Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.

4 de julio de 2022

Silencio

Si hay algo que llama poderosamente la atención al pasear por una gran extensión quemada es escuchar el silencio que envuelve el lugar. No es una paradoja. Te paras en el medio, rodeado de árboles quemados, negros como el carbón, y miras alrededor tuyo la desolación del lugar y solo se oye silencio. Como en la canción de Simon and Garfunkel, Sounds of Silence, todo lo que te rodea está envuelto en un profundísimo y dramático mutismo. No hay pájaros cantando, reclamando o piando. No se escuchan lagartijas correteando entre la hojarasca seca del suelo. Ni el zumbido de las abejas trasegando de una flor a otra. O el aleteo brusco de esa torcaz que se espanta de la copa de un árbol a tu paso. Nada, no se escucha nada salvo algún vehículo en una carretera lejana o el paso de un avión muy alto sobre nuestras cabezas. Y si algo ha tenido el incendio de la sierra de La Culebra es que ha calcinado una superficie como nunca antes se había visto en España; 35.000 hectáreas afectadas de manera directa, gran parte de ellas arrasadas por completo, lo que lo ha convertido en el incendio de mayor magnitud de la historia de nuestro país. Pues allí el silencio es ahora atronador.



Tan solo unos días después de ser controlado el fuego, nos acercamos con el corazón encogido a recorrer aquellos parajes en los que tantas veces antes habíamos disfrutado de la naturaleza en estado puro. No virgen, pero sí rica y bulliciosa. Rincones a los que regresábamos desde hacía más de dos décadas. Lugares en donde, en compañía de nuestros hijos, chiquitillos entonces, habíamos realizado multitud de esperas con intención de verle las orejas no solo al lobo, sino a toda la cohorte de criaturas que lo acompañaban. Recuerdos que ahora, como en una mala pesadilla, se han, si no desaparecido, sí transformado porque los paisajes aquellos son ahora irreconocibles. Mi memoria aún retiene praderas a las que salían los jabalíes o los ciervos a comer cada tarde. Lindes forestales por las que deambulaban confiados los lobos. Cortafuegos o pistas por los que esperábamos su paso, emergiendo desde los matorrales espesos. Brezales que casi cubrían por completo a los grandes machos de ciervo. Colmenares en el medio del bosque por los que husmeaban a veces los zorros. Calveros despejados en los que se veían ocasionalmente los tímidos corzos. Todo ha cambiado. Ha mutado. Se ha metamorfoseado del verde al negro.

Ha muerto. No ha desaparecido pero en realidad ya no existen aquellos lugares. Están, pero no son.



Entre tanto el Consejero de Medio Ambiente, Vivienda y Ordenación del Territorio sigue sin dimitir, agarrado con uñas y dientes a su poltrona, como Gollum a su anillo. Y sin ser cesado tampoco. Mientras, se acumulan más de 65.000 firmas de ciudadanos que no solo exigen su cese, sino que piden incluso la cabeza política del propio Presidente de la Junta de CyL, Alfonso Fernández Mañueco, como máximo responsable de tener al frente de esta consejería a semejante insensato. Y se suman a esta exigencia los propios funcionarios de la institución con la misma contundencia.

Y mientras la indignación con nuestros políticos va en aumento, se nos hace difícil imaginar las temperaturas que un bosque ardiendo puede llegar a alcanzar. Solo los bomberos que se jugaron la viva luchando contra él podrán hablarnos de ello. Como los quemadores de un globo aerostático calientan el aire que tienen justo encima, las llamas de decenas de metros de altura calientan el aire de toda la sierra, como en una descomunal fogata de cientos de hectáreas. El aire situado sobre el incendio se calienta rápidamente y se desarrollan enormes térmicas que se elevan veloces centenares de metros, y se mueven, y se tumban con la dirección del viento, invisibles si no fuera por las pavorosas columnas de humo que las acompañan. Y estas columnas de aire caliente transportan incesantemente restos del incendio a grandes distancias, cayendo y almacenándose en las cunetas de las pistas y carreteras, en prados y cultivos, en forma de finas lascas de madera, como si de pieles carbonizadas se tratara, parecidas a escamas negras, iguales a los restos de papel quemado de cuadernos y libros echados a una hoguera.  

Pero no solo pequeños restos de cenizas que la más pequeña brisa pueda hacer volar. Paseando a más de 2 kilómetros de distancia en línea recta de la zona quemada por las brasas encontramos numerosas cortezas quemadas que el aire caliente ha transportado hasta depositarlas muy lejos de allí. Y nos son cortezas ligeras, precisamente. Da miedo pensar en la voracidad del monstruo.



Caminamos por lo que, hasta solo unos días antes, habían sido importantes cultivos de pino. Qué duda cabe que la proliferación de estas grandes repoblaciones forestales llevadas a cabo con una mentalidad exclusivamente industrial, donde prima solo el aspecto mercantil y especulativo, dejando a un lado cualquier perspectiva de sostenibilidad ambiental, son determinantes para que cualquier incendio, una vez se haya iniciado, pueda desarrollarse sin control si las condiciones ambientales son determinadas y si, como en este caso, además, los máximos responsables políticos de quienes dependen la implementación de las campañas de extinción de incendios son unos ineptos y unos irresponsables. Que incendios de bosques autóctonos no alcancen estas magnitudes de destrucción es algo que debería hacernos replantear los modelos de aprovechamientos madereros que aplicamos en nuestros montes, máxime cuando el calentamiento global va a provocar cada vez más a menudo olas de calor extremo como la sufrida durante este desastre.






