Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.

22 de agosto de 2023

22 de agosto de 1.993

No resulta para nada sencillo sintetizar todas las sensaciones, vivencias y sentimientos vividos en aquel lejano verano de hace ahora 30 años. Aquellas emociones dejaron impresa una huella indeleble en mi persona, imposible de olvidar. El paso del tiempo, no solo no las ha mitigado, sino que, quizá, las ha vuelto más evocadoras e intensas, aunque en aquel momento pasara página tras el mismo regreso a casa. No es nostalgia, pues, son momentos que me fueron dando forma, y como tal los recuerdo.

Reducir todo lo vivido en aquellas semanas a un puñado de párrafos no puede resultar para nada fácil cuando ni siquiera lo es seleccionar una mínima fracción de entre las mil y pico diapositivas que me traje de aquel viaje para mostrarlas aquí y ahora, tres décadas más tarde, pues cada una de ellas parecerían esenciales para comprender lo que supuso el viaje en su conjunto. Muchas veces he dicho que cada uno de nosotros somos la suma de lo que fuimos, y así acompañé ese pensamiento con un retrato de aquel mismo viaje, pues aquellas semanas sin duda formaron una parte importante en "el después" de mi vida.

Pero, aunque no resulta fácil, voy a intentarlo.

1 de agosto de 1993. Nos juntamos en Barajas un grupo de enamorados de la montaña con un primer destino -aunque solo de paso- en Pakistán. Se trataba de una expedición comercial a la que me unía tras la imposibilidad de sacar adelante en mi ciudad un viaje a alguno de los ochomiles más accesibles que tanto ansiaba. El Cho Oyu chino o el pakistaní Gasembrum II eran la luz de un faro que me guiaba en aquella época. Tras tener que rechazar unirme a un grupo de amigos andaluces para intentar la quinta montaña más alta del planeta en temporada invernal por la imposibilidad de conseguir financiación aquí en mi tierra (hicieron cumbre casi todos los expedicionarios), opté por embarcarme en esta aventura a una montaña exótica y ya de una altura muy respetable, el Muztaghata (o Muztagh Ata), en la Región Autónoma Uigur de Xinkiang, en un rinconcito de la enorme China. Atravesar el norte montañoso y hostil de Pakistán hasta cruzar al gigantesco vecino del norte y ponernos en el C.B. de la segunda montaña más alta de la cordillera del Kunlun junto al mismísimo desierto de Taklamakan, ya merecería un viaje por sí solo, como lo merecería también todo lo vivido tras el descenso de la montaña, recorriendo los paisajes indescriptibles de las estepas chinas, la mítica ciudad de Kasghar -nudo estratégico de la milenaria Ruta de la Seda- y mezclarse con las etnias que habitan estas tierras: kirguises, uigures, kazajos, mongoles, han, ...

Pero resulta tan difícil sintetizar tantas vivencias que por ahora tendré que limitarme a rememorar cómo se desarrolló aquella experiencia en la montaña que tanto me enseñó. Sin más.

Y así, tan solo unos días después, y tras cuatro duras jornadas recorriendo más de 1.200 kms. por la tortuosa y pomposamente llamada Karakorum Highway desde Islamabad hasta el lago Karakul, por fin teníamos delante la enorme mole del Muztaghata, elevándose muchos metros por encima de nuestras cabezas y lanzando glaciares blancos a las desérticas laderas circundantes.

A su alrededor todo son paisajes abiertos, conformados por el árido, descomunal y a veces desolado Pamir chino; estepas infinitas salpicadas de yaks, de caballos, de camellos bactrianos y cabras, alimentándose en enormes extensiones verdes, salpicadas de yurtas nómadas, y rodeadas de resecas, salvajes y altas montañas.


Apenas 6 días después de dejar España, el 7 de agosto alcanzábamos el que sería nuestro hogar durante las siguientes semanas, un campo base situado a 4.400 m.s.m., y a donde llegaríamos con la ayuda de los camelleros y sus animales. 







