profesional de estos señores que se aferran a sus sillones y a los que nunca vemos dimitir.

El actual Plan de Aprovechamientos Comarcarles de Lobo en los Terrenos Cinegéticos situados al Norte del Río Duero en Castilla y León para el trienio 2019-2022 debe ser suspendido de facto al ser un calco del anterior recién anulado, para que no suceda que el siguiente y seguro nuevo revés judicial llegue de nuevo tarde para decenas de animales a los que la Junta de Castilla y León pretende masacrar, y que les recordamos son patrimonio natural de todos los españoles. Hay que recordar que el mismísimo "Plan de Conservación y gestión del Lobo en Castilla y León" fue también anulado por una sentencia del TSJCyL y posteriormente confirmada por el Tribunal Supremo a finales de 2018, y que los tres planes de aprovechamientos cinegéticos anteriores fueron igualmente suspendidos en instancias judiciales.


¿Cómo se podría entender que el Programa de Aprovechamientos Comarcarles que ahora pretende matar 339 lobos en las tres temporadas de caza venideras se pueda llevar a cabo? El manejo que la Junta de Castilla y León hace del lobo no puede calificarse más que de rotundamente nefasto, basado en el simple exterminio de ejemplares, y sin ningún principio o pauta dirigida a la conservación de la especie. Ni siquiera los planes de aprovechamientos cinegéticos están justificados por conflictividad social y daños a la ganadería, dado que se establecen con anterioridad en el tiempo. Se persigue sencillamente extirpar sus efectivos sin justificación de ningún tipo y, evidentemente, sin ninguna base de carácter científico. Es de hecho un modelo de gestión aciago y siniestro, perverso con las propias leyes de conservación de la naturaleza.

La Junta de Castilla y León -el verdadero caballo de Atila del medio ambiente de esta comunidad- decide los cupos en base a un censo inflado, duramente criticado por numerosos biólogos y conocedores de la especie, ya que por un lado estima en algunos casos un número de manadas sin que se llegue a constatar la reproducción (requisito internacionalmente admitido como indispensable para considerar la estructura de una manada como tal), por otro multiplica el número de ellas por un número de ejemplares completamente utópico para la realidad del lobo ibérico, notable y malintencionadamente inflado, y por último no cuenta la altísima tasa de mortalidad natural y no natural que soporta la especie. Para la Junta solo nacen lobos, lobos que suma (incluso suma los que no existen), y solo parecen morir aquellos que decide matar mediante cupos para la caza deportiva. Para la Junta no existe la mortalidad infantil, ni la natural por enfermedades o peleas entre individuos, ni por atropellos, ni por caza furtiva, ni por nada de nada que se le parezca; para la Junta solo nacen lobos.


Nuestra penosa administración regional aduce que con lo que ellos llaman eufemísticamente "cupos de extracción" de lobos -aunque es mucho más razonable hablar directamente de "exterminio"- pretende reducir la conflictividad social que genera la especie en el medio rural, pero tras años de masacrar ejemplares está sobradamente demostrado que esta conflictividad no solo no se ha reducido sino que ha aumentado (con la inestimable ayuda de medios de comunicación sensacionalistas y muy poco rigurosos). Esto demuestra que semejante justificación no solo no se basa en hechos reales, sino que parece ser una burda disculpa para seguir explotando económicamente la muerte por diversión (lo que algunos llaman también caza deportiva) de este carnívoro apical. Es más, un porcentaje importante de los cupos de lobo que se pretenden ejecutar en las próximas tres temporadas de caza se llevarán a cabo en cuatro reservas regionales de caza (Mampodre, Fuentes Carrionas, la Culebra y Riaño) donde los ataques al ganado son verdaderamente mínimos.

