Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.

17 de agosto de 2014

La calavera

Sus formas curvas y onduladas se cubren de líquenes y musgos. Su hueso, antaño de un blanco brillante y liso, se ha vuelto bajo las inclemencias y el sol, grisáceo y rugoso, roído ahora por roedores. Sus grietas y recovecos sombríos se convierten en refugio de insectos, de donde emergen unas decenas de crías de mantis religiosas,
insignificantes, pero ya tétricas. Del negro agujero en donde un día muy lejano se alojó un cerebro emergen avispas, carnívoras y depredadoras. Telarañas pegajosas cubren sus fosas nasales. Hierbas y pajas secas emergen por entre los huecos donde hubo unos ojos y camuflan el cráneo. Hormigas guerrearas recorren su superficie. La calavera se integra poco a poco en la naturaleza, sirve de refugio a unos y a otros habitantes del inframundo del monte mediterráneo. Un día tuvo una vida. Hoy es un pequeño mundo en sí mismo que ayuda a sobrevivir a otras muchas.





16 de agosto de 2014

Chimiachas, el abrigo

Dejo por un rato los quehaceres del clan y me alejo, solo, del campamento junto al arroyo. En mi bolsa confeccionada con piel de corzo llevo conmigo tintura roja obtenida tras triturar y moler ciertas piedras oxidadas y mezclar el polvo resultante con grasa animal. También llevo unos ramilletes de pelo de jabalí, de distintos grosores, e incluso de distintas durezas. Un poco de agua en una cantimplora hecha con el estómago de un zorro, y un recipiente de madera de enebro, duro y resistente, difícil de tallar, pero duradero. Subo por la ladera, sofocado por el sol y rodeado de chicharras que no paran de agobiarme con su canto insistente, hasta encaramarme por fin al gran abrigo rocoso que me pone a salvo del bochornoso calor y las tormentas. En mi cabeza sé qué voy a pintar hoy, y sé por qué lo voy a hacer. Hoy será un gran ciervo, de fuerte musculatura y gran cornamenta. Miles de años después otros hombres descubrirán mi obra y elucubrarán mis motivos para realizarla. Pero nunca lo sabrán. Será mi secreto. A media tarde busco el punto exacto donde quedará grabada para siempre mi pintura. Observo la porción de piedra largo rato, frente a frente, antes de ponerme manos a la obra. Cierro los ojos y mi cabeza imagina el resultado, lo interioriza, y lo visualiza sobre la rugosidad escogida. Mucho rato después tomo una bocanada amplia y profunda de aire, inspiro el intenso olor de las plantas aromáticas del lugar que el calor exterior intensifica, y tomo por fin el pincel. Pinto mi ciervo de Chimiachas.


15 de agosto de 2014

Batisielles

Paso a paso las suelas de nuestras botas se van desgastando, caminando caminos que nos llevan en pos de objetivos y destinos que no son sino pretextos, pues el verdadero fin es el propio caminar. Caminar caminos.

El camino es lo valioso. Yo digo que camino para ver. Lagunas, cimas, desiertos, bosques y mares. Ciudades, gentes, dichas y males. Pero son simplemente disculpas, excusas, justificaciones vanas. Lo cierto es que camino para construir recuerdos en mi memoria que me hagan sentirme bien, que me hagan ser, existir. Camino para comprender el mundo que me rodea. Lo hago por necesidad, porque una fuerza telúrica en mi cuerpo y en mi mente me arrastra irremediablemente a dar un paso delante de otro. Dejo goma negra de mis suelas en las piedras y en la tierra, vestigios tenues que desaparecen tras de mi. Caminar forma parte de mi esencia, y el camino lo es de mi vida. Soy camino -todos lo somos-, líneas sinuosas que avanzan en una travesía que comienza cuando nacemos y termina cuando expiramos. Junto a mis huellas anhelo las de los míos, las de aquellos que me precedieron en la senda permitiéndome comenzar a caminar, y las de aquellos otros que me seguirán en ella. Y cuando llegue el momento de resumir, espero que haya merecido la pena el tiempo que existí.

