Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.
Mostrando entradas con la etiqueta Salamanca. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Salamanca. Mostrar todas las entradas

6 de agosto de 2021

Rabilargo

Al rabilargo ibérico (Cyanopica cookie) hacía mucho tiempo que le tenía ganas. Ganas de poderle hacer una serie de sesiones fotográficas, se entiende, dado que probablemente sea el córvido más bello, grácil y elegante que tenemos, con su plumaje de tonos delicados y una larguísima cola de color azul celeste. En comparación con los adultos, los juveniles de rabilargo ibérico, que por estas fechas han abandonado recientemente su nido, presentan el capirote con un ligero moteado gris, más o menos profuso, que les ha servido de camuflaje durante su estancia en el mismo. Los tonos pardos de la espalda y partes inferiores también son menos llamativos y suaves que los de sus progenitores. Pero incluso así, no se puede negar que se trata de un ave especialmente hermosa. Además, la especie está presente en la zona donde yo me muevo, por lo que un pequeño desplazamiento de una treintena de kilómetros no resulta ningún inconveniente para intentar unas sesiones. Así, este año que pensaba iba a ser el año de los pechiazules, por las jornadas que le pude dedicar en la zona centro y en la provincia de León, va a pasar a ser el año de los pechis y los rabilargos. Sí, por fin he podido hacerle las primeras sesiones y conseguir mis primeras fotos de esta peculiar especie. Trabajo compartido con un par de amigos que hacen, además, más divertida cualquier expectativa fotográfica.

Y decía que que se trata de una peculiar especie porque mantiene un comportamiento que difiere bastante del que presentan el resto córvidos europeos. Es más, adopta alguna conducta extraordinariamente rara en el mundo animal, como así lo demuestra la desplegada en el período reproductor, y que veremos más adelante. 

Pero lo primero es aclarar su distribución y taxonomía reales. El rabilargo (Cyanopica sp.) se distribuye en dos poblaciones mundiales separadas por unos 8.000 kms de distancia. Durante mucho tiempo se pensó que se trataba de una única especie dividida en varias subespecies y se planteaban hipótesis del porqué de esta distancia. La población que habita la península Ibérica se la denominaba Cyanopica cyanus cooki, mientras que el resto de subespecies ocupan una amplísima superficie del Este asiático hasta Japón (Mongolia, Sureste de Rusia, Manchuria, Este de China, Japón y península de Corea), a las que se denominaba como Cyanopica cyanus sp. Sin embargo, estudios genéticos recientes y el hallazgo de un fósil datado en 40.000 años en una cueva de Gibraltar, desmontan completamente aquella sistemática clásica, describiéndose en la actualidad como dos especies distintas: una especie sería la ibérica (Cyanopica cooki) y el resto englobadas en la segunda (Cyanopica cyanus sp.) y formada por unas seis subespecies diferentes. 


Nuestro rabilargo es un ave gregaria, ligada a masas forestales mayoritariamente abiertas, aclaradas o próximas a espacios despejados, generalmente de quercíneas y pinos, y a menudo aledañas a asentamientos humanos rurales, donde medran con las oportunidades que les brindan estos espacios teselados y en mosaico, magníficos ecotonos entre el bosque denso y las áreas abiertas, agrícolas y/o ganaderas. De hecho, aunque precisan de la abundancia de arbolado, su distribución se rarifica notablemente allí donde el dosel forestal se vuelve denso y lo tapiza todo. En estos ecosistemas este córvido bate el territorio en pequeñas bandadas, inundando el lugar con sus inconfundibles reclamos, chirriantes y ásperos, utilizados para mantener cohexionados a los ejemplares del bando. Inquisitivos, se posan en el suelo con frecuencia, entre las ramas de los árboles o sobre arbustos dispersos, rebuscando diversas fuentes de alimento por todos los rincones, tanto de origen animal (siendo los invertebrados la base principal de su alimentación) como vegetal (frutos y frutas silvestres o cultivados, en mayor cantidad durante el otoño o el invierno). Como comensales del hombre pueden alimentarse igualmente de basuras y desperdicios (por ejemplo, en los merenderos) o piensos de uso ganadero, e incluso acuden a las carroñas. Así pues, es una especie con una marcada tendencia al omnivorismo.