Esta es la única realidad: la conflictividad no se reducirá al matar lobos (como demuestran, por otra parte, diversos estudios), sino cuando desciendan los daños al ganado y cuando nuestra penosa Administración indemnice de verdad -suficientemente y con rapidez- a aquellos ganaderos que adopten medidas preventivas. Esto es lo que debería guiar las actuaciones y medidas de la Junta de Castilla y León, además de por mandato de la propia Unión Europea que así establece la prioridad de las medidas preventivas a las letales. La carnicería de animales mediante el tiro limpio se ha demostrado ampliamente ineficaz para reducir el conflicto social, como así lo han evidenciado los miles de lobos ejecutados en las últimas décadas. Por este mismo motivo hay que perseguir y sancionar la picaresca y el fraude que se extiende como una epidemia entre los que más alto vocean contra la especie, ya que incrementa y magnifica el conflicto artificialmente, achacando al lobo actuaciones que no le corresponden.

El Consejero de Fomento y Medio Ambiente de la Junta de Castilla y León, el ya arriba nombrado Juan Carlos Suarez-Quiñones y Fernández, tiene la obligación moral de dimitir ante el enésimo revés que sufre en los juzgados su infausta, lamentable y sinietra política medioambiental, y desde esta página no podemos por menos de solicitar dicha dimisión.


NOTA: Agradecezco a Ascel la cesión de la primera imagen que nos muestra el trágico resultado final de la barbarie que continuamente tenemos que soportar en esta comunidad autónoma respecto de la gestión lobicida que llevan a término nuestros políticos y funcionarios. Esta vez ha sido un bello animal muerto al amparo de la Ley el que ha sufrido la cólera de la Administración, pero otros muchos acaban tiroteados furtivamente entre los matorrales de nuestros montes por la ira de una sociedad manipulada en el desconocimiento de su realidad, primero, e inducida al odio, después; de esos otros muchos lobos vehementemente furtiveados nunca sabremos nada, víctimas de una violencia humana gratuita. Con esta gestión es el odio al lobo el que vence.

Yo y la inmensa mayoría de la sociedad nos quedamos con la belleza del lobo vivo y con la imperiosa necesidad de contar con su presencia libre en la naturaleza.

El resto de imágenes están realizadas con ejemplares cautivos en el Centro del Lobo, en Zamora, cínicamente inaugurado para promocionar la figura de este hermoso animal y educar ambientalmente a la sociedad sobre la importancia de la especie en el equilibrio de los ecosistemas, por la misma Administración que solo sabe gestionarla a tiro limpio y que ha demostrado con reiterada cabezonería que no desea conservarla.

25 de diciembre de 2019

Espacios Naturales ... ¿protegidos?

España cuenta con una amplia red de Espacios Naturales Protegidos. Según obra en la página del Ministerio para la Transición Ecológica son "... aquellas áreas terrestres o marinas que, en reconocimiento a sus valores naturales sobresalientes, están específicamente dedicadas a la conservación de la naturaleza y sujetas, por lo tanto, a un régimen jurídico especial para su protección." La Ley 42/2007, de 13 de diciembre, de Patrimonio Natural y de la Biodiversidad es la que regula en nuestro país estos lugares de un modo general, agrupándolos en tres clases distintas según el régimen jurídico que los originó: Espacios Naturales Protegidos, Espacios Protegidos de la Red Natura 2000, y Áreas Protegidas por Instrumentos Internacionales (Humedales Ramsar, Espacios Patrimonio de la Unesco, Geoparques, Reservas de la Biosfera, etc.)

Los Espacios Naturales Protegidos en nuestro país los podemos, a su vez, clasificar en 5 categorías distintas: Parques, Reservas Naturales, Áreas Marinas Protegidas, Monumentos Naturales y Paisajes Protegidos. Sin embargo, como las competencias en esta materia están transferidas podemos encontrar un maremágnum de hasta 40 denominaciones posibles para los más de 2.000 espacios protegidos de los que podemos disfrutar en España, como patrimonio natural de todos los ciudadanos. Dentro de la clasificación de "Parques" encontramos los buques insignia de nuestra legislación, los Parques Nacionales, sobre los que se especifica que debido a los valores que aconsejen esa protección jurídica "... merecen una atención preferente", o dicho de otra forma, son el máximo exponente de la conservación de nuestra naturaleza, y el régimen jurídico así lo debe contemplar. Pero no es hasta hace unos pocos años que finalmente se aprueba una ley específica que regula el conjunto de Parques Nacionales españoles, la Ley 30/2014 de Parques Nacionales, que se publica finalmente el 4 de diciembre de dicho año en el BOE. De nuevo según reza en la web de MITECO, "Esta nueva Ley refuerza la protección de estos espacios que albergan lo mejor de nuestro patrimonio natural, a través de un modelo de mayor coordinación y apoyo del Estado, reclamado por numerosos expertos y profesionales así como por las entidades conservacionistas." Esto es importante porque a menudo hemos tenido que lamentar la evidencia de que a las presiones cercanas es siempre más difícil resistirse, y cuanto más fuertes son estas, más tentador es para quienes deben velar por la conservación de nuestro patrimonio olvidarse del interés general en favor de otros intereses menos altruistas.

