Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.

15 de junio de 2013

Tlanltecuhtli y Mixcóatl

Tlanltecuhtli y Mixcóatl, las deidades aztecas de la tierra y de la guerra, están entre nosotros. El primero nació de una de las mitades cortadas de un sanguinario y serpentiforme monstruo marino que envolvía en las tinieblas y la desolación la existencia anterior a la creación, allá en el océano después del cuarto diluvio. Una mitad fue arrojada a lo alto y formó el cielo y el firmamento de estrellas, mientras que la otra se convirtió en la tierra como hoy la conocemos, tomando el nombre de Tlanltecuhtli. Por su parte, a Mixcóatl lo vemos cada vez que miramos la Vía Láctea y era, además de la caza, el patrón de la guerra. Ambos están entre nosotros, lo sé porque los he visto. Sé que Tlanltecuhtli lo está porque cada día se traga el sol y nos envuelve en la oscuridad, vomitándolo de nuevo cada mañana y provocando así los anocheceres y amaneceres de la Madre Tierra. Y sé también que Mixcóatl aún existe porque las guerras han envuelto la existencia del ser humano desde el principio de los tiempos y porque hoy mueren en Siria los mismos inocentes que antes lo hacían en Los Balcanes o en Sierra Leona, los mismos seres humanos que cayeron en el Golfo o en Afganistán, y antes en Camboya o en Vietnan, y en las dos Guerra Mundiales, o en la Guerra Civil española, ... o en tantos y tantos conflictos más de nuestra patética historia. Sé que aún existen porque con cada muerte inocente brota de sus bocas la sangre de las víctimas humanas que siempre reclaman, ofrendadas en sacrificio para devorarles el corazón.

Y hoy lo mismo que ayer, el suelo de la tierra que pisamos se tiñe de rojo con la sangre siria de nuestros hermanos. Tlanltecuhtli y Mixcóatl existen, y están entre nosotros.


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