Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.

5 de octubre de 2022

¿Exagero con la Junta?

Yo es algo que ni me planteo porque creo sinceramente que, más bien al contrario, me quedo corto. Para muestra vamos a ver en esta ocasión otro pequeño ejemplo de la anestesia ambiental de la que hace gala la Consejería de Medio Ambiente, Vivienda y Ordenación del Territorio que gestiona la mayor región autónoma de nuestro Estado y una de las mayores de Europa: Castilla y León. Anestesia ambiental que, por sospechosas coincidencias de la vida, generalmente acaba beneficiando al lobby cinegético en detrimento de la fauna, el medio ambiente y, en definitiva, del interés general de la inmensa mayoría de la ciudadanía que, como ya todos sabemos, NO es amiga de la caza pero sufre sus consecuencias. En este aspecto sería bueno puntualizar que, por ejemplo en 2018, último año del que tenemos estadísticas de caza, en el 80% del territorio español podía cazar el 1'43 % (las licencias vigentes ese año fueron 669.614 según las estadísticas del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación) de la población española, que sumaba en aquel momento un total de 46.722.980 habitantes, según datos del INE para el citado año.


Ese minoritario porcentaje de residentes en España increíblemente puede practicar la actividad cinegética incluso en muchos de los Espacios Naturales Protegidos (ENP), aunque muy recientemente se consiguió por fin prohibir la caza para divertimento (me escuece denominarla "deportiva", porque no lo es) en los parques nacionales, cuando entró definitivamente en vigor el 5 de diciembre de 2020 la nueva Ley de Parques Nacionales 30/2014, después de ¡¡¡6 años de moratoria!!!. Sin embargo, sigue siendo alucinante que en el resto de ENP del territorio español se pretenda intentar compatibilizar lo que, filosófica y moralmente, es incompatible: la conservación y protección de la fauna, con matarla para divertirse. No hay quien lo comprenda, porque no tiene ni pies ni cabeza.

Ese año 2018 los cazadores con licencia mataron en España la salvajada de 19.185.032 animales (de los cuales 1.721.611 lo fueron en Castilla y León). Oficialmente, claro, porque oficiosamente la realidad es que esa cifra siempre será tremendamente superior. En cualquier caso ... ¡¡¡diez y nueve millones de animales!!!, muchos de los cuales fueron tiroteados en Parques Naturales u otros ENP en los que, sin embargo, al resto de ciudadanos se nos puede prohibir caminar con unos prismáticos por un sendero para salvaguardar la tranquilidad de la fauna en época de reproducción. Se dan casos sangrantes como que se corten caminos al uso del ciudadano porque hay, por ejemplo, una colonia de buitre negro en período reproductor en una ladera (lo que es del todo lógico), pero se conceda autorización para una batida al jabalí en ella (lo que supone una irresponsabilidad sin justificación). Por el sendero molestamos a los buitres, pero ... los ojeadores y sus decenas de perros pueden pasar dando ladridos, voces y gritos sin problema por debajo mismo de los nidos donde están incubando. Estas cosas suceden en Castilla y León.


Si hace apenas cinco días criticaba en mi anterior entrada la barbaridad que supone permitir batidas al jabalí en lugares donde se está reproduciendo alguna especie protegida en peligro de extinción o en situación desfavorable de su estado de conservación -vamos, lo que viene siendo el modus operandi habitual de la Junta de Castilla y León-, como era en aquel caso concreto del lobo, y máxime cuando, además, se trataba de una especie odiada y muy perseguida por los propios cazadores, lo que podría dar pie a que se diera otro de los ya clásicos "accidentes" de caza fortuitos en los que, por desgracia, una especie protegida por la ley queda desprotegida por una autorización administrativa del Servicio Territorial de Medio Ambiente y es tiroteada, hoy me veo en la penosa necesidad, otra vez más, de reprobar la gestión ambiental del ejecutivo autonómico del PP por varios motivos (lo siento, vaya frase larga que he enlazado, sorry).

El primero de ellos por seguir manteniendo todavía al frente de la citada Consejería de Medio Ambiente, Vivienda y Ordenación del Territorio al mismo sujeto que se negó a activar el nivel máximo de riesgo de incendios en plena ola histórica de calor extremo con la patética, irresponsable y lamentable justificación de que aún no había comenzado el mes de julio, para ahorrar un dinero mezquino que nos ha costado a todos mucho más caro. Entre otras cosas varias vidas humanas. El catastrófico resultado de su obcecación ya lo conocemos todos y este señor, que no debe tener mucho pudor político porque si lo tuviera hubiera dimitido él mismo inmediatamente, debe ser cesado por el Presidente de la Junta, si es que a este otro señor le queda también -que lo dudo y a la tardanza me remito- algo de esa integridad y honestidad de las que su subordinado obviamente carece por completo. Pero, lejos de dimitir o de ser cesado, no solo se mantiene bien aferrado a su poltrona, sino que incluso empeora las cosas aún más. Esta deplorable consejería pro-caza que tanto daño ha hecho a la conservación de nuestro patrimonio natural, a la que tenemos que sufrir y soportar estoicamente en esta comunidad, está más preocupada de fomentar y facilitar la caza en ella que de conservar nuestra naturaleza y su biodiversidad. No hay más que recordar el bochornoso espectáculo que nos ofreció en Castilla y León al subvencionar con 303.000 €  de dinero público charlas divulgativas de la Federación de Caza de Castilla y León en los colegios públicos de la comunidad, para que niños de 7 a 12 años conocieran las bondades de ir pegando tiros a la fauna, luchando así "contra la cultura del Bambi", en palabras del Presidente de la citada federación, Santiago Iturmendi. Solo se nos ocurren términos de indecente, vergonzoso o inmoral para arriba.  


Pues bien, este lobicida gobierno del Partido Popular, defensor a ultranza de matar animales para diversión, ha tenido la brillante idea -y aquí viene el segundo motivo de mi cabreo- de permitir que se cacen ciervos o corzos en las zonas limítrofes del incendio que arrasó la Sierra de la Culebra. ¿Se pueden hacer peor las cosas? ¿De verdad hay tanta falta de sensibilidad, no ya ambiental, que eso es ya algo obvio, sino incluso de simple humanidad, entre los gestores de la Reserva Regional de Caza de la Sierra de la Culebra, entre los funcionarios del Servicio Territorial de Medio Ambiente de Zamora y del propio consejero que, solo dos meses después de que las poblaciones animales que vivían en la reserva se vieran terriblemente afectadas por las llamas y el humo, se permite volver a cazar? ¿De verdad los cazadores tienen tan poca piedad y empatía con esa fauna que ha sufrido tantas bajas? ¿No tienen compasión alguna?