Por fin estábamos donde queríamos estar, al pie de nuestra montaña, de una gran montaña, la 47 cumbre más alta del planeta, un siete mil quinientos y pico, sencillo pero duro, sin dificultades técnicas pero delicado con los cambios meteorológicos, con pocos riesgos objetivos pero, aún así, existentes. Su campamento base nos albergaría durante una veintena de días, aclimatándonos a la altura y cortejando su vértice. Una veintena de días en la que subiríamos y bajaríamos en varias ocasiones por sus laderas, adaptándonos a cotas cada vez un poco más elevadas, subiendo y bajando material, dejando depósitos en la montaña, montando tiendas, durmiendo en sus campamentos de altura. En definitiva, los rituales a los que la altura obliga al ser humano para no morir en el intento, literalmente. Así, de mi segunda noche en altura escribo en mi diario: "8-AGOS-93 Por la noche me desvelo y tardo mucho en dormirme, aparte de que me despierto constantemente. Me tomo las pulsaciones y tengo 92 dentro del saco y después de la cena. Más avanzada la noche comienza a dolerme la cabeza; se me hace eterna hasta que comienza a clarear". Dos días después aún escribo:"10-AGOS-93 Estoy desvelado una vez más y hasta muy avanzada la noche no me duermo. Un vez más vuelve a molestarme la cabeza; amanece y no se me pasa del todo durante el resto del día"

El entorno natural que nos rodea no puede ser más extraordinario. En nuestros paseos exploratorios por los alrededores del C.B., tan necesarios en estas primeras etapas del proceso de adaptación a la altitud, quedo extasiado con la profundidad del paisaje, con esas vistas abiertas que parecieran casi inabarcables hasta toparse bruscamente con las montañas que nos rodean, algunas de ellas coronadas de nieve y glaciares. Todo el entorno es excesivo, de panoramas desmesurados y colosales, y no me puedo creer que yo esté formando ahora parte de este rincón del planeta, aunque sea solo por unas pocas semanas.




Pero los días se suceden y nuestro "trabajo" no se detiene. Con la ausencia de dos compañeros que se han visto obligados a regresar a España urgentemente por la enfermedad de uno de ellos -no llegamos nunca a tener claro si fue un problema de adaptación a la altura o con un origen diferente-, los siete restantes continuamos progresando montaña arriba. Los porteos y las noches en altura previas, nos pondrán pronto en disposición de realizar un intento a cumbre.

Los inevitables nervios se agarran al estómago cuando se acerca ese día programado para emprender la última y definitiva ascensión por las laderas de la montaña, aquella que nos debería depositar el lo más alto, en el lugar donde se juntan todas las aristas. Y la inquietud de los momentos previos se hace más inexorable aún cuando el día previsto para comenzar el ascenso definitivo amanece especialmente malo: "19-AGOS-93 Hoy es el día esperado para iniciar la etapa final de la salida: comenzaremos a subir para arriba, para bajar solo con la cumbre, si es posible. Sin embargo, la cruda realidad se impone. Ha estado nevando por la noche, al igual que otras noches; pero hoy el tiempo ha empeorado definitiva e implacablemente. Durante todo el día ha permanecido encapotado el cielo, con nubes muy oscuras, bajas, que impedían ver no solo hacia la loma de subida al C.I., sino incluso hacia el valle. Todo ha permanecido oculto por la niebla. Intermitentemente continúa nevando por la mañana y por la tarde, y con las mochilas preparadas para iniciar la marcha nos hemos rendido ante la evidencia: hoy es el peor día de cuantos hemos permanecido en la zona, y con mucha, mucha, mucha diferencia. Baja gente del C.II. y nos cuentan que hay un metro de nieve reciente". No habrá muchas más oportunidades si la meteorología realmente ha empeorado.

Pero al día siguiente, 20 de agosto, el cielo amanece increíblemente soleado, por lo que arrancamos finalmente montaña arriba, aunque lo hagamos con más nervios si cabe, sin comprender muy bien estos bruscos cambios meteorológicos. Ayer el cielo fue un jarro de agua fría sobre nuestra motivación, hoy parece darnos renovadas esperanzas, aunque con mucha cautela, pues si nos pilla otro empeoramiento similar arriba el Muztaghata puede convertirse en una verdadera trampa en la que se haría extremadamente difícil orientarse.

Sea como fuere, subimos en el que podría ser nuestro último intento factible. O bajamos con la cumbre, o sin ella. O vemos lo que hay del otro lado de la montaña y que se nos ha mantenido oculto todo este tiempo, o descendemos sin guardar un paisaje nuevo en nuestras retinas. Ahora mismo la moneda ya está en el aire. 

A nuestro cerebro no le resulta sencillo asimilar la inmensidad del lugar en el que nos encontramos hasta que no vemos desde las laderas de la montaña el espacio que nos rodea. La altura que ganamos en ella y el minúsculo tamaño que tenemos sobre sus glaciares nos hacen comprender lo insignificantes que somos en este entorno de extensiones tan desproporcionadas. Somos unos seres diminutos en un lugar duro y hostil de dimensiones simplemente gigantescas.