También podemos leer en la web del ministerio el siguiente resumen: "... se refuerza la conservación de estos espacios, con medidas como el refuerzo en situaciones de emergencia por catástrofe ambiental, la intervención en casos de estado de conservación desfavorable, o la prohibición de actividades incompatibles como la pesca deportiva y recreativa, la caza deportiva y comercial, la tala con fines comerciales, así como la imposibilidad general urbanización ni edificación, ..."

En España tenemos a fecha de hoy declarados 15 Parques Nacionales, de los cuales solo uno se localiza en Extremadura, el Parque Nacional de Monfragüe. Su declaración se justificó en base a "... la representatividad del bosque mediterráneo y los valores faunísticos del enclave y en el deseo de preservar estos parajes y la necesidad de acondicionarlos adecuadamente para que puedan ser admirados y disfrutados por generaciones presentes y futuras." Además, el espacio es también declarado ZEPA y Reserva de la Biosfera. Pero cuando la sociedad tiene que convivir con noticias como la que hemos conocido hace apenas unos días nos preguntamos si realmente sus gestores son conscientes de lo que significa que este espacio esté incluido dentro de la máxima figura de conservación y protección del Estado. Pero parece que son sus acciones al frente del parque y no nuestras palabras las que evidencian que no, que no saben lo que realmente significa declarar a Monfragüe -el "Mons Fragorum" como lo denominaron los romanos- Parque Nacional, y que por razones como esta se hacía imprescindible la nueva Ley de Parques Nacionales.



Pero vayamos al meollo. El 20 de diciembre se realizó lo que dentro del Parque Nacional de Monfragüe justifican eufemísticamente como una "acción de control" en la finca Las Cansinas mediante el uso de esa técnica tan cobarde e injustificable por el enorme estrés que provoca en todo el conjunto de la fauna del lugar -incluidas todas aquellas especies estrictamente protegidas por la Ley- y no solo en la especie objetivo, como es la montería, modalidad cinegética que no nos cansaremos nunca de criticar. Unos 300 perros sueltos pertenecientes a 16 rehalas batieron la zona en cuestión hacia 50 puestos por los que se habrían pagado 300 € por cada uno de ellos, más los 600 € que se abonarían por cada venado ajusticiado. Que esto se haya convertido en los últimos años en algo normal dentro de este Parque Nacional no nos puede llenar más que de vergüenza y rabia. Vergüenza porque revela la pobreza profesional y humana de quienes gestionan este parque, vendidos a las presiones del siempre poderoso lobby cinegético; y rabia porque la sociedad les ha encomendado protejer los valores ambientales del lugar y, habiéndoles dado la mejor herramienta posible para ello -la figura legal de mayor protección que se puede conceder a un territorio en nuestro país-, lo que han hecho ha sido olvidarse de ello y de la propia sociedad, comercializando al mejor postor la muerte de animales POR DIVERSIÓN, como bien pudieran haber sido estas ciervas fotografiadas en el propio parque nacional.