De verdad, hay que ser muy cruel e insensible para ir al borde mismo de la zona incendiada a rematar a los animales que han podido sobrevivir. Esos cazadores que se han atrevido a "disfrutar" de la caza de estos ungulados supervivientes son, a ojos de gran parte de la población, individuos simplemente despiadados que no hacen sino añadir un mayor grado de desprestigio de su colectivo ante la sociedad. No se puede caer más bajo. ¿Cómo es posible que luego se extrañen de que esa sociedad vea cada vez con peores ojos al cazador? ¿De verdad no relacionan la falta de sensibilidad que exhiben en múltiples oportunidades con el rotundo desafecto que manifiesta hacia su actividad el resto de la ciudadanía? Como se advierte en el gran blog De paseo por la naturaleza, la Ley 3/2009 de Montes de Castilla y León, de 6 de abril, dice en su Artículo 92: "Los aprovechamientos ganaderos y cinegéticos en los montes que hayan sido objeto de un incendio quedarán suspendidos de manera automática y sin derecho a compensación durante un período de cinco años en los terrenos afectados. No obstante, la consejería competente en materia de montes podrá autorizar el levantamiento de dicha suspensión cuando se acredite la compatibilidad de los aprovechamientos con la regeneración del monte incendiado y con la restauración del hábitat y supervivencia de flora y fauna silvestre".

"Pos'mu'bien". Doy por sentado que la citada consejería dirigida por tan nefasto personaje ha acreditado que, tan solo dos meses después de haber sufrido los dos peores incendios de la historia de España, que han arrasado juntos más de 60.000 hectáreas en pleno período reproductor de la fauna, la supervivencia de las especies está asegurada y, por supuesto, que se ha regenerado el monte y restaurado el hábitat. Está claro, la consejería hace las cosas tan bien y tan rápido que las consecuencias del incendio son agua pasada. Ya podemos cazar, ¡¡¡yupiiii!!! Y como soy tan ingenuo, estoy convencido de que todo eso lo ha acreditado mediante estudios científicos que así lo demuestran. Genial de la muerte.

De verdad, creo que la falta de vergüenza y sensibilidad es completa y absoluta en este gobierno autonómico y en especial en esta consejería. ¿Alguien se puede extrañar así que estén constantemente ante los juzgados? ¿Alguien se puede extrañar así que el número de licencias de caza sigan año tras año descendiendo? Yo es que no salgo de mi asombro. La sociedad española y castellano leonesa es mucho más sensible y empática que estos gobernantes que tenemos y que esos cazadores que, sin escrúpulos, deciden cazar junto a la zona arrasada. Gran parte de la sociedad española está harta de la agresividad intrínseca que conlleva la caza.


Se me viene ahora a la cabeza el tratamiento especial que también tuvieron los cazadores durante la pandemia por parte de esta administración autonómica esquivando las restricciones del Real Decreto 463/2020 de 14 de marzo aprobado por el Consejo de Ministros, que limitaba el libre tránsito de los ciudadanos. Cuando todos estábamos encerrados en nuestras casas, los cazadores fueron también favorecidos y privilegiados por esta Junta de Castilla y León pro-caza gobernada por el Partido Popular. Aquel año fatídico, a pesar de los meses de restricción que dejaron en sus casas a la inmensa mayoría de los ciudadanos españoles, murieron por accidentes de caza la barbaridad de 51 personas, más del doble de la media anual. Pero no pasa nada, señores, la caza se fomenta, se promueve, se protege, se defiende y, si es necesario, flirteando las leyes, las restricciones, las normativas, la protección de la fauna protegida y, por supuesto, el propio sentido común. Que una actividad minoritaria, además de peligrosa para el resto de usuarios de la naturaleza, y que coarta el libre tránsito de todos los ciudadanos sea amparada y fomentada por este gobierno autonómico como lo hace es simplemente desolador, dramático y terriblemente desafortunado, además de injusto para el porcentaje mayoritario de usuarios del campo no cazadores.

Sinceramente lo creo, esta hermosa región autónoma, que cuenta con una extraordinaria riqueza ambiental, no se merece este lamentable gobierno autonómico, ni la protección a ultranza que hace de una actividad peligrosa para el resto de los ciudadanos, violenta y agresiva, que acarrea consecuencias nefastas para la biodiversidad y que conculca el derecho de libre tránsito del 98'6 % de la población española.

30 de septiembre de 2022

Otra vez la Junta

Alguno se pensará de verdad que tengo una fijación enfermiza con la Junta de Castilla y León, que lo mío con ella es manía persecutoria, aversión pura y dura, antipatía y tirria. ¡Qué palabra esta última!, ¿no?

Tirria. Les tengo tirria, sí. Según el diccionario de la Real Academia Española les tengo manía, odio u ojeriza, que es lo que significa "tirria". Y alguno se pensará también que esta antipatía obsesiva no está del todo justificada, pero es que, de verdad, os lo juro, palabrita del niño Jesús, me lo ponen muy difícil para que no se la tenga, aunque para mi alivio y el de mi psicoanalista, lo cierto es que la Junta lo pone todo de su parte para que ese amor mutuo entre ella y yo perdure en el tiempo. Voy a tener que añadir una etiqueta en este cuaderno humilde para mi inefable Junta de Castilla y León, y agrupar así todas mis recuerdos hacia ella. Pero vayamos a la última.

25 de septiembre pasado, nada, hace apenas unos días, como quien dice. Ese domingo por la mañana se clausuraba NATURCYL en Ruesga (Palencia), la Feria Internacional de Ecoturismo de mi amiga la Junta de CyL después de un fin de semana de dos días y medio. Nosotros, que ya habíamos trasteado un poco por esta feria los días previos estamos esa mañana disfrutando de verdad de lo que la propia Junta de CyL nos vende en ella: naturaleza en estado puro. Desde el amanecer aguantamos las bajas temperaturas con la esperanza de volver a ver a un grupito de lobos que están ahí, frente a nosotros, a una distancia más que suficiente para que ellos nunca sean conscientes de nuestra presencia. Ayer disfrutamos de ellos y otros cuantos días previos también. "Armados" con nuestros telescopios y prismáticos esperamos que asomen sus hocicos por entre los calveros del monte; deseando verle las orejas al lobo, y nunca mejor dicho. Pasan las primeras horas y no aparecen. Peeeero ... la mañana va a estar entretenida. A las 10:00 a.m. aparca un primer todo terreno en frente de donde estamos y planta en el suelo una tablilla de advertencia de montería. 

Luego llega otro, y otro, y otros cuantos más; y se bajan de todos ellos un buen grupo de hombres y alguna mujer vestiditos todos ellos para la ocasión de verde riguroso, pero con sus anoraks anaranjados fosforito, no vaya a ser que entre ellos se descerrajen un tiro. Vamos lo que viene siendo elegantes pero informales con la nueva colección de otoño. No nos lo podemos creer, ¡¡¡van a batir con perros y ojeadores exactamente la pequeña mancha de monte donde están los cachorros!!!, ahora ya desde hace un año especie protegida por la ley. Días previos un conocido de uno de nuestro grupo ya tuvo un simpático encuentro con un cazador en la misma zona que le advirtió de malas maneras de que sabían dónde estaban los lobos y que ya se encargarían de echarlos, además de dejar caer que tuvieran cuidado, que se les podía escapar un tiro (¿hacia las personas?, uuufff, qué modales señor cazador, así van mal en esta sociedad y no se quejen entonces después de la mala prensa que se han ganado ustedes solitos a pulso -¿será por insensibles y violentos, quizá?). Por otro lado, otro cazador, este muy educado, faltaba más, que hay de todo, en otro encuentro también anterior ya se bastó solito para indicarnos directamente dónde estaban los cachorros de la manada sin nosotros decir nada al respecto, y menos aún sin preguntarle ya que llevábamos un tiempo observándolos en la distancia.