La llegada al primer campamento de altura, situado a 5.500 m, resulta sencilla. Ya hemos dormido aquí en un par de ocasiones y subido a dejar material al C.II. en alguna otra más, a unos 6.300 m. El lugar es extraordinario, con un panorama sobrecojedor y unas puestas de sol sencillamente alucinantes. Es un enclave muy cómodo, además de seguro. Descansamos, charlamos, nos relajamos en él y disfrutamos de poder estar por fin aquí, camino de la cima, sin dejar de mirar al cielo, que por momentos se vuelve a cubrir de nubes. Cruzamos los dedos mientras los tonos cálidos del atardecer tiñen la nieve y el hielo de los seracs y las grietas que nos rodean de suaves amarillos y naranjas. La caída del sol se transforma en un momento mágico y pacífico.





El día 21 amanece de nuevo despejado. Nos levantamos sin mucha prisa y esperamos a que el sol alcance nuestras tiendas. Hace unos días ya dejamos montada en el C.II. una de las tres tiendas de campaña que necesitaremos y hoy simplemente tendremos que dejarnos llevar por la ladera arriba cargando con el resto del campamento y comida para el intento definitivo a la cumbre, que debería ser mañana si la meteorología no lo impide (aunque tenemos aún un pequeño margen de uno o dos días por si la climatología volviera a empeorar). El itinerario hasta el siguiente campamento de altura es entretenido y hermoso, aunque se nos hace largo. Zigzageamos entre numerosas grietas y grandes seracs, flanqueando un tramo bajo la amenaza de uno que resulta especialmente peligroso; con una altura equivalente a un edificio de varios pisos, y separado de la montaña, manteniéndose de pie como un enorme menhir en un delicado equilibrio sobre un glaciar que se mueve y se desliza ladera abajo, parece estar esperando como una espada de Damocles el instante de derrumbarse. Son estructuras de dimensiones colosales que no anuncian cuándo se pueden venir abajo. Por lo demás, el ascenso es continuo y relativamente cómodo, con zonas de mayor pendiente y zonas de recuperación. Aún así, algún compañero ya empieza a mostrar signos de no subir muy bien, ya veremos mañana cómo se encuentra.






Seguimos ganando altura, y con ella el panorama que nos rodea se amplia hasta casi el infinito. Sobrepasamos los 6.000 m. mientras el día parece seguir queriendo darnos una oportunidad. Los nervios y la tensión que provoca siempre la incertidumbre del día previo a la cima se mitigan y casi desaparecen mientras nos concentramos en el ejercicio, en el gesto acompasado de nuestro foquear. Primero un paso y luego otro, esquí izquierdo, esquí derecho, acompañados con el movimiento de los brazos. Ahora solo pensamos en nuestras mochilas, pesadas como losas, en sortear las pendientes inclinadas, en flirtear grietas, en respirar en esta atmósfera liviana, con inspiraciones tranquilas y profundas para compensar la disminución de la presión de oxígeno en el aire que nos mantiene vivos. Las pieles sintéticas bajo nuestros esquíes se deslizan suavemente sobre la nieve mientras nuestras miradas se clavan en las espátulas de nuestros largos zapatos: navegan por la ladera como las proas de los barcos y nos abren camino sobre la nieve con un sonido peculiar que nos arrulla. Ahora nuestros pensamientos se centran solo en avanzar hasta los 6.300 m. del que será nuestro segundo campo de altura.






Y lo alcanzamos sin prisas, cada uno a su ritmo. Hay que ahorrar energía para mañana. Al llegar aún deberemos terminar de montarlo. Comienzan las tediosas labores de los campamentos de altura: allanar con las palas de nieve y los esquíes una superficie suficiente para otras dos tiendas de campaña, montarlas, acomodarnos dentro, recoger nieve y poner los infiernillos a derretirla, rellenar cantimploras para no perder tiempo mañana, para hidratarnos ahora y para cocinar, ordenar el equipo y la ropa en el interior, evitar que nada importante se congele, guardar los botines interiores -además de guantes, cámaras y pilas- dentro de los sacos de dormir para no arriesgar unas congelaciones en los dedos de los pies por la mañana, ...




Las cartas están echadas y parece que el tiempo quiere aguantar, por lo que somos optimistas. En todos estos días previos de subidas y bajadas por la montaña me he encontrado muy fuerte y hoy mantengo ese mismo estado físico; además, tengo un gran apetito, señal de que mi aclimatación a la altitud es perfecta.

O así parecía hasta la llegada de la noche.

