Sus ojos inquisitivos lo vigilan todo desde las alturas con detenimiento. Planea y planea sobre mi hide, pero no se atreve a bajar. Va y viene incansable. Se deja caer en reiteradas pasadas sobre algo que ha descubierto en el suelo, para elevarse de nuevo sin coger nada. Un congénere se lanza contra él y, entre refriega y refriega, me deleitan con sus acrobacias y sus reclamos agudos y aflautados. Le hago alguna foto en vuelo, pero no tengo muchas opciones, pues aparece repentinamente de entre las copas de las encinas haciendo veloces pasadas y, además, demasiado cerca de mí, lo que multiplica exponencialmente la dificultad de perseguirlo con el 500 mm. Espero con ansiedad que se me ponga a tiro, pero hoy, sin duda, no es mi día. No importa, he disfrutado enormemente con sus quiebros aéreos y con su comportamiento bravucón.
El milano negro (Milvus migrans) es una de las rapaces más comunes en nuestras latitudes, pero no por ello pierde su atractivo. Gran benefactor de nuestros campos, tiene una labor fundamental en la limpieza de los mismos, consumiendo gran número de pequeñas carroñas, además de micromamíferos, lo que lo convierte en un gran controlador biológico de plagas.
Voy pensando en las ágiles escaramuzas que ha realizado en pleno vuelo delante de mi, mientras el sol se oculta tras las encinas de la dehesa anunciándome que debo dar por concluida la sesión. Mañana será otro día y quizás el milano negro me de otra oportunidad.
16 de junio de 2013
15 de junio de 2013
Tlanltecuhtli y Mixcóatl
Tlanltecuhtli y Mixcóatl, las deidades aztecas de la tierra y de la guerra, están entre nosotros. El primero nació de una de las mitades cortadas de un sanguinario y serpentiforme monstruo marino que envolvía en las tinieblas y la desolación la existencia anterior a la creación, allá en el océano después del cuarto diluvio. Una mitad fue arrojada a lo alto y formó el cielo y el firmamento de estrellas, mientras que la otra se convirtió en la tierra como hoy la conocemos, tomando el nombre de Tlanltecuhtli. Por su parte, a Mixcóatl lo vemos cada vez que miramos la Vía Láctea y era, además de la caza, el patrón de la guerra. Ambos están entre nosotros, lo sé porque los he visto. Sé que Tlanltecuhtli lo está porque cada día se traga el sol y nos envuelve en la oscuridad, vomitándolo de nuevo cada mañana y provocando así los anocheceres y amaneceres de la Madre Tierra. Y sé también que Mixcóatl aún existe porque las guerras han envuelto la existencia del ser humano desde el principio de los tiempos y porque hoy mueren en Siria los mismos inocentes que antes lo hacían en Los Balcanes o en Sierra Leona, los mismos seres humanos que cayeron en el Golfo o en Afganistán, y antes en Camboya o en Vietnan, y en las dos Guerra Mundiales, o en la Guerra Civil española, ... o en tantos y tantos conflictos más de nuestra patética historia. Sé que aún existen porque con cada muerte inocente brota de sus bocas la sangre de las víctimas humanas que siempre reclaman, ofrendadas en sacrificio para devorarles el corazón.
Y hoy lo mismo que ayer, el suelo de la tierra que pisamos se tiñe de rojo con la sangre siria de nuestros hermanos. Tlanltecuhtli y Mixcóatl existen, y están entre nosotros.
Y hoy lo mismo que ayer, el suelo de la tierra que pisamos se tiñe de rojo con la sangre siria de nuestros hermanos. Tlanltecuhtli y Mixcóatl existen, y están entre nosotros.
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13 de junio de 2013
Estoy en las nubes
La fotografía de paisaje suele ser practicada por una inmensa mayoría de aficionados, por razones obvias: la simple belleza de la naturaleza. Mires por donde mires y camines por donde camines, cualquier paisaje nos ofrece la oportunidad de disfrutar del mismo hasta donde nuestra sensibilidad nos permita. Da lo mismo que sea una estepa llana y horizontal, monótona (según para quién) y uniforme, que las montañas más inexpugnables y verticales; o el bosque más exuberante y verde, o la marisma más intransitable, todos ellos, todos los paisajes que nos podamos imaginar, desprenden una atracción que los hace irresistibles no sólo a la sensibilidad humana, sino también al ojo ávido del fotógrafo. Sin embargo, yo (al igual que una gran mayoría de fotógrafos), cuando camino con mi equipo debajo del brazo, voy mirando cielos, nubes y luces, pues definitivamente son ellos los verdaderos escultores últimos de la fotografía. Miro para arriba, busco y persigo el complemento final para el paisaje. Muchos lo pensaréis y es cierto, ya lo sé, estoy en las nubes.
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8 de junio de 2013
Con sus mejores galas
Como en el mejor desfile de modelos, las anátidas nos muestran una variedad de plumajes digno de admiración. Cuando la gente los ve volar, a menudo le sale de dentro un simple y vulgar -ah, sólo son unos patos. No amigos, entre los patos nada es simple y vulgar. La variedad en el diseño de sus plumajes, de sus picos o incluso del color de sus ojos es tan grande que hasta la más modesta y humilde de las hembras, de apagado plumaje marrón, es digna de admiración. A continuación un simple botón de muestra, unas cuantas imágenes -en general capturadas en condiciones controladas- de un pequeño puñado de especies. Pero hay muchas más, tan espectaculares como las que aquí vemos, o más. Así que, cuando veamos un grupo de patos volando sobre un humedal, que nadie diga -va, unos patos, porque seguro que serán verdaderas maravillas emplumadas, obras de arte de la naturaleza, joyas aladas con sus mejores galas.
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4 de junio de 2013
Tablas anegadas
Recuerdos de las lluvias de un invierno extraño. El esplendor de las tierras manchegas anegadas como hacía muchos años que no se veía. El rejuvenecimiento de un parque que hacía muy poco tiempo veíamos agonizar de muerte. Chubascos diarios, intensos, insistentes, obcecados en descorazonar a los excursionistas. Y más nubarrones en el horizonte, tormentas repentinas, chaparrones con más agua, mucha más agua.
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