Caminar, ¡qué hermosa invención!














13 de agosto de 2014

Cumbres

Descansamos por fin allí donde se juntan todas las aristas de la montaña.

Antes de sentarme con los míos y tomar alguna vianda, correteo de un lado para otro como un poseso fotografiando y observando valles y cumbres vecinas. O primero observando y luego fotografiando, en el orden que prefiráis. O quizás, en mi caso, las dos cosas al mismo tiempo. Perdiguero, Crabioules, Maupas, Poset, Aneto, Maladeta, Punta Blanca,... todo cuanto nos rodea son moles admirables que nos vuelven a los hombres insignificantes seres con grandes ambiciones. Cuanto más conscientes somos de nuestra pequeñez más admiramos la magnificencia de los grandes espacios abiertos que la naturaleza nos regala, esa naturaleza a la que pertenecemos pero en la que ya no sabemos vivir. Por suerte las montañas son muchas y por ello siempre habrá cimas a las que cortejar. Miro el rosario de montañas que nos rodean, inalcanzables ahora. Desde muchas de ellas habrá algún otro alma gemela que mire a aquella sobre la que yo me he alzado. Él deseará subir a esta para ver qué hay del otro lado, cómo se ven los valles desde aquí, para descubrir si la dificultad de la ascensión estará a la altura de su belleza. Yo desearé estar allí.






Descendemos una vez más. Siempre descendemos. Andando porque somos animales imperfectos, que no podemos planear sobre laderas y cumbres con las alas desplegadas, esas alas que no tenemos. Con cuidado, midiendo cada paso en los lugares más expuestos, allí donde la pendiente se vuelve más brusca, donde la roca es más lisa y la pradera más resbaladiza. Buscamos los prados horizontales para reposar y descansar, para sentarnos, para recuperar el resuello. Allí nos sentimos en medio de la nada o del todo, a mitad de camino de la cumbre, pero también a mitad de camino del fondo del valle que añoramos.






A nuestra espalda queda la cima que nos ha acogido durante unos minutos, cortos, escasos, siempre insuficientes. La cumbre altiva que en unas momentos quedó vacía de gente, solitaria, hogar de las águilas y las chovas. Puntiaguda, como una flecha que busca el cielo más allá de las nubes. Esbelta Salvaguardia, increíble fortaleza. Volvemos cada poco la mirada para grabar en nuestra mente su silueta, imantados por esa atalaya desde la que hace ya una eternidad contemplábamos el paisaje alrededor. Temerosos de perder los recuerdos, que se desvanezcan con el tiempo.




Regresamos al calor del valle. En nuestra memoria el recuerdo ya de lo que durante unos instantes fue un sueño hecho realidad. Estuvimos allí arriba, con las chovas y las águilas. En nuestra mirada el reflejo de lo que un día se hará realidad, esas otras montañas a las que aún no hemos subimos, esas que nos miran desde lejos, desde el otro lado del valle. Coqueteando con nuestros sueños. Esas otras cimas a las que nuestra mente pone ya sendas y caminos.






Regresamos al valle, sí, pero con la mirada puesta en ese punto y final en el que se juntan todas las aristas de una montaña.

12 de agosto de 2014

Viadós

Exactamente hace veinticinco veranos menos un mes José Antonio y un servidor subíamos rozando los bajos del indio (porque siempre estaba en la reserva) por la estrecha y estropeada pista que nos aproximaba a este rincón del Pirineo, entonces mucho más perdido y aislado que en la actualidad. Sin dejar lugar a la menor duda, muchísimo más solitario que ahora. Desde aquí el Bachimala por la cresta del Sabre, por un lado, y el Poset por otro, verían encaramarnos a sus cimas en sendas jornadas inolvidables. Ahora recorremos nosotros esta misma estrecha y lenta pista con nuestra casita rodante, e intento recordar entretanto, más que los paisajes de aquel primer viaje a las Granjas de Viadós, las sensaciones de aquellos tiempos pasados. Aparcamos como podemos en la cuneta de la pista junto con otros cuantos turismos, pues increíblemente este refugio al que se llega en vehículo no cuenta con más de 6 o 7 plazas de aparcamiento -y además lejos del mismo- a pesar de estar rodeado de praderas adecuadas. Sea como fuere, nosotros nos acomodamos y, obviando esta incomprensible y caótica situación al final de la pista, disfrutamos del espectacular entorno que nos rodea, mucho más boscoso e impresionante de lo que yo recordaba.