Pero lo más grave en esta ocasión no ha sido en sí la propia montería, que lo es también, y mucho. Lo más grave es que en esta oportunidad un lince radiomarcado se encontraba en la zona y fue asustado y movido del lugar. Sí, has leído bien, un lince, ese animal icono de la conservación y en cuya recuperación ya hemos empleado varias decenas de millones de euros de todos los ciudadanos de la Unión Europea. Vergonzoso, infame, miserable, indecente, escandaloso, ... no se me ocurren mejores epítetos para calificar lo sucedido, aunque sí podría ir sumando muchos más, similares todos ellos.

Podemos entender que la protección a ultranza del parque y la ausencia de un predador como el lobo venga provocando una sobrepoblación de ciervo que haya que gestionar eficientemente para que no afecte de un modo negativo a las comunidades botánicas del parque, en detrimento del propio valor ambiental del mismo; pero nunca, bajo ningún concepto, podremos entender ni admitir que esto se haga mediante la caza deportiva. Y repito que nunca y bajo ningún concepto; esto no es negociable. La caza deportiva es una vergonzosa actividad radicalmente opuesta a los valores que justifican la declaración de un Espacio Natural Protegido, en especial si este es, además, un Parque Nacional, figura que representa en España -lo reiteraré hasta la saciedad- la máxima figura de la conservación. Recordamos a estos señores que han venido permitiendo semejantes despropósitos en los últimos años, que al ciudadano normal no se nos permite caminar con nuestros prismáticos por la inmensa mayoría de la superficie del Parque Nacional de Monfragüe, viéndonos limitados a unos ridículos e ínfimos itinerarios y puntos de observación en la carretera (más minimalista en este sentido no se podría ser), pero que, sin embargo, sí se permiten las monterías en esas enormes Zonas de Reserva que constituyen de hecho la casi totalidad del parque. No tiene ni pies ni cabeza; es injustificable, se mire por donde se mire. El Parque Nacional no puede avalar la muerte de seres vivos POR DIVERSIÓN. Y la mejor prueba de ello nos la otorga la nueva Ley de Parques Nacionales que habla directamente de "... la prohibición de actividades incompatibles como la pesca deportiva y recreativa, la caza deportiva y comercial ..." El tiempo nos ha dado la razón a los que nos oponíamos a semejante actividad dentro de un Parque Nacional y sus gestores tienen ahora al menos la obligación administrativa y técnica de buscar una alternativa acorde con los principios de protección de la naturaleza que le son inherentes, porque respecto a su obligación moral y ética de realizar una impecable gestión del interés general de los españoles ya hemos podido comprobar que ha estado durante mucho tiempo escondida en un cajón cerrado con llave. Por mucho que intenten justificar las monterías dentro del P. N. de Monfragüe (o de cualquier otro Espacio Natural Protegido) por la necesidad de reducir el número de ciervos o jabalíes, MATAR POR DIVERSIÓN no encaja con los valores de su declaración. Esa justificación es solo maquillaje. ¿Se les había ocurrido la posibilidad de introducir a su principal depredador como  controlador de las poblaciones de herbívoros, o la de facilitar su llegada de manera natural, la de esterilizar a un número determinado de ejemplares, incluso la de hacer descastes solo por personal de la Junta de Extremadura,...? No, obviamente eso no se les ha ocurrido, es más sencillo ceder ante la presión de los cazadores y de los propietarios de las fincas.



No hablo apenas del lince, este hecho es casi coyuntural. O quizás no, lo mismo se ha desplazado a una zona de peor calidad o más peligrosa donde puede acabar pereciendo. No lo sabemos aún, pero supongo que ya nos acabaremos enterando de qué ha hecho este ejemplar o qué ha sido de él. De lo que sí estamos seguros es de que para llevar a buen puerto la gestión de un Parque Nacional la sociedad no desea tener al frente a funcionarios tan insensibles con esos valores conservacionistas y de protección de la naturaleza que les deberían ser propios. Desde aquí, creo que no es en absoluto descabellado pedir responsabilidades hasta las máximas consecuencias al propio Director del Parque Nacional y al resto de responsables por permitir esta montería coincidiendo con la presencia de un ejemplar de lince radiomarcado. Es lo menos que deberían hacer, dada la gravedad de su negligencia e irresponsabilidad.