Es muy difícil parar un gran incendio en estas condiciones. Pero la tragedia ambiental que ha sufrido la sierra de La Culebra y la población que en ella vive nos deben servir para evitar caer de nuevo en los mismos errores. La sociedad tiene, no la necesidad, que también, sino la obligación de aprender de lo que ha pasado y no tropezar en la misma piedra otra vez más. La madera del pino es necesaria en nuestro modo de vida, nadie lo niega, pero si no puede ser sustituida por la de árboles autóctonos mucho mejor adaptados a la presencia del fuego, al menos sí podemos cambiar el modelo de gestión forestal de nuestros monocultivos de pino. ¿Cómo? no arrasando sierras enteras repoblando con él. Ese modelo fue el obvio a mediados del siglo pasado cuando no existía el más mínimo interés por la conservación ambiental de nuestros campos. ¿Qué es eso de la sostenibilidad? -dirían aquellos ingenieros de montes-, hay que producir, producir, producir,... Pero en nuestro siglo XXI un término tiene que ir ligado irreversiblemente al otro: "producción sostenible". Es más, la propia producción debe quedar a expensas de que sea ambientalmente compatible con la conservación a corto, medio y largo plazo de nuestras sierras. Técnicos forestales, ingenieros de montes, altos funcionarios y políticos con poder de decisión tienen la obligación de adaptar de una vez por todas la gestión de nuestros montes a los nuevos tiempos. Su sostenibilidad debe primar sobre la rentabilidad cortoplacista. Solo así minimizaremos los incendios que se seguirán produciendo en un escenario de calentamiento global en un país de clima mediterráneo, con veranos muy cálidos que cada año empiezan un poco antes y terminan un poco más tarde.






¿Pero cómo producimos y conservamos al mismo tiempo? Pues es tan sencillo como diversificando los bosques de nuestras sierras, evitando que las grandes repoblaciones monoespecíficas de pinos se extiendan sin fin por sus laderas. El cambio debe ir encaminado a fomentar la recuperación de los robledales, así como su uso por la industria maderera, aun a costa de perder rentabilidad económica o del encarecimiento de la materia prima frente al pino o el eucalipto, y en defender de una manera decidida la existencia de mosaicos forestales de diferentes especies arbóreas, donde se puedan intercalar las autóctonas, menos productivas pero más valiosas desde el punto de vista biológico y de más difícil combustión, con las alóctonas, más rentables a la par que menos valiosas ambientalmente. Ejemplos de lo valioso que es esta diversidad a la hora de afrontar un gran incendio son las dos imágenes que vemos a continuación en donde podemos apreciar cómo importantes parches de robledal no se han calcinado y con seguridad rebrotarán de nuevo a pesar de haber quedado seriamente afectados, ayudando incluso a frenar el avance de las llamas.

La biodiversidad es vida.


Estos parches de vegetación se convierten así en valiosísimas islas de vida para la fauna que haya podido sobrevivir a las llamas, resultando fundamentales ahora y en los próximos años para su supervivencia y cobijo, rodeados como estarán de muerte y destrucción.


Nosotros seguimos caminando y ahondamos en nuestra herida viendo lo que ha dejado el fuego tras de sí, ayudado por la negligencia del Consejero de Medio ambiente (que no se me olvida). Colmenas destruidas, turismo de naturaleza arruinado, y muerte, mucha muerte. El cervatillo no tubo oportunidad de crecer y vivir. Ni él ni otras muchas criaturas que apenas habían abierto sus ojos a la vida. De pluma y de pelo, la sierra estaba inmersa en pleno proceso reproductivo cuando se inició el desastre, por lo que las pérdidas de vidas animales también serán imposibles de cuantificar.







Tras la desolación de todo lo visto, no quiero cerrar esta trágica crónica sin dejar un poso de esperanza: la recuperación de un paisaje calcinado comienza en el mismo momento en el que el fuego termina de ser extinguido. En ese preciso memento la vida ya está luchando por driblar las dificultades y tímidamente se nos empieza a mostrar, en forma de brotes germinando en el suelo negro, de infinitos piñones desperdigados por el campo porque las piñas se han abierto por la acción del fuego, de hormigas que reaparecen de sus ciudades subterráneas, verdaderos búnkeres contra las altas temperaturas del incendio,... Una araña se nos muestra de un llamativo amarillo contrastando sobre el negro tocón de un pino, cuya base se encuentra ya tapizada del serrín que los habitantes de un hormiguero han sacado al exterior. Esta araña está en medio del bosque. ¿De dónde ha venido?, ¿cómo ha sobrevivido a la destrucción? Imposible saberlo. Solo sé que me da una enorme esperanza verla agazapada para seguir con su rutina diaria. Espero que le vaya bien y consiga sobrevivir a los duros días que tiene por delante. 

No será fácil y, desde luego, será un proceso muy largo. Deberán pasar muchos años antes de que podamos ver estos paisajes en un estado parecido a como lo conocíamos hasta hace tan solo unos días, pero detrás de esta minúscula araña acabarán llegando el resto de las criaturas del bosque. Seguro. Y yo, aunque bastantes años más viejo, espero estar ahí para verlo.

22 de junio de 2022

Lágrimas apagando fuegos

Estamos todos desolados. No nos caben en la boca los calificativos para describir lo que sentimos ni las sensaciones que nos embargan. Desolación, horror, pesadumbre, impotencia, ... Enfado también, mucho enfado. Muchísimo enfado e indignación.


Vivimos en un país mediterráneo donde el fuego es recurrente de manera natural. Existe desde siempre, como existen las tormentas o las lluvias. Y los ecosistemas originales estaban adaptados a ellos, dotando por ejemplo de corcho a los alcornoques, o de estrategias de regeneración tras el paso de las llamas a otras plantas. A grandes rasgos, el brezal recolonizaba en una primera etapa los dominios del roble y las jaras el esclerófilo de las encinas, como tapiz protector donde, posteriormente, el arbolado renacía de sus cenizas. Los fuegos no eran descomunales y la propia diversidad paisajística ayudaba a frenar la velocidad de las llamas y moderar sus consecuencias. Las superficies quemadas eran modestas y renacían después vigorosas. Era parte del ciclo natural.

Sin embargo, lo que sucede en la actualidad no es el resultado del descontrol que condiciones climáticas muy adversas provocan en incendios causados de forma natural por las tormentas eléctricas y sus rayos. Ni siquiera en aquellos casos en los que el detonante de los mismos son las propias tormentas eléctricas y sus rayos. No. Para que un gatillo mate a un ser vivo con una bala disparada, hace falta haber construido un arma alrededor de ese gatillo. Y nosotros hemos construido esas condiciones propicias que hacen que los incendios sean cada vez más devastadores.

