Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.

20 de diciembre de 2013

Olor a carne quemada

El hierro al rojo vivo derrite los pelos antes incluso de tocarlos. El operario apoya sobre la gruesa piel del animal el metal incandescente y lo aprieta firme contra su carne blanda y palpitante, desprendiendo un denso humo blanquecino y un fuerte olor, acre y desagradable, que envuelve la escena. Los mugidos terribles de la res se mezclan con las palabras sosegadas y la conversación tranquila de los hombres. Mientras un veterinario anota metódico en un listado números de crotales, fechas y medicaciones, otro abre la portezuela trasera del cajón y se dispone a inmovilizar el cuerpo del animal con una gruesa cadena alrededor de su cintura y extrayendo su cola por un agujero. Otro trabajador más pinza su cabeza por el cuello, inmovilizándolo mediante una barra y acto seguido le da un corte en una de sus orejas con unas tijeras. Queda la res firmemente subyugada, amarrada, indefensa e inerme. Y entre la rutina tantas veces repetida de unos y otros, a mi me sigue mareando el olor a carne chamuscada, calcinada, abrasada. Números, letras y símbolos marcan el cuerpo del ternero atenazado por el pánico y el estrés. De su garganta salen mugidos pavorosos y de su boca babas y espuma caliente que lanza al aire con los violentos movimientos de su cabeza con los que desesperadamente trata de zafarse de los seres humanos. Miro muy de cerca sus ojos aterrados, que parece se fueran a salir de las órbitas, llenos de horror y miedo. La tensión de su cuerpo desborda todos sus músculos que luchan por liberarse del cajón y las cadenas. Huele a carne quemada, tostada, carbonizada. Carne abrasada.

















2 comentarios:

  1. ¡Ay!, ¡qué buenas fotos!, pero vaya mal rato he pasado viéndolas... Tanto las instantáneas como las palabras de tu post transmiten ese terrible momento... ¡Vaya olor!

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    1. Lo cierto es que la tensión y el estrés que sufren ese rato es tremendo. Pienso muchas veces lo insensibles que somos a veces con los animales, cuando echamos el marisco vivo al agua hirviendo, por ejemplo. En fin, terrible el contraste de la tranquilidad y calma con la que trabajan los hombres y el terror que viven los terneros.

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