Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.

27 de agosto de 2020

Osos: veneno, lazos y tiros


En los últimos 20 años han muerto envenenados 8 osos pardos cantábricos (Ursus arctos) en el núcleo occidental y 7 en el reducido núcleo oriental, que se suman a los 5 y 7 que respectivamente han caído allí víctimas del gatillo de los cazadores, más los 4 ejemplares muertos por los lazos de los furtivos en el primero de los núcleos mencionados. En total suman 17 bajas en el occidente de la Cordillera Cantábrica y 14 en el oriente. O podemos leerlo de otra manera: 15 osos envenenados, 12 abatidos a tiros y 4 muertos agónicamente en lazos en el área de distribución de la especie en la Cordillera Cantábrica. 31 plantígrados víctimas del furtivismo. Sin duda demasiados. 31 osos muertos (sin contar los heridos) por la acción premeditada de unos pocos delincuentes, ¡y encontrados!, porque esa es otra cuestión: encontrar en el medio de la montaña los restos de los ejemplares afectados por la acción de los furtivos resulta una verdadera quimera en las inabarcables extensiones de denso matorral y bosque que tapizan esta región. Encontrar una aguja en un pajar sería más sencillo.


Estas cifras son solo la punta del iceberg de un problema sistémico en nuestros campos: la persecución continuada que se realiza en ellos de los depredadores. Y es solo la punta del iceberg porque se hace evidente que el número de osos caídos en realidad es muy superior, puesto que no todos los que mueren en la fragosidad del monte son recuperados para su posterior autopsia. Es más, si nos centramos solo en las muertes por envenenamiento se calcula que en España se vienen a recuperar solo el 10% de los animales envenenados. Según un informe de WWF en los 25 años que dura el período entre 1992 y 2017, en España se recuperaron envenenados 21.260 animales, pero se estima que otros 185.000 no fueron encontrados. El uso del veneno en áreas oseras está vinculado de un modo directo a la persecución que en las áreas de montaña con ganadería extensiva y escasas medidas de vigilancia del ganado se viene haciendo contra el lobo, demostrando la incapacidad del sector ganadero de comprender que después de siglos de exterminio implacable matar lobos no es la solución, sino buscar medidas de protección del ganado (los lobos muertos dejan un espacio libre que ocuparán otros lobos, además de que la desestructuración de las manadas obligará a los supervivientes a atacar presas más sencillas de abatir, como lo es precisamente el ganado). La obsesiva persecución del cánido se ha demostrado ineficaz y contraproducente para acabar con el conflicto, pero sigue enquistada en el "modus operandi" del ganadero, muy lejos de admitir que la solución tiene que ir encaminada forzosamente a la protección y vigilancia del ganado, en vez de a la persecución del lobo. Fuera de las áreas montañosas el uso del veneno como método de eliminación de depredadores se vincula de manera directa a la gestión de la caza menor de los cotos de caza.


Al igual que con el veneno, la utilización de los lazos busca la eliminación de los depredadores que el furtivo piensa pueden afectar negativamente a su actividad cinegética. Es innecesario advertir que es otro método ilegal de caza no selectiva que puede afectar no solo a las especies objetivo de la misma (lobos, zorros, garduñas, ...) sino también a animales protegidos y en peligro de extinción (osos, linces, ...), así como domésticos, además de ser un método cruel ya que condena a la víctima a una muerte lenta y dolorosa. Intermitentemente algún oso acaba cayendo en estas trampas inhumanas y aunque no llegan a morir en el momento a veces huyen con el lazo en el cuerpo y con profundas e irreversibles heridas que terminan acabando con sus vidas. 