No es el rayo, somos nosotros.

Somos, en primera instancia, nosotros al extender hasta el infinito y más allá los monocultivos de pino, en décadas y décadas de políticas forestales productivistas y ambientalmente desastrosas, sin el más mínimo respeto al suelo, al medio ambiente o al uso tradicional de nuestros campos, donde los mosaicos de vegetación antaño impedían la propagación descontrolada del fuego. Pero no nos engañemos, también somos nosotros los que, en última instancia, mantenemos en el poder a personas que nunca han luchado por el interés general. Ineptos integrales preocupados solo del beneficio de su partido político, en el mejor de los casos (cuando no en el suyo propio o en de sus acólitos), y que tienen, para nuestra desgracia, en sus manos los designios de nuestro medio ambiente.

Sí, actualmente hablar de medio ambiente está ligado irreversiblemente a hacerlo de política.

Castilla y León es un símbolo de ello. Sus políticas ambientales siempre han estado rodeadas de denuncias y juicios perdidos en los tribunales, que ya en demasiadas ocasiones han dado la razón al denunciante, restándosela a nuestro gobierno autonómico, aunque nunca ninguno de sus responsables han acabado en prisión ni pagando con su patrimonio los perjuicios causados a la comunidad a la que dicen servir. Una pena que esto no sea siempre así, porque en el futuro se lo pensarían dos veces antes de pasar como un rodillo por encima del interés general y de las leyes que ellos mismos aprueban y juran cumplir. No se puede esperar nada de ellos si ni siquiera dimiten por decencia tras los escándalos ocurridos. Ejemplos hay muchos, por desgracia, pero no vamos a hablar de ellos ahora. Aferrarse al sillón con uñas y dientes es una buena demostración de que ser "político de profesión" no solo es muy distinto a ser político por vocación, sino que, además, actualmente puede ser usado como el peor de los insultos. "Eres un político" debería ser la manera más peyorativa de calificar a una persona, infinitamente peor que usar ese insulto asquerosamente machista en el que alguien se acuerda de la madre del interpelado, y que nunca nadie deberíamos haber usado jamás. El hartazgo que la sociedad tiene como consecuencia de la mediocridad de los políticos que gestionan nuestra vida y de los no pocos verdaderamente malos que pululan por los despachos tiene consecuencias en las urnas.

Sí, reconozco estar encendido yo también, más incluso que el fuego que arrasa nuestros montes. Al tiempo que el mismísimo Consejero de Medio Ambiente, Vivienda y Ordenación del Territorio de Castilla y León busca por enésima vez cómo transgredir la Ley que protege al lobo -con declaraciones, además, incendiarias sobre la especie y arengando al mundo rural contra ella-, se niega a establecer la alerta máxima por riesgo de incendios en medio de una ola de calor histórica y minimizando el operativo de la lucha contra el fuego, manteniéndolo bajo mínimos, con gran parte de sus efectivos de vacaciones forzosas para no pagarles el sueldo y porque aún es primavera oficial!!!! No solo yo, las redes sociales también están que arden, como el mostruoso fuego, ante esta negligencia:




Debajo podemos leer parte del documento que marca las directrices oficiales a seguir en la prevención de los incendios en la comunidad autónoma de Castilla y León: 



En él se indica claramente que, ante circunstancias climatológicas excepcionales, las alertas se pueden modificar en función de la necesidad, y nadie puede negar que la climatología que hemos sufrido la semana pasada lo era de un modo no solo excepcional, sino incluso, además, histórico. Sin embargo, el titular de la consejería, el señor (por decir algo) Juan Carlos Suárez-Quiñones Fernández mantuvo el operativo como si el riesgo fuera el mismo que en invierno o comienzos de primavera, y con vacaciones forzosas de parte de la plantilla que sí estaba incluida en el operativo. En un comunicado fechado un lejano 21 de mayo de 2014 un sindicato de funcionarios ya criticaba la política de recortes que la entonces Consejería de Fomento y Medio Ambiente había implementado en materia de extinción de incendios desde que un departamento como Fomento absorbiera otro con el que no tiene ninguna relación, como es el de Medio Ambiente. Este último detalle, que se sigue manteniendo en el actual gobierno del PP/VOX -aunque con un nombre diferente para la consejería-, es muy sintomático de qué piensa el gobierno de Fernández Mañueco respecto del patrimonio natural de nuestra comunidad: puesto que los intereses de ambas áreas son generalmente opuestos, todos nos preguntamos qué papel juega en realidad el área de Medio Ambiente, ¿el de ser simple subordinada de Fomento para que la conservación nunca sea un impedimento en los procesos de aprobación de leyes o proyectos de esta última? Y mientras nuestro penoso Consejero de Medio Ambiente miente estos días a la opinión pública para salvar su cara y su culo, echando balones fuera -típico, por otro lado, de los cobardes que son incapaces de asumir las consecuencias de sus actos-, los equipos de extinción se han jugado literalmente la vida contra un monstruo de dimensiones sencillamente históricas.

Todos sabemos lo que se considera una imprudencia punible, ¿verdad? Es cuando alguien por falta de previsión o inobservancia de un deber de cuidado produce un resultado dañoso protegido por la Ley. El resultado de dicha imprudencia tiene consecuencias penales. Pues bien, la imprudente gestión del político Suarez-Quiñones (juez para más inri) debería tener consecuencias igualmente penales, y no solo políticas, porque su negligencia y desatención han provocado un desastre ecológico de dimensiones descomunales, que si hubiéramos provocado cualquiera de nosotros nos hubiera acarreado severas penas de cárcel. Él no cumplió con su obligación al no observar que las fechas de las alertas debían y tenían que ser modificadas con unas condiciones climatológicas que así lo exigían. Y en esta ocasión, este aspecto no ofrece lugar a las dudas, con una ola de calor extremo histórico perfectamente pronosticado y advertido. Pero es que, además, desde el punto de vista meramente político, que el muñeco de Mañueco no lo cese ipso-facto convertirá al Presidente de la Junta ante la opinión pública en cómplice directo de la gestión realizada por el susodicho personaje, debiendo entonces asumir su parte de responsabilidad.

