Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.

22 de agosto de 2023

22 de agosto de 1.993

No resulta para nada sencillo sintetizar todas las sensaciones, vivencias y sentimientos vividos en aquel lejano verano de hace ahora 30 años. Aquellas emociones dejaron impresa una huella indeleble en mi persona, imposible de olvidar. El paso del tiempo, no solo no las ha mitigado, sino que, quizá, las ha vuelto más evocadoras e intensas, aunque en aquel momento pasara página tras el mismo regreso a casa. No es nostalgia, pues, son momentos que me fueron dando forma, y como tal los recuerdo.

Reducir todo lo vivido en aquellas semanas a un puñado de párrafos no puede resultar para nada fácil cuando ni siquiera lo es seleccionar una mínima fracción de entre las mil y pico diapositivas que me traje de aquel viaje para mostrarlas aquí y ahora, tres décadas más tarde, pues cada una de ellas parecerían esenciales para comprender lo que supuso el viaje en su conjunto. Muchas veces he dicho que cada uno de nosotros somos la suma de lo que fuimos, y así acompañé ese pensamiento con un retrato de aquel mismo viaje, pues aquellas semanas sin duda formaron una parte importante en "el después" de mi vida.

Pero, aunque no resulta fácil, voy a intentarlo.

1 de agosto de 1993. Nos juntamos en Barajas un grupo de enamorados de la montaña con un primer destino -aunque solo de paso- en Pakistán. Se trataba de una expedición comercial a la que me unía tras la imposibilidad de sacar adelante en mi ciudad un viaje a alguno de los ochomiles más accesibles que tanto ansiaba. El Cho Oyu chino o el pakistaní Gasembrum II eran la luz de un faro que me guiaba en aquella época. Tras tener que rechazar unirme a un grupo de amigos andaluces para intentar la quinta montaña más alta del planeta en temporada invernal por la imposibilidad de conseguir financiación aquí en mi tierra (hicieron cumbre casi todos los expedicionarios), opté por embarcarme en esta aventura a una montaña exótica y ya de una altura muy respetable, el Muztaghata (o Muztagh Ata), en la Región Autónoma Uigur de Xinkiang, en un rinconcito de la enorme China. Atravesar el norte montañoso y hostil de Pakistán hasta cruzar al gigantesco vecino del norte y ponernos en el C.B. de la segunda montaña más alta de la cordillera del Kunlun junto al mismísimo desierto de Taklamakan, ya merecería un viaje por sí solo, como lo merecería también todo lo vivido tras el descenso de la montaña, recorriendo los paisajes indescriptibles de las estepas chinas, la mítica ciudad de Kasghar -nudo estratégico de la milenaria Ruta de la Seda- y mezclarse con las etnias que habitan estas tierras: kirguises, uigures, kazajos, mongoles, han, ...

Pero resulta tan difícil sintetizar tantas vivencias que por ahora tendré que limitarme a rememorar cómo se desarrolló aquella experiencia en la montaña que tanto me enseñó. Sin más.

Y así, tan solo unos días después, y tras cuatro duras jornadas recorriendo más de 1.200 kms. por la tortuosa y pomposamente llamada Karakorum Highway desde Islamabad hasta el lago Karakul, por fin teníamos delante la enorme mole del Muztaghata, elevándose muchos metros por encima de nuestras cabezas y lanzando glaciares blancos a las desérticas laderas circundantes.

A su alrededor todo son paisajes abiertos, conformados por el árido, descomunal y a veces desolado Pamir chino; estepas infinitas salpicadas de yaks, de caballos, de camellos bactrianos y cabras, alimentándose en enormes extensiones verdes, salpicadas de yurtas nómadas, y rodeadas de resecas, salvajes y altas montañas.


Apenas 6 días después de dejar España, el 7 de agosto alcanzábamos el que sería nuestro hogar durante las siguientes semanas, un campo base situado a 4.400 m.s.m., y a donde llegaríamos con la ayuda de los camelleros y sus animales. 







Por fin estábamos donde queríamos estar, al pie de nuestra montaña, de una gran montaña, la 47 cumbre más alta del planeta, un siete mil quinientos y pico, sencillo pero duro, sin dificultades técnicas pero delicado con los cambios meteorológicos, con pocos riesgos objetivos pero, aún así, existentes. Su campamento base nos albergaría durante una veintena de días, aclimatándonos a la altura y cortejando su vértice. Una veintena de días en la que subiríamos y bajaríamos en varias ocasiones por sus laderas, adaptándonos a cotas cada vez un poco más elevadas, subiendo y bajando material, dejando depósitos en la montaña, montando tiendas, durmiendo en sus campamentos de altura. En definitiva, los rituales a los que la altura obliga al ser humano para no morir en el intento, literalmente. Así, de mi segunda noche en altura escribo en mi diario: "8-AGOS-93 Por la noche me desvelo y tardo mucho en dormirme, aparte de que me despierto constantemente. Me tomo las pulsaciones y tengo 92 dentro del saco y después de la cena. Más avanzada la noche comienza a dolerme la cabeza; se me hace eterna hasta que comienza a clarear". Dos días después aún escribo:"10-AGOS-93 Estoy desvelado una vez más y hasta muy avanzada la noche no me duermo. Un vez más vuelve a molestarme la cabeza; amanece y no se me pasa del todo durante el resto del día"

El entorno natural que nos rodea no puede ser más extraordinario. En nuestros paseos exploratorios por los alrededores del C.B., tan necesarios en estas primeras etapas del proceso de adaptación a la altitud, quedo extasiado con la profundidad del paisaje, con esas vistas abiertas que parecieran casi inabarcables hasta toparse bruscamente con las montañas que nos rodean, algunas de ellas coronadas de nieve y glaciares. Todo el entorno es excesivo, de panoramas desmesurados y colosales, y no me puedo creer que yo esté formando ahora parte de este rincón del planeta, aunque sea solo por unas pocas semanas.




Pero los días se suceden y nuestro "trabajo" no se detiene. Con la ausencia de dos compañeros que se han visto obligados a regresar a España urgentemente por la enfermedad de uno de ellos -no llegamos nunca a tener claro si fue un problema de adaptación a la altura o con un origen diferente-, los siete restantes continuamos progresando montaña arriba. Los porteos y las noches en altura previas, nos pondrán pronto en disposición de realizar un intento a cumbre.

Los inevitables nervios se agarran al estómago cuando se acerca ese día programado para emprender la última y definitiva ascensión por las laderas de la montaña, aquella que nos debería depositar el lo más alto, en el lugar donde se juntan todas las aristas. Y la inquietud de los momentos previos se hace más inexorable aún cuando el día previsto para comenzar el ascenso definitivo amanece especialmente malo: "19-AGOS-93 Hoy es el día esperado para iniciar la etapa final de la salida: comenzaremos a subir para arriba, para bajar solo con la cumbre, si es posible. Sin embargo, la cruda realidad se impone. Ha estado nevando por la noche, al igual que otras noches; pero hoy el tiempo ha empeorado definitiva e implacablemente. Durante todo el día ha permanecido encapotado el cielo, con nubes muy oscuras, bajas, que impedían ver no solo hacia la loma de subida al C.I., sino incluso hacia el valle. Todo ha permanecido oculto por la niebla. Intermitentemente continúa nevando por la mañana y por la tarde, y con las mochilas preparadas para iniciar la marcha nos hemos rendido ante la evidencia: hoy es el peor día de cuantos hemos permanecido en la zona, y con mucha, mucha, mucha diferencia. Baja gente del C.II. y nos cuentan que hay un metro de nieve reciente". No habrá muchas más oportunidades si la meteorología realmente ha empeorado.

