La fotografía de paisaje suele ser practicada por una inmensa mayoría de aficionados, por razones obvias: la simple belleza de la naturaleza. Mires por donde mires y camines por donde camines, cualquier paisaje nos ofrece la oportunidad de disfrutar del mismo hasta donde nuestra sensibilidad nos permita. Da lo mismo que sea una estepa llana y horizontal, monótona (según para quién) y uniforme, que las montañas más inexpugnables y verticales; o el bosque más exuberante y verde, o la marisma más intransitable, todos ellos, todos los paisajes que nos podamos imaginar, desprenden una atracción que los hace irresistibles no sólo a la sensibilidad humana, sino también al ojo ávido del fotógrafo. Sin embargo, yo (al igual que una gran mayoría de fotógrafos), cuando camino con mi equipo debajo del brazo, voy mirando cielos, nubes y luces, pues definitivamente son ellos los verdaderos escultores últimos de la fotografía. Miro para arriba, busco y persigo el complemento final para el paisaje. Muchos lo pensaréis y es cierto, ya lo sé, estoy en las nubes.
13 de junio de 2013
8 de junio de 2013
Con sus mejores galas
Como en el mejor desfile de modelos, las anátidas nos muestran una variedad de plumajes digno de admiración. Cuando la gente los ve volar, a menudo le sale de dentro un simple y vulgar -ah, sólo son unos patos. No amigos, entre los patos nada es simple y vulgar. La variedad en el diseño de sus plumajes, de sus picos o incluso del color de sus ojos es tan grande que hasta la más modesta y humilde de las hembras, de apagado plumaje marrón, es digna de admiración. A continuación un simple botón de muestra, unas cuantas imágenes -en general capturadas en condiciones controladas- de un pequeño puñado de especies. Pero hay muchas más, tan espectaculares como las que aquí vemos, o más. Así que, cuando veamos un grupo de patos volando sobre un humedal, que nadie diga -va, unos patos, porque seguro que serán verdaderas maravillas emplumadas, obras de arte de la naturaleza, joyas aladas con sus mejores galas.
Etiquetas:
Anátidas,
Aves,
Naturaleza
4 de junio de 2013
Tablas anegadas
Recuerdos de las lluvias de un invierno extraño. El esplendor de las tierras manchegas anegadas como hacía muchos años que no se veía. El rejuvenecimiento de un parque que hacía muy poco tiempo veíamos agonizar de muerte. Chubascos diarios, intensos, insistentes, obcecados en descorazonar a los excursionistas. Y más nubarrones en el horizonte, tormentas repentinas, chaparrones con más agua, mucha más agua.
Etiquetas:
Castilla - La Mancha,
Ciudad Real,
Naturaleza,
Tablas de Daimiel
28 de mayo de 2013
La vieja ciudad dormida
Por las callejas vacías de la ciudad dormida transito en los sueños con mis ojos bien abiertos y los párpados cerrados. Junto a sus edificios voy flotando entre duros adoquines grises y blanda arenisca dorada. Me deslizo por sus esquinas y rincones, buscando entre palacios labrados esos lugares olvidados, regazos decrépitos y desatendidos, invisibles andurriales desamparados. Voy evocando como míos sus desconchones y abandonos, sus ruinas y sus sombras, su senectud y su pasado.
Ingrávido yo en mi ensueño, me elevo sobre los tejados, de crotoreos habitados, acariciando espadañas y azoteas, cruces y antenas, gárgolas y tejas.
Y abro los ojos al orto. Y despierto.
Y despierto yo y despierta ella, la vieja ciudad soñada, esta mañana de mayo con lluvia de primavera.
Ingrávido yo en mi ensueño, me elevo sobre los tejados, de crotoreos habitados, acariciando espadañas y azoteas, cruces y antenas, gárgolas y tejas.
Y abro los ojos al orto. Y despierto.
Y despierto yo y despierta ella, la vieja ciudad soñada, esta mañana de mayo con lluvia de primavera.