Estás tardando en cesarlo, Mañueco.

Sí, estoy realmente enfadado. Se me nota, lo sé, y quiero que se note porque es el mismo enfado que tienen miles y miles de personas que opinan exactamente lo mismo que yo. No solo el fuego está que echa chispas, Mañueco, la calle también.

El resultado de lo sucedido es una tragedia de dimensiones incalculables. Solo la zona arrasada por el incendio el lunes 20 de junio ya eran de, al menos, 29.000 hectáreas, como podemos ver en el siguiente mapa, y a las que siguieron sumándose más y más los días posteriores, hasta que fue finalmente controlado definitivamente el viernes 24, que no extinguido. Poca, muy poca confianza inspira el dato que el gobierno autonómico insiste en transmitir a la opinión pública que habla de una superficie quemada de "solo" 30.800 hectáreas, y que, aún así, lo habrían convertido en el incendio más grande de la historia de España.



No obstante, hay que tener en cuenta que cuando se comunica la superficie calcinada la medición se está haciendo sobre la superficie bidimensional de un mapa, cuando la realidad es que los valles y laderas de las montañas son tridimensionales. En consecuencia, la superficie real será siempre mucho mayor, tanto más cuanto más agreste sea la región afectada. Sea como fuere, la realidad de la superficie calcinada se debe parecer bastante más a las 35.000 ha. que podemos calcular fácilmente en el plano siguiente, atendiendo a la información recabada al final del incendio.


Esa necesidad de coger con cautela la magnitud geográfica de la región arrasada sucede también con el número de pueblos afectados que, sin duda, también será mayor que el de los meramente evacuados. Aunque fueron los habitantes de 27 poblaciones los evacuados por la Guardia Civil y Protección Civil en algún momento de este desastre -más otro pueblo que se mantuvo confinado-, las consecuencias reales de esta tragedia ambiental y económica la sufrirán también otros muchos pueblos de la zona. Buen ejemplo de ello será la evidente pérdida de actividad económica vinculada con el turismo.

Pero después de la tragedia vivida, la Junta de Castilla y león sigue echando balones fuera, obviando los recortes en medios y personal y la negligencia de no tener activado el Riesgo Alto de Alerta. En su web podemos leer claramente la total ausencia de algo que se le parezca -ni lejanamente- a una asunción de responsabilidad en lo sucedido.

Sin embargo, en esta oportunidad algo ha cambiado. La ya incuestionable negligencia de la Junta ha saltado a todos los medios de comunicación nacionales, y ha obligado a los autonómicos y locales a hacerse eco de ello también, lo que en otras circunstancias probablemente no hubiera sucedido. Cuando esperábamos que la mass media pasara de soslayo esta vez también sobre la responsabilidad del gobierno autonómico, o se quedara simplemente en el sensacionalismo superficial de la tragedia humana, en lo que podríamos llamar un nuevo caso de silencio "administrativo" que evitara remover el papel que ha jugado aquí la Junta de Castilla y León -ninguneando, por lo tanto, al ciudadano su derecho a conocer el fondo de lo sucedido-, la aparición en escena de algunas de las televisiones privadas ha cambiado probablemente el curso de los acontecimientos. Tanto la prensa como las televisiones locales y autonómicas nunca se han caracterizado por ..., digámoslo así, ... "mostrar entusiasmo" en la crítica al ejecutivo autonómico del partido PP (ahora PP-VOX) que, recordemos, lleva haciendo y deshaciendo a su antojo en esta bendita comunidad desde el año 1987. Entre tanto, algunas de las televisiones nacionales parecen nutrirse solo del sensacionalismo de las consecuencias. Así las cosas, parecíamos condenados a que, una vez más, se pasara por alto el verdadero problema que subyace en los despachos. Pero no, esta vez no. 





Esta vez incluso las líneas editoriales conservadoras que habitualmente prestan generosos altavoces a unos y silencian sistemáticamente la voz de otros se han echo eco de, no solo lo sucedido, sino además de las quejas que sobre el origen de fondo ha habido en este desastre, informando al público en general de la negligente aplicación de las alertas que marca el Plan de Protección Civil ante Emergencias por Incendios Forestales en Castilla y León, y que el Consejero de Medio Ambiente se ha saltado a la torera.

La masiva concentración realizada ayer en Zamora frente a la Delegación Territorial de la JCyL (hoy en Valladolid) para pedir la dimisión de Juan Carlos Suárez-Quiñones Fernández y exigir a Alfonso Fernandez Mañueco todas las medidas que se puedan implementar para evitar en adelante estas tragedias, fue ampliamente cubierta por gran parte de los medios de comunicación nacionales.



El periodista Antonio G. Encinas lo explica muy bien en un sarcástico artículo publicado en El Norte de Castilla, titulado "Casualidad y negligencia" y en el que podemos leer frases tan fieles a lo sucedido como "Casualidad es que el miércoles envíes una nota con membrete de la Junta alardeando de que ya tienes todo casi, casi preparadito para que empiece la campaña de incendios el 1 de julio y que esa tarde se desate el infierno .../... Negligencia es que la Agencia Estatal de Meteorología y los científicos te alerten continuamente de los veranos prematuros, las tormentas y la sequía y que tú hayas decidido mantener el operativo como estaba previsto, muerto los nueve meses al año en los que hay que prevenir y desbrozar y cuidar y resucitado solo a partir del 1 de julio. Casualidad es que un año se te quemen 22.000 hectáreas en Ávila y al siguiente desaparezca entre el humo la Sierra de la Culebra ... /... Negligencia es que los errores cometidos el año anterior no te hayan servido para escuchar a quienes pisan bosque de verdad, sin chalecos de Coronel Tapioca, y que te advertían de que no se podía estar a estas alturas, y con estas condiciones climatológicas con el 70% de la plantilla sin contratar. Negligencia es mantener las mismas políticas y a quienes las promueven ..."

