Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.

25 de abril de 2016

Primavera

Pasa desapercibida para esos paseantes que recorren páramos y eriales en sus ratos de asueto, allá por los alrededores de sus pueblos en gran parte de la geografía peninsular. Cotidiana y discreta, en la cogujada montesina (Galerida theklae) pocos reparan a pesar de su cercanía. Sin embargo, sus cantos alegran escandalosamente nuestras primaveras de forma casi machacona e incansable, unas veces cerniéndose sobre nuestras cabezas y otras sobre un posadero prominente -a menudo sobre un arbusto, lo que rara vez hace su pariente próxima, la cogujada común, de la que a veces resulta complicado de distinguir-. Andarina incansable, ya sabéis que me trae viejos recuerdos y que se deja querer, aunque esta vez los encuadres demasiado apretados me obligarán a volver. ¡Qué sacrificio compartir con estos familiares aláudidos primaveras, cantos estridentes, colores verdes y atardeceres lentos!




6 de abril de 2016

La torre del homenaje

Mejores tiempos vivió la torre del homenaje, hoy olvidada a las afueras de la pequeña aldea sobre su montículo de hierba y roca. Derrumbados ya hace décadas sus pisos de tablones y maderos, su escalinata hace mucho que dejó de llevar a ningún ser humano arriba y abajo. Ahora sus habitantes tienen plumas y revolotean por su interior acomodándose en recovecos y huecos. Por el día algún cernícalo, tordos y palomas que se arrullan y anidan. Por la noche se dejará oír el carraspeo lúgubre de la lechuza.

Vieja torre del homenaje, decrépita, vacía y olvidada.



1 de abril de 2016

La dama del río

Descubrimos a las tres nutrias (Lutra lutra) desde lo alto de un talud del río con los prismáticos. No es esta la primera vez que lo hago en este lugar tranquilo, pero sí lo es que, tras unos momentos de observación jugueteando en el medio del cauce, vislumbre una posibilidad lejana de fotografiar a esta especie. Así, comprobamos que se separan y dos de ellas se desplazan aguas arriba, donde probablemente tengan la madriguera, mientras que la tercera desaparece sin que veamos hacia dónde. No sabemos si son dos machos cortejando a una hembra, si es una hembra con dos crías anteriores, o incluso si es un macho y una hembra ya emparejados junto con una cría del año anterior que aún acompañe a su madre. Lo que sí observamos es que una de ellas es sensiblemente más corpulenta que las otras. Con la efervescencia de la primavera, todo alrededor está inquieto. Buena cantidad de especies están ya en celo y otras más pequeñas lo están barruntando. Nuestras nutrias claramente lo están. Vemos cómo se alejan desde lo alto de nuestra atalaya y decidimos probar suerte. Salimos corriendo por un camino que transcurre paralelo al curso de agua -amparados furtivamente por la espesa vegetación que lo flanquea- con intención de atajar el desplazamiento de los dos mustélidos, y nos enmascaramos tras unas zarzas a medio kilómetro de distancia. Esperamos. Programamos los parámetros de las cámaras y "barremos" las orillas y la superficie del agua con nuestros prismáticos, ansiosos por comprobar si la fortuna nos va a sonreír en esta oportunidad. Aún pasa un buen rato antes de que la pareja se deje ver finalmente. Continúan enredados en sus juegos, sin prisas, subiendo hacia nuestra posición, hasta regalarnos una larga hora de disfrute donde parecen estar jugando al escondite con nosotros. Una hora en la que las vemos cruzar los caozos delante nuestro, jugar con objetos que han recogido en las orillas, marcar insistentemente en varios rocas sobre otras deposiciones anteriores, moverse las ramas donde se ocultan mientras se pelean escandalosamente como parte de sus juegos nupciales, investigar los recovecos de los márgenes fluviales inquisitivamente, descansar y tumbarse sobre las rocas planas de sus orillas. En fin, un verdadero golpe de suerte, porque no solo hemos podido recrearnos de estas bellezas curiosas e inteligentes a muy corta distancia, observando hechos interesantes de su comportamiento, si no que incluso han tenido a bien posar para nosotros. ¡Qué más podemos pedir!






7 de marzo de 2016

Cuervos de mar

Ojos verdes esmeraldas, espectaculares como piedras preciosas. Pico largo y ganchudo, que a mi me recuerda a una extraña y temible herramienta. Patas negras palmeadas, grandes, enormes diría yo, que lo vuelven un poco torpón y patoso cuando se posa sin gracejo alguno sobre las ramas finas de los árboles, o en las escasas ocasiones en las que camina por el suelo. Yo siempre lo imagino como si fuese un animal que estuviese "a medias", sin acabar de hacer, sin moldear definitivamente, casi como si de un ser prehistórico se tratase, y, aunque lo cierto es que la evolución es un proceso continuo en el que todas las especies estamos inmersas en un camino sin fin, en cada ocasión en que lo observo tengo la sensación de que se trata de un pájaro que está aún sin rematar, con ese plumaje que se ve obligado a secar a pesar de vivir ligado a las grandes masas de agua en las que debe bucear para buscar su sustento, con esas alas pequeñas y cuerpo grande y desgarbado, o con su dificultad para levantar el vuelo y su poca gracilidad cuando se desplaza por el aire. Para mí, su espalda cobriza ribeteada de negro me parece de una elegancia soberbia, y pienso que, cuando el plumaje de su cabeza se torna blanco en época reproductora, las gemas verdes de su mirada hipnotizan al observador aún más, si cabe. Así es o así veo yo al cercano cormorán grande (Phalacrocorax carbo), el cuervo de mar para algunos, el de ojos verdes esmeralda para otros.


2 de marzo de 2016

El espejo

La charca era ayer un espejo. A la cita acudieron diversos conocidos del vecindario, desde el minúsculo zampullín chico -al que esta vez sí le pude hacer alguna foto- a la esbelta garceta grande. La tarde tranquila, sosegada, incluso con buena temperatura, fue testigo de los quehaceres cotidianos de los residentes de aquel escondido rincón. Azulones, cercetas, mosquiteros, bisbitas, molineros y algún palustre, entre otros muchos vecinos, me proporcionaron durante bastantes horas entretenimiento con sus idas y venidas; picoteando, comiendo, descansando, reclamando,... El ganado vacuno aún no entra en esta parcela por lo que la hierba crece tierna con un verde intenso. El lejano ronroneo de algún tractor envuelve de cuando en cuando la tarde serena. Y de entre los recuerdos que me traigo para casa cuando declina el sol me quedo con esta imagen sin recorte, del grandullón del barrio (al lado de zampullines y cercetas, es fácil ser grande) navegando sobre el espejo bruñido de aquel remanso apartado, en una escena sutil, liviana, casi etérea, que realza sin contemplaciones la belleza elegante de esta especie, el ánade real o ánade azulón (Anas platyrhinchos), tantas veces desdeñada por su abundancia.