Cae la tarde encendiéndose los tonos ocres del macizo del Espadas-Poset con los últimos rayos de sol y yo no puedo parar de repetir las mismas fotos, pues a cada minuto la luz parece haber mejorado y el mismo panorama me pide una mueva toma. ¡Qué satisfacción estar de vuelta en este lugar después de tantos años! Nos acostamos rodeados de la belleza de este entorno maravilloso y deseando comenzar a caminar para adentrarnos mañana por uno cualquiera de sus valles.

Poco a poco nuestros párpados se van cerrando en un sueño reparador y necesario.







Y como suele suceder desde hace mucho tiempo, hoy también amanece; menos mal. Nosotros iniciamos la marcha a dos lagunas con aspecto gredense, a través del valle boscoso que tenemos enfrente del salón y por el cual se accede también al refugio Ángel Orús, en el valle de Eriste, vertiente contraria del macizo. Senderos bien pisados y señales indicativas hacen que sea sencillo orientarse y que uno se pueda dedicar en exclusiva a admirar el paisaje que atraviesa. En la lejanía, como un faro, nos acompaña gran parte de la mañana la visión del Bachimala (¡qué recuerdos!) Cuando nos acercamos a la línea superior del arbolado dejamos el terreno descompuesto y rojizo típico del Espadas, y comenzamos de golpe a caminar por terreno granítico -justo al cruzar un arroyo que discurre exactamente por la nítida línea de contacto entre ambos materiales geológicos-. Abandonamos aquí el camino hacia el valle de Eriste y continuamos el tramo final hasta la laguna de Millares.





Va siendo hora de picar algo y descansar, así que no nos entretenemos en esta laguna mucho tiempo y continuamos hacia la de Leners, situada no demasiado lejos y un poco más alta que aquella. Ambas se encuentran bajo la protección de los Picos de Eriste o de Bagueñola, altivos y erizados en crestas afiladas. Subimos dando la espalda a los estratos descompuestos y rotos de los contrafuertes del Espadas en contraste con el granito firme y claro que nosotros pisamos desde hace un rato, y siempre con el oscuro y omnipresente Bachimala como telón de fondo, aún con neveros relictos del invierno.





Mientras comemos algo y bebemos agua de nuestras cantimploras a orillas del Leners, pienso en algo que siempre he proclamado a cuantos interlocutores han querido escucharme: Pirineos es una cordillera extraordinaria, por dimensiones, por desniveles, por variedad geológica y biológica, que solo tiene que envidiar de los mismísimos Alpes los glaciares que aquellas montañas aún conservan. Por otro lado, el estado de conservación del Pirineo en comparación con la gran cordillera alpina, sea probablemente mucho mejor. Desde las interminables selvas del Pirineo navarro a los declives finales del gerundés tenemos un mundo enorme por descubrir. Y está ahí, a menos distancia de lo que nos pudiera parecer.

Esta marcha nos ha resultado cómoda, bonita y ha satisfecho suficientemente nuestras ansias por conocer rincones nuevos de estas magníficas montañas, pues no todo son cumbres altas y afiladas, ni tresmiles, ni dosmiles altos. Nos relajamos ahora, pensando ya en nuevos valles, lagunas o cimas, barajando nuestra nueva excursión mientras comemos por fin a la sombra de una gran roca, sin prisas, como debe ser. Tras las fotos de rigor, finalmente iniciamos el regreso a Viadós, rápido, sencillo, y a partir de ahora ya conocido. Abandonamos una vez más el mundo de roca que se alza en las alturas y regresamos a los bosques y los valles, a las praderías tapizadas de infinitas flores y salpicadas de granjas dispersas.

Una vez más, como siempre, regresamos al valle, sino y paradoja indisocialble del montañero.