¿Servirá de algo que todo este lamentable suceso le haya saltado a la cara al ejecutivo autonómico? Cuando va a hacer pronto 10 años del incendio de Castrocontrigo (León) con una superficie "oficial" de 12.000 hectáreas calcinadas, 5 del que arrasó otras 10.000 más en La Cabrera (León), y ni siquiera un año del de Navalacruz (Ávila) en el que todos perdimos 22.000 hectáreas más de monte, "oficiales", la Junta de Castilla y León sigue sin aprender que tiene la obligación de conservar y defender nuestro patrimonio natural, con políticas proteccionistas y preventivas, en vez de especulativas, y siguen sin aprender en los despachos que poniendo los medios para evitar estos desastres ambientales al final se ahorra más dinero que dejando a la concurrencia de la suerte que el próximo año no vuelva a ocurrir de nuevo. El próximo año o ... simplemente dentro de unas semanas, porque el verano aún no ha llegado y se puede hacer muuuyyyyy largo todavía. No resulta descabellado temer que lo sucedido en Zamora pueda volver a suceder en cualquier otro rincón de Castilla y León y en cualquier momento. Basta ya Suarez-Quiñones de cruzar los dedos y rezar para que no te salte el siguiente desastre en la cara, dejando al azar y la chiripa que todo vaya bien. Basta ya de jugar a la ruleta rusa con el pan y la vida de la gente de nuestros pueblos y con la conservación de nuestros campos. Ya no te pedimos ni si quiera que hagas tu trabajo, solo que dimitas, simplemente. Vete de una vez, nuestra naturaleza castellano-leonesa te lo agradecerá eterna e infinitamente, no lo dudes. Basta ya Fernández Mañueco de ponerse de perfil y mirar para otro lado como si contigo no fuera la cosa, asume tu responsabilidad política y por lo menos cesa al irresponsable de tu consejero, por inepto y por haber provocado miles de tragedias humanas en cada uno de los vecinos de muchas comarcas castellano-leonesas, además de numerosos desastres ambientales que se tardarán generaciones en recuperar, si es que alguna vez lo hacen del todo.

Mientras la sierra se nos quema, se nos quema también una nueva oportunidad de exigir a nuestros lamentables políticos que nos demuestren si son vocacionales o profesionales, y que nos demuestren si son decentes dimitiendo, o cesando. Dimisión o cese, no les queda ninguna otra opción honrosa. ¿Lo harán? Ya os digo yo que no, porque honor y dignidad son palabras que no existen en su vocabulario.

Amén.

17 de mayo de 2022

La reina de las agroestepas

Así es como podríamos denominar a las avutardas (Otis tarda), sin duda las aves esteparias más espectaculares que podemos ver en nuestros campos. Una joya extraordinaria de la naturaleza que pasa demasiado inadvertida para la sociedad, el ave más pesada del planeta con capacidad de volar. Casi nada. Se trata sin duda de la etiqueta típica y tópica de la especie por excelencia, pero deberíamos detenernos un momento y pensar en lo que ello significa. En España, por ejemplo, se obtienen pesos medios en el caso de los machos -que son un tercio más corpulentos que ellas- de unos 10 kilogramos, pero hay que saber que se han llegado a pesar ejemplares de casi el doble de peso. Vamos, lo que representa, sin ningún género de dudas, una verdadera barbaridad a la hora de elevarse del suelo. Las hembras son notablemente menos voluminosas, por lo que el dimorfismo sexual se vuelve bastante patente en esta especie.

Se trata de un ave que prefiere "apeonar", como las perdices, a levantar el vuelo, lo que no le impide trasladarse rápidamente de unas parcelas a otras caminando con una velocidad sorprendente para lo parsimoniosas que parecen.

Originariamente evolucionaron en las infinitas estepas asiáticas, pero el desarrollo de la agricultura de secano en amplias zonas, no solo Asia, sino también de Europa hizo que tuviera épocas de bonanza en el pasado, cuando su área de distribución se amplió considerablemente también a nuestro continente. En contraposición con aquellos momentos, en la actualidad, y a pesar de que su hábitat óptimo aparentemente sigue siendo enorme, las numerosas amenazas existentes de origen antrópico han conseguido reducir radicalmente su número y su distribución hasta poner a la especie contra las cuerdas, habiéndose extinguido de numerosos países europeos durante los dos siglos pasados. Este proceso de rarefacción ha obligado a incluirla en el listado de Especies Vulnerables según los criterios de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza. Sin embargo, mucha gente se sigue preguntando que, si las tierras de secano aún se extienden por gran parte del continente europeo, ¿qué es lo que está haciendo que la especie no solo no se recupere y que, en el mejor de los casos, se mantenga una cierta estabilidad de algunas de sus poblaciones, sino que incluso se den procesos de extinción locales? Pues, la respuesta es que, tras las persecuciones directas que redujeron sus números alarmantemente en los siglos pasados, ahora nos vemos obligados a añadir la pérdida de hábitats óptimos como resultado del abandono de sistemas agrícolas tradicionales, así como por la intensificación y mecanización del campo, la transformación de grandes extensiones de secano en regadío, la eliminación de linderos, el uso absolutamente desmedido y abusivo de pesticidas y productos químicos en la agricultura, la proliferación de nuevas infraestructuras viarias, urbanizaciones, parques eólicos y solares, o de tendidos eléctricos, del aumento de vallados, de concentraciones parcelarias, o la roturación de praderas naturales y de antiguos olivares y almendrales, la pérdida de hábitats en mosaico, con rastrojeras, barbechos y "perdidos", el cambio a nuevos cultivos de ciclo corto, etc., habiendo que sumar a todo ello las molestias cada vez más habituales derivadas no solo del propio laboreo agrícola en el campo, sino también del ocio (caza, BTT, motos, quads, birdwatching,...). En definitiva, pérdida y fragmentación del hábitat y molestias humanas.

