Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.

16 de febrero de 2013

FIO 2013

Como cada año desde hace ya ocho, tenemos todos los amantes de las aves y de la naturaleza una cita inexcusable en el Parque Nacional de Mornfragüe con la FIO, la Feria Internacional de Turismo Ornitológico - Extremadura Birdwatching Fair. Esta VIII edición dará comienzo el viernes 1 de marzo a las 10:00 a.m. y concluirá el domingo 3 a las 18:00 p.m. Dentro del programa podremos disfrutar el sábado del taller dirigido por el gran fotógrafo de fauna salmantino, y mejor amigo, Óscar González, bajo el título "La técnica del digispcoping con equipos Swarovski", evento patrocinado por esta prestigiosa marca de productos destinados a la observación de fauna.

No puedo por menos dejar de hacer una seria crítica a este prestigioso certamen internacional, pues hay una cuestión que siempre me ha llamado poderosamente la atención y que a mi, personalmente, me desconcierta y desagrada. En mi opinión, el centro de atención de la feria no debería de ningún modo circunscribirse a las aves, y debería ser extensible al resto de seres vivos que pueblan nuestros campos. ¿Alguien acaso, cuando sale al campo, desprecia o descarta mirar a otro tipo de fauna, y se limita de modo premeditado a la observación de aves? Sin duda, la feria sería mucho más completa si tratara sobre el turismo de observación de fauna silvestre de un modo global.

Sea como sea, la asistencia a esta nueva edición de la FIO nos asegura un fin de semana de lo más interesante. Nos vemos allí.






14 de febrero de 2013

Tu mirada

Ayer se cruzó tu mirada con la mía. Lo hiciste de frente, como siempre. Me clavaste esos misteriosos ojos ambarinos que la larga distancia de nuestro encuentro no pudo impedir que me hipnotizaran. A decir verdad, hace ya unos cuantos inviernos que lo hicieron, y desde entonces soy un poco tu esclavo. Esclavo de esa mirada transparente de la que ni la distancia ni el tiempo me han podido liberar. Me acelera los latidos del corazón, y se me sale del pecho cuando mi ojos miran tus ojos que me miran.


6 de febrero de 2013

Como un ritual ancestral

7:28 a.m.
Aún muy de noche, saltamos los cañizos como ladrones de ganado y nos metemos entre las ovejas del rebaño, buscando. Comenzamos a separar los corderos más jóvenes y pequeños, aquellos para los que la jornada que aún no ha comenzado sería demasiado dura. Ellos se quedarán aquí de momento. Junto a ellos, separamos una treintena de ovejas viejas, a las que, a lo largo de la mañana, un camión recogerá para llevarlas directamente al matadero.





8:04 a.m.
El resto del rebaño, compuesto por unas seiscientas cabezas de ganado, está listo para comenzar a caminar cuando clarean las primeras luces del alba. Abrimos el redil y salen disparadas como una marea líquida, fluida; como un río de materia blanda con pezuñas; como una mancha gris que se esparce y desparrama por la vaguada. En la hierba escarchada van quedando los rastros de nuestros pasos por las amplias praderías que ya no volverán a pisar. Esquilas y balidos resuenan a nuestro alrededor y ya no nos abandonarán hasta el final del día. Como una figura informe, el rebaño se mueve cambiando de forma constantemente. Parece un organismo formado por cientos de organismos independientes, más pequeños. Comienzan a pasar los primeros kilómetros al tiempo que el sol se levanta por el horizonte y sus cálidos rayos suavizan la fría mañana.






09:53 a.m.
Paso a paso, nos adentramos por las calles de la ciudad, escoltados por un par de vehículos de la policía municipal, y ante la sorpresa de los caminantes y las sonrisas de la gente. Multitud de miradas nos observan desde ventanas y balcones, enfundadas aún en sus pijamas. Los móviles no paran de sacar fotografías. Entre tanto, las ovejas, extrañadas, buscan un hueco en cada bocacalle, en cada cruce. Se miran en los reflejos de los escaparates y constantemente se paran y dudan. Cinco años sin salir de las mismas praderas hacen que, en esta ocasión, el traslado esté siendo más lento y laborioso. Pero van quedando atrás las calles y los edificios, primero, y después las naves del polígono y las urbanizaciones de la periferia, hasta que finalmente llegamos a nuevos caminos, con rastrojeras y cunetas. El rebaño se tranquiliza al mismo tiempo que el cansancio va haciendo mella en él. Ahora van solas, no hay que bregar con ellas, apenas.