Así pues, se puede concluir que la persecución ilegal de depredadores mediante veneno, lazos y escopetas va asociada principalmente a las actividades cinegética y ganadera, y solo se puede entender si consideramos que las administraciones medioambientales, los cuerpos de seguridad del estado y la administración judicial no están haciendo las cosas bien para atajarla. Las primeras no adoptan medidas serias preventivas, disuasorias y de persecución y condena del furtivismo, y en muchos casos llegan incluso a servirse de él en la gestión de los cotos de caza y las Reservas Regionales de Caza como modo de control del demonizado lobo ibérico (así como de zorros, garduñas, meloncillos, gatos monteses, etc), que resulta ser más un clavo en el pie, que una especie a proteger. Es más, existe una vinculación obvia entre una parte terriblemente importante de los celadores de caza de estas reservas y la animadversión al gran depredador. La absoluta falta de transparencia y el oscurantismo en la gestión cinegética de las mismas facilita y propicia, cuando no encubre, el furtivismo. Siendo las Reservas Regionales de Caza espacios naturales de gestión pública tendrían que basar su dirección y administración en modelos sostenibles con el medio ambiente y no exclusivamente cinegéticos y económicos, que debían estar siempre supeditados a la conservación del entorno y al uso del espacio por el resto de ciudadanos no cazadores. Se les olvida a los gestores de las Reservas Regionales de Caza que el patrimonio natural donde ellos realizan su actividad venatoria es de titularidad pública, y el modelo de uso del entorno que utilicen siempre tendría que estar sujeto a la sostenibilidad de los ecosistemas. Perseguir son saña a los depredadores no es biológicamente sostenible, ni socialmente admisible. 


En cuanto a los cuerpos de seguridad del estado se hace evidente que faltan medios humanos y económicos, pero aparentemente también nos encontramos en España ante una posible falta de interés: el furtivismo es un tipo de "delincuencia menor" porque no afecta directamente a las personas o a su patrimonio personal, y parece no contar con el suficiente interés en su persecución, lo que se viene a sumar a la intrínseca dificultad de pillar a los furtivos en el momento de delinquir. En el núcleo oriental de la población osera cantábrica no se ha resuelto ni un solo caso de envenenamiento, por ejemplo, y la inmensa mayoría de los casos, no solo de muertes de osos o lobos, sino también de furtivismo sobre especies cinegéticas (cabra montés, corzo, ciervo, rebeco, jabalí), quedan impunes. El mensaje que tienen los furtivos es que el campo es ancho, no hay ojos en él y pueden hacer lo que deseen. Por si fuera poco, las guarderías de las reservas y de los propios cotos de caza persiguen y hostigan a los que nos movemos por el campo con los prismáticos colgados del cuello, evidenciando que los naturalistas somos una molestia en donde la gestión del espacio es cinegética. ¿Por qué será? ¿Será que no les interesa que haya ojos en el campo? Es simplemente indignante la hostilidad con la que muchos trabajadores de las reservas y, desde luego de los cotos, acosan al ciudadano no cazador, expulsándolos a menudo de lugares públicos sin más justificación que el "aquí mando yo y te digo que no puedes estar".


Finalmente en este cóctel explosivo, y por si todo esto fuera poco para darles alas a los furtivos, cuando alguno llega ante un juez las penas no son siempre lo que deberían y hay casos en las que, tras un enorme despliegue policial, las penas o no se ponen o no son lo suficientemente severas como para servir de aviso a navegantes, no se les disuade de seguir haciendo sus fechorías en el monte.


A incriminar a estos delincuentes no ayuda el silencio que encontramos entre las cerradas comunidades rurales. En los pequeños pueblos de montaña todo el mundo se conoce y de sobra se sabe quiénes son los furtivos, pero no se denuncia, bien por miedo a los enfrentamientos personales, o bien por la poca importancia que se le da a este tipo de delincuencia. En palabras de Fructuoso Pontigo, portavoz de la Coordinadora de Ecologistas Asturiasnos, para Diario.es " En Asturias hay una tolerancia indecente ante el furtivo. Las autoridades miran para otro lado y sus acciones en la mayoría de los casos quedan impunes. .../... Aquí todo el mundo sabe quiénes son los que practican el furtivismo pero se hace la vista gorda. .../...", y respecto de la propia comunidad rural dice que "Hay poca concienciación con este asunto, y temor a que se sepa quién es el denunciante". 