A todo ello debemos añadir algunas cuestiones que están relacionadas directamente con su biología: en primer lugar, la bajísima productividad de la especie (según Morales et al., 2002, o Alonso et al, 2009, por cada hembra llega a alcanzar la edad adulta un solo pollo cada 10 años, teniendo en cuenta que la esperanza de vida de las avutardas en libertad oscila entre los 10 y los 15 años); en segundo lugar, la dependencia de puntos geográficos muy concretos en los que realizar sus cortejos nupciales, en un momento clave de su ciclo reproductor, lo que conlleva que la pérdida por la alteración humana de cada uno de estos leks represente un contratiempo difícilmente reparable, pudiendo derivar en la desaparición de poblaciones muy localizadas y relativamente aisladas, y la agregación de ejemplares en otras que ven aumentar así su densidad, pero también el riesgo de que cualquier otra alteración afecte a un mayor número de individuos; y en tercer y último lugar el hecho de que las hembras tengan un comportamiento filopátrico, es decir, que tiendan a vivir y reproducirse allí donde han nacido y crecido, lo que dificulta, cuando no directamente impide, la colonización de nuevas áreas.

Resultado de todo ello es la actual situación desfavorable que soporta la más pesada de las especies voladoras del planeta, reiteradamente olvidada por nuestras administraciones que siguen permitiendo la transformación y empobrecimiento de su hábitat, como estos mismos campos que vemos en las siguientes imágenes, que en gran medida están siendo transformados en regadío con el beneplácito de la Junta de Castilla y León, verdadero caballo de Atila de nuestro medio ambiente. 

No puedo por menos de considerarme un privilegiado cuando, a pesar de la situación de la especie, aún tengo la oportunidad en mi provincia de integrarme dentro de su paisaje y pasar desapercibido para ellas, disfrutando de sus comportamientos y su belleza. El señor de las llanuras se deja querer por mi objetivo y consigo reflejar una parte importante de su ciclo anual en estos inmensos mares de cereal, en mis queridas agroestepas castellanas. 











22 de abril de 2022

Patética Jara y Sedal


UN LOBO ENTRA EN UN PUEBLO Y SE LLEVA UN PERRO: "¿Y SI HUBIERA SIDO UN NIÑO?"

Este es el infame titular con el que arranca otro alevoso artículo contra el lobo de la revista cinegética Jara y Sedal, increíblemente avalada por la televisión pública española. Acto seguido del titular, en su subtítulo, la lamentable editorial acaba insistiendo en el sensacionalismo más barato y obsceno de la prensa más amarilla que pueda existir al decir que: "... despierta un viejo temor entre los habitantes de los pueblos: ¿y si ataca a un niño?" En el primer ladillo destacado afirman directamente: "Los lobos atacan a los niños".  Ni se sonrojan. Ya no lo dudan, ni lo preguntan, directamente lo afirman. Y dogmatizan la mentira en base a una recopilación de antiguas historias rurales, informaciones y entrevistas, increíblemente inferidas como datos científicos (pero que nadie ha visto nunca publicadas en ninguna revista de impacto que las avale como investigaciones reales) del famoso ornitólogo y biólogo José Antonio Valverde, quien publicó, junto a un pastor del sur de la provincia de León llamado Salvador Teruelo, el libro titulado Los lobos de Morla. En la sinopsis que podemos leer de la citada publicación en la que Jara y Sedal basa su aseveración de que los lobos matan niños, ya se indica que "El biólogo busca el fondo histórico de la vida y fechorías del lobo, sus ataques al ganado y a los hombres ...", lo que nos delata un claro poso de subjetividad sobre las opiniones que pudiera verter el coautor del libro sobre este animal, subjetividad que no nos inspiran confianza alguna. ¿Fechorías, dice? ¿un animal salvaje comete ... fechorías? ¿tiene malicia por lo tanto? ¿o es el hombre el que subjetivamente otorga a la fauna silvestre la capacidad intrínsecamente humana de hacer conscientemente el mal a otro? Esta arbitrariedad del autor cuando habla de Canis lupus signatus se acaba confirmando a medida que leemos algunas frases más de su cosecha, como veremos posteriormente. Mientras que la intencionalidad de la revista Jara y Sedal de usar específicamente el relato personal de este biólogo concreto en vez de la amplísima bibliografía científica publicada en cualquier punto del planeta solo puede ser considerada de ideología manipuladora.

José Antonio Valverde reconocía en 1971 en un artículo publicado con el título de El lobo español que "El lobo de esta región -se refería a Castilla y León- sigue a veces al hombre de noche, pero no les ataca... / ... casi todo el mundo, en los pueblos, ha sido pastor, incluso muchachas de doce años en adelante. Todos conocen bien al lobo y apenas le temen." Sin embargo,  para la misma especie en Galicia decía lo siguiente: "... Galicia es un medio antropófilo como ningún otro ibérico, y sus lobos son antropófagos como ningún otro también."

¡Lobos que se alimentaban de hombres!, ¿dónde en la bibliografía científica se recoge semejante barbaridad para la especie y, además, para una región tan concreta y reducida como la gallega? ¡Es inaudito que lo dijera convencido y se quedara el hombre tan ancho!. En ese mismo artículo tampoco le contrariaba, obviamente convencido de su veracidad, decir que "El lobo, en España y en Asia, es un cazador de niños. Caperucita Roja no es un cuento, sino una realidad pasada y potencial, y la reglamentación sobre el lobo debe tener esto muy en cuenta ... / ... Y con ello no queremos decir que el lobo no mate a veces hombres, sin necesidad de estar rabioso." 