El rabilargo ibérico vive en bandos muy cerrados formados por individuos que se conocen muy bien entre sí. En invierno estos bandos llegan a mezclarse con otros grupos vecinos, agrupándose en grandes dormideros con un importante número de ejemplares. Sin embargo, durante el día los diferentes bandos se vuelven a disgregar sin que se mezclen los componentes de cada unos de ellos. Este modo de vida gregario se mantiene todo el año y no desaparece durante el período reproductor, lo que sí sucede en otras especies. Se forman entonces colonias de cría muy laxas, donde se reparten por diversas hectáreas los nidos de todas las parejas reproductoras (una media de 30-40 nidos por colonia).


Y es aquí y ahora cuando nos sorprende una conducta que no tiene apenas parangón entre las aves, y es que muchas de las parejas reproductoras tienen "ayudantes" que colaboran con ellas para sacar adelante las nidadas. El 49'1% de las parejas de una colonia de 110 nidos estudiada en Extremadura, contaba con al menos 1 individuo ayudante. Esto último sucedía en el 28'3% de los casos, mientras que en un 10'9% eran 2 los ejemplares subalternos. Con porcentajes menos significativos había parejas reproductoras con entre 3 y 5 ayudantes, habiéndose dado el caso de un nido con incluso 9 ayudantes y otro con 11. En la gran mayoría de las ocasiones los ayudantes son machos, según este estudio, y cuando una hembra adopta este roll siempre se ha tratado de hembras que han perdido previamente una primera puesta. Esta conducta parece que está vinculada de un modo directo con las condiciones ambientales de cada temporada. Así, en años de fuertes estiajes el porcentaje de nidos con ayuda externa a la pareja aumenta hasta el 75% y el número medio de rabilargos subalternos llega a alcanzar los 3'6 por pareja, cuando la media anual en condiciones típicas se sitúa en torno al 1'5 ayudantes por nido. 


Casi una cuarta parte de las cebas que se aportan al nido son llevadas por estos agregados, además de mantener el nido limpio retirando los sacos fecales, defenderlo de depredadores o incluso, a veces, alimentar a la hembra cuando esta está incubando o empollando.

Como veis se trata de una especie más que interesante, y no solo desde el punto de vista estético, sino también, o quizás sobre todo, desde el punto de vista etológico. Bello e interesante, así es el rabilargo.

28 de julio de 2021

A veces buenas noticias

En materia de medio ambiente no es lo más normal que nos lleguen buenas nuevas. Siempre, por regla general, lo que es noticia es siempre una mala noticia. Calentamiento global, pérdida de biodiversidad, sobrepesca, sobreexplotación de los recursos naturales, ... Cuando bajamos unos escalones hasta un nivel nacional, regional o local suele ocurrir lo mismo: animales envenenados o tiroteados aún siendo de especies protegidas, linces que caen en las carreteras, persecución ilegal de los grandes depredadores, excesos en las actividades cinegéticas, contaminación de cursos fluviales, abusos e ilegalidades en los estudios de impacto ambiental de las grandes empresas energéticas o de construcción de infraestructuras viarias, cuando no E.I.A. "ad hoc", corporaciones locales o autonómicas que anteponen los intereses particulares al general en materia de medioambiente, la inmensa mayoría de los incendios intencionados, ... Por eso cuando llega, no una sino dos buenas noticias, no podemos por menos de sorprendernos. Es, por lo tanto, noticia que haya una buena noticia relacionada con nuestro patrimonio natural. Pero que sean dos es ya casi inaudito.

Pero vayamos por partes. La primera de las noticias de la que nos haremos eco es la que trata de la prohibición impuesta por Europa de seguir masacrando a la tórtola común o europea cada año en nuestro país. Esta próxima temporada ya no se podrá cazar esta especie en España legalmente, dando un severo tirón de orejas a nuestro estado por no protegerla del expolio cinegético a que venía siendo sometida. En agosto de 2019 el diario El País publicaba una noticia titulada "El infierno español de las tórtolas" en el que se daban datos esclarecedores, a la par que estremecedores, como que, de los dos millones de ejemplares que cruzan nuestro país en su camino migratorio hacia tierras africanas, del orden de 800.000 caen en nuestro territorio por disparos de escopeta, o que la población en España haya decrecido un 40%, y hasta un 80% a nivel continental. Lo cierto es que todos esperábamos que su protección se hiciera efectiva a principios de año cuando la Comisión Estatal para el Patrimonio Natural se reunió el 4 de febrero con el fin de tomar una decisión sobre si incluir a la especie en el Catálogo como especie "Vulnerable", junto al lobo ibérico, que sí fue incluido finalmente en el Listado de Especies Silvestres en Régimen de Protección Especial. Sorprendentemente la tórtola común, como ya podéis suponer, no fue catalogada, en este caso debido a un empate en la votación. Habiendo perdido aquella oportunidad de oro para proteger de una manera legal y efectiva a esta columbiforme en trágico declive poblacional, la Comisión Europea se ha visto obligada a darnos un ultimátum tras años de reprendernos y avisarnos, y advirtiendo que la caza en nuestro país está siendo insostenible para la especie, a través de un Dictamen Motivado con fecha de 3 de diciembre de 2020: o la protegemos o nos llevarán ante el Tribunal de Justicia Europeo. La moratoria, pues, se está haciendo efectiva en las diversas comunidades autónomas españolas, aunque a regañadientes.