"22-AGOS-93 Mi compañero de tienda no ha pasado buena noche y vomita nada más levantarse. Yo tampoco he tenido el estómago muy católico por la noche y he tenido también la sensación, más que de vomitar, de arcadas. De hecho, nada más levantarme tengo las primeras del día. El despertador quedó puesto a las 6:30 de la mañana; comienza a clarear a las 7:30. La tienda está húmeda por dentro de la transpiración. Afuera hace un frío asesino y es terrible el amanecer. No consigo desayunar apenas 4 sorbos de café, por miedo a vomitar. Tengo la esperanza de que a medida que pase el día me entrará hambre. Sin embargo, no será así." 

No podemos saber con exactitud la temperatura real que nos encontramos al salir de las tiendas, pero sin duda es terriblemente baja. Pensamos que podría llegar a -35 grados centígrados. Salimos para arriba, algunos con más esfuerzo que otros en función de sus condiciones físicas, de cómo ha pasado la noche y de cómo se ha podido hidratar y alimentar. El día ha amanecido despejado y no tenemos la sensación de que vaya a empeorar, así que ya todo dependerá de nosotros mismos, si no hay sorpresas en ese aspecto.

Sigo leyendo en mi diario: "Subimos despacio. A los 6.600 m. aproximadamente tanto R. como E. -al que le molesta la cabeza- se dan la vuelta. El frío hasta ahora ha sido fortísimo. Hemos subido moviendo los dedos dentro de las manoplas y de las botas. Aún así, después de que nos diera el sol hemos seguido notando el mismo frío. Paramos de vez en cuando, pero el ritmo es muy lento, y el frío no nos deja parar mucho." Si alguien no se imagina el martirio que supone tener que mover los dedos de los pies dentro de las botas mientras caminas durante horas, que pruebe a hacerlo en casa durante cinco o diez minutos y comprenderá lo difícil que resulta mantener cualquier riesgo bajo control cuando te encuentras en circunstancias tan duras.

"Yo marco el ritmo al principio y al final, aunque no será porque sea más rápido, sino más cómodo. Lo cierto es que sin comer ni beber en todo el día mi ritmo es peor que el de los otros; en varias ocasiones vuelvo a tener arcadas. Paso el día con dos barritas de Huesitos y dos Glucoesport. Voy fatal, sin fuerzas ni fuelle, aunque a medida que sobrepasamos los metros no siento una disminución especial de oxígeno respecto del Aconcagua. Cuando avanzo de primero, marcando el paso, me duermo mirando la traza medio borrada de los franceses que van por delante. Siento que los ojos se me cierran y necesito Dios y ayuda para dominarlos. Cuando voy detrás de otro miro las colas de los esquíes que me preceden y me cebo con la mirada en ellos y parece que desaparece el sopor.

El día se está haciendo muy duro. Cuando mis cuatro compañeros hablan entre ellos sospecho que se plantean renunciar. El viento se ha ido levantando y complica la ascensión. Parece que también ellos van tocados, como yo, y creo que en su fuero interno se plantean dar media vuelta. En mi diario reflejo aquel sufrimiento final: "Yo deseo que no lo hagan, que sean lo suficientemente cabezotas como para continuar. Pero yo mismo reconozco lo razonable que sería la renuncia. La ventisca y las nubes esporádicas minan nuestras fuerzas por arriba, pero al mirar valle abajo compruebo, una y otra vez, que continúa despejado, lo que nos asegura un descenso seguro. En mi vida había sufrido tanto para hacer una cumbre. Nunca antes había tenido que arrojar tanto de mí para hacer cima; tanta cabezonería o fuerza de voluntad, para continuar un paso más, y otro, y otro, y otro. Y a cada paso detenerme unos segundos para inspirar y expirar. Otro paso, otra respiración; un paso, una respiración.



Después de horas de ascensión comenzamos a ver unas piedras que asoman de la nieve, banderines anaranjados y a los primeros franceses que inician el descenso.

Estamos arriba. Por fin. En el vértice final. En el único punto donde culminan todas las aristas de una montaña. Después de tantos y tantos esfuerzos e ilusiones, la cumbre del Muztaghata nos ha permitido coronarla, porque solo si las montañas quieren nosotros podremos subirlas. Ahora sí podremos llevarnos en nuestras retinas ese panorama desconocido que se ocultaba más allá, en el lado oculto de la montaña.