Un poco más adelante trasluce su poco aprecio por la especie en el vocabulario empleado: "Entre perseguir un corzo aislado entre brezales o degollar ovejas en campiña abierta, la elección no es dudosa" y lo explica con lo que él mismo denominó como "indice de apetencia" (Valverde, 1967) que venía a razonar, sin ningún tipo de pruebas de campo ni investigación o metodología científica alguna, que por el mero hecho de ahorrarse esfuerzo el animal prefería, sí o sí, atacar al ganado antes que a una presa salvaje. Sin embargo, distintos estudios modernos -estos sí, científicos de verdad- vienen a demostrar justamente lo contrario, la preferencia de la especie por la fauna silvestre frente al ganado doméstico, incluso cuando el acceso a este último es abundante. Pero dejando a un lado lo poco serio y profesional que es basar unas afirmaciones en historias sin acreditar y en razonamientos meramente personales y no en pruebas ni estudios repetibles, no podemos por menos de sorprendernos que Tono, como era conocido este reconocido biólogo, concluyera que la población de lobos gallegos "... exige de nosotros un esfuerzo para exterminarla en el más breve espacio de tiempo posible,..."

Son palabras suyas, escritas por él, no penséis que las pongo yo en su boca. Palabrita del Niño Jesús.

Ahora que cada lector deduzca si utilizar la figura de este biólogo para sustentar una afirmación tan peregrina como falsa, y así asustar a la población española actual con respecto del riesgo que supondría la presencia del cánido cerca de nuestras poblaciones tiene visos o no de pura, torticera y chabacana manipulación periodística.

Pero sigamos para conocer la peculiar visión que tenía el señor José Antonio Valverde del lobo ibérico. En el mismo libro que menciona el escandaloso artículo de Jara y Sedal -Los lobos de Morla- el biólogo insiste en su análisis de la peligrosidad del lobo para la especie humana y relata, por ejemplo, que "En el destete (junio-julio), cuando la hembra adulta, agotada por la lactancia, comienza a cazar de nuevo -ha sido mantenida por el macho- para ella y para los cachorros. En ese momento puede atacar a niños y mujerucas". E incluso llega a elaborar una tabla que relaciona el peso de estos depredadores y el de las presas potenciales, y entre las que incluye, como no podía ser de otra manera, al propio ser humano. Así, explica que los lobos macho, con 36 kgs. de media, pueden atacar a ovejas de 18, a cabras de 40 o a hombres de 60 kilos de peso; mientras que las lobas de 28 kgs. harían lo propio con mujeres de 45 kilos (aquí no aparece reflejado ningún otro "ganado", solo habla de mujeres). Además añade directamente que ...

"Los lobos antropófagos resultan divididos en dos categorías:

    - Lobas que matan niños

    - Grandes lobos o familias que atacan a adultos, sobre todo mujeres."

Es en este mismo libro donde reitera que "... a petición del Servicio de Caza, propuse una ordenación para el lobo (Valverde, 1971) que incluía su exterminio para la baja Galicia, donde lobos y niños andan por los mismos callejos".

Este modo de pensar de un hombre de mediados del siglo pasado, claramente influenciado por historias y leyendas que nada tienen de verídicas, es ahora aprovechado por una editorial dedicada a la caza para meter miedo a cuantos ingenuos les puedan creer, y así seguir agrediendo a la conservación de nuestra biodiversidad y a las leyes que, en materia de medio ambiente, nos están haciendo avanzar lentamente. 

El segundo ladillo del artículo de Jara y Sedal dice: "Temor e indignación crecientes", e incide en la supuesta proliferación de unos hechos, que no dejan de ser raros y anecdóticos, y en los que algunos ejemplares se han dejado ver por las afueras de algún casco urbano. Sin embargo, esto ocurre exactamente igual y de un modo intermitente con otras especies, incluido el propio oso pardo, no teniendo, muy por el contrario, nada de extraordinario, y constituyendo en realidad unos hechos puntuales que históricamente siempre han existido. La diferencia estriba en que en la actualidad, gracias a la disponibilidad de teléfonos móviles y la conectividad que proporcionan las redes sociales, sí se han visibilizado exponencialmente estos encuentros que siempre han sido, son y serán esporádicos. No obstante, la editorial sigue insistiendo y sentenciando que "... la población rural cada vez tiene más miedo de que los lobos puedan atacar a una persona o a un niño", para, acto seguido, criticar el blindaje que la nueva legislación proporciona a la especie contra su caza. ¡Ahhhh, acabaaaaaaramos, que en el fondo del asunto lo que subyace es que a ustedes ya no se les permite cazaaaarrrrrloooosssss! ¡Ah! ... vaaale, vaaale! ya entiendo, están ustedes agitando el manzano para ver si recogen algo que caiga de él, ¿no?. Que les duele no poder pegarles tiros a los lobos, y para ello agitan el miedo de la población, intentando relacionar verdaderas mentiras (¡vaya paradoja!) con el nombre de UNA reconocida, pero controvertida, personalidad para dar verosimilitud a las mismas. Por ello pretenden alentar la indignación del mundo rural usando el miedo como herramienta frente a la conservación y protección de nuestra biodiversidad, pronosticando que se trata de " ... una bomba de relojería que puede estallar en cualquier momento si hay alguna víctima humana ...". Entieeeendo, ya entieeeendo, sí. El miedo como herramienta para manipular la opinión pública. Vamos, lo de siempre, ¿no?

Nada nuevo bajo el sol.

Y para ello ustedes, señores, muestran un vídeo del que reconocen que no saben ni dónde está grabado ni cuándo, y que simplemente, como circula por la red, ustedes, en un acto de rigurosísimo periodismo, aprovechan para agitar el manzano. A ver si cuela.

Pues bien, en el vídeo no se distingue si es un lobo o un perro, y para más inri ... ¡¡¡ESTÁ GRABADO EN ITALIA, no en España!!! ¡Hay que ser chapuzas!

Pero claro, a ustedes eso les da igual, lo viralizan y lo aprovechan para cargar contra la nueva protección del lobo en nuestro estado en un clarísimo ejemplo de su rigor periodístico y su afán de ... ¿de qué? ... se lo diré yo: de manipular a la población para seguir atacando la protección del lobo. ¿Recuerdan aquel otro vídeo que se viralizó por las redes sociales de unos perros atacando a una vaca avileña en una sierra y que ustedes, periodistas maipuladores, hicieron pasar al principio por un ataque de lobo a pesar de que en el vídeo era patente que se trataba de perros, de rehala para más señas? Su odio para con este animal se trasluce en cada artículo que sensacionalizan a la menor oportunidad. Dos capturas de pantalla de aquel vídeo ya lo vimos en este mismo blog hace unos meses.