La siguiente noticia ha supuesto también una enorme alegría en la provincia de Salamanca, y hace referencia al dictamen del Consejo de Seguridad Nuclear del 12 de julio vetando la construcción de la planta de procesado de mineral de uranio de Retortillo, que la multinacional australiana Berkeley pretendía explotar en este municipio. Contra esta mina (la que sería en realidad la única mina de uranio de Europa) la sociedad salmantina se ha posicionado frontalmente en contra desde el principio -cuando hace más de diez años Berkeley desembarcó en nuestra provincia con la prepotencia del que enseña fajos de dinero y empleo para comprar voluntades-, manifestando en las calles su enfado con la sumisa connivencia política de nuestros mandatarios autonómicos, provinciales y locales con los intereses de la empresa privada. Este veto supone, de hecho, la imposibilidad de llevar a cabo las extracciones mineras debido a que se trata de un informe vinculante en la decisión final del Ministerio de Transición Ecológica y Reto Demográfico de autorizar o no la explotación minera. Este dictamen negativo contempla la existencia de evidentes riesgos en el tratamiento y almacenamiento de los residuos radioactivos generados durante el procesado del uranio, algo que heredarán (y pagaremos todos los españoles) las generaciones futuras, y que vienen derivados de las deficiencias en el almacenamiento y la peligrosa filtración a los acuíferos de la zona. El mismo presidente del Consejo de Seguridad Nuclear llegó a lamentarse en el Congreso de los Diputados sobre la deficiente calidad de la documentación del proyecto minero aportada por Berkeley. Pese a no contar con todos los permisos pertinentes, esta multinacional y su insultante prepotencia, y con la condescendencia de los políticos implicados, ha realizado la eliminación de cientos de encinas centenarias, realizado desmontes y creado una balsa de enormes dimensiones, además de iniciar una carretera que debió ser paralizada. La mina tenía prevista una vida útil de solo diez años, lo que nos habla del desprecio con el que estas multinacionales obasequian a las poblaciones afectadas por su actividad industrial, cuya herencia tendrán que soportar durante siglos. La empresa, de capital enteramente privado, obtendría los beneficios, pero los altísimos constes de vigilancia de los residuos radioactivos que se quedarán ahí para la posteridad acabarían siendo pagados por el bolsillo de todos nosotros. Como siempre, detrás de todas estas especulaciones económicas y políticas hay mucho más de lo que sabemos los ciudadanos.

Hoy la dehesa es un poco más libre en Retortillo y Villavieja de Yeltes que hace unas semanas o meses. Se ha sacudido de encima el polvo de la miseria más rastrera de las grandes especulaciones económicas a costa de hipotecar el futuro de las generaciones futuras, en una comarca que no necesita que los que deben velar por su futuro les mientan y les engañen, ni sus políticos, ni esos falsos benefactores venidos para llenarse sus bolsillos a cambio de migajas y prebendas. 



Bueno, hoy podemos dormir un poco mejor, dos noticias relacionados con nuestra salud ambiental nos deben permitir estar un poco más satisfechos de nosotros mismos, de saber que nuestra lucha por la conservación de la naturaleza a veces alcanza buenos resultados. Habrá que seguir al pie del cañón, vigilantes y beligerantes.

Salud a todos.