Aunque ya han pasado dos décadas desde la elaboración de la Estrategia para la Conservación del Oso Pardo Cantábrico redactada por la Comisión Nacional de Protección de la Naturaleza (CNPN 1999), siguen perfectamente vigentes los temores que en ella se expresaban, donde se podía leer que "Las causas de mortalidad de los osos cantábricos no son adecuadamente conocidas. La información disponible sobre osos muertos es deficiente en cuanto al número de casos conocidos sobre los estimados, a las características de los ejemplares afectados, a las causas finales que provocaron sus muertes, a su distribución espacial y temporal y a la relación con factores que contribuyen a generar riesgo." La realidad es que esto sigue siendo válido en nuestros días, bastantes años después. ¿Cuántos osos mueren en nuestros montañas cantábricas por la acción premeditada del hombre mediante el uso del veneno, los lados o los disparos? No podemos saberlo, pero intermitentemente siguen apareciendo ejemplares con mutilaciones o heridas, o incluso arrastrando lacerantes lazos aún cercenando una parte de su cuerpo. Nadie puede negar que este problema no es nuevo, viene de atrás, y lejos de remitir, parece repuntar. En el Boletín 42 de la Plataforma en Defensa de San Glorio se indicaba ya en 2007 en palabras de Francisco Purroy que "La Junta de Castilla y León autoriza batidas de caza al jabalí en pleno otoño, a pesar de ser contrario al plan de recuperación de la especie", y se podía seguir leyendo que "Para Purroy, una de las grandes amenazas para la población oriental de osos es el uso ilegal de venenos, "alarmante en Palencia", dice. Purroy valora el trabajo de la Junta en cuanto a sensibilización, sobre todo con escolares, pero suspende su gestión cinegética, que autoriza "batidas en áreas críticas de alimentación otoño-invernal". Javier Naves, por su parte, también apuntaba a la gestión cinegética en Castilla y León como "... una de las principales amenazas para la supervivencia del núcleo osero oriental" ya que "... se da prioridad al aprovechamiento económico a la conservación". Pues bien, en 2020 esto no parece haber cambiado.



2 de agosto de 2020

La vieja caja nido


No soy amigo de hacer fotos de aves en sus nidos. Pueden incentivar a otros fotógrafos a hacer lo mismo, y las molestias que podemos causar en el entorno del mismo pueden dar al traste con la nidada en cuestión. A esto siempre puede haber excepciones, como en el caso de las colonias de aves marinas, en donde fotografiar (o simplemente observar) sus nidos desde lo alto del acantilado no representa ningún problema de conservación para las aves, allí congregadas por miles, al menos por regla general. Además, tampoco suele ser estéticamente bonita la fotografía de los pollos en un nido, sino más bien todo lo contrario, por lo que tampoco nos deben interesar estas tomas si lo que buscamos son imágenes hermosas de las aves (aunque a esto también encontramos sus excepciones). Quizás, el principal objeto que justifique fotografiar aves en nidos sea la de documentar este aspecto de sus biología.

Por si fuera poco, la fotografía de aves en nido que se practicó mucho en los albores de esta disciplina fotográfica pasó de moda hace muuuucho tiempo; afortunadamente para las especies, que han dejado de sufrir este tipo de incordio o incluso acoso.

 

En cualquier caso, fotografiar nidos debería, de hacerse, conllevar siempre la necesidad imperiosa y rigurosa de tener un total control sobre las posibles molestias que se les pueda causar, con el fin de abortar cualquier sesión si observamos que esas molestias se producen. En esto hay que ser siempre radical. Así pues, este tipo de fotografías solo deberían realizarse en circunstancias concretas, con un objetivo que lo justifique y por fotógrafos con suficiente experiencia naturalística como para realizarlas de manera totalmente segura para las aves.



