Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.
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27 de abril de 2016

De decadente belleza

El viejo Portugal nos recibe con la belleza de lo cotidiano, de la vida real, del pulso del día a día, sin artificios para el visitante, ni pompas, ni alardes. Sin escaparates. Sin complejos, sin miedos ni trastornos. De frente.

Azules, rojos, verdes, blancos, se entremezclan con el musgo, la humedad, los desconchones y los mohos, con el abandono y el olvido, con el descuido, el desamparo y la soledad, en una mezcolanza por la que paseo mi mirada y mi objetivo, en pos del detalle, del rasgo o el gesto del lugar. De su alma decadente, de su atmósfera cansada y mortecina. El viejo Portugal, vecino apegado, tan próximo, tan cercano, a un paso de nosotros.

Nunca me defrauda.











6 de abril de 2016

La torre del homenaje

Mejores tiempos vivió la torre del homenaje, hoy olvidada a las afueras de la pequeña aldea sobre su montículo de hierba y roca. Derrumbados ya hace décadas sus pisos de tablones y maderos, su escalinata hace mucho que dejó de llevar a ningún ser humano arriba y abajo. Ahora sus habitantes tienen plumas y revolotean por su interior acomodándose en recovecos y huecos. Por el día algún cernícalo, tordos y palomas que se arrullan y anidan. Por la noche se dejará oír el carraspeo lúgubre de la lechuza.

Vieja torre del homenaje, decrépita, vacía y olvidada.



25 de diciembre de 2015

En estos días alegres ...

... yo veo días funestos, negros, lúgubres. Aciagos días.
Noches amargas, crueles, diabólicas. Siniestras noches.
Tiempos oscuros en los que el hombre pierde su razón y se vende al ángel de la muerte, se casa con el hado oscuro, con el sino malévolo. Maléficos tiempos. En la vieja Europa anestesiada, olvidadiza y ciega, borracha de fiestas navideñas, el olvido atenaza las mentes y adormece los cerebros. Mientras nosotros compulsivamente entramos en los centros comerciales, algunos siguen dejando sus vidas en las costas griegas y turcas o bajo los escombros de Siria o Irak. Millones de refugiados malviven en su huida mientras nosotros dejamos a los gobiernos que sigan moviendo las piezas del ajedrez sin compasión, sin sentimientos, midiendo con frialdad su siguiente movimiento geoestratégico, cerrando fronteras, hacinando personas, midiendo ventajas y desventajas, contabilizando costos y beneficios. Nosotros volvemos a anestesiarnos ante el sufrimiento cobijados bajo el alumbrado navideño. Nos hemos vuelto a olvidar de pensar y exigir. Mala suerte para los de siempre. Total, no conocemos sus historias personales, no nos tocan de cerca, ni sabemos sus nombres y apellidos. Solo son números en los telediarios.

Números que se suman sin parar.


14 de diciembre de 2015

Mi cuarto cumpleaños

Un año más me siento delante del teclado para celebrar un nuevo cumpleaños de "Cuaderno de un Nómada", pues tal día como hoy de hace cuatro años flotaba por fin en la telaraña virtual de la red de redes la primera entrada de este blog.

Este dos mil quince ha sido un año difícil, sin embargo. Raro, intermitente, con demasiados paréntesis, con demasiados descansos e interludios. Un año extraño. Roto, discontinuo y con una notable reducción del número de entradas.

Sea como fuere, han pasado otros doce meses y, como en anteriores aniversarios, os dejo doce imágenes para ver, tocar y sentir. Imágenes de texturas, de piedras viejas, de rincones oscuros, de callejuelas estrechas. He querido que fueran fotografías que contrastaran con mis anteriores entradas, dedicadas cada vez más a menudo a la fauna que nos rodea. Postales de monumentos, ermitas y yacimientos. De capiteles, puertas y claustros. De estancias y pueblos por los que pasara en uno de mis últimos viajes.

Espero que, además de disculpar mis treguas, las instantáneas os gusten. Ese es mi deseo. Salud, amigos.













17 de noviembre de 2015

Hombre y naturaleza

En lo más profundo de su ser, el hombre tiene un impulso incontenible por regresar a la naturaleza de la que, sin embargo, paradojas de la vida, parece quererse desvincular.

Esa necesidad de regresar a la naturaleza y a nuestros orígenes la podemos observar en la felicidad que siente un niño cuando juega con cualquiera de sus más cotidianos elementos -palos, piedras, agua, árboles, animales,...- o en el regreso a la misma a través de cualquiera de las actividades que, ya de mayores, desarrollamos en el medio natural, desde la mera contemplación, a su estudio e investigación; desde aquellos deportes y actividades que se desarrollan en los rincones más apartados de las regiones más remotas, y que nos ayudan no solo a explorar aquellos lejanos lugares, sino nuestros propios límites humanos, hasta nuestra introspectiva actividad fotográfica que nos liga, además de al paisaje y a la fauna en sí mismos, también a la búsqueda de la belleza que nos rodea. El ser humano, cuanto más próximo vive la naturaleza más feliz es y más en paz consigo mismo se siente. Por el contrario, cuanto más alejado de la misma se encuentra, más pobre su alma se vuelve.

