Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.

7 de octubre de 2015

Velando armas

Nos acercamos al grupo de siete machos muy despacio, dejándonos ver desde mucha distancia para no espantarlos apareciendo repentinamente en su campo visual. Según vamos acortando el espacio que nos separa de ellos nos paramos en repetidas ocasiones, caminamos de modo oblicuo a su posición, nos sentamos y al principio incluso evitamos mirarlos directamente, como si la cosa no fuera con ellos. Así vamos ascendiendo penosamente por la ladera hasta que, por fin, podemos dejar nuestras engorrosas mochilas al resguardo de una piedra llamativa y prominente (para luego localizarlas sin problema) y proseguimos con el final del acercamiento. Los hemos rodeado por una loma cubierta de piornos hasta situarnos con el sol a nuestra espalda. No hay prisa, no tendrían por qué asustarse y deberían admitir nuestra presencia hasta una reducida distancia.


Los machos de cabra montés (Capra pyrenaica victoriae) son animales tranquilos, acostumbrados en algunos de estos valles de origen glaciar a la presencia continua de excursionistas y montañeros y, por lo tanto, sencillos de fotografiar. De hecho, generalmente admiten mejor la presencia humana cercana que los grupos de hembras con crías. Además, los animales más viejos y experimentados son a menudo más confiados que los jóvenes, lo que para la fotografía de fauna no deja de ser un gran aliciente.

Nosotros, con el permiso de la administración del parque en la mochila, nos prestamos a complacernos de su compañía durante varias horas. Ellos, sestean, se relajan, se tumban. Cambian de postura. Se rascan. A alguno se le cae la cabeza bajo el peso de sus cuernas mientras dormita indolente. Ramonean el matorral. Engordan y ahorran energías.

En unas semanas la cuestión será bien distinta.


Mientras permanecemos junto al rebaño -componiendo como podemos dentro de lo poco atractivo que es el entorno en el que se encuentra, y teniendo además que esquivar continuamente en los encuadres las ramas blancas de los piornos quemados-, pienso en el período de celo que se barrunta de un modo inminente en el ambiente. De hecho, algunos testarazos tímidos comienzan a retumbar ya por el valle, aunque más parezcan aún un juego que otra cosa. Aún es pronto. Los grandes cabrones velan todavía sus armas.




Pero pronto los combates resonarán e impregnarán la atmósfera otoñal de la alta montaña. Su gregarismo entonces se diluirá y la actual paz y armonía que impera en los grupos de machos se romperá y dará paso a un período de varias semanas en las que los grandes sementales, con mejor estado físico y mayores cornamentas, impondrán su tiranía a la hora de cubrir a las hembras. Será su momento. Y será también el nuestro.


Por ahora, nosotros nos relajamos al lado de su descanso, deleitándonos con su imponente presencia, de sus corpachones macizos, de sus enormes y temibles defensas desgastadas, melladas en tantas luchas. Nos distraemos a la espera de poder estar aquí presentes cuando dentro de unas semanas hayan dejado de velar sus armas y el fragor de sus combates resuenen un año más en la montaña.



6 comentarios:

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    1. Gracias, eres una incondicional del blog y te lo agradezco. Un beso desde Salamanca.

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  2. Vaya maravilla de fotografías Jesús. Impresionantes. Enhorabuena.

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    1. Y también agradezco tus palabras. Tu y yo sabemos que los "bichos de pelo" tienen algo especial que engancha. Un abrazo y a ver si coincidimos en algún rincón bicheando.

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