El frío, que se había suavizado algo durante la subida, se ha vuelto de nuevo atroz, y podría alcanzar fácilmente los 20 o 25 grados bajo cero, lo que hace que el viento lo vuelva verdaderamente peligroso. Nos cuesta por ello hacer hasta las fotos de rigor ya que los dedos se nos "acartonan" en cuanto manipulamos la cámara unos segundos con los guantes pero sin las manoplas, lo que provocó que algún compañero mostrara pequeñas congelaciones posteriormente. La propia cámara se resiste a funcionar bien. Hacemos una o dos fotos y tenemos que calentarnos las manos, frotárnoslas y a los pocos minutos hacer alguna otra instantánea más. Nos abrazamos. Lo hemos conseguido, estamos a 7.546 metros de altura tras llegar casi a nuestros límites, físicos pero sobre todo mentales, ya que ha sido nuestra determinación el verdadero motor que nos ha traído hasta aquí. Las piernas y nuestros pulmones han ayudado, sí, pero sin ese empeño en intentarlo, a pesar de la dureza que ha representado, nunca hubiéramos podido culminar nuestro sueño. 



Despegamos con urgencia las pieles de foca de los esquíes, las guardamos de cualquier manera en las mochilas e iniciamos un rápido descenso hasta el C.II., en donde nos esperan los dos compañeros que no han podido hacer cima. Necesitamos calentarnos y perder altura. A nuestras espaldas los giros dibujados en un palmo de nieve polvo nos alejan de una cumbre que nos ha obligado a dar todo lo que llevábamos dentro. Pero tan grande ha sido la dureza de la ascensión como lo es ahora la satisfacción de bajar con esta cima en la mochila.

Ahora, bajando, ya no somos los mismos que hace unas horas subíamos.

El día 23 amanece de nuevo con un cielo espléndido. Decir que ya solo nos queda perder altura y recoger los campamentos sería engañoso. No será así de sencillo, al menos para mí. He dormido bien pero sigo sin poder meter nada en el estómago por segundo día consecutivo. Las fuerzas que me restan son muy justas ya. Demasiado justas. Pero aún tenemos que desmontar este campamento, ordenar todo para que entre en las mochilas y descender hasta el campamento inferior. Desmontar también el C.I. y sumarlo a nuestras espaldas. Bajamos cargados como burros, intentando hacer algo que se parezca a "esquiar", pero yo no consigo hacerlo sin caerme en varias ocasiones. Simplemente ya no me quedan fuerzas.





Con 26 Kg. en la espalda (saco, tienda de campaña, esquíes, botas de plástico, comida, agua, ropa, arneses, quincalla, mi parte correspondiente al material común, ...) alcanzo el campo base por fin. Cansado no, literalmente extenuado. Vaciado por dentro. Mis compañeros bajan parecido y han decidido dejar un depósito con parte del equipo donde termina la nieve y subir en dos días a por él. Yo prefiero no martirizarme ni un día más, arriba y abajo otra vez a lo largo de los 700 m. de desnivel que hay hasta el lugar, y decido descender ahora con todo hasta el final. Alcanzo el base tan destrozado como satisfecho, pensando solo en beber, beber y beber.

Aún tardaré en dormir bien por la noche, pero la sensación de haber cumplido me provoca un estado de relajación que solo se puede acompañar con un escenario tan impresionante como el que nos ha rodeado todos estos días, esa inmensidad que nos envuelve y esos inolvidables atardeceres vividos en uno de los rincones de la tierra que me ha dejado una huella más profunda.



La sensación de estar flotando en un sueño me invade por completo, como si me viera a mí mismo desde fuera. Tal día como hoy de hace tres décadas culminaba un anhelo largamente perseguido. 22 de agosto de 1993, una fecha que quedará grabada a fuego en mi interior como una etapa, un peldaño más que cimentó lo que hoy soy.

23 de mayo de 2023

¿Parque Nacional ... de los Picos de Europa?


O ¿Parque Ganadero de los Picos de Europa?


Hace solo tres días leía un artículo publicado en La Nueva España que llevaba el título de "Este es el sorprendente número de lobos muertos en los Picos de Europa en controles y batidas desde 1986". Solamente leer el encabezado ya sabía que no me iba a sorprender lo que pudiera descubrir en él, aunque reconozco que sentí enseguida una cierta urgencia por curiosear cuál sería el tratamiento general de la noticia. Y sabía que su contenido no me iba a pillar desprevenido porque es algo de sobra conocido entre los loberos que este mal llamado Parque Nacional representa una de las mayores vergüenzas ambientales de nuestro país.

Y la cosa no es de ahora, viene de lejos.