12 de mayo de 2021

Mar de cereal, II

Increíblemente, a pesar del impacto brutal que la intensificación de la agricultura está causando a los entornos humanizados dedicados al cultivo de secano -cereal y leguminosas principalmente- las aves parecen empeñarse en resistir y, contra toda lógica, aún medran en mayor o menor medida en estos ecosistemas, y con mejor o peor fortuna según las regiones. El envenenamiento indiscriminado del entorno, la casi total pérdida de setos y arbolado, la homogeneización del paisaje, la radical pérdida de biodiversidad, la implantación de cultivos de ciclo corto, el aumento de infraestructuras, las concentraciones parcelarias o la transformación de inabarcables extensiones de secano en regadío están suponiendo un durísimo golpe para estas aves ligadas a los espacios abiertos, aunque, tercas, plantarán cara a la más que probable desaparición.

Poco saben las avutardas (Otis tarda) de todos estos avatares que les afectan, inocentes víctimas de una globalización responsable del delicado estado de conservación actual en el que vive la especie, y de la futura extinción local de cada día más enclaves peninsulares. El próximo año, cuando estos ejemplares regresen en primavera a estas tierras de secano se encontrarán con campos sembrados de pivots regando con su lluvia enormes círculos perfectos. Comprobaremos en qué medida consiguen superar la nueva situación, o si, por el contrario, habremos provocado una nueva extinción local. Otra más a sumar a una larga lista. Esto provoca un efecto secundario muy peligroso: el desplazamiento de esas avutardas afectadas (en este caso por la reconversión del secano en regadío) a otras áreas de campeo propias de la especie, en un proceso de agregación que implica obviamente un grave riesgo en el caso de que nuevas circunstancias afecten negativamente también a esas otras poblaciones, algo que, visto el modelo actual de intensificación agrícola, se convierte en una posibilidad nada desdeñable. Si la especie se concentra en densas pero inconexas subpoblaciones, toda ella corre el peligro de que un desastre la haga colapsar. 

Pero no adelantemos acontecimientos. De momento, esta temporada, como han venido haciendo desde tiempos inmemoriales, las avutardas han regresado a sus arenas nupciales. Estos leks combinan la fácil exhibición de los machos con la protección frente a los depredadores. Aquí, los machos de avutarda no defienden territorios propiamente dichos donde existan buenos recursos alimenticios para atraer a las hembras, sino que buscan áreas donde su visibilidad (y protección) sea máxima, por ello se denominan leks de tipo disperso. No obstante, sí parece haber ciertos ejemplares que aparentan defender ciertas porciones concretas frente a los competidores, aunque esta circunstancia sea claramente secundaria. Los hemos visto nerviosos, encelados, trasegando de un lugar otro agrupados en pandillas numerosas al comienzo del celo, como rebaños de 20 o 30 ejemplares.

Cuando la época de celo está en pleno apogeo los observaremos cada vez más a menudo dispersos por varios cientos de hectáreas, con las plumas rectrices enhiestas, pavoneándose como exhibicionistas en una discoteca, en busca de hembras.






A las hembras las veremos a lo suyo, alimentándose sin hacerse especialmente llamativas, crípticas, tímidas, con la cabeza generalmente mirando al suelo, picoteando brotes, semillas y algún insecto. Mucho menos ostentosas que los machos, la hermosura de ellas es también incuestionable. 




Hemos podido observar cómo los machos se vuelven semáforos vivientes volteando esas plumas blancas inferiores que generalmente permanecen ocultas. Son como faros en la costa, a los que resulta imposible no ver desde lejos. Mientras que los subadultos menores de 4 años permanecen agrupados, los adultos de más edad se dispersan aquí o allá alardeando con sus espectaculares y pomposos despliegues amorosos. Inician sus conocidas ruedas, flirteando a distancia con la que se quiera sentir atraída.






A medida que el celo avanza, las hembras comienzan a mostrar interés por los coqueteos de esos tíos tan raros que no hacen más que llamar la atención, en una especie en la que precisamente la desconfianza y pasar desapercibido es una virtud. Es entonces cuando podemos ver un comportamiento interesante: las hembras se acercan a curiosear a unos u otros barbones exhibiéndose, a veces solitarias, a veces en grupos, como en el caso del pretendiente de la fotografía anterior al que vemos en las dos siguientes cómo se le acercan varias hembras claramente cautivadas por su masculinidad. ¿Será el padre idóneo para mis futuros hijos?, parecen pensar al estudiarlo de cerca. Al tratarse de leks dispersos no es la abundancia de recursos tróficos defendidos por un macho lo que las seduce -como ya indicamos anteriormente-, sino los propios atributos sexuales indicativos de su buena calidad genética. De esta forma parece fundamental el propio peso del animal y su edad. Esto hace que los machos dominantes de mayor rango que pululan por el lek sean los más seleccionados por las hembras y que, por lo tanto, cada uno de ellos puede acabar fecundando a varias distintas.


