Llevo más de una hora en el interior del hide cuando, para
mi sorpresa, descubro delante de mí a una hembra de avetorillo (
Ixobrychus minutus) que no sé ni
cómo ha llegado al lugar, ni desde cuándo está ahí quieta. Llevo planeando la
fotografía de esta especie desde hace unas semanas, pero no imaginaba que se me
presentara tan pronto: esta es sólo mi segunda sesión de hide. ¿Pero cómo
diablos ha llegado hasta ahí sin que la viera?. Probablemente abriéndose paso
entre las cañas desde el otro lateral del brazo de vegetación que tengo delante
de mí. Bueno, no importa, el caso es que ahí la tengo por fin, todo mimetismo,
tensión muscular, una mirada que hipnotiza y atraviesa y un arpón que no
perdona, a tan sólo trece metros de distancia. Se mueve pausadamente y
permanece inmóvil mucho tiempo a la espera de que sus presas se pongan a tiro
de pico. Así pues, no hay prisa, haz las cosas despacio y con calma; pensando;
si tienes suerte quizás se pase buena parte de la tarde posando para ti.
Mientras la inmortalizo repetidas veces, ella se mueve
sigilosamente entre las cañas de enea con la mirada fija en algún pececillo
que, por fortuna para él, no llega a ponerse a la distancia adecuada. Pero para
mi disgusto, no tarda mucho en cansarse del lugar. Veinte intensos minutos después
de aparecer en escena trepa por las espadañas hasta lo alto de las mismas, se
mantiene allí un poco más y levanta el vuelo en busca de otro lugar diferente.
Apenas me ofrece tiempo para un pequeño puñado de fotos de este último momento,
cuando el cuerpecillo de la más pequeña de las garzas españolas sobresale
limpiamente de entre la vegetación.
Después de haberla tenido
tan cerca, sin duda me quedo con su mirada.
Canon EOS 7D. Objetivo EF 500 mm / 4 L IS USM. Teleconvertidor 1,4x III. Trípode Manfrotto 055 NAT y rótula Tripo DG3. Prioridad a la Velocidad, F/8 - 1/400 sg. 100 ISO. Imagen sin recorte, ni reencuadre.
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