Somos parte del planeta, formamos una pieza esencial de la Madre Tierra, un engranaje clave de la gran maquinaria planetaria. La Pachamama como hoy la conocemos depende de nosotros y nosotros de ella. De ser conscientes de ello dependerá en un futuro, más próximo que lejano, nuestra propia supervivencia.

Pero soy pesimista y creo realmente que nuestra ceguera es tal, que ni agonizando entre estertores nos daremos cuenta de nuestra propia e inminente expiración.






21 de agosto de 2015

Inspiración

Que el arte urbano me inspira lo sabéis todos los que visitáis este Cuaderno de un Nómada. Con la costumbre que da la cotidianidad, sus páginas se nutren sistemáticamente de fotos de naturaleza y viajes, pero también, y cómo no, de pintadas y murales que invaden mi ciudad. Centenares de ellas se archivan en mi ordenador en varias carpetas a la espera de que un impulso interno me obligue a aflorarlas. Historias que tengo la necesidad de contar, o relatos que tienen la imperiosa urgencia de que alguien los narre. Yo, sumiso, les obedezco y los transmito a través de este espacio virtual. A veces -a menudo- unos ojos me esperan durante días o semanas desde el enfoscado de una pared a que un buen día me decida a tomar la cámara, cargar con ella y acercarme al lugar donde reposan y me reclaman, y los fotografío, guardando su mirada para siempre, para que ya el tiempo no haga mella en ella. Y lo siento, me da vergüenza reconocerlo pero a veces son en realidad meses de espera, en ocasiones puntuales incluso años -ellas me esperan allí, fieles, pacientes sabedoras de que no faltaré a la cita antes o después-. Las miradas de Caín Ferreras han aparecido varias veces en este blog, lo mismo que las del colectivo Alto Contraste, Jorge Nego y las de muchos otros artistas, urbanos los unos, callejeros los otros. Como ejemplo, yo os recomendaría que no os perdáis un parsimonioso recorrido por la galería urbana que es en realidad el barrio del Oeste, en Salamanca. A menudo, la pintada te inspira una imagen, frontal, limpia y directa: un muro bidimensional no da para muchos excesos fotográficos, generalmente. Pero hay ocasiones excepcionales en las que una obra se sale del muro donde la crearon. Y te inspira diferentes lecturas, variados puntos de vista; distintas historias, en definitiva. Esas las disfruto, las saboreo una y otra vez, y lo hago no solo con la propia observación, reconociendo el valor mismo del grafiti como la obra artística que es, sino también con la cámara fotográfica, explorando las posibilidades plásticas de la pintura y su contexto. No sé a vosotros, pero a mí cualquiera de las siguientes opciones me transmite algo diferente, aunque si me tengo que quedar con algo es, cómo no, con la expresión de su mirada.







5 de agosto de 2015

El hueco que dejas en mi almohada




Se tamiza la luz de la mañana por entre las rendijas de las lamas de mi persiana, invadiendo mansamente los recovecos de un dormitorio mudo y ocioso. Termina así una noche más. Termino así otra vigilia más.

Se desvanecen las sombras y la penumbra de nuevo, y la claridad me alcanza insomne y sola, derrotada en la cama, abrazada al hueco que dejaste en mi almohada, aferrada al recuerdo de los caminos sinuosos que dibujaron las yemas de tus dedos, al de tu respiración en mi espalda, al de tu olor en mi cama.

Me invade amarga tu ausencia, que a dentelladas crueles me muerde el sueño y me desvela. Y abrazada a tu recuerdo, vacía y aturdida, veo la luz tamizada de otra mañana por entre las rendijas de las lamas de mi persiana.

24 de septiembre de 2014

Mi barrio

Sigo recorriendo mi ciudad y sigo encontrándome con extraños personajes que poco tienen que ver con mi Salamanca monumental, aunque quizás sí con la cotidiana, con la vulgar que vive el día a día.