Pero al día siguiente, 20 de agosto, el cielo amanece increíblemente soleado, por lo que arrancamos finalmente montaña arriba, aunque lo hagamos con más nervios si cabe, sin comprender muy bien estos bruscos cambios meteorológicos. Ayer el cielo fue un jarro de agua fría sobre nuestra motivación, hoy parece darnos renovadas esperanzas, aunque con mucha cautela, pues si nos pilla otro empeoramiento similar arriba el Muztaghata puede convertirse en una verdadera trampa en la que se haría extremadamente difícil orientarse.

Sea como fuere, subimos en el que podría ser nuestro último intento factible. O bajamos con la cumbre, o sin ella. O vemos lo que hay del otro lado de la montaña y que se nos ha mantenido oculto todo este tiempo, o descendemos sin guardar un paisaje nuevo en nuestras retinas. Ahora mismo la moneda ya está en el aire. 

A nuestro cerebro no le resulta sencillo asimilar la inmensidad del lugar en el que nos encontramos hasta que no vemos desde las laderas de la montaña el espacio que nos rodea. La altura que ganamos en ella y el minúsculo tamaño que tenemos sobre sus glaciares nos hacen comprender lo insignificantes que somos en este entorno de extensiones tan desproporcionadas. Somos unos seres diminutos en un lugar duro y hostil de dimensiones simplemente gigantescas.

La llegada al primer campamento de altura, situado a 5.500 m, resulta sencilla. Ya hemos dormido aquí en un par de ocasiones y subido a dejar material al C.II. en alguna otra más, a unos 6.300 m. El lugar es extraordinario, con un panorama sobrecojedor y unas puestas de sol sencillamente alucinantes. Es un enclave muy cómodo, además de seguro. Descansamos, charlamos, nos relajamos en él y disfrutamos de poder estar por fin aquí, camino de la cima, sin dejar de mirar al cielo, que por momentos se vuelve a cubrir de nubes. Cruzamos los dedos mientras los tonos cálidos del atardecer tiñen la nieve y el hielo de los seracs y las grietas que nos rodean de suaves amarillos y naranjas. La caída del sol se transforma en un momento mágico y pacífico.





El día 21 amanece de nuevo despejado. Nos levantamos sin mucha prisa y esperamos a que el sol alcance nuestras tiendas. Hace unos días ya dejamos montada en el C.II. una de las tres tiendas de campaña que necesitaremos y hoy simplemente tendremos que dejarnos llevar por la ladera arriba cargando con el resto del campamento y comida para el intento definitivo a la cumbre, que debería ser mañana si la meteorología no lo impide (aunque tenemos aún un pequeño margen de uno o dos días por si la climatología volviera a empeorar). El itinerario hasta el siguiente campamento de altura es entretenido y hermoso, aunque se nos hace largo. Zigzageamos entre numerosas grietas y grandes seracs, flanqueando un tramo bajo la amenaza de uno que resulta especialmente peligroso; con una altura equivalente a un edificio de varios pisos, y separado de la montaña, manteniéndose de pie como un enorme menhir en un delicado equilibrio sobre un glaciar que se mueve y se desliza ladera abajo, parece estar esperando como una espada de Damocles el instante de derrumbarse. Son estructuras de dimensiones colosales que no anuncian cuándo se pueden venir abajo. Por lo demás, el ascenso es continuo y relativamente cómodo, con zonas de mayor pendiente y zonas de recuperación. Aún así, algún compañero ya empieza a mostrar signos de no subir muy bien, ya veremos mañana cómo se encuentra.






Seguimos ganando altura, y con ella el panorama que nos rodea se amplia hasta casi el infinito. Sobrepasamos los 6.000 m. mientras el día parece seguir queriendo darnos una oportunidad. Los nervios y la tensión que provoca siempre la incertidumbre del día previo a la cima se mitigan y casi desaparecen mientras nos concentramos en el ejercicio, en el gesto acompasado de nuestro foquear. Primero un paso y luego otro, esquí izquierdo, esquí derecho, acompañados con el movimiento de los brazos. Ahora solo pensamos en nuestras mochilas, pesadas como losas, en sortear las pendientes inclinadas, en flirtear grietas, en respirar en esta atmósfera liviana, con inspiraciones tranquilas y profundas para compensar la disminución de la presión de oxígeno en el aire que nos mantiene vivos. Las pieles sintéticas bajo nuestros esquíes se deslizan suavemente sobre la nieve mientras nuestras miradas se clavan en las espátulas de nuestros largos zapatos: navegan por la ladera como las proas de los barcos y nos abren camino sobre la nieve con un sonido peculiar que nos arrulla. Ahora nuestros pensamientos se centran solo en avanzar hasta los 6.300 m. del que será nuestro segundo campo de altura.






Y lo alcanzamos sin prisas, cada uno a su ritmo. Hay que ahorrar energía para mañana. Al llegar aún deberemos terminar de montarlo. Comienzan las tediosas labores de los campamentos de altura: allanar con las palas de nieve y los esquíes una superficie suficiente para otras dos tiendas de campaña, montarlas, acomodarnos dentro, recoger nieve y poner los infiernillos a derretirla, rellenar cantimploras para no perder tiempo mañana, para hidratarnos ahora y para cocinar, ordenar el equipo y la ropa en el interior, evitar que nada importante se congele, guardar los botines interiores -además de guantes, cámaras y pilas- dentro de los sacos de dormir para no arriesgar unas congelaciones en los dedos de los pies por la mañana, ...




Las cartas están echadas y parece que el tiempo quiere aguantar, por lo que somos optimistas. En todos estos días previos de subidas y bajadas por la montaña me he encontrado muy fuerte y hoy mantengo ese mismo estado físico; además, tengo un gran apetito, señal de que mi aclimatación a la altitud es perfecta.

O así parecía hasta la llegada de la noche.

"22-AGOS-93 Mi compañero de tienda no ha pasado buena noche y vomita nada más levantarse. Yo tampoco he tenido el estómago muy católico por la noche y he tenido también la sensación, más que de vomitar, de arcadas. De hecho, nada más levantarme tengo las primeras del día. El despertador quedó puesto a las 6:30 de la mañana; comienza a clarear a las 7:30. La tienda está húmeda por dentro de la transpiración. Afuera hace un frío asesino y es terrible el amanecer. No consigo desayunar apenas 4 sorbos de café, por miedo a vomitar. Tengo la esperanza de que a medida que pase el día me entrará hambre. Sin embargo, no será así." 

No podemos saber con exactitud la temperatura real que nos encontramos al salir de las tiendas, pero sin duda es terriblemente baja. Pensamos que podría llegar a -35 grados centígrados. Salimos para arriba, algunos con más esfuerzo que otros en función de sus condiciones físicas, de cómo ha pasado la noche y de cómo se ha podido hidratar y alimentar. El día ha amanecido despejado y no tenemos la sensación de que vaya a empeorar, así que ya todo dependerá de nosotros mismos, si no hay sorpresas en ese aspecto.