No penséis que me ramifico y me pierdo en florituras, todo esto viene a cuento de que no pueden estos cazadores alegar desconocimiento a la hora de solicitar la batida en la ladera en la que se encontraban los cachorros. Ha habido más que premeditación y alevosía, créame señor juez. Probablemente ha habido incluso una intencionalidad muy clara de molestar y echar del lugar a los animales, y probablemente también la de dejarnos sentado a todos los naturalistas que en fechas previas estuvimos o estuvieron por allí que en aquel lugar mandan ellos. ¿Afán de molestarnos además a nosotros? no lo sé, yo es que soy muy mal pensado y las coincidencias así como que las cojo con pinzas.

Y todo esto con NATURCYL a la vuelta de la esquina. Genial. Los mismos personajes que venden allí naturaleza viva a los crédulos, autorizan a pocos kilómetros una matanza y un desaguisado con una especie protegida.

Pero bueno, de los cazadores que hacen batidas -ese método de caza tan inhumano, antiecológico, impactante y estresante en toda la fauna del lugar, sea objetivo de las escopetas o no- no podemos esperar mucho. Somos unos perroflautas que molestamos en el monte con nuestros peligrosos prismáticos y telescopios. Y su animadversión manifiesta hacia nosotros, cuando no directamente agresividad, es demostrada en muchas oportunidades. ¡Estorbamos, señores! como si prefirieran que no hubiera ojos indiscretos observando por el monte. 

Pues lo dicho, de los cazadores no podemos esperar demasiado. Pero ... ¿y de la Junta de Castilla y León?, ¿esa institución que nos representa a todos y que a bombo y platillo se vende en NATURCYL como garante de nuestro medioambiente, de los espacios naturales que podemos disfrutar en esta región y de la fauna y flora que en ellos encontramos?, ¿qué podemos esperar?, ¿podemos esperar que cumpla con su cometido de proteger al menos las especies protegidas, valga la redundancia? Sí, podríamos esperar al menos eso, que evitaran, por ejemplo, que se perturbe a las crías de una especie protegida en época de reproducción, como era el caso de estos cachorros de lobo y como dice la ley.

En realidad, por poder, podemos esperar mucho de la susodicha, pero solo si eres muuuuyyyyyiiiiiingenuo. Lo cierto es que, aquí, la amiga viene demostrando desde hace décadas un total desprecio por la conservación de la naturaleza y un desdén aún mayor por su protección. Los continuos juicios perdidos en los tribunales así lo demuestran y vienen a confirmar que es la sociedad civil a través de diversas ONGs vinculadas al ecologismo y la naturaleza la que supervisa que nuestro gobierno autonómico haga las cosas correctamente y, en su caso, las sentencias judiciales en ya demasiadas ocasiones las que terminan obligando a esta institución a retroceder en sus intenciones. 

Todo esto viene al caso, porque el Servicio Territorial de Medio Ambiente tenía pleno conocimiento desde el principio de la presencia en el lugar de la camada de lobos. Y esto es así hasta el punto de que ya habían recogido en las proximidades a dos de los hermanos, muertos atropellados, y habían realizado algunas actuaciones técnicas en el lugar para evitar que se acercaran a una carretera próxima. Estas actuaciones requieren informes y ponen en conocimiento de los superiores su presencia. Sin embargo, increíblemente el Servicio Territorial de Medio Ambiente de Palencia otorga una autorización al coto para que realice una batida al jabalí exactamente en la pequeña ladera donde se esconden los cachorros. A nadie se le escapa que al otorgar dicha autorización en esa fecha el responsable que la firmó era plenamente consciente de la perturbación que ello iba a suponer para la camada, cuando no del riesgo real de que en otro lamentable "accidente" de los que ya nos tienen acostumbrados en Fuentes Carrionas, muriera de un disparo otro animal protegido. Ya son unos cuantos los osos que han caído en cacerías autorizadas por este negligente Servicio Territorial de Medio Ambiente de Palencia, lo que augura más animales protegidos que se vendrán a sumar a la lista, más pronto que tarde. ¿Lobos, quizás? Dado que la temporada de caza mayor acaba de comenzar, cualquiera con dos dedos de frente y un mínimo de sentido común se pregunta si no podían haber esperado a cazar esa mancha de monte en otras fechas para, así, proteger la tranquilidad de la camada en las pocas semanas que les quedan para abandonar el lugar, ¿no podían haber solicitado los cazadores la autorización para otra fecha?, ¿y no podía la Junta de Castilla y León prohibir la batida en ese cuartel hasta pasado un tiempo prudencial para que el grupo terminara sin peligro ni perturbaciones el período reproductivo, como pide la ley?

Sí, todo eso se podía haber hecho y era muy sencillo, pero no se hizo, se prefirió solicitar la autorización para ese día y se prefirió concederla sin ningún escrúpulo. Celebrar la batida en aquella jornada delata una intencionalidad clara de los cazadores de perturbar al grupo, y una total ausencia de interés por la conservación del lobo por parte de la institución regional.


Existen dos artículos del Código Penal que podrían haber sido vulnerados en esta ocasión, presuntamente. El primero es el más evidente, contra el medio ambiente. De esta forma, el Art. 334 del Código Penal en su punto 1.C determina que "Será castigado con la pena de prisión de seis meses a dos años o multa de ocho a veinticinco meses y, en todo caso, inhabilitación especial para profesión u oficio e inhabilitación especial para el ejercicio del derecho de cazar o pescar por tiempo de dos a cuatro años quien contraviniendo las leyes u otras disposiciones de carácter general realice actividades que impidan o dificulten su reproducción o migración". Pues bien, que los cazadores sabían desde hacía tiempo de la presencia allí de la camada es algo que no podemos probar pero que sabemos ha sido así. Demostrar la intencionalidad en este caso no es posible, así que ... mala suerte, se irán de rositas porque nadie podremos denunciarlo en un juzgado.

Sin embargo, lo más grave de este caso es que haya sido el propio Servicio Territorial de Medio Ambiente el que, también presuntamente, podría haber infringido otro artículo del Código Penal, esta vez por prevaricación administrativa al conceder la ya mencionada autorización a sabiendas de que ello iba a representar la perturbación de la reproducción del lobo. Aquí el Artículo 404 del Código Penal reza: "La autoridad o funcionario público que, a sabiendas de su injusticia, dictare una resolución arbitraria en un asunto administrativo se le castigará con la pena de inhabilitación especial para empleo o cargo público y para el ejercicio de sufragio pasivo por tiempo de nueve a quince años".