Pero como decía arriba, siempre hay excepciones. Este año, tras el duro confinamiento que nos ha impedido disfrutar de la maravillosa primavera que se ha esparcido por nuestros campos, hemos llegado a un comienzo de verano con verdadera necesidad de naturaleza. Y esta a veces nos regala la oportunidad en bandeja. El corral de la casa del pueblo se transforma cada primavera y verano en un bullicioso hotel. Varios nidos de gorriones se instalan bajo los voladizos de los tejados, en la vieja chimenea que habéis visto en mi entrada titulada "Compañeros", entre las uralitas que dan sombra a la mitad del mismo o en el interior de la panera aprovechando los rotos de las bobedillas del techo. Las hierbas secas y restos de ramitas finas que emergen de los rincones más insospechados los delatan; los nidos están por todas partes. A menudo también los pollitos muertos caídos de sus nidos. Las tórtolas turcas, por su parte, crían sobre una caja nido que fabriqué hace unos años para los gorriones y que nunca fue usada, o sobre las cerchas metálicas que soportan las placas de fibrocemento blanco (lo que todos conocemos por el nombre de la marca que lo comercializó mayoritariamente en nuestro país: la uralita) o sobre el cráneo del carnero que preside el amplio corral (en estos momentos, con los pollos anteriores ya independizados, han iniciado una nueva puesta; no paran) y cuyas fotos podéis ver en esta otra entrada titulada "La exploradora". Los estorninos negros sacan adelante a su familia bajo un par de tejas rotas en un tejado. Y los mirlos lo hacen entre la maraña de hojas con que la hiedra cubre una de las paredes del jardín, y este año, además, en el enramado profuso de la wisteria de la pérgola.

 

Sí, el corral se llena de nuevos retoños reclamando comida. 

 

Este año, por si todos eso rincones fueran pocos, una pareja de gorriones comunes (Passer domesticus) ha utilizado por fin para criar una vieja caja nido que lleva colgada ahí de una pared desde hace años y que nunca había sido usada con anterioridad. Vieja caja nido recuperada del suelo de un pinar en un viaje por el centro de la Península y que este año ha vuelto a tener utilidad, al contrario que otra segunda caja que tampoco ha sido usada todavía y que ha permanecido varios años en la pared tapizada de hiedra. En próximo año tendrá otra ubicación a ver si alguna pareja de gorriones le saca algo de servicio.




¡Cómo resistirse a llevar una mañana el equipo y observar y fotografiar el comportamiento de los progenitores y de los polluelos! Me lo estaban pidiendo a gritos. Bueno, a piídos.


Que las aves estén acostumbradas a la presencia humana facilita la tarea de observarlas y también, como en este caso, la de fotografiarlas. La pareja de gorriones comunes (Passer domesticus) que han ocupado la caja nido situada en una pared del jardín nos ven deambular de un lado para otro, meter y sacar los vehículos, sentarnos bajo la pérgola, y trabajar aquí y allí (siempre hay algo que hacer, arreglar o mejorar). Si en la pareja de pardales que anidaron en la chimenea de la pared se observaba con claridad que el macho entraba a cebar muchas más veces que la hembra, quizás porque esta última desconfiaba de nuestra presencia en el corral, en esta otra familia también se pueden observar comportamientos cuanto menos curiosos. 



En la foto de encima vemos a la gorriona que me observa mientras yo estoy parado en el medio del corral con el trípode, atenta a si represento o no un peligro para ella y su descendencia. Aunque ceba sin perderme de vista, lo hace sin problema una y otra vez. Más bien el problema lo tiene con su propio partenaire, que por algún motivo la persigue cuando regresa a casa con comida -como vemos en la siguiente foto- para robársela y así ser él el que cebe a los dos pollos que asoman sus picos por el agujero de la caja.



Hasta en cuatro o cinco ocasiones al menos en el transcurso de las dos horas y media que estuve haciéndoles fotos, el macho parasitó a la hembra intentando robarle del pico la ceba que transportaba, algo que conseguía con relativa facilidad cuando se trataba de saltamontes, dado que estos voluminosos insectos sobresalían mucho de su pico. Imaginaros la escena: en cierta oportunidad llegó la hembra con dos grandes saltamontes. Como en otras ocasiones, el macho se abalanzó agresivo tras ella y con malas maneras intentó arrebatarle los insectos. La hembra, protegiendo sus dos capturas, tuvo que marcharse perseguida por su compañero, pero no una, ni dos, ni tres veces; hasta en cuatro ocasiones se vio obligada a huir hasta que finalmente el que regresó a la boca del nido fue el macho, esta vez sí, con el botín arrebatado. El padre inmediatamente cebó a los pollos con ambos saltamontes y se marchó a por más comida. Bueno, no os imaginéis la escena, verla:



En la foto superior la madre llega con los dos grandes ortópteros y comienza a cebar a uno de los pollos. La costumbre que tienen de tardar en soltar la comida dentro de las bocas de los pollos (hacen como varios intentos, introduciendo y sacando el pico de la boca de las crías antes de depositar definitivamente el alimento en ellas, como si se debatieran entre el instinto de cebarlas y el de alimentarse a sí mismos, como si les diera pena deshacerse de tan suculentos bocados) hizo que el macho llegara a tiempo para piratearle la ceba, momento que se observa en la imagen inferior donde ya ha "pinzado" con su pico uno de los dos saltamontes. En un forcejeo la hembra perdería las dos presas.