Sigo leyendo en mi diario: "Subimos despacio. A los 6.600 m. aproximadamente tanto R. como E. -al que le molesta la cabeza- se dan la vuelta. El frío hasta ahora ha sido fortísimo. Hemos subido moviendo los dedos dentro de las manoplas y de las botas. Aún así, después de que nos diera el sol hemos seguido notando el mismo frío. Paramos de vez en cuando, pero el ritmo es muy lento, y el frío no nos deja parar mucho." Si alguien no se imagina el martirio que supone tener que mover los dedos de los pies dentro de las botas mientras caminas durante horas, que pruebe a hacerlo en casa durante cinco o diez minutos y comprenderá lo difícil que resulta mantener cualquier riesgo bajo control cuando te encuentras en circunstancias tan duras.

"Yo marco el ritmo al principio y al final, aunque no será porque sea más rápido, sino más cómodo. Lo cierto es que sin comer ni beber en todo el día mi ritmo es peor que el de los otros; en varias ocasiones vuelvo a tener arcadas. Paso el día con dos barritas de Huesitos y dos Glucoesport. Voy fatal, sin fuerzas ni fuelle, aunque a medida que sobrepasamos los metros no siento una disminución especial de oxígeno respecto del Aconcagua. Cuando avanzo de primero, marcando el paso, me duermo mirando la traza medio borrada de los franceses que van por delante. Siento que los ojos se me cierran y necesito Dios y ayuda para dominarlos. Cuando voy detrás de otro miro las colas de los esquíes que me preceden y me cebo con la mirada en ellos y parece que desaparece el sopor.

El día se está haciendo muy duro. Cuando mis cuatro compañeros hablan entre ellos sospecho que se plantean renunciar. El viento se ha ido levantando y complica la ascensión. Parece que también ellos van tocados, como yo, y creo que en su fuero interno se plantean dar media vuelta. En mi diario reflejo aquel sufrimiento final: "Yo deseo que no lo hagan, que sean lo suficientemente cabezotas como para continuar. Pero yo mismo reconozco lo razonable que sería la renuncia. La ventisca y las nubes esporádicas minan nuestras fuerzas por arriba, pero al mirar valle abajo compruebo, una y otra vez, que continúa despejado, lo que nos asegura un descenso seguro. En mi vida había sufrido tanto para hacer una cumbre. Nunca antes había tenido que arrojar tanto de mí para hacer cima; tanta cabezonería o fuerza de voluntad, para continuar un paso más, y otro, y otro, y otro. Y a cada paso detenerme unos segundos para inspirar y expirar. Otro paso, otra respiración; un paso, una respiración.



Después de horas de ascensión comenzamos a ver unas piedras que asoman de la nieve, banderines anaranjados y a los primeros franceses que inician el descenso.

Estamos arriba. Por fin. En el vértice final. En el único punto donde culminan todas las aristas de una montaña. Después de tantos y tantos esfuerzos e ilusiones, la cumbre del Muztaghata nos ha permitido coronarla, porque solo si las montañas quieren nosotros podremos subirlas. Ahora sí podremos llevarnos en nuestras retinas ese panorama desconocido que se ocultaba más allá, en el lado oculto de la montaña.

El frío, que se había suavizado algo durante la subida, se ha vuelto de nuevo atroz, y podría alcanzar fácilmente los 20 o 25 grados bajo cero, lo que hace que el viento lo vuelva verdaderamente peligroso. Nos cuesta por ello hacer hasta las fotos de rigor ya que los dedos se nos "acartonan" en cuanto manipulamos la cámara unos segundos con los guantes pero sin las manoplas, lo que provocó que algún compañero mostrara pequeñas congelaciones posteriormente. La propia cámara se resiste a funcionar bien. Hacemos una o dos fotos y tenemos que calentarnos las manos, frotárnoslas y a los pocos minutos hacer alguna otra instantánea más. Nos abrazamos. Lo hemos conseguido, estamos a 7.546 metros de altura tras llegar casi a nuestros límites, físicos pero sobre todo mentales, ya que ha sido nuestra determinación el verdadero motor que nos ha traído hasta aquí. Las piernas y nuestros pulmones han ayudado, sí, pero sin ese empeño en intentarlo, a pesar de la dureza que ha representado, nunca hubiéramos podido culminar nuestro sueño. 



Despegamos con urgencia las pieles de foca de los esquíes, las guardamos de cualquier manera en las mochilas e iniciamos un rápido descenso hasta el C.II., en donde nos esperan los dos compañeros que no han podido hacer cima. Necesitamos calentarnos y perder altura. A nuestras espaldas los giros dibujados en un palmo de nieve polvo nos alejan de una cumbre que nos ha obligado a dar todo lo que llevábamos dentro. Pero tan grande ha sido la dureza de la ascensión como lo es ahora la satisfacción de bajar con esta cima en la mochila.

Ahora, bajando, ya no somos los mismos que hace unas horas subíamos.

El día 23 amanece de nuevo con un cielo espléndido. Decir que ya solo nos queda perder altura y recoger los campamentos sería engañoso. No será así de sencillo, al menos para mí. He dormido bien pero sigo sin poder meter nada en el estómago por segundo día consecutivo. Las fuerzas que me restan son muy justas ya. Demasiado justas. Pero aún tenemos que desmontar este campamento, ordenar todo para que entre en las mochilas y descender hasta el campamento inferior. Desmontar también el C.I. y sumarlo a nuestras espaldas. Bajamos cargados como burros, intentando hacer algo que se parezca a "esquiar", pero yo no consigo hacerlo sin caerme en varias ocasiones. Simplemente ya no me quedan fuerzas.





Con 26 Kg. en la espalda (saco, tienda de campaña, esquíes, botas de plástico, comida, agua, ropa, arneses, quincalla, mi parte correspondiente al material común, ...) alcanzo el campo base por fin. Cansado no, literalmente extenuado. Vaciado por dentro. Mis compañeros bajan parecido y han decidido dejar un depósito con parte del equipo donde termina la nieve y subir en dos días a por él. Yo prefiero no martirizarme ni un día más, arriba y abajo otra vez a lo largo de los 700 m. de desnivel que hay hasta el lugar, y decido descender ahora con todo hasta el final. Alcanzo el base tan destrozado como satisfecho, pensando solo en beber, beber y beber.

Aún tardaré en dormir bien por la noche, pero la sensación de haber cumplido me provoca un estado de relajación que solo se puede acompañar con un escenario tan impresionante como el que nos ha rodeado todos estos días, esa inmensidad que nos envuelve y esos inolvidables atardeceres vividos en uno de los rincones de la tierra que me ha dejado una huella más profunda.



La sensación de estar flotando en un sueño me invade por completo, como si me viera a mí mismo desde fuera. Tal día como hoy de hace tres décadas culminaba un anhelo largamente perseguido. 22 de agosto de 1993, una fecha que quedará grabada a fuego en mi interior como una etapa, un peldaño más que cimentó lo que hoy soy.

23 de mayo de 2023

¿Parque Nacional ... de los Picos de Europa?


O ¿Parque Ganadero de los Picos de Europa?


Hace solo tres días leía un artículo publicado en La Nueva España que llevaba el título de "Este es el sorprendente número de lobos muertos en los Picos de Europa en controles y batidas desde 1986". Solamente leer el encabezado ya sabía que no me iba a sorprender lo que pudiera descubrir en él, aunque reconozco que sentí enseguida una cierta urgencia por curiosear cuál sería el tratamiento general de la noticia. Y sabía que su contenido no me iba a pillar desprevenido porque es algo de sobra conocido entre los loberos que este mal llamado Parque Nacional representa una de las mayores vergüenzas ambientales de nuestro país.