Un rayo de esperanza, no obstante, llegará a finales de 2020, cuando la nueva Ley 30/2014 de 4 de diciembre prohiba definitivamente la caza en todos nuestros Parques Nacionales, lo que afectará por fin de forma positiva tanto a Cabañeros como a Monfragüe, y muy a pesar del lobby cinegético que en España está encabezado principalmente por la asociación Artemisan, que no ha dudado en aducir informes socieconómicos intencionados y dirigidos, en un afán claro de manipular a la población e influir en nuestros políticos:

Puede que haya quien piense que este hecho ocurrido el 20 de diciembre no deja de ser un hecho puntual. Sin embargo, la mala y deprimente gestión de nuestra naturaleza parece generalizada en más lugares de nuestra Red de Espacios Naturales Protegidos, y no solo en algunos espacios concretos. Y como ejemplo de esto podemos poner la lupa en varios casos. Muchos conocemos, por ejemplo, la incansable y enconada persecución sin tregua a la que se somete al lobo en nuestro primer Parque Nacional declarado, el de los Picos de Europa, y los indignantes casos de la camada de cachorros muerta a golpes por un biólogo del parque; o el caso de los dos lobos radiomarcados con collar, que eran seguidos en un costoso estudio científico, y que fueron abatidos a tiros en el transcurso de unas pocas semanas por funcionarios de la Junta de Castilla y León (el primero de ellos, llamado Marley, se constituyó tras su muerte a tiros por la Administración del parque en emblema e icono de la lucha por su protección, siendo el germen de la aparición del colectivo Lobo Marley). La persecución de este animal continúa infatigalble en este Parque Nacional, que recientemente pretende aprobar el indecente "Protocolo de Regulación de la Población de Lobo Ibérico en el Parque Nacional de los Picos de Europa".



Pero hay más casos de pésima gestión; hace solamente unos días publicaba aquí una entrada sobre la paradoja injustificable de la coexistencia en un mismo espacio físico de un Parque Regional -cuya figura legal y jurídica es similar a la de Parque Nacional, solo que gestionada por una comunidad autónoma- y dos Reserva Regionales de Caza, una en la vertiente abulense y otra en la extremeña. La imposibilidad de compaginar la protección de la fauna con su explotación comercial mediante la caza por diversión en un mismo espacio se hace más que evidente en lugares así. De hecho, en este caso como ya expliqué en la citada entrada, ya se está allanando el terreno para justificar la muerte de los lobos porque se alimenta de cabras monteses, que, ¡cómo no! son propiedad humana, por lo visto. Es obvio que los intereses y los propios valores que defienden los Parques Naturales y Regionales por un lado, y las Reservas Regionales de caza por otro son completamente opuestos, y hacer que coincidan en un mismo espacio físico es, como mínimo, surrealista.



Esta misma incongruencia, sin embargo, se da en otros muchos enclaves, como en el Parque Natural Las Batuecas-Sierra de Francia que es también Reserva Regional de Caza de Las Batuecas, ...,

Pero hay otros ejemplos donde los gestores de los espacios naturales no parecen entender lo que su responsabilidad implica: hace muy poco pudimos ver con asombro también cómo para celebrar los 25 años de la declaración de la Reserva Natural de la Garganta de los Infiernos, realizaban un espectáculo de fuegos artificiales y sonido de la forma más irrespetuosa y antinatural que se pueda concebir. El absurdo ha llegado a la gestión de nuestros espacios naturales, por lo visto; y la miopía de sus máximos responsables parece requisito sine qua non para encabezar su gestión. Bueno, más que miopía, hablaremos de ceguera total.