En las dos fotografías siguientes vemos otra de las trifulcas en la que la hembra perdió de nuevo un saltamontes con el que, en la segunda toma, el macho alimenta a una de sus crías.

 



La obsesión de este ejemplar macho por alimentar a su descendencia le llevaba a no respetar a su propia pareja reproductora, aunque desconozco si por un instinto paternal, digamos, extremo o por algún desorden de conducta que, pienso, no es el habitual ya que en otras parejas de gorriones no he visto comportamientos similares al de este individuo concreto. Habrá que estar, pues, atento a futuras reproducciones. Siempre he comentado algo que por otro lado es obvio, como que, aunque cada especie suele mantener unos patrones regulares de conducta, luego cada individuo tiene su propia personalidad que puede llegar a diferir bastante de esos prototipos generales. Además, estas fotos vienen a corroborar otra cuestión en la que siempre hago mucho hincapié: la observación (y documentación) del comportamiento de los animales es una parte fundamental de la fotografía de fauna.


Sea como fuere, los dos progenitores se afanaban en alimentar a sus retoños, podríamos decir que casi compulsivamente. No siempre se hace fácil discernir con qué los alimentaban, pero a menudo eran insectos, pudiendo distinguir emergiendo de sus picos diferentes patas, antenas o alas antes de ser introducidas en la garganta roja de su descendencia. Alguna semilla y posiblemente fruta picoteada de la higuera junto a la que se sitúa la propia caja nido, completaron esa mañana la dieta de los pollos. Debajo, el macho ceba con dos mariposas diurnas muy similares a la Arctia caja, pero de abdomen blanco y que no he conseguido diferenciar bien. La gorriona, a su vez, espera con algún insecto también, del que se ve alguna antena.







A fecha de hoy los dos polluelos que aparentemente han crecido en la vieja caja nido ya la han abandonado. Se habrán unido al resto de adolescentes que estos días se lanzan al mundo, de momento en compañía de sus padres, en busca de su propia vida, llenando nuestras ciudades y pueblos de naturaleza salvaje, a la vez qiue cercana. Sin duda, unos compañeros de viaje entrañables.



28 de julio de 2020

Noche estrellada

El descubrimiento del cometa C/2020 F3 Neowise ha supuesto en las últimas semanas una buena disculpa para mirar al cielo, si es que las noches de verano sin luna no eran ya de por sí lo suficientemente atractivas. El cometa fue descubierto el 27 de marzo de este mismo año -de ahí ese "C/2020"), en plena pandemia-, siendo el tercer cometa descubierto para la ciencia (de ahí el "F3") y lo fue por la sonda espacial NEOWISE, de donde toma su ya popular nombre. "WISE" son las siglas en inglés de Wide-Field Infrared Survey Explorer, lo que se traduciría como Explorador de Infrarrojos de Campo Amplio. La sonda WISE es un telescopio lanzado al espacio a finales de 2009 y que, tras un período de dos años en los que se mantuvo en espera, fue reactivado en 2013 para la búsqueda de cometas y asteroides cercanos a La Tierra con el nombre de NEOWISE (Near-Earth Object Wide-Field Infrared Survey Explorer).
   