Y la cosa no es de ahora, viene de lejos.

Ya en enero de 2013 publiqué aquí la entrada titulada "Picos de Europa entre bambalinas" a raíz del segundo lobo radiomarcado que ejecutaba la guardería de este espacio natural protegido compartido por Asturias, Cantabria y Castilla y León, una loba que portaba un collar emisor y que murió tiroteada por los agentes ambientales de esta última comunidad autónoma. El primer ejemplar con collar de seguimiento había caído unos meses antes, en el verano de 2012, de otro disparo efectuado por técnicos del propio parque nacional que lo había radiomarcado. La indecencia y bajeza no puede ser más evidente y asquerosa, cuando además sucede en un espacio natural que ostenta la figura legal de MÁXIMA PROTECCIÓN que tenemos en España, la de Parque Nacional, el primero que se declaró en este absurdo país de pistoleros, allá por julio de 1918. Pudiera haber quien piense que aquellos hechos funestos fueron puntuales, desafortunados accidentes que no eran pretendidos por los gestores de este sumidero de lobos. Pero cuando esto sucedía de manera continuada en el tiempo, la cosa cambia, y deja de parecer un suceso anecdótico y perdonable para pasar a ser entendido como lo que realmente es, un proceder despreciable y aborrecible.

¿Alguien puede olvidarse, por ejemplo, de que el biólogo del Parque Nacional Picos de Europa encargado de dirigir la gestión del lobo, un ser llamado Francisco de Borja Palacios Alberti, mató con sus propias manos -y con la ayuda de un Guardia Civil de los Grupos de Rescate e Intervención en Montaña- el 27 de mayo de 2004 a siete lobeznos de pocos días de edad, a golpes en la cabeza y sin contar con ninguna autorización?, ¿o se puede olvidar uno de que posteriormente la mismísima dirección del parque, lejos de despedirlo o expedientarlo, recompensó su "hazaña" con una mayor responsabilidad dentro del organigrama del parque (Secretario del Patronato), respaldando directamente así a su persona y a sus "proezas"?

No, ninguno podemos olvidarlo (1, 2). Por cierto, en el primer enlace del paréntesis anterior podéis ver una imagen de los siete cachorros de unos 15 días de edad muertos con una piedra en la cabeza, por si tenéis estómago para imaginaros la escena. Dan ganas de vomitar.

El caso llegó a los tribunales, pero se archivó unos pocos meses más tarde; ¡qué raro, ¿no?! 


El caso es que el Parque Nacional Picos de Europa estará marcado para siempre por estos repugnantes hechos y por la persecución infame que siempre ha mostrado contra el gran depredador (1, 2, 3, 4, 5). Empecinado en la persecución del lobo, el propio Francisco de Borja Palacios Alberti no se cortaba un pelo en 2018 y seguía defendiendo el exterminio del lobo, más como un sindicalista de ASAJA que como una persona que hubiera estudiado en algún momento de su vida la carrera de biología por amor a la naturaleza, la biodiversidad y por supuesto la fauna, siendo una verdadera vergüenza para el gremio (aunque tampoco penséis que es el único, sujetos de estos hay algún otro), como podréis intuir leyendo el último párrafo de este artículo, donde las protestas del sector ganadero congregaron también a este biólogo, siendo aclamado por los asistentes que dejaron dicho que "La grata sorpresa de la mañana la dio Borja Palacios, biólogo del Parque Nacional de los Picos de Europa, micrófono en mano, mostró su apoyo a las peticiones: controles efectivos de población de lobos en defensa del mundo rural".


Pero no caigamos en el error de creer que la actual dirección del parque se arrepiente de esa vileza execrable que no podemos olvidadar. O al menos nada nos hace creer hasta ahora que no añoren aquella gestión a tiro limpio anterior a la protección del lobo que le otorgó el listarlo dentro del LESRPE, como "en los viejos tiempos" del gatillo y el exterminio.

Pero sigamos con el informe al que hace referencia el artículo que origina este post. Según él, si atendemos solo a los casos conocidos, perdieron la vida  de forma legal (pero inmoral) dentro del parque nacional o en su periferia 197 lobos en 35 años -de 1986 a 2021, año en el que su protección se hizo firme tras la publicación definitiva en el BOE de su inclusión en el citado LESRPE. Esto implica que durante más de tres décadas cada año ajusticiaron una media de 5,6 lobos de entre los que campeaban por el único parque nacional que contaba entonces con presencia de la especie. Como les debía parecer poco y las protestas de los ganaderos muchas y muy ruidosas, desde 2003 en adelante la media aumentó a 8 lobos abatidos anualmente en el agujero negro en el que el Patronato convirtió a esta funeraria denominada parque nacional. Pero claro, si el propio biólogo del parque es tan bestia de matar a golpes una camada entera de cachorrillos, sin autorización alguna y extralimitándose en sus funciones, pero con el beneplácito y respaldo de la propia dirección del PNPE, no es muy difícil imaginar que el número oficioso de lobos masacrados ha sido terriblemente superior. No me cabe ninguna duda. Buen ejemplo de esta persecución, tanto institucionalizada como extraoficial, fue la masacre que tuvo lugar en los Picos de Europa cántabros cuando en dos batidas al jabalí celebradas en Camaleño en 2013 se eliminaron 9 miembros de un mismo grupo familiar, 3 el 27 de octubre y otros 6 más el 1 de diciembre, y en donde ¡¡¡uno de los lobos abatidos ilegalmente lo fue por un agente del SEPRONA!!!. La jueza archivó aquel caso también; otro más.

Es muy fácil inferir esa otra persecución furtiva si del propio informe nos creemos que haya 7 manadas que ocupen terrenos del PNPE, lo que supondría entre 28 y 35 ejemplares antes de los partos, estimando una media de 4-5 individuos por manada en esa época del año, internacionalmente aceptada para estimar las poblaciones de lobos en el mundo (aunque estos fulanos se empeñen en fantasear con cifras desorbitadas de 8-9 lobos por grupo). Si en todos estos años ellos mismos calculan que han nacido entre 417 y 556 cachorros, ¿pueden entonces explicar a la sociedad en dónde diablos están? Resulta más que necesario para entender la batalla de las cifras existente entre los matalobos y la ciencia seria que dediquéis un rato a leer el artículo titulado El lobo y el conflicto de las cifras, os será realmente útil para comprender qué hay detrás de esta cuestión crucial.


Del informe recién conocido estaría genial de la muerte que todos conociéramos, entre otras cosas, quién lo firma, puesto que ello ayudaría mucho a combatir ese oscurantismo y opacidad que rodea todo lo que las administraciones hacen alrededor de este depredador, al tiempo que nos ayudaría a relativizar o no lo que en él aparezca escrito, y así esquivar, o no, las fundadas sospechas de que puedan estar "dirigidos" en pos de unas conclusiones que ayuden a justificar las acciones letales que las administraciones matalobos siempre han usado como único medio de gestionar la especie (y de no perder los votos del entorno rural).