Transcurren así los días y las semanas del mes de abril, con alguna que otra trifulca todavía entre algunos machos, algo que generalmente no tiene lugar a estas alturas, sino a finales de invierno antes de la época de celo para determinar la jerarquía dentro de los bandos. Esta jerarquía se puede observar cuando alguno repliega su exhibición y/o se aparta del lugar con la llegada de otro de rango superior a su posición.

Por momentos se pueden ver cinco o seis bolas blancas repartidas al mismo tiempo aquí o allá en los cientos de hectáreas que abarca el lek disperso, y unos cuantos machos caminando erguidos de un punto a otro, a veces buscando unas hembras a las que acercarse y cortejar. 





Mis prismáticos no dejan de mirar por las rendijas del hide. Me entretengo en contar el número de avutardas que hay en mi entorno, algunas haciendo la rueda a más de un kilómetro de distancia. Estoy donde quiero estar, entre ellas, observando sus comportamientos, aprendiendo de su biología. Y en la medida de lo posible, fotografiándolas, aunque este año el clima ha impedido aprovechar los días más intensos del período de celo.











Van concluyendo las oportunidades y seguimos vigilando sus rutinas, ojeando sus hábitos y profundizando en su conducta. En las últimas sesiones fotográficas advertimos que ya apenas quedan hembras medrando por el lek, prácticamente solo vemos machos y, además, tienden a agruparse de nuevo en grupitos más compactos y numerosos. Buena parte de ellas han debido volar en las últimas jornadas a sus tradicionales áreas de puesta y crianza, a veces alejadas varias decenas de kilómetros del lek, aunque en general parece que lo hacen a distancias inferiores a los 2 kilómetros. Si todo sale bien sacarán adelante entre uno y tres polluelos, entre los que habrá una gran mortalidad durante el período estival.

Al concluir el presente celo, ya está la próxima primavera en mi mente, y no puedo evitar pensar en qué medida la nueva reconversión en regadío de buena parte de esta comarca podrá destruir o no este lek, o si se salvará por avatares del azar. El tiempo nos lo dirá.

4 de mayo de 2021

Mar de cereal, I


A veces pienso en lo maltratado que está el ecosistema que todos conocemos como "estepa castellana" -por similitud a las verdaderas estepas que podemos encontrar en el centro de Asia o incluso a las praderas infinitas del medio oeste norteamericano-. El sustantivo más acertado para denominarlas sería "agroestepas", o en su defecto "pseudoestepas", dado que no son en realidad esos verdaderos ecosistemas en el sentido ecológico de la palabra: vastas extensiones onduladas de terreno con vegetación herbácea, que se desarrollan generalmente en climas, si no extremos, sí al menos rigurosos, con fuertes insolaciones veraniegas e inviernos fríos, además de escasas precipitaciones. Probablemente sea uno de los ecosistemas ibéricos más maltratados como consecuencia de la intesificación desaforada de su explotación en las últimas décadas. 


El excesivo uso de herbicidas y plaguicidas está acabando con los insectos y la diversidad botánica no solo en las propias plantaciones de cereal o leguminosas, sino incluso en las mismas cunetas, lindes y setos, donde el agricultor no consiente que haya vida más allá de su cosecha. En la mentalidad de muchos de estos profesionales permitir vegetación silvestre en estos espacios entre cultivos es permitir que exista alimento para los roedores o insectos que luego se comerán sus beneficios. En la imagen inferior podemos ver a la izquierda un campo arrasado por herbicidas poco tiempo después de ser cosechado junto a otro que se está dejando reposar y en el que crece la hierba, a la derecha.

Es común que los rebaños de ovejas que carean por estos terrenos tengan numerosos abortos como consecuencia de los productos químicos que inevitablemente comen, no ya en parcelas "quemadas" de esta forma, en donde el pastor obviamente no las meterá, sino en lindes y cunetas sulfatadas igualmente, y cuando el ganado va de un sitio a otro de alimentación.