Etiquetas:
Arte,
Castilla y León,
Salamanca,
Urbano
25 de mayo de 2013
Trabajando con la 9 x 12
Trabajar con la cámara de placas era otra historia. Se necesitaba tiempo, reflexión, saber lo que buscabas y seguridad; mucha seguridad. No podías fotografiar con la mentalidad digital actual, en donde un fotógrafo, además de saber perfectamente cómo ha de conseguir lo que busca, tiene mucho margen de maniobra observando en el respaldo el resultado con su histograma, y haciendo en el momento las correcciones que considere oportunas para mejora la toma. Puede disparar cuantas veces quiera; es gratis y los resultados los valora al instante.
Con la cámara de gran formato esto no era posible. Lo peor no era que las placas fueran caras, sino que no se vería el resultado hasta horas o días después. En el mejor de los casos, si te encontrabas trabajando en una ciudad que contara con un laboratorio profesional, hacías el trabajo por la mañana y lo llevabas corriendo a revelar para disponer aún de la tarde en el caso de que algún desastre estrepitoso hubiera dado al traste con la sesión matinal. La mejor opción entonces era contar con las, no menos caras, imágenes Polaroid. Las usábamos como prueba; e interpretándolas y haciendo caso omiso de su exceso de contraste, decidíamos si todo estaba en orden. Tras medir la luz con el fotómetro y observar con detenimiento el encuadre, se enfocaba con una lupa cuenta-hilos sobre la lente fresnel de la cámara. Finalmente, cuando considerábamos que todo estaba en su sitio, introducíamos en el respaldo de la cámara descentrable el chasis con las dos diapositivas de 9 x 12 cm, retirábamos la placa de protección y disparábamos con suavidad a través del cable disparador. La primera foto estaba resuelta. Volvíamos a introducir la placa de protección, extraíamos el chasis y le dábamos la vuelta, repitiendo el proceso con la segunda transparencia y con una nueva exposición para asegurar el trabajo. Ocasionalmente gastábamos tres placas, en aquellos casos en los que no te podías permitir retrasos en la entrega del trabajo o cuando la imagen era especialmente compleja. Ya en el estudio, extraías en el cuarto oscuro las placas expuestas, las introducías en su sobre negro, opaco a la luz, y este a su vez en su caja de cartón con doble tapadera, para que el hermetismo a la luz fuera absoluto. Lo introducías todo en el sobre del laboratorio y el correo lo recogía. Ya sólo quedaba esperar un par de días para ver el resultado.
¿Os lo imagináis ahora? ¡¡Un par de días para ver la fotografía!!
Con la cámara de gran formato esto no era posible. Lo peor no era que las placas fueran caras, sino que no se vería el resultado hasta horas o días después. En el mejor de los casos, si te encontrabas trabajando en una ciudad que contara con un laboratorio profesional, hacías el trabajo por la mañana y lo llevabas corriendo a revelar para disponer aún de la tarde en el caso de que algún desastre estrepitoso hubiera dado al traste con la sesión matinal. La mejor opción entonces era contar con las, no menos caras, imágenes Polaroid. Las usábamos como prueba; e interpretándolas y haciendo caso omiso de su exceso de contraste, decidíamos si todo estaba en orden. Tras medir la luz con el fotómetro y observar con detenimiento el encuadre, se enfocaba con una lupa cuenta-hilos sobre la lente fresnel de la cámara. Finalmente, cuando considerábamos que todo estaba en su sitio, introducíamos en el respaldo de la cámara descentrable el chasis con las dos diapositivas de 9 x 12 cm, retirábamos la placa de protección y disparábamos con suavidad a través del cable disparador. La primera foto estaba resuelta. Volvíamos a introducir la placa de protección, extraíamos el chasis y le dábamos la vuelta, repitiendo el proceso con la segunda transparencia y con una nueva exposición para asegurar el trabajo. Ocasionalmente gastábamos tres placas, en aquellos casos en los que no te podías permitir retrasos en la entrega del trabajo o cuando la imagen era especialmente compleja. Ya en el estudio, extraías en el cuarto oscuro las placas expuestas, las introducías en su sobre negro, opaco a la luz, y este a su vez en su caja de cartón con doble tapadera, para que el hermetismo a la luz fuera absoluto. Lo introducías todo en el sobre del laboratorio y el correo lo recogía. Ya sólo quedaba esperar un par de días para ver el resultado.
¿Os lo imagináis ahora? ¡¡Un par de días para ver la fotografía!!
Suscribirse a:
Entradas (Atom)