Me explico: parece más que obvio para cualquiera que quiera ser un poco objetivo que los informes, censos y estudios de las administraciones son, al menos parcialmente, tendenciosos, lo que se demuestra claramente cuando se empeñan una y otra vez en usar como cifra media de ejemplares por manada un número de individuos que a veces llega a duplicar los utilizados en todos los estudios internacionales, o cuando insisten en manejar la especie solo desde detrás de la mira telescópica y el gatillo. No existe otra propuesta, solo el rifle. Y todo en función de peritajes subjetivos en la determinación de la autoría de los daños, que se hacen en base a meras apreciaciones personales de la propia guardería, que a menudo tienen una formación muy desigual, cuando no escasa, y cuando en ocasiones subyace incluso un claro conflicto de intereses, dado que algunos de ellos son a su vez ganaderos. ¿Cómo es posible que el conflicto del lobo no se quiera solucionar de un plumazo utilizando definitivamente técnicas moleculares para conocer cuál es el alcance de la responsabilidad real del depredador, diferenciándola así de lo que pueda ser simple carroñeo, de un ataque de perro o directamente de un fraude alevoso del ganadero?

Todo nos lleva a pensar que si no se hacen estos estudios genéticos es porque desmentirían los resultados del actual modelo de peritaje utilizado, y conocer la cruda realidad pondría en pie de guerra (más aún) al sector "ganaduro", lo que les da miedo que se refleje luego en la urnas.


Que en este informe usen ese dato de la media de ejemplares por manada o que insista en que tras las muertes de lobos han descendido los daños al ganado, cuando diversos estudios nacionales e internacionales dicen precisamente todo lo contrario -como veremos al final-, resulta muy sospechoso, y parece dar una vez más la razón a quienes vemos como manipuladoras ciertas conclusiones. Que además el autor de las conclusiones vincule las muertes de un 19-20% de la población lobuna con el aumento de la misma a nadie se le puede escapar que es en sí mismo una perversión dialéctica intencionada -máxime cuando la relación la hace además en esa dirección (yo mato lobos = aumentan)-, dado que son dos hechos que no tienen relación directa alguna. De aumentar realmente, lo hará por otros factores diferentes, pero será "a pesar" de esa brutal eliminación de individuos. Este "quitarle hierro" a la matanza de lobos es algo que airean a menudo las administraciones regionales, llegando a decir que gracias a la caza deportiva ha crecido la población lobera. Hay que ser sinvergüenzas. Pues hijos míos, matemos quebrantahuesos, y osos, y linces, e imperiales, ... si ello no incide negativamente en la conservación de las citadas especies ... ¿qué problema hay? ya hubo un cocinero que llegó a insinuar que se dejara matar un número pequeño de osos para poder comer su carne. 

El eterno problema del lobo se sustenta siempre sobre las mismas inconsistencias, y este informe ahonda en ellas:

- Estudios científicos encargados ad hoc por las administraciones, y que entran en contradicción con otras investigaciones y otros investigadores, pareciendo ir dirigidos a justificar la gestión letal del depredador. Las conclusiones de este último que hemos conocido ahora vienen a demostrar una vez más esta hipótesis. 

- Peritajes de daños de una mediocridad abrumadora y completamente subjetivos.

- La autoría de los daños por lo tanto puesta siempre en entredicho.

- Fraudes sistémicos en las reclamaciones de daños mucho más generalizados de lo que se quiere admitir (1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, y un largo etc.).

- Exageración desorbitada, y a menudo MISERABLE, de los perjuicios y peligros que realmente representa la presencia del depredador para el sector agropecuario, cuya verdadera problemática es de otra índole: estructural, económica, ausencia de relevo generacional, olvido de las instituciones, atraso digital y tecnológico, pérdida de servicios sociales imprescindibles (sucursales bancarias, centros de salud, colegios,...), etc. 

- Politización de un conflicto artificial.

- Aumento de los daños a la ganadería provocado por la desestructuración de las manadas de lobos tras la persecución y muerte de algunos de sus integrantes, dificultando a los supervivientes la depredación sobre animales silvestres más complicados de capturar.

- Olvido de los servicios ecosistémicos que la presencia del lobo aporta al ganadero como cortafuegos de enfermedades transmisibles al ganado.

Este es el ecosistema social en el que se sustenta todo el conflicto del lobo en esta España majadera, lo que podemos comprender muy bien si analizamos con detenimiento el resumen que prologa el estudio publicado en PlosOne en marzo de 2016 titulado "Conflict Misleads Large Carnivore Management and Conservation: Brown Bears and Wolves in Spain". Al final del mismo podemos leer lo siguiente:

"Las quejas por depredación de lobo sobre el ganado no estuvieron relacionadas con las cabezas de ganado afectado; sin embargo, se correlacionaron positivamente con el número de ungulados silvestres capturados durante la temporada anterior, el número de manadas de lobos, y el número de lobos abatidos durante la temporada anterior. Las compensaciones por las quejas de daños provocados por el lobo fueron cinco veces superiores que las producidas por los osos, pero la cobertura mediática de los daños de lobo fue treinta veces superior. La cobertura mediática de los daños de lobo no estuvo relacionada con los costos reales de los daños de lobo, pero la cantidad de noticias se correlacionó positivamente con el número de lobos abatidos. Sin embargo, la eliminación de lobos fue seguida por un aumento de los daños compensados. Nuestros resultados muestran que la eliminación de lobos no logró el objetivo de reducir los daños, y sugieren que las decisiones en su gestión están al menos parcialmente mediadas por la cobertura de la prensa" (las partes en negrita y subrayadas las he resaltado yo, no apareciendo en el Abstract original).

Ahí es nada. Lo que dice este estudio firmado por Alberto Fernández-Gil, Javier Naves, Andrés Ordiz, Mario Quevedo, Eloy Revilla y Miguel Delibes viene a confirmar lo que hoy sabemos todos, solo que los gestores y políticos se lo callan malintencionadamente y nosotros nos desgañitamos sin que se nos escuche. Por cierto, este y otros muchos estudios sí tienen firmantes, gente que da la cara para defender sus investigaciones y planteamientos, algo de lo que deberían aprender las administraciones, siempre haciendo una gala inusitada de secretismo y oscurantismo que solo pueden llevar al ciudadano a la sospecha.

Pues bien, el Parque Nacional Picos de Europa fue el paradigma de este resumen. Se mataba oficialmente por matar, para contentar a los voceros del mundo rural, que voceaban para presionar a las administraciones, para obtener de estas beneficios en sus negocios privados, y se compensaban daños cuyo origen podía ser más que dudoso -cuando no directamente fraudulento-, para acallarlos, contentarlos y seguir obteniendo sus votos en las urnas, impregnando de política sucia la gestión de nuestro patrimonio natural


El nombre del Parque Nacional Picos de Europa permanecerá manchado para siempre por esta vergüenza histórica hasta que sus gestores reconozcan públicamente su indignidad y pidan perdón públicamente por la abyecta gestión ambiental que han llevado a cabo con el gran depredador del paleártico.

10 de mayo de 2023

Caza, furtivismo y descontrol

Este pasado puente del 1 de mayo ha sido intenso. He regresado a casa con los pies cansados de patear entre piedras por sendas y vericuetos de la montaña leonesa. El cuello y los hombros también se han quejado lo suyo; es lo que tiene ir cargados como acémilas con el equipo óptico, fotográfico y demás trastos. No obstante, los recuerdos que nos traemos de allí serán imborrables, como lo vienen siendo desde que estos valles y algunos de sus vecinos nos acogieran por primera vez hace ahora ya la friolera (que decían nuestras madres) de 23 años. Se dice pronto, ¡cómo pasa el tiempo!