Así están las cosas, chicos, por Palencia y en general por la Junta de Castilla y León. Que su tirria -ellos también la tienen- por el lobo es notoria, lo sabemos todos y nos lo demuestra constantemente con su empeño en seguir con el manejo de la especia a tiro limpio. 

Pura tirria, sí señor.

NOTA: Las imágenes de los lobos muestran solo recortes muy pequeños de las fotografías originales, de modo que no se pueda identificar nada del lugar. La distancia era, obviamente, muy superior a la que aparentan estas fotografías.

21 de septiembre de 2022

Hoy hace un año ya

Hoy 21 de septiembre de 2022 se cumple un año desde que se publicara en el B.O.E. la inclusión en el LESRPE -el Listado de Especies Silvestres en Régimen de Protección Especial- del lobo ibérico (Canis lupus signatus), un hecho histórico suficientemente justificado por el estado de conservación desfavorable de la especie, en gran medida derivado de la paranoica persecución que las propias administraciones autonómicas venían ejerciendo sobre ella. Aquel sencillo trámite de incluirlo en el listado (una patata caliente que hasta aquel momento nadie se había atrevido a coger) significaba de facto la prohibición total de su caza, exceptuando supuestos suficientemente argumentados. Se acabó matarlos por deporte. Se acabó matarlos para diversión de algunos insensibles. Se acabó matarlos para recaudar dinero en cotos y Reservas Regionales de Caza. Se acabó matarlos preventivamente para evitar unos daños hipotéticos que aún no habían causado. Se acabó matarlos para arañar un puñado de votos. En definitiva, se acabó matarlos, sin lógica ni justificación, por la estúpida inercia de un odio profundamente arraigado en el medio rural y por unos censurables intereses políticos.

Las viejas y lamentables Juntas de Extinción de Animales Dañinos y las actuales administraciones autonómicas han venido persiguiendo los mismos objetivos con esta especie: su muerte y control. No se han diferenciado en mucho las unas de las otras. Durante exactamente siete décadas hemos sido un país patético y medieval, masacrando al principio a todos los depredadores y manteniendo todavía en la actualidad una terrible persecución a algunos de ellos. Y en este cuento el lobo continúa siendo la pieza más temida, odiada y perseguida del tablero en pleno siglo XXI. 

Pero no nos equivoquemos, que Canis lupus signatus lleve un año protegido por la ley, no significa que hayamos cambiado demasiado en tan poco tiempo, continuamos siendo el mismo pueblo paleolítico e inculto que criminaliza, institucional y socialmente, a ciertas especies de nuestra fauna.

Los gobiernos autonómicos con presencia del lobo siguen queriendo rascar los votos del medio rural empecinados en flirtear su nuevo estatus legal, recurriendo en los tribunales y pretendiendo seguir con su política del "tiro preventivo". Esto no ha acabado todavía, no podemos ser ingenuos. Tendrán que pasar años aún para que la sociedad -toda, también la rural- haga las paces con el gran depredador, como sucedió anteriormente con rapaces u osos, por ejemplo, y para que comprenda que los beneficios ecosistémicos que reporta su presencia en el medio son muy superiores a las ridículas pérdidas económicas que puede ocasionar; daños que, por otra parte, se pueden reducir en gran medida y a veces hasta hacer desaparecer cuando se quiere, porque no nos podemos olvidar de que son aún muchos los ganaderos que se niegan a modificar el manejo de su ganado para protegerlo del cánido, y que luego lloran y exigen. Y tendrán que pasar igualmente muchos años para que el sector agropecuario interiorice que la presencia del lobo puede ser un importante aliado suyo mediante la presión ejercida sobre las poblaciones de ungulados salvajes que afectan negativamente a los cultivos y a través del control de estos herbívoros silvestres como vectores de transmisión de enfermedades infecciosas al ganado doméstico, causantes de, ahora sí, enormes pérdidas económicas.

Pero tendrán que pasar años aún, décadas quizás, para que nuestra sociedad evolucione y se eduque, para que todos nos llevemos las manos a la cabeza cuando se oiga a algún descerebrado extremista queriendo justificar la muerte de especies apicales. El hombre es obstinado, tozudo, y no atiende ni a razones ni a ciencia. Aún son muchos los que se empeñan en gestionar los problemas con la testosterona, en vez de con las neuronas. Viscerales e irracionales. Irreflexivos y vehementes, pero poco prácticos y menos inteligentes. No existe para ellos la razón del sentido común, solo la violencia de eliminar sí o sí todo lo que le estorbe, aunque sea una pieza fundamental del ecosistema, además de un patrimonio natural y cultural de TODA la sociedad. Ni siquiera es la lucha del utilitarismo de la naturaleza contra el razonamiento, y menos aún contra la sensibilidad, porque en realidad para ellos es más práctico que exista en el medio una "especie-policía" que elimine los animales enfermos y los excesos en sus poblaciones. Matan, en definitiva, a su aliado. ¡Chapeau por ellos!

                          ______________________________________

Mediados de septiembre. El día da sus últimos coletazos. Mis compañeros y yo aguantamos acurrucados en algún rinconcito perdido de la vertiente sur de la Cordillera Cantábrica, exactamente en la misma Castilla y León que tanto ha perseguido a la especie, llevándose por delante la vida de centenares de ejemplares. Pero el lobo es un superviviente. Es, de hecho, "el" superviviente por excelencia. Y desde los montes tapizados de bosque que rodean algunas vaguadas cultivadas emerge el gran proscrito a una prudencial distancia. El eterno perseguido se deja ver por fin en el piedemonte. Uno de esos ejemplares que ha conseguido burlar, no solo a los furtivos y a los cazadores, sino también a los mismos agentes y celadores medioambientales de la propia administración castellano-leonesa que debía protegerlos. Lo tenemos delante, tranquilo, cómodo, atravesando de un sitio a otro por el medio de unas rastrojeras. Nosotros, fundidos contra los árboles y el matorral, somos invisibles para él, el viento sopla a nuestro favor, así que literalmente desaparecemos en el paisaje y formamos por unos instantes parte del escenario, aunque nuestro lobo nunca llegará a saberlo. Más de un amante del gatillo hubiera dado su mano por estar donde ahora estamos nosotros. Pero en vez de rifles, mis amigos y yo llevamos telescopios, prismáticos y teleobjetivos. Vamos, lo que viene siendo un verdadero estorbo para más de uno en el monte, que preferiría que no hubiera ojos indiscretos en el campo.


A lo largo de varios días vemos medrar por la zona a, al menos, dos ejemplares, en varias ocasiones y a distintas horas. Por la mañana alguna vez, por la tarde otras. Atraviesan el rastrojo mientras nosotros somos conscientes del inmenso privilegio que supone ser espectadores de aquellos instantes. Absortos, no perdemos detalle. Aunque la distancia es larga para un fotógrafo de fauna, resulta corta para un naturalista. La inmensa emoción que representan estos breves encuentros compensa los madrugones necesarios, las horas incómodas sentados sin apenas movernos, los dolores de espalda. El tedio cuando pasan las horas y no hacen acto de presencia. Las esperas en blanco. Todo queda compensado cuando el lobo entra en escena.