Pero el uso de peligrosos productos químicos que no solo matan a todo ser vivo, sino que incluso pueden entrar a formar parte de la cadena trófica, con lo que ello conlleva para nosotros mismos, no es el único problema. La implantación, además, de cultivos de ciclo corto provoca el aumento notable de trabajos con la maquinaria en las tierras, impidiendo no solo que concluyan con éxito los ciclos reproductores de las especies animales que anidan en el suelo -y que mueren bajo las cosechadoras antes de poder volar o huir-, sino que impiden, además, que haya la necesaria tranquilidad para que se puedan dar esas reproducciones por el aumento del número de jornadas de laboreo en el campo, donde los tractores han multiplicado las ocasiones en las que deben sulfatar, abonar, roturar, sembrar, cosechar,... 

Además de esto, hoy en día se está volviendo demasiado normal que incluso los espigaderos se roturen nada más terminar la cosecha para "preparar" el terreno para la siguiente siembra, aunque esta tarde en producirse incluso meses, impidiendo que la tierra descanse y que permanezca de rastrojo durante mucho más tiempo, dificultando la vida animal.

Al agricultor de hoy en día le estorba todo. Los árboles también. Cada día hay menos sotos arbolados que circundan los arroyuelos estacionales que atraviesan estas agroestepas, y donde antes eran normales esas "serpientes de vida" formadas por chopos, mimbreras y sauces, bajo los que crecía abundante vegetación verde, hoy ya no quedan vestigios de ellos, o solo alguno testimonial.

Así, tampoco es raro ver viejas encinas salpicando tierras de secano a las que les han infringido graves heridas intencionadamente para, una vez muertas, obtener de las administraciones la autorización de quitarlas. Diez metros cuadrados de terreno bajo la copa son diez metros cuadrados en los que no pueden plantar sus cultivos, y eso no lo pueden consentir. Unos pocos euros de beneficio tienen más valor apara ellos que una vieja encina de 200 años. He visto encinas saludables de gran porte arrancadas de cuajo del medio de algún campo de cereal; ¿os hizo caso la Guardia Civil a vosotros? ... pues a mí tampoco. De esta forma y gracias a esta mentalidad productivista pero miope, muchos campos que antiguamente estaban salpicados de enormes encinas hoy en día solo tienen viejos pies testimoniales de un pasado que no regresará ya. O peor aún, ya vacíos por completo de ellos.


La importancia que tienen estos pies de encina es enorme como refugio y/o como lugar de reproducción de los pequeños y medianos depredadores que se alimentan precisamente de todos esos roedores o insectos que luego les "comen sus cosechas", constituyéndose por lo tanto en inmejorables aliados de la lucha biológica contra las plagas. Se transforman así en verdaderas islas de biodiversidad, donde proliferan gramíneas y leguminosas que no encontraremos en las lindes bajo el sofocante calor veraniego o el mortal frío invernal, diversificando la alimentación del ganado. La protección que aportan estas copas a muchas criaturas durante las tórridas jornadas de insolación estival o durante las más crudas heladas de la estación fría son indudables y muchos seres vivos encuentran en estas burbujas de vida el hogar necesario para sacar adelante a sus nuevas generaciones.

Pero no son pocos los agricultores que no soportan ni siquiera estas burbujas, dado que la biodiversidad no les da dinero (o eso creen) y, al igual que hacen con las cunetas y las lindes, atajan lo que ellos consideran un producto innecesario y superfluo de la naturaleza quemándolo a base de herbicidas. El amigo de la siguiente imagen debe pensar así, pues cada año sulfata y arrasa todo lo que crece bajo cada árbol, como se puede observar fácilmente por simple comparación con la tierra situada al fondo de la foto, donde el propietario solamente a roturado. La diferencia se vuelve indecente.


Por si todas estas agresiones fueran ya de por sí difíciles de superar para todos esos seres vivos que necesitan de este ecosistema para sobrevivir (sisón, avutarda, aguiluchos cenizo y pálido, ...), tenemos que afrontar además la desaparición de gigantescas extensiones de secano por la obsesión de irrigar miles de hectáreas de secano y transformarlas en regadío, como la inminente conversión que se va a realizar en breve de 6.500 hectáreas en la provincia salmantina, y que afectará irreversiblemente a una de las mejores zonas avutarderas de esta provincia, a lo que se sumará la subsiguiente aprobación de la desafortunada (una más) concentración parcelaria que aumentará la destrucción de más lindes, setos y sotos.

