En estas fechas en las que todos nos deseamos felicidad y un buen año venidero, yo haré una excepción inusual -como lo son todas intrínsecamente- y veré la mitad inferior del vaso medio lleno, porque, sabiendo que unos pocos son capaces de lo peor, también soy consciente de que algunos (muchos, seguro) son capaces de lo mejor. Por eso me volveré temporalmente optimista y me engañaré a mí mismo queriendo creer que aún hay una oportunidad para cambiar y, si no para amar a todos los demás, sí al menos para no odiar y perseguir a los diferentes; y me engañaré a mí mismo queriendo creer también que aún existe un resquicio para la esperanza, dejando atrás el egoísmo y el rencor humanos. Con eso ya habríamos cambiado mucho este asquito de mundo que hemos construido. Solidaridad, comprensión, generosidad, compasión, coherencia con el planeta, empatía, ... tolerancia, ... hay tantas palabras bonitas en nuestras lenguas que por qué quedarnos con aquellas oscuras y tristes.
Que se cumplan en 2025 solo nuestros buenos deseos. Que el próximo año que se acerca a marchas forzadas nos traiga una Gaza libre y en paz y el fin de todas las Ucranias que hay por el planeta, la mayoría de ellas olvidadas (Yemen, Somalia, Sudán, Myanmar, Siria, Nigeria, Haití, ... polvorines de sufrimiento y dolor). Y por pedir, estaría muy bien que el nuevo año nos alegrara la vida con los genocidas sentados en el banquillo; ese será mi ingenuo deseo. Y lo pediré así cuando vea una estrella fugaz atravesar el cielo de una noche estrellada. Y cuando pasen más iré pidiendo felicidad para todos, serenidad para vivir en armonía y todo el amor de los nuestros. Que la maldad de unos pocos poderosos no enturbie el año en está por llegar.
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