Ya en enero de 2013 publiqué aquí la entrada titulada "Picos de Europa entre bambalinas" a raíz del segundo lobo radiomarcado que ejecutaba la guardería de este espacio natural protegido compartido por Asturias, Cantabria y Castilla y León, una loba que portaba un collar emisor y que murió tiroteada por los agentes ambientales de esta última comunidad autónoma. El primer ejemplar con collar de seguimiento había caído unos meses antes, en el verano de 2012, de otro disparo efectuado por técnicos del propio parque nacional que lo había radiomarcado. La indecencia y bajeza no puede ser más evidente y asquerosa, cuando además sucede en un espacio natural que ostenta la figura legal de MÁXIMA PROTECCIÓN que tenemos en España, la de Parque Nacional, el primero que se declaró en este absurdo país de pistoleros, allá por julio de 1918. Pudiera haber quien piense que aquellos hechos funestos fueron puntuales, desafortunados accidentes que no eran pretendidos por los gestores de este sumidero de lobos. Pero cuando esto sucedía de manera continuada en el tiempo, la cosa cambia, y deja de parecer un suceso anecdótico y perdonable para pasar a ser entendido como lo que realmente es, un proceder despreciable y aborrecible.

¿Alguien puede olvidarse, por ejemplo, de que el biólogo del Parque Nacional Picos de Europa encargado de dirigir la gestión del lobo, un ser llamado Francisco de Borja Palacios Alberti, mató con sus propias manos -y con la ayuda de un Guardia Civil de los Grupos de Rescate e Intervención en Montaña- el 27 de mayo de 2004 a siete lobeznos de pocos días de edad, a golpes en la cabeza y sin contar con ninguna autorización?, ¿o se puede olvidar uno de que posteriormente la mismísima dirección del parque, lejos de despedirlo o expedientarlo, recompensó su "hazaña" con una mayor responsabilidad dentro del organigrama del parque (Secretario del Patronato), respaldando directamente así a su persona y a sus "proezas"?

No, ninguno podemos olvidarlo (1, 2). Por cierto, en el primer enlace del paréntesis anterior podéis ver una imagen de los siete cachorros de unos 15 días de edad muertos con una piedra en la cabeza, por si tenéis estómago para imaginaros la escena. Dan ganas de vomitar.

El caso llegó a los tribunales, pero se archivó unos pocos meses más tarde; ¡qué raro, ¿no?! 


El caso es que el Parque Nacional Picos de Europa estará marcado para siempre por estos repugnantes hechos y por la persecución infame que siempre ha mostrado contra el gran depredador (1, 2, 3, 4, 5). Empecinado en la persecución del lobo, el propio Francisco de Borja Palacios Alberti no se cortaba un pelo en 2018 y seguía defendiendo el exterminio del lobo, más como un sindicalista de ASAJA que como una persona que hubiera estudiado en algún momento de su vida la carrera de biología por amor a la naturaleza, la biodiversidad y por supuesto la fauna, siendo una verdadera vergüenza para el gremio (aunque tampoco penséis que es el único, sujetos de estos hay algún otro), como podréis intuir leyendo el último párrafo de este artículo, donde las protestas del sector ganadero congregaron también a este biólogo, siendo aclamado por los asistentes que dejaron dicho que "La grata sorpresa de la mañana la dio Borja Palacios, biólogo del Parque Nacional de los Picos de Europa, micrófono en mano, mostró su apoyo a las peticiones: controles efectivos de población de lobos en defensa del mundo rural".


Pero no caigamos en el error de creer que la actual dirección del parque se arrepiente de esa vileza execrable que no podemos olvidadar. O al menos nada nos hace creer hasta ahora que no añoren aquella gestión a tiro limpio anterior a la protección del lobo que le otorgó el listarlo dentro del LESRPE, como "en los viejos tiempos" del gatillo y el exterminio.

Pero sigamos con el informe al que hace referencia el artículo que origina este post. Según él, si atendemos solo a los casos conocidos, perdieron la vida  de forma legal (pero inmoral) dentro del parque nacional o en su periferia 197 lobos en 35 años -de 1986 a 2021, año en el que su protección se hizo firme tras la publicación definitiva en el BOE de su inclusión en el citado LESRPE. Esto implica que durante más de tres décadas cada año ajusticiaron una media de 5,6 lobos de entre los que campeaban por el único parque nacional que contaba entonces con presencia de la especie. Como les debía parecer poco y las protestas de los ganaderos muchas y muy ruidosas, desde 2003 en adelante la media aumentó a 8 lobos abatidos anualmente en el agujero negro en el que el Patronato convirtió a esta funeraria denominada parque nacional. Pero claro, si el propio biólogo del parque es tan bestia de matar a golpes una camada entera de cachorrillos, sin autorización alguna y extralimitándose en sus funciones, pero con el beneplácito y respaldo de la propia dirección del PNPE, no es muy difícil imaginar que el número oficioso de lobos masacrados ha sido terriblemente superior. No me cabe ninguna duda. Buen ejemplo de esta persecución, tanto institucionalizada como extraoficial, fue la masacre que tuvo lugar en los Picos de Europa cántabros cuando en dos batidas al jabalí celebradas en Camaleño en 2013 se eliminaron 9 miembros de un mismo grupo familiar, 3 el 27 de octubre y otros 6 más el 1 de diciembre, y en donde ¡¡¡uno de los lobos abatidos ilegalmente lo fue por un agente del SEPRONA!!!. La jueza archivó aquel caso también; otro más.