Cuando la gente se sorprende de que esas cuatro especies mencionadas en el párrafo anterior no mejoren sus poblaciones, sino que incluso empeoren a pesar de la gran superficie que hay en la península de agroestepas que podrían ser, a priori, fabulosas regiones para que sus poblaciones evolucionaran positivamente, no son conscientes de que su regresión es simplemente el resultado de lo que se cuece en realidad en estos espacios humanizados. La explotación intensiva de la agricultura a la que el mercado global obliga a los profesionales, el precio de mercado, con unos costes de producción que se acercan o superan los de la comercialización, el precio irrisorio que percibe el productor que hace que se cultive a veces a pérdidas, y el nulo interés de Europa por implantar de verdad una agricultura realmente sostenible, hacen que el profesional de este sector, que sobrevive gracias principalmente a las subvenciones que cobra a fondo perdido de la PAC y que pagamos solidariamente entre todos, implante prácticas agrícolas abusivas con el medio ambiente, en detrimento de la biodiversidad de estos grandes espacios abiertos. Ellos se convierten al mismo tiempo en víctimas del sistema y verdugos medioambientales.

Pocas especies representan tan bien como la perdiz roja (Alectoris rufa) la vida en estos infinitos mares de secano. Valgan, pues, estas imágenes para romper una lanza en favor de un cambio radical en los modelos de explotación de este ecosistema, que no por humanizado, deja de ser menos valioso. Si no lo hacemos seremos entonces testigos de cómo desaparecen algunas de estas criaturas de amplias regiones que fueron su hogar casi desde que el ser humano dejó de ser recolector y cazador, convirtiéndose en sedentario y agricultor. 














19 de marzo de 2021

¡Aquel posadero!

No siempre las especies raras, escasas o desconfiadas son las más complicadas de fotografiar. O para expresarlo mucho mejor aún, no siempre la dificultad de conseguir la fotografía que tienes en tu cabeza depende de la rareza, escasez o desconfianza de la especie. Esta historia es un buen ejemplo de ello.

Hace ya bastante tiempo -junio de 2018- añadí un post en este blog titulado simplemente "Gorriones". En la segunda foto de aquella entrada aparecía un precioso macho que exhibía la típica intensidad de plumaje propia de la época de celo, descansando sobre un posadero muy bonito. Aquel gorrión tan chulo estaba posado en una percha no menos chula y que, tras observar las fotos, me pedía una imagen compuesta en vertical. Ya sabéis que soy de los que tiran los posaderos después de haberlos usado con una especie -lo he comentado en otro post titulado precisamente "Posaderos", ayudado por mis amigas las abubillas, así como en otras webs de fotografía de fauna-. Sin embargo, tras ver las tomas de aquella sesión de mayo de 2018 estaba claro que aquel posadero estaba pidiéndome a gritos que lo fotografiara en vertical. El palito en cuestión era una obra de arte en sí mismo y cobraba incluso más importancia que los propios humildes gorriones, o por lo menos tanta como estos. Así pues, lo intenté unos días después, pero los gorriones, caprichosos, decidieron que ya no se querían subir allí más veces. No me quedó más remedio que hacer varias sesiones más aquel año con la intención de rematar esa foto que tenía en la cabeza; pero nada, sin resultados, tuve que acabar "abortando la operación". No me quedó más remedio que guardar el posadero en el garaje para volver a intentarlo al año siguiente, obviamente con la misma especie pues no me gusta usar la misma percha con diferentes tipos de aves. Así lo hice en 2019, pero sin suerte, no hubo manera. Lo intenté situándolo en el mismo montón de maíz en el que se alimentan y que ya me sirvió en la primera ocasión; tampoco, que si quieres arroz, Catalina. Lo intenté junto a los pesebres de los corderos donde se ponían las botas con el pienso; menos aún. Lo intenté junto al abrevadero cuando en pleno verano la sequía hace de aquel lugar un oasis. Y nada, que mucho antes que Pedro ellos ya habían dicho que NO es NO. El posadero iba y venía (ahora tiene el extremo distinto -más corto- por algún percance durante los evidentes viajes, ¡tanto va el cántaro a la fuente ...!) y yo me desesperaba. ¿Cómo es posible que en las tres primeras sesiones que hice en aquel 2018 se posaran en todo lo que les ponía, incluido este mismo palo, y de pronto ... sin ningún motivo que yo alcanzara a entender ... dejaron de hacerlo. ¡Pero radicalmente, eh!. 