Por las calles de mis barrios de toda la vida paseo. Calles tristes, de trabajadores, estrechas, donde casi no entra la luz, de edificios humildes, donde la clase obrera lucha por salir adelante. Calles olvidadas por regidores y ediles, con asfaltos parcheados, sin árboles ni bancos para sentarse. Casi sin bares ni tiendas, donde ya hace una eternidad cerraron el ultramarinos de siempre y la pequeña panadería familiar donde Juaqui y Matías nos vendían la leche, todavía en aquellas bolsas de plástico que siempre había que revisar por si estaban picadas. Recuerdo con claridad el carromato gris de tres ruedas con el que Matías repartía el pan y la leche, bajando por mi calle, anunciando su llegada con el petardeo escandaloso de su tubo de escape y los sempiternos ladridos de aquella perra de color marrón y orejas caídas llamada Ola, que cada mañana corría junto a él y que tanto nos asustaba a algunos críos. Ante la llegada inminente -y para algunos de nosotros, temerosa- de la perra calle abajo, más de uno nos escondíamos dentro de cualquiera de los portales, en los que aún no existían los modernos porteros automáticos que nos permiten en la actualidad mantenerlos cerrados. Por aquellas calles los niños íbamos solos al colegio y a la salida jugábamos a las chapas y a las canicas. Las niñas lo hacían al pati, a la comba y a la goma. Y desde las ventanas las madres llamaban a sus hijos a voces cuando había llegado la hora de la merienda o de subir a cenar. Calles llenas de bullicio entonces, de vida. Alegres.

Calles donde años más tarde rasgaban el aire las canciones de Los Chichos y Los Chunguitos y hoy se escucha hip-hop y rap callejero emergiendo de alguna ventana abierta, con mensajes sociales que nos atraviesan las sienes aunque no interesen a ningún político. Calles donde hoy la juventud deambula zombie sin futuro, fumando unos petas, con los cascos de música en el cuello y los móviles en la mano. Pantalones caídos, piercings y enormes gorras ladeadas. Anestesiada, generación perdida que deja pasar el tiempo apoyada en los rincones. Rincones de mi barrio, antes llenos de vida y hoy olvidados, donde los chavales firman con sus grafitis, reclamando nuestra atención: "hey, que estamos aquí, no lo olvidéis, existimos".







12 de julio de 2014

Rajah bazar

Veo partir el microbús con mis compañeros camino del aeropuerto y siento bruscamente el peso de la soledad sobre mí, de pie en la puerta del hotel. Por delante diez días absorto en mis pensamientos mientras respiro el ambiente de una ciudad que para mí es poco menos que un mito, una de las Mecas del montañismo: Rawalpindi, antigua capital de Pakistán, la vieja Pindi, la puerta hacia el legendario Karakorum.

Desayuno como cada mañana y tomo la cámara y mi mochila y me encamino al Rajah bazar, el verdadero corazón de la vida real de esta metrópoli de cerca de tres millones de almas. Me sumerjo entre sus gentes amables y curiosas, que entablan rápidamente conversación con ese occidental extraño que deambula por entre sus puestos sin rumbo fijo, congelando con su cámara fotográfica instantes que para ellos son vulgares y cotidianos y que a él le deben parecer exóticos. Les llama la atención mi barba larga de varios meses sin ver la tijera, similar a la que algunos de ellos estilan, incluso más larga que la de muchos de ellos, y les incita a preguntarme en varias ocasiones "Are you muslim?" Las calles sucias son un enjambre de personas, mayoritariamente hombres, con la excepción de algunas mujeres que caminan por detrás de algún varón de la familia. Las arterias del bazar son un hervidero de gente que negocia su supervivencia. Los cables se arremolinan de fachada a fachada como si de un embrollo de lianas se tratara. Vacas sueltas por la calle se alimentan de la basura, los claxon no paran de avisar y las bicicletas cargan fardos de volúmenes imposibles. En las avenidas amplias algunos camiones engalanados con colores y adornos parecen competir entre sí en un concurso al más vistoso. Perros pulgosos y escuálidos, a los que parecen querer escaparse del pellejo los costillares, se enzarzan en escaramuzas y trifulcas. Los olores dulzones a especias pugnan con los olores malolientes de deshechos en descomposición por impregnar el aire.

Los ojos negros de unos niños brillan vivos y sus dientes blancos me regalan unas sonrisas que no tienen precio. Me hacen recordar a mi gente y me siento tan lejos que ahora sé que no existe esa Europa moderna, limpia y ordenada a la que pertenecía. Ahora tengo la certeza de que nunca existió, que mi hogar fue simplemente un sueño, pues la única realidad cierta es esta que me envuelve ahora. Con las manos en los bolsos del pantalón vagabundeo por los mercados, observando sus trueques y regateos; merodeo entre el trajín de los paisanos, despacio, sin prisas. Nadie me espera. Del altavoz de un alminar que se escapa al cielo de entre la locura del cableado eléctrico y telefónico, emerge el canto a la oración del muecín, cinco veces al día. Y me embriaga. Solo por oírlo mientras inspiro a bocanadas la vida de esta ciudad ha merecido la pena estos días de soledad. No lo puedo evitar, me subyuga el sentimiento que desprende. Me despierto al amanecer con su musicalidad y me hace comprender que en este mundo hay otros muchos mundos, distintos al nuestro, y hoy estoy aquí, viviendo intensamente la única realidad que ahora existe para mí, la de la vida en esta vieja e histórica Rawalpindi, fervientemente musulmana, intensa, extrema, única. Cautivadora.