Es muy fácil inferir esa otra persecución furtiva si del propio informe nos creemos que haya 7 manadas que ocupen terrenos del PNPE, lo que supondría entre 28 y 35 ejemplares antes de los partos, estimando una media de 4-5 individuos por manada en esa época del año, internacionalmente aceptada para estimar las poblaciones de lobos en el mundo (aunque estos fulanos se empeñen en fantasear con cifras desorbitadas de 8-9 lobos por grupo). Si en todos estos años ellos mismos calculan que han nacido entre 417 y 556 cachorros, ¿pueden entonces explicar a la sociedad en dónde diablos están? Resulta más que necesario para entender la batalla de las cifras existente entre los matalobos y la ciencia seria que dediquéis un rato a leer el artículo titulado El lobo y el conflicto de las cifras, os será realmente útil para comprender qué hay detrás de esta cuestión crucial.


Del informe recién conocido estaría genial de la muerte que todos conociéramos, entre otras cosas, quién lo firma, puesto que ello ayudaría mucho a combatir ese oscurantismo y opacidad que rodea todo lo que las administraciones hacen alrededor de este depredador, al tiempo que nos ayudaría a relativizar o no lo que en él aparezca escrito, y así esquivar, o no, las fundadas sospechas de que puedan estar "dirigidos" en pos de unas conclusiones que ayuden a justificar las acciones letales que las administraciones matalobos siempre han usado como único medio de gestionar la especie (y de no perder los votos del entorno rural).

Me explico: parece más que obvio para cualquiera que quiera ser un poco objetivo que los informes, censos y estudios de las administraciones son, al menos parcialmente, tendenciosos, lo que se demuestra claramente cuando se empeñan una y otra vez en usar como cifra media de ejemplares por manada un número de individuos que a veces llega a duplicar los utilizados en todos los estudios internacionales, o cuando insisten en manejar la especie solo desde detrás de la mira telescópica y el gatillo. No existe otra propuesta, solo el rifle. Y todo en función de peritajes subjetivos en la determinación de la autoría de los daños, que se hacen en base a meras apreciaciones personales de la propia guardería, que a menudo tienen una formación muy desigual, cuando no escasa, y cuando en ocasiones subyace incluso un claro conflicto de intereses, dado que algunos de ellos son a su vez ganaderos. ¿Cómo es posible que el conflicto del lobo no se quiera solucionar de un plumazo utilizando definitivamente técnicas moleculares para conocer cuál es el alcance de la responsabilidad real del depredador, diferenciándola así de lo que pueda ser simple carroñeo, de un ataque de perro o directamente de un fraude alevoso del ganadero?

Todo nos lleva a pensar que si no se hacen estos estudios genéticos es porque desmentirían los resultados del actual modelo de peritaje utilizado, y conocer la cruda realidad pondría en pie de guerra (más aún) al sector "ganaduro", lo que les da miedo que se refleje luego en la urnas.


Que en este informe usen ese dato de la media de ejemplares por manada o que insista en que tras las muertes de lobos han descendido los daños al ganado, cuando diversos estudios nacionales e internacionales dicen precisamente todo lo contrario -como veremos al final-, resulta muy sospechoso, y parece dar una vez más la razón a quienes vemos como manipuladoras ciertas conclusiones. Que además el autor de las conclusiones vincule las muertes de un 19-20% de la población lobuna con el aumento de la misma a nadie se le puede escapar que es en sí mismo una perversión dialéctica intencionada -máxime cuando la relación la hace además en esa dirección (yo mato lobos = aumentan)-, dado que son dos hechos que no tienen relación directa alguna. De aumentar realmente, lo hará por otros factores diferentes, pero será "a pesar" de esa brutal eliminación de individuos. Este "quitarle hierro" a la matanza de lobos es algo que airean a menudo las administraciones regionales, llegando a decir que gracias a la caza deportiva ha crecido la población lobera. Hay que ser sinvergüenzas. Pues hijos míos, matemos quebrantahuesos, y osos, y linces, e imperiales, ... si ello no incide negativamente en la conservación de las citadas especies ... ¿qué problema hay? ya hubo un cocinero que llegó a insinuar que se dejara matar un número pequeño de osos para poder comer su carne. 