Sí, hoy hace un año ya que estos animales fotografiados están estrictamente protegidos por la legislación vigente, muy a pesar de las consejerías de medioambiente de ciertos gobiernos autonómicos, pendientes únicamente en hacer creer a sus posibles votantes que ellos están de su lado (se entiende que en la nefasta cruzada que mantienen estas instituciones contra nuestra biodiversidad y el interés general del conjunto de los españoles). Un marco legal que, aún siendo insuficiente para muchos, está más acorde con los tiempos que vivimos y las necesidades de los ecosistemas ibéricos. Se subsanó así, hoy hace un año ya, lo irracional de mantener, en contra de los criterios de la comunidad científica, en contra del cada día más escaso sentido común y en contra de la normativa europea, un estatus legal y, por consiguiente, un modelo de gestión diferentes en cada reino de taifas para una misma población animal que mantenía -y mantiene- un estado de conservación desfavorable. A algunos, sin duda, se les habrán hecho muuuuy largos estos doce meses sin poder apretar el gatillo. A otros, sin embargo, se nos está haciendo muy corto el paso del tiempo bajo el paraguas europeo.

Hoy hace un año ya.

15 de septiembre de 2022

El gato bravo: desmontando un tópico


Resulta difícil contradecir la creencia generalizada de que el gato montés (Felis silvestris) es un depredador eminentemente forestal. Todos lo hemos creído a pies juntillas desde siempre y hemos dado por sentado un error que se viene transmitiendo desde los años 70 del siglo pasado hasta nuestros días a raíz de algunos estudios centroeuropeos que así lo hacían ver, a pesar de que no eran investigaciones específicas sobre el hábitat propiamente dicho de este felino, (Guggisberg, 1975; Parent, 1975; Ragni, 1978; Schauenberg, 1981; y otros autores). No existiendo entonces estudios concretos dirigidos a conocer sus preferencias en cuanto al hábitat se refiere, se fue afianzando la creencia general de que se trataba de una especie asociada principalmente a medios forestales, transmitiéndose durante décadas este supuesto. Los medios divulgativos solo contribuyeron a consolidar esta equivocación, a pesar de que ya había indicios científicos evidentes que apuntaban a que las cosas no eran así exactamente. En 1991 Easterbee y colaboradores publicaron un informe técnico específico sobre este aspecto realizado a gran escala -ya que abarcó todo el territorio escocés- y los resultados fueron sorprendentes, dado que demostró que, entre todos los hábitats posibles (y Escocia tiene grandes superficies boscosas), el gato montés escogió preferentemente áreas abiertas, heterogéneas, en mosaico y en gran medida desarboladas o con una cobertura forestal variable, contradiciendo así la creencia generalizada de que el bosque resultaba fundamental para la presencia de este felino. El valor de este informe fue, no obstante, menospreciado el mismo año de su publicación al advertirse que el caso de Escocia se trataría de una excepción a la norma (Kitchener, 1991), a pesar de que se trataba del primer y único estudio a gran escala que se había realizado hasta la fecha sobre las preferencias ecológicas de nuestro protagonista.

Estudios posteriores a menor escala parecen apuntar a que el factor determinante para el establecimiento de la especie depende más de la propia cobertura existente en el medio que de si esta es arbolada o no. De este modo, por ejemplo, Lozano y colaboradores en 2003 para Madrid y alrededores (escala regional) vino a demostrar que el gato montés seleccionaba positivamente áreas en mosaico con matorral denso y pastizal, por delante de las propiamente forestales. El mismo autor en 2007 publicó que en el Parque Nacional de Monfragüe también era más abundante en áreas de matorral que de bosque. De la misma manera que ya no me sorprende que en el Parque Regional de la Sierra de Gredos sea un habitual en puntos elevados de las cuerdas, por encima incluso de los 2.000 m.s.m., lejos por lo tanto de los bosques. 

Visto todo lo anterior, los conocimientos científicos actuales parecen indicar que la variable fundamental para la existencia de poblaciones de gato montés no sería la presencia de masas forestales en sí, sino la cobertura propiamente dicha que pueda presentar el lugar, ya sea de matorral denso (sí, eso que algunos incultos se empecinan en denominar "maleza"), de bosques acompañados por un sotobosque bien desarrollado (sí, eso a lo que se refieren los mismos incultos cuando aseguran que "el monte está sucio"), o de roquedos que proporcionen refugio y descanso; además, por supuesto, de espacios abiertos donde poder alimentarse, tales como praderas o prados de siega, grandes claros en el bosque o el matorral, cultivos o barbechos, etc.

Para nosotros, humanos ruidosos e impacientes, patosos incorregibles en la naturaleza, resulta obviamente difícil observarlos en zonas cerradas de matorral o bosque, y si tenemos alguna oportunidad de disfrutar de esos ojos felinos increíbles es, desde luego, cuando salen de caza a espacios abiertos. Las praderas de la Cordillera Cantábrica son un lugar cercano para mí y resulta ya difícil contener las ganas de acercarse a ellas con intención de observar a este pequeño gran matador. Pudiéramos pensar que en esas praderas es demasiado visible para sus presas, pero cuántas veces habremos pasado cerca de ellos y no los habremos identificado, camuflados por su pelaje pardo, mimetizados en medio de la nada.


En la distancia apenas se hacen visibles; a veces solo su sombra los delata en función de su posición respecto de nosotros y del sol. En la lejanía, inmutables, con paciencia infinita en el medio de la pradera, a la espera de algún sonido que delate la presencia de alguna presa, se hacen invisibles a nuestros ojos. O casi. Yendo atentos y educando la mirada, acabaremos descubriéndolos.

Un poco la experiencia y "un mucho" la fortuna quiso que un ejemplar se acercara a mi posición, agazapado como estaba junto a una mancha de matorral, lo que me facilitó no solo la oportunidad de tomar un centenar de imágenes, sino, sobre todo, el privilegio de observar su comportamiento. De caza a media tarde, deambula por entre un grupo de vacas y caballos que pastan tranquilos en los prados. Escucha con atención cada sonido de alrededor. Se detiene y se sienta, pudiendo permanecer en esta posición erguida largo rato. Después reanuda la marcha explorando la pradera, zigzageando de vez en cuando para hacer una prospección más intensa del espacio. Se detiene, escucha, identifica algún roedor sacando tierra al exterior desde sus galerías subterráneas, o asomando el hocico al aire tibio de la tarde, se acerca, ... y ..., desaparece de nuevo el sonido. Se vuelve a sentar.





Aunque la efectividad del gato bravo en la caza es alta, en esta ocasión no hubo lance, como sí los hubo en otros encuentros distintos en los que los telescopios nos permitieron disfrutar de otros ejemplares recechando y atrapando topillos o ratas toperas. Sin duda, un privilegio para cualquier enamorado de la vida salvaje. 