Y ha sido intenso por todo. Hubo buenos ratos, los que más, por supuesto, rodeados de la mejor gente y de unos paisajes que en estas fechas están que explotan, con las laderas en gran parte teñidas ya del morado de los brezos, con los abedulares tiernos, serpenteando por las vallejadas más empinadas y estrechas, así como con las manchas de roble despertando también a los prematuros e históricos calores de este laaaargo verano que ya tememos todos que vamos a tener. El canto de cientos de pajarillos ponen una maravillosa banda sonora al paisaje, mientras una cría de mirlo acuático pide más y más comida a sus padres sobre las rocas del río, aún cerca de su nido. Entre tanto, el pito negro ya ha ocupado uno de los huecos de que dispone en diversos árboles del soto fluvial; y el vuelo rápido, potente y silencioso de un cárabo rescatado en una chimenea nos tranquiliza: vivirá para contarlo.


Pero también hubo momentos malos, tensos.

Vamos a "hacer un suponer", todo esto es mentira, no ha ocurrido nunca.

Por suponer, suponemos que un paisano sube con su todo terreno por una estrechuja y difícil pista. Al adelantarnos no se le ve el rifle, pero nosotros sabemos que lo lleva. Es uno de los jóvenes del pueblo más cercano con una irrefrenable afición por el gatillo. Sorprendentemente va solo, sus colegas no van con él, pero simplemente a pasear por el monte no va, eso lo tenemos claro; disfrutar del estallido de la primavera reventando de brezos morados es un acto que me sorprendería llegara a ser para él un objetivo plausible que justificara subir a lo alto del valle. Sin embargo, solo un rato después, y cuando ya estamos sentados con el telescopio y los teleobjetivos buscando fauna, se completa el rompecabezas: en lo alto de las crestas se perfilan los dos personajes que faltaban, uno de ellos portando un rifle al hombro, al que se le distingue el bípode para minimizar movimientos y afinar la puntería en el momento del disparo. El otro lleva de la mano lo que pudiera ser un telescopio con un trípode pequeño.


Van a Rebecos. A rebecos y nos tememos que a lo que se les ponga a tiro, porque son los compañeros del que va por delante nuestro -ahora ya andando valle arriba-, lo que no nos inspiran ninguna confianza. 

Siguiendo con las conjeturas, a última hora de la mañana pasan delante nuestro los tres cazadores ya juntos camino del 4x4, dos de ellos con sendos rifles en ristre (no nos equivocamos, pues, al suponer que el chaval del todo terreno llevaba el suyo en el vehículo). Siguen camino y no se paran ante el regaño dialéctico de nuestro amigo, que los conoce desde niño.

Hasta aquí el personal ingenuo o desconocedor de la realidad que se vive en nuestros montes podría pensar que todo es normal: unos cazadores yendo y viniendo al pueblo. Al no esconderse y dejarse ver a plena luz del día, probablemente sea porque tengan todos sus licencias en regla y hasta cuenten con el precinto para lo que hubieran cazado. Así que ... nada que objetar.

El problema es lo sospechoso que resulta que habiendo un número de precintos muy limitado los cazadores del coto suban demasiadas veces. Algo parece no encajar plenamente en esta cuestión.

- No, será porque no habrán cazado nada en las jornadas previas y regresarán a ver si la suerte les sonríe por fin -pensará alguno. Alguno de buena fe que, sin duda, pecará de cándido.


Sigamos con las cábalas imaginarias. El proceso es el siguiente: ellos suben, cazan un rebeco, lo decapitan y se bajan al pueblo con la cabeza en una bolsa. El que está sentado en el asiento trasero del todo terreno lleva el precinto (hago aquí un inciso: ¡aún no han eliminado al lobo de la lista de especies cinegéticas en la redacción de la web institucional de la Junta de Castilla y León!) en la mano, como a mano lleva la cabeza del pobre animal, a su lado. Si por una de esas extrañas casualidades de la vida -extrañísimas- un agente del SEPRONA o de Medio Ambiente aparece de improviso por el camino, precinta rápidamente el cuerno del rebeco y aquí paz y luego gloria. No ha pasado nada, todos contentos. El precintado de los animales cazados lleva un protocolo muy establecido en cada comunidad.

Pero si no se cruzan con nadie ... ... en fin ... ... pues nada, el precinto para la siguiente jornada. Y así un rebeco, y otro, y otro, y otro más, y los que ellos deseen y tengan oportunidad de abatir, porque ya os dirá la intuición que el SEPRONA no hace nunca controles al azar en los caminos de entrada a los pueblos de la montaña cantábrica para "cazar a los cazadores". Ni la Guardia Civil, ni menos aún los agentes de medio ambiente, que esto es, señores, la Cordillera Cantábrica, un territorio sin ley, donde el furtivo puede campar a sus anchas. En un artículo de una revista cinegética podemos leer expresamente lo siguiente: "... a sabiendas de que se van a cobrar varios corzos por cada uno de los precintos concedidos. Este no es un problema policial, es un problema de otro tipo. Por otro lado, está demostrado que los controles de la guardería o de la Guardia Civil no sirven de nada, ya que se llevan a cabo en ínfima cantidad ..." Aunque yo discrepe respecto de que no sea un problema también policial, reconozco que es un problema cuyo origen es mucho más complejo, y que sería fácilmente remediado si fuera obligatorio que cada cazador fuera siempre acompañado de un guarda en las jornadas de caza mayor. Como esto no sucede, solo queda la disuasión mediante la vigilancia.

Por seguir "haciendo un suponer" vamos a suponer que mi colega -el raro del pueblo, porque a pesar de haber nacido allí no le dio por la caza como a otros cuantos de la chavalería, sino por la observación y protección de la fauna- ha denunciado este problema a los propios agentes del SEPRONA en más de una conversación. Y por suponer, podemos suponer que los agentes de la autoridad de su zona tiran balones fuera esgrimiendo lo muy difícil que es pillarlos con las manos en la masa. "Pos'mu'bien" señores, ahora resulta que es complicadísimo organizar controles de forma aleatoria o dirigida en los caminos de entrada a los pueblos -donde todos los vecinos, y muchas veces también la propia Guardia Civil, saben perfectamente quiénes son los furtivos- e inspeccionar que todo esté en orden cuando se topen con ellos. ¿Os imagináis utilizando la misma justificación para pillar a los que conducen con una copa de más? Sería algo así:

-No, es que es muy difícil distinguir en los bares o en las discotecas a los conductores (bebiendo) y seguirlos hasta el coche y esperar a que lo arranquen y conduzcan unos metros.