15:35 p.m.
Hacemos el último de los descansos de la jornada. Los corderos han venido caminado todos juntos en la cola del grupo, como si fueran una pandilla de amigotes. Van muy cansados y en cuanto tienen oportunidad se tumban, siendo varios los que acabamos subiendo al vehículo que nos acompaña. Van restándose los kilómetros por delante y sumándose por detrás. Ya son pocas las carreteras que deberemos aún cruzar. El paisaje comienza a cambiar, e intermitentemente empezamos a atravesar maizales recogidos sobre los que se abalanzan las ovejas en buscan de mazorcas abandonadas. El declinar del sol nos indica la proximidad del descanso y las piernas entumecidas nos advierten que quieren parar.






18:39 p.m.
Por fin, llegamos todos sanos y salvos a la nueva ubicación del redil. El ocaso nos regala de nuevo con un horizonte cargado de cálidos colores pastel y rosas, igual que lo hizo al alba. Algunas de las ovejas buscan con ansia a aquellos corderos chiquitillos que separáramos antes del amanecer y que han venido en un vehículo directamente hasta aquí por la mañana. Se reúnen para amamantar y ser amamantados. Los perros pueden ahora descansar tras su duro trabajo, en lo que, sin duda, ha sido una larga sesión en la que no han cejado de correr de un lado a otro del rebaño.

Es ya noche cerrada cuando nosotros abandonamos el lugar. Atrás dejamos una larga y fatigosa jornada, en la que hemos dejado bajo nuestros pies casi treinta kilómetros al ritmo del rebaño, en un ritual ancestral que se repite en nuestros campos desde que el ser humano domesticó al ganado.

Mañana será un nuevo día.






29 de enero de 2013

Ochoa

Esta tarde he podido ver la película documental "Pura Vida, The Ridge" que recuerda los esfuerzos que se realizaron en mayo de 2008 para intentar rescatar a Iñaki Ochoa de Olza de la arista este del Annapurna. Se proyecta en Salamanca durante tres días -de ayer 28 a mañana 30- gracias al empeño del Grupo Salmantino de Montaña, que ha gestionado su proyección pública en los cines Van Dyck. Varios de los alpinistas más fuertes del momento intentaron infructuosamente rescatarlo de los 7.400 m del último campamento de altura, donde resistió enfermo varios días en el interior de una tienda, en una de las rutas más complicadas y largas del Himalaya. Acompañado en todo momento por sus amigos, primero Horia Colibasanu, y después por Ueli Steck, Iñaki dejó de respirar tras varios días resistiendo al edema. Murió con el calor de un amigo a su lado.

La película nos habla de profunda amistad, así como de solidaridad y altruismo, pero sobre todo de un amor intenso por la vida; el mismo que sienten todos aquellos montañeros que cada fin de semana escapan de la ciudad para sentirse un poco más ellos mismos; para sentirse un poco más vivos, ahí afuera, en la montaña. Ese es el principal mensaje de la película, una indescriptible pasión por la vida.



El amanecer en esta cara sur del Annapurna es de una belleza indescriptible. Brutal como pocas paredes del planeta, con sus tres kilómetros de alta y nueve de ancha, puede ser el mejor lugar del mundo para descansar definitivamente.

27 de enero de 2013

Rozando el cielo

Allí donde las planicies son verdes en verano y se pueblan de yaks y camellos bactrianos.
Donde las cumbres de las montañas sujetan la bóveda celeste.
Donde el aire es liviano y el oxígeno escaso.

Allí donde el paisaje es insultantemente grandioso.
Donde los horizontes se escapan de las manos.
Donde el espacio es, sencillamente, espacio.

Allí donde las yurtas nomadean al ritmo de las estaciones.
Donde todo lo que una familia necesita se transporta en unos camellos.
Donde las minorías étnicas luchan por su identidad.

Allí donde el invierno es una mordaza, una cárcel que atenaza.
Donde el frío se puede cortar.
Donde el viento te impide respirar.

Allí donde la muerte acecha paciente.
Donde consume inexorable el aliento de los seres vivos.
Donde, en un instante, la parca se te puede cruzar.

Allí será donde conocerás gentes duras, de rostros tallados.
Semblantes de ojos rasgados.
Niños de cara escareada y mocos secos.
Pieles arrugadas como corteza de árbol.
Niñas de dos pares de pantalones bajo las faldas.
De jerseys raídos.
Ellas de colores granas llamativos.
Ellos de pardo y negro.
Gentes de alma honesta.
Sincera.
Clara.
Directa.

Gentes hospitalarias.

Gentes que de tanto rozar el cielo con los dedos, esquivan de puntillas el infierno de la vida.

Gentes de miradas limpias como el aire que respiran.