El gato decidió descansar, y con un galope corto se fue, dejándome con las ganas de un acercamiento mayor o de una captura entre su fauces. Pero fue suficientemente intenso como para no olvidarlo en el futuro; y es que esa mirada es simplemente hipnotizante. Es nuestro gato bravo.

29 de agosto de 2022

¿Urbanitas vs. ruralitas?


Alguien escribía "Mucha matemática y cero conocimiento de campo. Mucha silla y ordenador y pocos callos en las manos.", a lo que otro lector respondía "Eso, tú piensa con los callos. Este autor prefiere hacerlo con el cerebro y los datos."

Los comentarios los encontraremos al artículo "No, el ecologismo no quema los montes", publicado por la revista on-line "El vuelo del grajo, observación y naturaleza" y en el fondo ejemplifican muy bien la brecha social que padecemos en la actualidad entre el mundo rural y el urbano. 



Y es que resulta un problema difícil de soslayar la polarización que observamos en los últimos tiempos entre diferentes colectivos sociales según residan estos en ciudades o pueblos, lo que parece tanto más difícil de evitar cuanta más importancia cobra la conservación de la naturaleza para la sociedad actual, esa naturaleza que siempre fue fundamental para nuestra propia existencia a la par que una cuestión secundaria en nuestra toma de decisiones, en nuestro ritmo y estilo de vida y, finalmente, en los objetivos vitales de nuestra civilización moderna; esa naturaleza que estaba ahí de siempre, como infinita, per se, para que el ser humano la explotara y alcanzara cotas de bienestar social y calidad de vida antes inimaginables.


Peeeero ... nos hemos dado cuenta -quizá demasiado tarde ya, el tiempo nos lo dirá- que vivir a expensas del planeta que nos mantiene y de espaldas a su conservación acarrea unas consecuencias que nos están afectando a nosotros mismos como especie. Así las cosas, el hombre ha tomado la decisión de cuidar y conservar la casa en la que vivimos, ese planeta azul que nos alberga, 


aunque esta decisión no implique todavía, por desgracia, que levantemos el pie del acelerador, motivo por el que cada vez somos más los pesimistas redomados respecto a que hayamos llegado a tiempo -o que vayamos a hacerlo- de salvar la vida en el planeta tal y como la hemos conocido hasta ahora -el planeta y la vida en él nos sobrevivirá, sin duda, pero no será la misma, inmersos como estamos en la sexta extinción masiva. Pero, bueno, eso es ya otra historia que no atañe a esta disertación. 

Bien, hasta aquí todos de acuerdo: como civilización hemos tomado conciencia de la necesidad urgente de proteger el planeta -o lo que es lo mismo, la naturaleza-, aunque básicamente lo hagamos para protegernos a nosotros mismos, lo que tampoco importa mucho que así sea si el resultado final es que lleguemos a tiempo de evitar la irreversibilidad del deterioro que estamos provocando.

La cuestión ahora es tomar a tiempo las decisiones adecuadas para mantener, e incluso mejorar, ese legado ambiental que ha llegado hasta nuestros días desde las generaciones previas, en mejores o peores condiciones de conservación según los casos. Esas grandes decisiones globales en materia medioambiental llevan siendo reclamadas por la comunidad científica desde hace décadas, advirtiéndonos del desastre que se nos hecha encima, siendo paulatinamente tomadas por los gobiernos de cada país, así como por algunas organizaciones supranacionales a las que diversos estados soberanos se encuentran adheridos. Finalmente, son esas grandes decisiones las que, en última instancia, se traducen en regulaciones que nos afectan a unos y otros en nuestro día a día. Y aquí aparece el primer fleco del conflicto: lo que se decide en los despachos a raíz de lo demandado por la ciencia afecta muy directamente a los habitantes que viven en el medio rural de los recursos naturales que, al final, son un bien común. Y esto, precisamente, entronca con el sentimiento de los dos primeros párrafos.

- ¡Ah, carallo!, ¿eso significa que unos señores con corbata que en su vida han pisado el campo me van a decir a mí cómo tengo que cuidar mi rebaño de cabras?

Paradójicamente, en una época en la que el habitante de las urbes más se acerca y mejor conoce el medio natural de lo que nunca antes había hecho,
  

más distancia parece haber entre la mirada urbana y el sentir rural, provocando que la brecha emocional y social entre los unos y los otros se ensanche cada vez más.

Sin caer en el error fácil de generalizar, en algunas ocasiones nos encontramos con una cierta arrogancia en paisanos que llevan toda su vida cuidando ganado o labrando la tierra y se niegan a razonar que en las ciudades existan técnicos que hayan dedicado toda su vida a la investigación científica y sepan cuestiones, incluso de ganadería o agricultura, y desde luego de ecología, que ellos desconocen. Y aunque estos negacionistas no sean mayoría, su pensamiento se acaba filtrando en un entorno social muy permeable a lo que opine un colega, a la vez que reticente y remolón respecto de lo que provenga "de fuera", distorsionando y enrareciendo la relación campo-ciudad.



A ciertos profesionales del medio rural todavía les resulta duro aceptar que eso pueda suceder, y se les atraganta la posibilidad de que existan en la ciudad expertos en la gestión de los recursos naturales por el mero hecho de llevar corbata o no tener callos en las manos, mostrando su descontento con que las normativas o directrices tendentes a mejorar la calidad y sostenibilidad ambiental de las explotaciones agro-ganaderas provengan aparentemente de un despacho. Lo consideran imposiciones exógenas y una arbitrariedad injusta, tomada sin contar con ellos.


Estos profesionales, sin embargo, se ponen a silbar y miran para otro lado como si la cosa no fuera con ellos cuando alguien les menciona las subvenciones a fondo perdido que mantienen a flote sus negocios y que han abonado solidariamente todos los europeos a través de la Política Agraria Común, incluidos por supuesto todos esos "urbanitas" a los que ellos les niegan el derecho a opinar sobre el manejo que hacen de los recursos naturales, olvidándose además del insignificante detalle de que son ayudas directas específicamente condicionadas a cumplir ciertos criterios de sostenibilidad ambiental en sus explotaciones. En palabras del Ministerio: Compensan las rentas de los agricultores y ganaderos por practicar formas de producción que nos permitan mantener nuestro patrimonio natural. Sin embargo, estamos cansados de encontrarnos con ganaderos y sindicatos que exigen el exterminio del lobo, por ejemplo, o con agricultores que no cumplen con las buenas prácticas en materia de labranza, quema de rastrojos o de usos de productos fitosanitarios, a pesar de que todos ellos son beneficiarios de las mismas ayudas de la PAC que condicionan dichas prácticas.