Señores de la Ley, es muy sencillo, realmente sencillísimo, hacer vigilancias y verificaciones en los caminos de acceso a los pueblos. Es algo de primero de carrera de agente de la autoridad. Piensen ustedes que en el momento en que se generalizaran un poco estas inspecciones, solo un poquito, un poquitín nada más, ya les digo yo que descendería radicalmente el número de cazadores / furtivos que se arriesgarían a ser trincados con una cabeza de rebeco, ciervo, gamo, cabra, muflón, corzo, o lo que fuere, sin el pertinente precinto. Y no por la multa, que son penosamente poco disuasorias (y eso es ya harina de otro costal, del que también se podría hablar laaaargo y tendido), sino por el periodo de tiempo que se iban a pasar sin poder salir a "disfrutar de la primavera reventando de flores", que es, seguro, lo que motiva a estos criminales a salir de sus casas y del bareto del pueblo para subir al monte (eso sí, con el rifle al hombro, claro, que no se despistan en este pequeño detalle). Con unos pocos efectivos de la Guardia Civil picoteando regularmente aquí o allá se obtendría un efecto disuasorio sustancial en toda una comarca. Y no se hace. Y les digo aún más, además de generalizar controles al regreso a los pueblos para perseguir el furtivismo, también podrían hacerlos ustedes por las mañanas, pero esta vez de alcoholemia, porque es verdaderamente peligroso que un personaje con más de una copa encima porte un arma mortífera entre sus manos, lo que sucede con demasiada regularidad antes de las monterías, batidas y ojeos, por ejemplo. El resto de los usuarios del monte lo agradeceríamos infinito, creanme, estaríamos bastante más seguros.


Pero todo esto es un suponer, repito, no ha sucedido nunca en esta bendita Cordillera Cantábrica donde el furtivismo para nuestras instituciones públicas debe ser poco menos que, si no inexistente, sí al menos marginal y desde luego un problema menor, un tipo de delincuencia sin ninguna prioridad para ellas, dado el rotundamente nulo interés que ponen en perseguirlo. ¡Hombre, por Dios, estamos hablando solo de un suponer, claro, ya lo he dicho! ¡Cómo vamos a pensar nosotros que esto pueda estar sucediendo de manera cotidiana a lo largo y ancho de la montaña cantábrica y que nuestras administraciones no se lo iban a tomar en serio! Es más, solo puede ser un suponer también que haya quien suba incluso en días de diario cuando todos sabemos que no son días hábiles de caza. Es tan solo una situación novelada el hecho de que sea tal la impunidad que sienten estos sujetos ante la patente falta de vigilancia, que la generalización de este tipo de furtivismo lo ha convertido en un serio problema de conservación. Nuestras autoridades se olvidan de que estos delincuentes sin escrúpulos pueden disparar también sin mucho pesar a especies protegidas, además de a las propiamente cinegéticas, lo que agrava exponencialmente las consecuencias ambientales de esta delincuencia. Por supuesto al lobo, del que tanto hablamos aquí, pero también al oso o al urogallo (alguno de esos cazadores se preciaban de matar no hace tantos años diez o quince gallos anuales). Nadie les va a ver ni a decir nada, porque la montaña está huérfana de vigilancia. Los únicos que observamos lo que en ella ocurre somos los naturalistas. Esta es la cruda realidad. Es por ello que nuestros ojos molestan tanto en el campo, porque podemos ser testigos de sus fechorías. 

Pero hasta aquí hemos lamentado la aparente falta de interés que muestra la Guardia Civil por perseguir este tipo de delincuencia, o por lo menos de algunas comandancias, no vamos a ser injustos con todas ellas metiéndolas en el mismo saco. Sin embargo, alguno se preguntará qué hay de los agentes y celadores de medio ambiente. Pues chicos, no sé muy bien qué decir porque muchas veces es incluso peor. Gran parte de ellos son además cazadores, muchos claramente antilobo -especialmente en la Cantábrica y en las Reservas Regionales de Caza-, y de más de uno pesa la duda de la sospecha sobre si furtivean ellos mismos sobre el ahora protegido lobo ibérico, y desde luego en general más pendientes de la protección de las especies cinegéticas que del resto de los problemas ambientales. Viven en los pueblos de la zona donde trabajan y por evitar enfrentamientos con sus vecinos muchas veces no son todo lo rigurosos que sus competencias les obligarían a ser con sus paisanos, rigurosidad que, sin embargo, sí muestran a menudo con los naturalistas que campeamos por el monte, a los que a veces nos atosigan como si fuéramos nosotros los delincuentes, en vez de ver en nosotros a una posible ayuda en su labor de vigilancia o como una fuente de información sobre la fauna.


Así que ... con estos precedentes, que sucedan cosas como la que veremos en el siguiente cuento no ayudan a poner toda nuestra confianza en ellos tampoco.

Vamos a seguir con el suponer, suponiendo un suceso que tampoco nunca ocurrió. La historia comienza mucho antes de que las autoridades incompetentes soltaran en un valle de la montaña leonesa un cachorro de oso de unos 10 meses de edad, tras recuperarse de una situación crítica en dos diferentes CRAS (Centro de Recuperación de Animales Silvestres). Meses antes había sido rescatado por unos paisanos y naturalistas cuando el pobre cachorro estaba moribundo; de hecho boqueaba en el momento de ser encontrado, como si estuviera agonizando en sus últimos minutos de vida. 



El agua, la leche y las atenciones que le proporcionaron en estos primeros momentos le salvó sin duda la vida hasta que las autoridades se desplazaron para recogerlo en un pueblo y trasladarlo urgentemente al centro de recuperación, donde finalmente se le proporcionaron los cuidados veterinarios que hicieron que sobreviviera y se recuperara del todo. La Junta de Castilla y León, haciendo gala de una caradura impresionante y de una desfachatez increíble***, se apuntó el tanto y contó a todos los medios que ellos habían rescatado a un osezno que había sobrevivido al infanticidio de una camada de tres hermanos, transmitiendo como propia la información que les proporcionaron los vecinos y naturalistas que rescataron realmente al animal, porque NUNCA NADIE DE LA JUNTA se había acercado antes por la zona a vigilar, controlar o estudiar, no ya a esta osa, sino a ningún miembro de esta especie en aquellos valles. Y podemos asegurar que desconocían por completo la existencia de esa osa y de su camada porque llevaba varias semanas siendo vigilada por naturalistas del lugar a diario, y nunca nadie de la Junta hizo acto alguno de presencia. Da verdadera risa el último párrafo de la información, cuando dice que "... los equipos de campo de la Junta de Castilla y León tenían controlada una osa con tres crías del año, que en días previos podría haber sufrido la pérdida de dos de ellas por el ataque de un macho ..."

De hecho siguen sin saber ni cuántos ejemplares se mueven por allí, y menos aún cuántos de ellos son hembras, o cuántas de ellas tienen crías de una u otra edad, ni nada de nada. No saben absolutamente un pimiento del oso en aquellos valles porque simplemente no los pisan. El caso es que la película continúa cuando al día siguiente de ser devuelto en secreto el osezno al entorno natural ¡¡se hizo un rececho al corzo en el mismo lugar en el que fue soltado, también en secreto!! Pero el secreto duró poco más que un parpadeo y esta barbaridad que pretendía pasar desapercibida se supo la misma mañana en que se produjo. ¿Es de verdad necesario arriesgar la vida de un osezno recién soltado, aún inexperto y completamente desubicado, con un accidente de caza? ¿No había espacio acaso en todo el coto local que tuvieron que cazar aquella mañana allí precisamente? ¿La irresponsabilidad de nuestra administración es tan grande que les importó un bledo seleccionar como lugar de la suelta el mismo en el que se iba a celebrar un rececho al día siguiente? ¿Son tan irresponsables en la Junta de Castilla y León que, sabiéndolo, y si ese punto era el punto idóneo para liberar al animal no pudieron posponerla simplemente unos días? Pues sí, son así de irresponsables. Mi amigo, el raro del pueblo del que os hablaba antes, llamó al agente de medio ambiente de la zona para decírselo, lógicamente muy enfadado, y este funcionario al que pagamos todos, tras sorprenderse de que se hubiera enterado del secreto en tan poco tiempo, le prometió que ya no pasaría de nuevo, le dijo que no se preocupara más porque ya no habría más caza por allí, que el esbardo en adelante no iba a tener ningún percance fortuito por esta acividad.