¿Y qué podemos decir ya del clásico "Músicos en la Naturaleza" que, sorprendentemente, la Fundación Patrimonio Natural de la Junta de Castilla y León organiza cada año en el Parque Regional de la Sierra de Gredos? Sinceramente resulta imposible explicar cómo se puede compatibilizar un espectáculo cultural cuya característica primordial son los decibelios, las intensas luces y, sobre todo, la masificación del lugar (recuérdese que traen a primeras figuras del rock del panorama internacional: Bod Dylan, Sting, Rod Stewart, Mark Knopfler, ...) con la protección de la naturaleza, y la propia educación medioambiental que debe primar en los valores esenciales de un Parque Regional, máxime cuando para evitar esa misma supuesta masificación turística del entorno han decidido poner una barrera de acceso a la Plataforma y cobrar a cada vehículo que sube, aunque no exista ninguna masificación. Vamos, injustificable desde cualquier punto de vista. Es obvio que existen otros entornos más adecuados donde promocionar estos festivales en lugar de en un Espacio Natural Protegido. Simplemente es aberrante.

Esta gestión irresponsable de nuestra naturaleza no tiene ningún sentido. Es una locura. Retomando el problema que suscita la caza en los ENP, hay que recordar que prácticamente el 80% del territorio nacional está a disposición del 1,8% de los ciudadanos españoles, que son los que tienen licencia de caza; ¿es acaso un disparate que al menos en los Espacios Naturales Protegidos se prohiba esta actividad tan antiecológica, tan peligrosa para la integridad física de las personas, y tan dañina para la biodiversidad? En todos los espacios naturales, independientemente de la calificación o régimen jurídico con que cuenten o al que pertenezcan.

Los Espacios Naturales Protegidos lo son para toda la sociedad, permitir la actividad cinegética en ellos u otro tipo de actividades antinaturales resulta simplemente obsceno, sean del tipo que sean.

13 de diciembre de 2019

Paisaje interior

El sol asoma por el horizonte una mañana más. Por fin.

Una neblina densa se extiende por el lugar como una sábana húmeda y fría que lo cubre todo a ras de suelo. Por encima, el cielo se encuentra completamente despejado. El potente bramido de los machos de ciervo los delata de entre las últimas sombras de la noche y las inesperadas brumas del alba. Están ahí, aunque nos los vemos, enarbolando sus grandes cornamentas, protegidos por las nieblas que nos impiden ver en la alborada a esos otros seres del bosque que a estas horas también deambulan ya hacia sus encames. Aunque no los vemos los imaginamos, los suponemos, caminando, olfateando el aire, escuchando los ecos del bosque, expectantes ante la posible presencia de ciervas en celo o, quizás, de depredadores hambrientos. Los percibimos, los sentimos. Sus berridos constituyen la mejor y más inconfundible sinfonía que nos regala la naturaleza al llegar cada otoño, con sus primeras lluvias. Nosotros, con nuestros teleobjetivos y nuestros telescopios, los esperamos, abrigamos la esperanza de verlos, a estos y a otros seres del bosque, más esquivos y más sigilosos; más perseguidos también.

Pasan los minutos y esperamos que levante la niebla y nos permita ver a unos y otros una vez más. Los hemos seguido con nuestras lentes muchas veces antes, pero siempre querremos observarlos en una nueva y última oportunidad; una más. La última, la penúltima vez más.

Hoy de nuevo formamos parte de este escenario, tantas veces visitado; y de estas vivencias, tantas veces sentidas. Hoy, de nuevo, nosotros formamos parte de aquel -del boque, del paisaje-, y ellas -las vivencias- ya forman parte de nuestros recuerdos, de nosotros.

Pero esta mañana la niebla dichosa no se levantará hasta ya demasiado tarde, cuando los noctámbulos de la noche se hayan encamado para pasar el nuevo día protegidos de las miradas humanas. No importará, la naturaleza es así, caprichosa; desvío, pues, el teleobjetivo hacia el despuntar del sol y busco las luces naranjas del amanecer, de ese amanecer que no se repetirá ya nunca más. Las copas puntiagudas de los pinos parecen germinar de entre la bruma matinal, como soldados de un ejército fantástico. Las busco, las encuadro, y disparo la cámara con mi quinientos. Inmortalizo este amanecer que la naturaleza nos ha regalado. Somos unos privilegiados por estar aquí viviendo estos instantes fugaces, formando parte de estos momentos vitales, alimentándonos de estos paisajes interiores.