2020, como ya sabéis, vino rebelde y el confinamiento me impidió rematar aquel trabajo. Pero yo, que como ya podéis suponer soy más cabezón que los propios gorrioncillos, he seguido todo este tiempo empeñado en conseguir finalmente la imagen que guardaba dormida en algún rincón de mi susodicha cabezota, y este año, cuando ya los primeros machos comienzan a presentar esos colores intensos en su plumaje y los picos se les vuelven de color negro tizón, he desempolvado el palo en cuestión y he regresado.

Tras observar al bando un par de tardes, he decidido olvidarme del montón de maíz en donde siguen alimentándose y pongo mi rama estratégicamente entre los restos de la poda de unos cipreses. He podido comprobar cómo este montón de ramas, tumbadas y muy apretadas por el paso del tiempo, lo usan para esconderse dentro cuando el peligro acecha, a veces en forma de gavilán en busca del desayuno o la cena. Varias veces lo ha intentado sin que haya tenido éxito frente a los gorriones, aunque sí con un pobre estornino negro. Además, utilizan el montón de ramas como escala intermedia en sus trasiegos entre la comida, el suelo donde se dan sus baños de arena y polvo y los árboles próximos, además de para descansar y acicalarse. Aquí se concentran hasta quizás 200 individuos apretados sin guardar ninguna distancia social, como si con ellos no fuera la pandemia. Finalmente, tras cuatro tardes, y a pesar de que mi posadero les sigue sin apetecer como lugar de parada, he conseguido hacerles algunas fotos que se acercan mucho a lo que tenía en mi cabeza. Han bastado unos gorriones despistados y unos segunditos muy cortos subidos en el posadero para que les haya podido hacer unos retratos definitivos.

Estaréis conmigo que el palito ha merecido la pena.

Ahora ya sí, puede ir a formar parte del suelo del bosque. Adiós, te echaré de menos.






25 de enero de 2021

Cencellada

Pasado el frío y las nieblas de estos días de atrás me quedan en el archivo la suave cencellaba que alguna mañana dejé plasmada en el sensor de mi cámara. Poca cosa en comparación con las que se han visto por la península, pero las imágenes sirven de testimonio del paso de las estaciones. El ciclo se renueva, la rueda de la vida sigue dando vueltas a pesar de que esta pandemia nos haga sentir que el tiempo se ha detenido. Muchos estamos cruzando los dedos para que la primavera que se barrunta sea como la que nos perdimos en 2020. Eso parece, que tendremos otro mar de flores y hierba verde dentro de poco tiempo. 

Por el momento, disfrutaremos del frío, las heladas, la nieve y las nieblas. Que el invierno nos sea propicio.





12 de enero de 2021

Frío y nieve

Hace frío, bastante. Llevamos días escuchando que se nos echa encima una ola de frío histórica, con nieve en toda la península y un frío que pela. Es sábado y yo me acerco a la orilla del Tormes con mis botas y mi chaqueta de plumas al encuentro de los azulones (Anas platyrhynchos), que llevan sedimentados desde el otoño en un recodo del río, al abrigo de la ciudad. Los veo muchas tardes, siempre en el mismo sitio, cua cua par'rriba, cua cua pa'bajo, en una suave playa de arena, circular como una ensenada minúscula. Aveces me acerco a ellos y los observo unos minutos antes de seguir mi camino.

Pero hoy es distinto a las anteriores tardes, nieva suavemente. 

La temperatura está solo unos grados por debajo de cero y el aire está en calma, así que disfrutamos los patos y yo de una mañana perfecta de invierno. Es temprano y apenas pasan cerca un par de madrugadores paseando a sus canes, que no nos incomodan, ni a mí con mi cámara, ni a los patos con sus quehaceres. Entran y salen del agua, se tumban en la nieve, la mordisquean, parecen un rebaño paseándose por una pradera. Se está bien, yo y los patos, los patos y yo, ellos abrigados con sus plumas y yo con las mías y un buen gorro en la cabeza. ¡Cómo resistirse a la oportunidad de intentar traerme a casa alguna imagen de ellos! 

Me gustan los copos delicados en sus espaldas. Preciosas aves que, no por ser comunes, son menos bellas. Los azulones cercanos.