Pues señores míos, exactamente al día siguiente de que le tranquilizara porque ya no se iba a cazar en esa mancha de monte, la novela acaba con ...

¡¡¡¡  Tachan, tachan, ... sí, con UNA  BATIDA  AL  JABALÍ  !!!! barriendo precisamente aquel lugar.

Además de ineptos y cómplices del furtivismo por su inacción e inoperancia contra esa lacra, son mentirosos y unos irresponsables. Así se las gasta la Junta de Castilla y León, para que luego la gente se extrañe que tenga tan mala prensa.

Bueno ¿cómo os habéis quedado? estupefactos, seguro, como cualquier ciudadano sensible que por mucho que lo razone no va a encontrar justificación alguna para que estas cosas sucedan una y otra vez en nuestros campos. Sí, por puntualizarlo, todo esto sucede en la inestimable Comunidad Autónoma de Castilla y León. Se nos apelotonan en la cabeza las preguntas sin respuestas. ¿Es realmente de interés general para el conjunto de los españoles proteger hasta las últimas consecuencias la actividad cinegética por encima del interés superior de protección ambiental de nuestros espacios naturales, así como de cualquier otra consideración, sea del tipo que sea -social, ambiental, moral, ética, económica,... ? ¿De verdad el 98 % de los españoles tenemos que arriesgar la vida por convivir en el campo con la peligrosa práctica de esta rancia actividad, practicada por una más que evidente minoría? ¿De verdad alguien puede justificar que sea compatible la protección de los espacios naturales para el disfrute de la propia vida que habita en ellos a la vez que se mantienen en el mismo espacio geográfico los cotos de caza o, peor aún, las Reservas Regionales de Caza, mantenidas económicamente con los impuestos también de ese 98 % de españoles que no cazamos? ¿No sería lógico incluir a todos los Espacios Naturales Protegidos bajo el mismo paraguas que los Parques Nacionales, donde está ya prohibida la caza por diversión? ¿Tiene alguien en las administraciones la sensibilidad suficiente como para comprender que es indecente matar animales por diversión en un espacio que ha sido protegido para la propia conservación de la fauna que en él habita, además de para el disfrute de esa fauna VIVA por parte de la sociedad?

En la imagen siguiente vemos la huella correspondiente al pie de un oso de pequeño tamaño, y que probablemente pertenezca al del osezno liberado, tomada en estas fechas de primeros de mayo en la misma zona en la que fue liberado, cuando ya contaría con aproximadamente 15 meses de edad. Si fuera así, podemos alegrarnos que sobreviviera a los clásicos "accidentes" de caza que con tanta frecuencia ocurren en esta comunidad autónoma.


¡¡Cómo me acuerdo ahora del trato de favor que la lamentable Junta de Castilla y León tuvo con los cazadores durante el confinamiento permitiéndoles seguir con su actividad mientras el resto permanecíamos encerrados!! ¡¡O de aquellas patéticas charlas de la Federación de Caza de Castilla y León que pagamos todos los ciudadanos para fomentar entre nuestros escolares las "bondades" de la caza y en contra de la cultura del Bambi!! Son solo dos patéticos ejemplos de la protección a ultranza que el gobierno actual de la comunidad autónoma de Castilla y León hace de la caza, como lo es también dejarles gratuitas las licencias de caza o las modificaciones introducidas en la Ley de Caza, privilegiando su actividad por encima de los derechos de uso del espacio del resto de usuarios del campo.

Lo dicho en otras ocasiones, amigos, vivimos en un país tercenmundista en materia de medio ambiente.

Pero faltaba la guinda. El suponer quiso que además de los tres cazadores, probables furtivos, 5 motoristas pasaran también por delante de nuestras narices por un sendero por el que la ley prohibe taxativamente el uso de vehículos motorizados. ¡¡¡Que no pasa naaaada, chicos, que nadie nos va a decir absolutamente nada, porque no hay nadie que vigile estos valles!!!, ¡¡¡que la montaña es nuestra, a ver si os enteráis de una puñetera vez, ecologistas de mierda!!!


Bueno, como todo lo que aquí he contado no ha sucedido nunca, no os debéis asustar, el mundo de Yupi es el mundo real, y la ley se cumple a rajatabla en todas nuestras montañas. Los agentes forestales y el SEPRONA no tienen realmente que vigilar nada porque no existen delincuentes con rifles campeando a sus anchas por nuestros campos y montes.

*** Esto de apuntarse tantos que no se han currado es algo típico de todas las administraciones, pero si hablamos de esta en concreto -la Junta de Castilla y León del Partido Popular- y en relación con el oso pardo cantábrico, se me viene ipso facto a la cabeza cuando hace unas décadas el trabajo de protección y conservación de este plantígrado realmente llevado a cabo en el Principado de Asturias era usurpado como fruto de su propio trabajo por este desacreditado gobierno autonómico, gracias a que la propia expansión natural de la especie debida al aumento de individuos en la fachada norte de la cordillera conllevó la dispersión de ejemplares también hacia el sur. En aquella época la comunidad castellano-leonesa, no solo no hacía nada por la especie, sino que pudo ser incluso la responsable directa de acabar definitivamente con el núcleo oriental (con apenas 25 ejemplares y casi todos machos en aquel momento) si la sociedad civil no hubiéramos impedido la destrucción del único corredor viable para conectar esta población marginal y endogámica con la occidental, empeñados como estuvieron en la construcción de la Estación de Esquí de San Glorio. No nos podemos olvidar que fueron ellos, los dirigentes del Partido Popular que desde hace décadas vienen gobernando nuestra comunidad como si fuera su cortijo, los que intentaron reducir el nivel de protección del entonces llamado Parque Natural de Fuentes Carrionas y Fuente Cobre -hoy P. N. Montaña Palentina-, lo que nunca anteriormente había sucedido en nuestro país (y que fue impedido por los tribunales), para permitir la construcción de dicho pelotazo urbanístico, lo que hubiera representado la puntilla final de esa pequeña subpoblación de osos. Por supuesto, el furtivismo evidente que existía (y sigue existiendo) sobre esta especie principalmente en el norte de Palencia fue silenciado y negado con reiteración por esta misma administración, que nunca ha demostrado mayor interés en perseguirlo y castigarlo, como tampoco lo ha demostrado por la conservación de la especie

NOTA FINAL: No es mi deseo generalizar y meter en el mismo saco a todo el mundo, por lo que deseo dejar constancia de que también hay quien persigue con tenacidad el furtivismo sobre el terreno (12345, ... ). Que estos luchadores continúen siendo honrosas excepciones, como ocurre en la actualidad, o se conviertan en la norma habitual depende principalmente de las propias administraciones, pero que tengan interés real en acabar con esta lacra es algo que están tardando demasiado tiempo en demostrar. Décadas, sin duda. En realidad es una desidia ya histórica, y sigue siendo algo que aún está por demostrar.