Por otra parte, en el lado contrario, el paisano de la ciudad no sufre en sus carnes el olvido al que tienen que enfrentarse muchos de nuestros pueblos en materia de educación, de digitalización o de implantación de nuevas tecnologías; no tiene que bregar con la enorme y muchas veces incomprensible burocracia que implican sus negocios; o con las dificultades que conlleva la ausencia de muchos servicios públicos en el medio rural, del cierre de centros de salud, de colegios y de la casi totalidad de sucursales bancarias; ni con las a veces pésimas vías de comunicación o los obsoletos transportes públicos que los comunican, así como con la distancia que los separa de las capitales de provincia para realizar un gran número de gestiones -gestiones que hoy en día las instituciones públicas poco menos que te obligan a realizar de manera telemática, a pesar de que una gran mayoría de los pueblos no dispongan ni de fibra óptica, y muchas veces ni de cobertura de telefonía móvil. Sin ánimo de generalizar tampoco, lo que sería totalmente injusto también en este caso, a veces el residente de las grandes urbes llega incluso a menospreciar la opinión de las gentes del campo en base a sus supuestos niveles académicos. Más bajo no se puede caer, desde luego.

La España vaciada de la que tanto cacarean en nuestros días los políticos, no se vacía porque sí, la vacía el olvido al que ellos la tienen arrumbada; la vacía el abandono al que se tienen que enfrentar día a día por parte de nuestras instituciones públicas, además de por las grandes corporaciones privadas, empresas tecnológicas, entidades financieras y de telefonía. La modernidad, las oportunidades y la cultura parece que se concentran en el mundo urbano. 



Ni unos ni otros ayudan. La desconexión entre ambos mundos parece absoluta.

Habrá quien pudiera pensar que ese desdén prepotente tiene siempre una dirección concreta: desde la ciudad hacia el pueblo. Pero sería un error admitir esta simplista visión de la relación existente entre ambos entornos. No solo menosprecia algún urbanita a la gente del campo hablando con ciertos aires de superioridad que ofenden a cualquiera, también ocurre al revés, lo que se vuelve palmario cuando hablamos de la naturaleza, ya que parecemos no tener ni voz ni voto cuando se pone encima de la mesa el manejo que se hace de nuestro patrimonio natural. 

- ¡Me van a decir a mí estos señoritos de la ciudad cómo tengo yo que llevar mi negocio! Pues sí, si ese negocio lo llevas con el dinero de todos y afecta, además, a la naturaleza, que es un bien común.

- ¡Van a saber más de lo mío unos tíos que en su vida han pisado el campo que nosotros, que lo hemos mamado desde pequeños! Pues muchas veces también sí, en según qué temas. Haber nacido o vivir en un pueblo no implica en absoluto tener conocimientos ni innatos, ni genéticos, ni por ciencia infusa, en materia de ecología, botánica o fauna, por ejemplo, igual que tampoco implica que se sea respetuoso con el medio natural en el que desarrolla su actividad profesional por el mero hecho de haber nacido en un pueblo, y de la misma manera que el habitante de la ciudad tampoco tiene porqué ser poseedor de la verdad porque su nivel medio de estudios pudiera ser hipotéticamente superior. No caigamos ninguno en el error de creernos ni más informados ni más listos que los demás. 


Sin embargo, vemos que se están volviendo demasiado normales en nuestros días a través de las redes sociales y otros medios de comunicación ese tipo de frases surgidas en el medio rural, muchas veces a raíz de desastres naturales o polémicas concretas (lo hemos vivido recientemente con el tema de los incendios forestales, e históricamente con la cuestión del lobo, por ejemplo) y que, menospreciando los conocimientos o -lo que es más injusto- la simple opinión que la gente de la ciudad puede tener sobre las dinámicas naturales y el manejo que se hace de ellas en el medio rural, empiezan a representar un problema serio de entendimiento y diálogo, acentuando el enfrentamiento.

Para complicar más aún este "ecosistema social", a veces desde las mismas ciudades se comete el error contrario. Mientras que unos miran con displicencia insultante a la gente del campo, otros mitifican la figura del aldeano como la de un ser de proverbial sabiduría que vive en perfecta comunión con la naturaleza, poco menos que artífice verdadero y consciente de la biodiversidad que hoy en día se conserva en nuestros campos.



Que "el buen estado de conservación de los espacios naturales ibéricos o europeos ha llegado así hasta nuestros días gracias a que las gentes del campo lo cuidaron y lo conservaron con mimo y cariño", es un mito que hay que empezar a desterrar definitivamente. La frase más bien debería rezar que "ha llegado así hasta nuestros días a pesar de las gentes del campo". Soy plenamente consciente de lo políticamente incorrecto que resulta mantener esta aseveración en la actualidad, cuando existe un esfuerzo hasta institucionalizado que hace bandera del buenismo rural (eso sí, al mismo tiempo que se olvidan realmente de ellos a la hora de proporcionarles los mismos servicios, facilidades y oportunidades de que disponemos en las ciudades). Así, las diputaciones provinciales, medios de comunicación locales y autonómicos, otros entes o instituciones, empresas o productoras de documentales, etc., no cejan de machacar en sus folletos, publicaciones y producciones ese mantra de que la sabiduría de la gente del campo y su amor por la tierra han sido los responsables de que hasta nuestros días lleguen los espacios naturales tan bien conservados como lo han hecho.

Ha calado tanto este eslogan en la sociedad urbana que incluso gran parte del movimiento ecologista lo ha hecho propio. Pero que sea incómoda la realidad que apunta a todo lo contrario, no nos debe hacer caer en la tentación (amén) de creernos esa versión de la historia. La gente del campo no cuida el campo -o sí, depende de cada caso, que hay de todo, por supuesto-, lo explota y extrae de él sus recursos. Punto. Son cosas diferentes y, aunque no dudo que en la actualidad estén aumentando los profesionales que sí tengan una visión conservacionista y sostenible de su negocio, y que hayan incorporado al mismo esta nueva mentalidad, fueron en el pasado una rotunda excepción los que se pudieron plantear la cuestión medioambiental en sus explotaciones. Explotar los recursos naturales no es lo mismo que conservarlos, y no es ni mejor ni peor. "ES", simplemente. Que sus actividades agrícolas, ganaderas o selvícolas fueran más o menos sostenibles en su momento, con los pobres medios tecnológicos de que disponían en el pasado, o que fueran poco impactantes en el entorno, no es lo mismo a que su sabiduría les llevara a cuidar y proteger conscientemente ese patrimonio natural para legarlo a las generaciones que hemos llegado después. 