Según los científicos el núcleo del cometa llega a casi los 5 km de diámetro, y viaja a una velocidad de 232.000 km/h. Sobrevivió a su máxima cercanía al sol -lo que se conoce como perihelio- el 3 de julio, cuando estuvo a tan solo 43 millones de kms. del astro rey, acercándose a la mínima distancia de La Tierra veinte días después, cuando estuvo a tan solo 103 millones de kms. de nosotros. Pero ... ¿de dónde procede? Pues lo hace de la Nube de Oort, lo que parece ser un dato más que interesante ya que puede contener material original de la nebulosa que formó nuestro sistema solar. Muchos cometas surcan nuestros cielos, es cierto, pero lo original de Neowise para el público no iniciado es su luminosidad, tan alta que permite su visualización a simple vista. Si además hemos dispuesto de unos simples prismáticos o, como en nuestro caso, de un telescopio de observación de fauna, el disfrute ha estado asegurado.




Pero la mañana en la sierra nos deparó una última joya, la luna menguante casi desapareciendo con las primeras luces del alba, antes del amanecer. Más hermosa y maravillosa si cabe que cuando está llena.

NOTA: Fotos obtenidas con un objetivo de 500 mm y un cuerpo de cámara con sensor APS-C

22 de julio de 2020

Por los suelos

En el post de hace casi un mes "La exploradora" repasaba de una manera somera las claves por las que las tórtolas turcas (Streptopelia decaocto) han expandido su área de distribución de forma tan extraordinaria, siempre acompañando al ser humano en sus ciudades y asentamientos rurales. Explicaba en ella que las causas principales que facilitan esta histórica expansión son que al lado del hombre siempre encuentran abundante alimento, por un lado, y menos depredadores, por otro, lo que unido a su enorme capacidad reproductora, con hasta seis puestas anuales, hacían de la explosión demográfica algo inevitable.

La tórtola turca tiene una alimentación basada principalmente en semillas que rebusca por el suelo, a las que suma brotes verdes de plantas y en mucha menor medida algún insecto que se le cruza por el camino. Esta alimentación la realiza por regla general siempre en el suelo, exceptuando cuando visita en las granjas agrícolas y ganaderas las eventuales acumulaciones de pienso o grano cosechado por ser humano, o incluso cuando visita los comederos que la gente pone en sus jardines para los pajarillos que revolotean por los mismos. Las oportunidades hay que aprovecharlas, reza el dicho, y la tórtola turca lo sabe muy bien, sacando partido de aquellas circunstancias en las que el alimento se lo ponemos en bandeja. Pero cuando no se dan estas circunstancias tan propicias o cuando desean (o necesitan) ampliar la variedad de su dieta, regresan al suelo donde siempre han buscado su sustento. Esta especie come de manera natural en el suelo, está grabado en su comportamiento.



Que busque su sustento en el suelo me obligó a realizarle una sesión de "tumbing" (ese sistema de ocultamiento tan agradecido en el que permaneces varias horas tirado en el suelo boca-abajo con dolor de cuello, espalda y riñones desde el minuto diez, más o menos), si quería mostrar un aspecto tan fundamental de su vida como es el modo de alimentarse. Haber estado los días previos fotografiándolas a ellas y a los gorriones sobre los montones de maíz y garbanzos me había permitido observar en qué zonas concretas de los alrededores se agrupaban las tórtolas para ampliar su dieta. 

Tras preparar con paquetes de paja a la sombra un escondite eventual me introduje en él dispuesto a esperar su llegada. Esta no tardó en producirse, permitiéndome fotografiarlas en sus "paseos gastronómicos".




Rastrojeras y praderas abiertas y con vegetación baja y rala, parecen ser sus terrenos de campeo preferidos. En los primeros en busca de esos granos de cereal que caen al suelo durante la cosecha del mismo, en los segundos en busca de esas semillas silvestres que diversifican su dieta. Áreas con gramíneas altas, por el contrario, nos les proporcionan seguridad suficiente al dificultar la visión de los alrededores, lo que para su constante estado de alerta supone un serio problema, así que parecen ser evitadas.

Tras tres horas de tortura en el suelo, el declinar del sol y la llegada de las sombras me alivian la tarde y me indican que llegó el momento de incorporarse y darle por fin un descanso a mi cuello y espalda. Estoy ya viejo para estos trotes.