El eterno problema del lobo se sustenta siempre sobre las mismas inconsistencias, y este informe ahonda en ellas:

- Estudios científicos encargados ad hoc por las administraciones, y que entran en contradicción con otras investigaciones y otros investigadores, pareciendo ir dirigidos a justificar la gestión letal del depredador. Las conclusiones de este último que hemos conocido ahora vienen a demostrar una vez más esta hipótesis. 

- Peritajes de daños de una mediocridad abrumadora y completamente subjetivos.

- La autoría de los daños por lo tanto puesta siempre en entredicho.

- Fraudes sistémicos en las reclamaciones de daños mucho más generalizados de lo que se quiere admitir (1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, y un largo etc.).

- Exageración desorbitada, y a menudo MISERABLE, de los perjuicios y peligros que realmente representa la presencia del depredador para el sector agropecuario, cuya verdadera problemática es de otra índole: estructural, económica, ausencia de relevo generacional, olvido de las instituciones, atraso digital y tecnológico, pérdida de servicios sociales imprescindibles (sucursales bancarias, centros de salud, colegios,...), etc. 

- Politización de un conflicto artificial.

- Aumento de los daños a la ganadería provocado por la desestructuración de las manadas de lobos tras la persecución y muerte de algunos de sus integrantes, dificultando a los supervivientes la depredación sobre animales silvestres más complicados de capturar.

- Olvido de los servicios ecosistémicos que la presencia del lobo aporta al ganadero como cortafuegos de enfermedades transmisibles al ganado.

Este es el ecosistema social en el que se sustenta todo el conflicto del lobo en esta España majadera, lo que podemos comprender muy bien si analizamos con detenimiento el resumen que prologa el estudio publicado en PlosOne en marzo de 2016 titulado "Conflict Misleads Large Carnivore Management and Conservation: Brown Bears and Wolves in Spain". Al final del mismo podemos leer lo siguiente:

"Las quejas por depredación de lobo sobre el ganado no estuvieron relacionadas con las cabezas de ganado afectado; sin embargo, se correlacionaron positivamente con el número de ungulados silvestres capturados durante la temporada anterior, el número de manadas de lobos, y el número de lobos abatidos durante la temporada anterior. Las compensaciones por las quejas de daños provocados por el lobo fueron cinco veces superiores que las producidas por los osos, pero la cobertura mediática de los daños de lobo fue treinta veces superior. La cobertura mediática de los daños de lobo no estuvo relacionada con los costos reales de los daños de lobo, pero la cantidad de noticias se correlacionó positivamente con el número de lobos abatidos. Sin embargo, la eliminación de lobos fue seguida por un aumento de los daños compensados. Nuestros resultados muestran que la eliminación de lobos no logró el objetivo de reducir los daños, y sugieren que las decisiones en su gestión están al menos parcialmente mediadas por la cobertura de la prensa" (las partes en negrita y subrayadas las he resaltado yo, no apareciendo en el Abstract original).

Ahí es nada. Lo que dice este estudio firmado por Alberto Fernández-Gil, Javier Naves, Andrés Ordiz, Mario Quevedo, Eloy Revilla y Miguel Delibes viene a confirmar lo que hoy sabemos todos, solo que los gestores y políticos se lo callan malintencionadamente y nosotros nos desgañitamos sin que se nos escuche. Por cierto, este y otros muchos estudios sí tienen firmantes, gente que da la cara para defender sus investigaciones y planteamientos, algo de lo que deberían aprender las administraciones, siempre haciendo una gala inusitada de secretismo y oscurantismo que solo pueden llevar al ciudadano a la sospecha.

Pues bien, el Parque Nacional Picos de Europa fue el paradigma de este resumen. Se mataba oficialmente por matar, para contentar a los voceros del mundo rural, que voceaban para presionar a las administraciones, para obtener de estas beneficios en sus negocios privados, y se compensaban daños cuyo origen podía ser más que dudoso -cuando no directamente fraudulento-, para acallarlos, contentarlos y seguir obteniendo sus votos en las urnas, impregnando de política sucia la gestión de nuestro patrimonio natural


El nombre del Parque Nacional Picos de Europa permanecerá manchado para siempre por esta vergüenza histórica hasta que sus gestores reconozcan públicamente su indignidad y pidan perdón públicamente por la abyecta gestión ambiental que han llevado a cabo con el gran depredador del paleártico.