Y mantengo esta idea remitiéndome a las pruebas históricas y actuales que lo demuestran: el uso rotundamente abusivo de productos químicos para hacer más productiva la agricultura a costa de la vida de los polinizadores o de la calidad del suelo y de los acuíferos -el caso del Mar Menor es solo un ejemplo especialmente llamativo, pero hay más; el exterminio masivo de toda vida animal o vegetal que afecte o no al negocio (ratones, conejos, depredadores, avutardas, ..., todo sobraba, ... "malas hierbas", "cenizos", "maleza", ...), muchas veces incluso fuera de la propias tierras privadas, arrasando con linderos y cunetas colindantes que son sulfatadas en nuestros días con herbicidas o incendiadas en una verdadera obsesión por eliminar todo lo que no sea productivo hasta extremos que en nuestra agricultura actual empieza a parecer algo patológico; el odio que se les profesaba en el pasado a muchos seres vivos a los que se les tildaba de alimañas; el odio que todavía se les sigue teniendo en nuestros días a alguno de ellos a pesar de que los conocimientos científicos nos hablan de su necesidad en el ecosistema (zorros, lobos, urracas,...); la desaparición de arboledas enteras en las agroestepas cerealistas, hoy en día casi completamente desprovistas de bosques islas y de las serpenteantes alamedas que antiguamente jalonaban los innumerables regatos estacionales que las surcan; la deforestación tan salvaje que sufrieron todas nuestras sierras y montañas en el pasado -cuyos bosques hoy en día se encuentran muy recuperados precisamente como resultado del abandono y despoblación del medio rural; la explotación ilegal de acuíferos (a veces hasta extremos vergonzosos como en el caso de Doñana); la caza incontrolada de especies de vertebrados que fueron llevados al borde mismo de la extinción; la desecación de grandes y pequeños humedales para cultivar; la roturación con el mismo fin de grandes extensiones de encinar; incluso la locura de los trasvases de agua entre cuencas para regar huertas y mares de plástico allí donde el ecosistema es predesértico; el uso del veneno para la fauna; o el del fuego como medio de gestión del campo, especialmente en suelos agrícolas o ganaderos; y un largo etcétera demuestran que la explotación de los recursos naturales que se hizo en el pasado y que se hace en el presente, no tienen en absoluto una vocación conservacionista del entorno. Tenemos lo que se salvó en su momento. Incluso hasta la anecdótica basura que encontramos en los paseos por nuestros campos agrícolas, donde se abandonan sin pudor los envases de los productos químicos utilizados en las tierras de labor, ruedas de tractores, sacos de pienso que se los lleva el viento, ... todo nos desmitifica la figura idílica del hombre de campo, sabio y amante de su terruño, y responsable del buen estado de conservación en el que ha llegado la naturaleza hasta nuestros días.

La deforestación en el pasado fue realmente salvaje, llegando numerosos ejemplos de la devastación a mantenerse bien entrado el siglo XXI, cuando aún podemos encontrar muchas de nuestras montañas desnudas.


Campos arrasados de todo rastro de arbolado.



Campos en los que el agricultor hace desaparecer con productos químicos cualquier signo incipiente de vegetación, incluso cuando el suelo descansa después de la cosecha; como en la imagen siguiente, donde el propietario de la parcela donde se asienta la encina en primer plano no consiente absolutamente nada, y en un manejo esquizofrénico de sus tierras sulfata incluso donde no puede cultivar bajo el árbol. Bajo las copas de las encinas del fondo vemos el pasto verde, como debería quedar. 


El uso del fuego como herramienta agrícola.

Y seguimos sin entender que cada animal y cada planta juegan un papel fundamental en el equilibrio natural y en la conservación de la biodiversidad. Los mismos zorros que la gente del campo siguen masacrando son los que se alimentan principalmente de los micromamíferos contra los que ellos, luego, lucharán envenenando con rodenticidas nuestros campos.


¿Es esto cuidar y amar tu tierra?

No, amigos, desengañaos, nos ha llegado hasta hoy solo lo que se ha salvado de la explotación que se vino haciendo desde siempre de nuestros campos con los medios técnicos que tuvieron en el pasado. Si entonces hubieran dispuesto de tecnología más moderna, la alteración con la que nuestro entorno hubiera llegado hasta nuestros días hubiera sido, sin duda, mucho mayor. Esto es así de rotundo.

Conocer esa realidad, sin embargo, no debe darnos tampoco ningún derecho a, con el modo de pensar de un ciudadano actual, juzgar de manera inquisitorial las alteraciones que llevaron a cabo nuestros antepasados en el medioambiente. Hay que ser conscientes de que las mentalidades -la de entonces y la de ahora- son muy diferentes, y comprender que las circunstancias que ellos vivieron y sufrieron generaciones atrás eran muy distintas a las actuales, basadas en una economía prácticamente de subsistencia. Ante la disyuntiva de conservar una encina o ganarle unos metros cuadrados al trigal todos hubiéramos obrado de igual modo en sus circunstancias, sin duda, haciendo leña del árbol. No había nacido aún la actual conciencia medioambiental, ni la urgencia por cambiar el modelo de relacionarnos con el planeta, lo que debe derivar en la comprensión y tolerancia para quienes mataban en el pasado águilas u osos, para los que cortaban árboles o desecaban humedales. Pensaban que hacían lo correcto o, por lo menos, no creían que fueran hechos censurables.


Que con nuestras comodidades y mentalidad del siglo XXI no podemos ni debemos juzgar a las generaciones pasadas, es algo que resulta obvio, pero que tampoco debe ser óbice para negar la realidad histórica que fue.

Hoy, sin embargo, no es ayer. La vida ha evolucionado, y con ello también ha revolucionado los tiempos. Y mucho. El sector agro-ganadero se ha modernizado e intensificado, y las transformaciones que pueden derivar de ello en el medioambiente también pueden llegar a ser muy superiores. Hoy sabemos muchas cosas que desconocían nuestros antepasados y debemos actuar en consecuencia a dichos conocimientos para frenar la deriva en la que nos encontramos.

Y para conseguirlo es primordial conocer de dónde venimos y a dónde queremos llegar.

Para cambiar el rumbo de la cosas debemos comprender que la ciencia y la investigación son las que deberán marcar nuestros pasos en el presente y en el futuro; sí, esa ciencia que informa desde la ciudad pero que, muy a pesar de que en el medio rural siga habiendo negacionistas sin quererlo ver, se hace pisando el campo.

Y es aquí donde campo y ciudad deben ir de la mano. No podemos indultar al planeta si el campo no aporta su esfuerzo asumiendo que la ciencia y la investigación son fundamentales, y que la gente de la ciudad, no solo puede, sino que debe opinar sobre la gestión que se hace de los recursos naturales que ellos explotan. La actitud que transpire el medio rural es una parte nuclear en ese cambio de relación con la naturaleza y sin ellos no podremos avanzar, siendo los que al final manejan los recursos. Pero tampoco podremos salvar el planeta como lo hemos conocido hasta nuestros días si las gentes de las grandes ciudades no comprenden, por un lado, la situación real que se vive en el campo y, por otro, no lucha contra ese incremento exponencial de consumo desorbitando de unos recursos naturales que, hoy sabemos, son limitados.



Campo y ciudad no son, pues, excluyentes entre sí; son complementarios. Cada uno con sus luces y sus sombras, son lo que nosotros hemos construido, refugio de sueños o paz interior, o crisol de oportunidades y calidad de vida, pero también sumidero de recursos naturales. La una sin el otro no tienen sentido. Debemos interiorizar que, en el fondo, solo somos territorio, y en un territorio hay ciudades y pueblos; y estamos juntos, dependientes los unos de los otros.

Y todos de la naturaleza.

En la lucha por la conservación tenemos que caminar a la par, porque tenemos mucho que perder, pero está todo por ganar.