18 de julio de 2020

Compañeros

El gorrión común (Passer domesticos) es, sin lugar a dudas, la especie salvaje más conocida por nosotros de entre las que medran junto al ser humano en nuestras urbes, pueblos y zonas habitadas. Es comensal del hombre y se ha adaptado a vivir con (y de) nosotros sin problemas. No es la única especie silvestre que lo hace, ni mucho menos, pero sí es probablemente la más emblemática. Su alimentación omnívora y su adaptabilidad a vivir tanto en ambientes rurales como urbanos se lo facilitan mucho. Que se suban a nuestras manos en algunos lugares para comer en ellas con descaro no significa que sean absolutamente confiadas, y saben marcar las distancias con los hombres, aunque parezca a veces que esas distancias son muy cortas. Hacía años que veía a los gorrioncillos criar sus nidadas en una vieja chimenea inutilizada y ya taponada hace muchos años, situada en una pared del corral. Este año me llevé una tarde el equipo, sabedor de que los polluelos estaban a punto de saltar del nido y largarse a conocer mundo, como así hicieron: dos días después el nido ya estaba vacío y silencioso.

El macho ceba constantemente, aparentemente más confiado que la hembra. Aporta a los pollos granos de maíz y pienso destinados a la alimentación de las gallinas y que roba del interior del gallinero, y a veces también insectos.


Los pollos, teóricamente dos (o al menos únicamente coincidieron solo dos asomando sus picos al mismo tiempo), generalmente esperan agazapados en el nido la llegada de los progenitores, pero a veces lo hacían asomando curiosos su cabecita por encima del borde. 


Uno de ellos haciendo prácticas de vuelo sin soltarse de la oxidada chimenea, mariposeando sus alas velozmente, como si de un colibrí se tratara. No les queda nada en casa de sus padres.


Como ya avancé arriba, la mayor parte de las cebas las realizó aquella tarde el padre y solo unas pocas las hizo la gorriona, que se mostraba mucho más huidiza y desconfiada ante nuestra presencia. Es curioso cómo, a pesar de ser animales que están acostumbrados a la gente trabajando y moviéndose por un espacio concreto relativamente pequeño, y de, a pesar de ello, escoger ese entorno para ubicar su nido, luego desconfían de esa presencia humana cercana. Fácilmente nueve de cada diez cebas las realizó el macho.


Arriba vemos a la madre aportando una especie de avispa negra o quizás alguna hormiga voladora, mirándonos desconfiada mientras estamos sentados bajo una pérgola cubierta de plantas trepadoras, a ocho o nueve metros de distancia. Al poco uno de los polluelos aletea en el reducido espacio del interior de la chimenea mientras su hermano asoma la cabeza.


La luz de la tarde va cayendo y las sombras alcanzan la chimenea. Dejamos a los gorriones y al resto de compañeros silvestres que sigan con sus idas y venidas. Los mirlos comunes ceban a sus tres pollos al lado mismo de nosotros, en el ramaje profuso de la misma pérgola bajo la que descansamos; entran y salen a escasos dos metros nuestro, cargados en el pico con lombrices que capturan en el césped del campo de futbol. En esta pareja sucede al revés que con los gorriones, el desconfiado es el macho -extrañamente desplumado en el cuello-, mientras que la hembra entra con más facilidad al nido. Las tórtolas turcas que anidan bajo un techado existente en el corral y mucho más lejos de nuestra presencia, parecen estar incubando una nueva puesta (un año pusieron seis, siendo ya Navidades cuando sacaban la última nidada adelante, siempre de dos pichones). Sin embargo, los tordos, que es como por estas tierras se les llama a los estorninos negros, ya solo se acercan hasta esta casa para comernos los higos que maduran en la higuera. No nos dejan ni uno. Yo no me enfado, quizás también tienen sus pollos que alimentar, y aunque esta especie en estos momentos ya no anida en la casa, hace tan solo unas semanas una pareja cebaba a su nidada bajo la teja rota de la "cocina vieja", en la base de la chimenea. 

Unos y otros viven con el ser humano, son nuestros pequeños compañeros de viaje. Alegran nuestras primaveras castellanas con sus algarabías, cantos y polluelos. Padres ajetreados en interminables idas y venidas. Picos abiertos en rojo y amarillo, pidiendo insaciables. Vida nueva en forma de pequeñas criaturas emplumadas que medran entre nosotros, aportando naturaleza a nuestras ciudades y pueblos.

Compañeros de piso.