Patético, de verdad.

Veamos, señores, no existen datos documentados que avalen la tesis de que el lobo sea una especie peligrosa para el ser humano, por mucho que hayan podido darse históricamente algunos supuestos casos. Y fíjense ustedes que utilizo la palabra "supuestos" porque no hay una confirmación real de que esos hipotéticos sucesos fueran en realidad obra de lobos en vez de, por ejemplo, perros con fisonomía lobuna, o venganzas personales que luego se escondían cargando la responsabilidad a lomos del cánido. Y nadie puede negar que todos los años existen cientos de ataques de perros a personas, muchos de los cuales han terminado con la muerte de estas últimas. En los noticiarios y en la prensa aparecen intermitentemente sucesos de estas características. Sí es muy real, por lo tanto, el peligro de que algún perro nos ataque alguna vez, en el campo o en alguna zona urbana. Somos muchos los que nos hemos visto acorralados por algún perro en más de una y de dos ocasiones. Y de tres y de cuatro, ... Y no por eso vamos publicando sandeces para meter miedo a la gente con los perros.

Entonces, visto todo lo anterior ¿podemos realmente pensar que implica una cierta peligrosidad para la gente la presencia cercana de lobos?: científica y estadísticamente NO. Por lo tanto, si alguien se cruza o ve cerca a uno de estos magníficos animales solo le puedo recomendar que aproveche el privilegio que supone observar a una especie tan esquiva como esta. Y que lo disfrute.

Ahora bien, una vez dicho todo lo anterior, harían ustedes muy bien en reconocer que, si existe un peligro real de morir en el campo, no es como consecuencia del ataque de un animal que huye de nosotros como "alma que lleva el diablo", sino por el disparo accidental de algún cazador en cualquier época del año y casi en cualquier lugar de nuestra geografía, incluidos Parques Naturales o Regionales que, por algún motivo oscuro, siguen compartiendo gestión con cotos de caza y, lo que es peor, con Reservas Regionales de Caza a las que mantenemos todos con nuestros impuestos, lo que no deja de ser indignante para gran parte de ese 98'2% de la población española que no solo no es cazadora, sino que, además, desprecia esa actividad. Anualmente una media de 20 personas mueren en España por accidentes de caza, sin contar con los centenares de heridos. Algunos de ellos no eran cazadores, eran simples excursionistas que tuvieron la desgracia de convivir con una actividad peligrosa muy poco y mal regulada. Dediquen sus esfuerzos en concienciar a sus propios lectores de la necesidad, no solo de extremar hasta el infinito las precauciones, sino de hacerles ver que comparten el espacio con otras personas y que, como consecuencia de ello, el resto de ciudadanos somos rehenes del peligro que representan ustedes y sus armas, a parte de las afecciones negativas que su actividad provoca en el entorno.

Señores de Jara y Sedal, su actividad sí es peligrosa para el ser humano, no los lobos. Y su labor periodística lo es para la salud informativa de toda la sociedad española.

18 de marzo de 2022

Sahara

La palabra "Sahara" siempre ha tenido para mí un trasfondo especial, me evoca el misterio de los desiertos salvajes y solitarios, de esas tierras incógnitas y enigmáticas, fértiles en aventuras del siglo XIX. Solo lo rocé con las yemas de los dedos y los pies descalzos para sentir la arena ardiente de sus dunas en un lejano viaje donde nuestro moderno autobús alcanzó el final de una, entonces destartalada, carretera, en la pequeña aldea de Mhamid, en Marruecos y a poco más de una veintena de kms de la frontera argelina. Hoy el desierto ha querido visitarnos de alguna manera y ha viajado por Europa cubriéndonos como un manto de neblina marrón. El Sahara se ha depositado en nuestros campos y ha tapizado suelos, tejados, coches y ... nieve. 

Hemos aterrizado en una explanada de tierra sin poder ver ni dónde comenzaba la nieve, lo que nos hubiera venido muy bien para decidir qué botas deberíamos subir. Al final las botas de nieve se han quedado abajo y hemos comenzado a caminar con otras mucho más cómodas. Los guetres serán una solución intermedia ante la imposibilidad de saber dónde diablos está la nieve. Sabemos que nevó hace tan solo un par de noches, pero las altas temperaturas se han llevado buena parte de la capa caída.




Si desde el pie de la montaña no se veía lo alto de las laderas, según subimos la visibilidad no mejora en absoluto. Desde abajo no se distinguen las cumbres, y desde arriba no se divisan las praderas inferiores ni la pista de donde procedemos. De hecho, ni siquiera se alcanzan a ver las laderas contrarias de la misma garganta en la que nos hayamos. El ambiente es fantasmagórico y apocalíptico, pero caminar entre semana, por un sendero recóndito que casi nunca recorre nadie, y con este ambiente teñido de desierto no tiene precio, por lo irrepetible del fenómeno. Llevamos la botas teñidas de marrón del simple roce con la hierba. Los primeros parches de nieve terminan por aparecer, aunque altísimos y, como no podía ser de otra manera, pintada de Sahara como probablemente no volvamos a verla nunca más.




Los pétalos de algunas Crocus carpetanus asoman por la nieve como queriendo observar un suceso que tardará en repetirse; aún no se han abierto pero nos recuerdan que la primavera ya está aquí al lado. Por la senda olvidada vamos observando los rastros que nos vamos topando, principalmente de perdices y cabras monteses, además de indicios de algún zorrete, jabalíes, ciervos y poco más. El avistamiento de un corzo en los bosques inferiores al poco de dejar el coche compensó el madrugón.






Sumaremos pues a sus huellas nuestras huellas sobre una nieve teñida de desierto. Teñida de الصحراء الكبرى