Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.

7 de enero de 2024

Solo son fotones

Y no me refiero a las fotos. Vayamos al meollo.


Las auroras boreales se forman cuando los vientos solares lanzan partículas cargadas de energía y entran en contacto con los gases que componen nuestra atmósfera, formada casi exclusivamente por nitrógeno (78%) y oxígeno (21%). Estas partículas excitan los átomos de nitrógeno u oxígeno con los que chocan, lo que a su vez hace que los electrones de estos dos gases terrestres suban un nivel de energía repentinamente, lo que es conocido por los expertos como "salto cuántico". El caso es que cuando dichos electrones regresan a su estado normal liberan energía en forma de esos fotones que, en función de la longitud de onda que tengan, nosotros acabaremos interpretando como unos colores u otros.


El color verde -y también el menos habitual amarillo- se observa cuando las partículas solares ionizan las moléculas de oxígeno, gas que, a pesar de no ser el más abundante en la atmósfera terrestre, sí es el más excitable en el encuentro con los vientos solares. Lo normal es que este choque tenga lugar a un centenar de kilómetros de altura, y que la longitud de onda provocada nos ofrezca el clásico color verde, aunque ocasionalmente se pueden producir interacciones mucho más energéticas que emiten longitudes de onda que nosotros veremos como luces rojas cuando el contacto con el oxígeno se produce a más de trescientos kilómetros del suelo.


Aunque sea menos habitual, cuando los vientos solares entran en contacto con el nitrógeno la longitud de onda corresponde a los colores azulados y/o púrpuras en las partes bajas de las auroras, por debajo de los verdes habituales. Nosotros no llegamos a verlas.

Sin embargo, siento mucho decir que estos colores no se ven tal y como se muestras en las fotografías. Esos verdes intensos serán en realidad tonos mucho más simples, suaves y delicados, y a veces incluso ni eso, pues a menudo veremos a las auroras como meras cortinas lechosas, lo que supone algo extremadamente diferente a estos colores intensos que solemos ver siempre, casi "radioactivos". ¿Por qué sucede esto? Pues sencillamente porque para impresionar en nuestros sensores estas escenas en medio de la oscuridad de la noche tendremos que utilizar tiempos de exposición largos, generalmente de 10 a 30 segundos, con un ISO alto y la apertura más luminosa del objetivo que tengamos, y no es lo mismo ver un tenue verde en el instante en el que lo estamos mirando, en vivo y en tiempo real, que ver en la pantalla la suma de 20 segundos de exposición.


¿De qué depende la intensidad de los colores de la aurora?, pues básicamente de la intensidad energética de esos vientos solares, así como de la aceleración de sus partículas cuando entran en contacto con el campo magnético de nuestro planeta. No son, pues, siempre igual de intensas o suaves, al igual que no siempre son igual de móviles.


Y cuando hablamos de sus colores tampoco debemos olvidarnos que en realidad no existen como tales, sino que son la interpretación que hacen nuestros cerebros de las referidas longitudes de onda rebotadas por las superficies de los objetos. Esto nos lleva a un hecho incuestionable: no todos los cerebros interpretan exactamente igual dichas longitudes de onda rebotadas, por lo que puede suceder -y de hecho sucede, sin duda- que ante una misma aurora boreal, haya quien vea los colores más intensos y quien los vea más suaves y tenues.


Algo que no mucha gente conoce es que las auroras boreales, además de las anheladas luces del norte, también emiten sonidos. Estos, sin embargo, no son audibles por nosotros dado que se producen a muchos kilómetros de altura sobre nuestras cabezas, siendo similares al chasquido que producen los cambios de temperatura en el hielo, o al chisporroteo de la electricidad estática que provoca una tormenta. De la misma manera, tampoco mucha gente sabe que este fenómeno se produce igualmente en otros cuatro planetas de nuestro sistema solar, en concreto en Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno.


Las auroras boreales (o australes, en su caso) son un fenómeno que, como todos sabemos, generalmente solo se pueden observar en regiones muy concretas del planeta, por lo que la mayor parte de los seres humanos, o no estamos acostumbrados a verlas, o directamente no las hemos visto jamás. Muchos -la inmensa mayoría- no las verán nunca. Los mejores lugares para verlas no son exactamente los polos, como muchas veces se tiende a pensar erróneamente, sino las proximidades de los círculos polares. Esto es debido a que el óvalo auroral es realmente un anillo de descomunales dimensiones que se forma en el embudo que el campo magnético de la tierra genera alrededor de los polos. En nuestro hemisferio norte las regiones más adecuadas se sitúan entre los 60º N y 70º N. Por eso todas aquellas personas que no tienen la fortuna de vivir en esas áreas del planeta tendrán que viajar lejos si quieren tener la posibilidad de disfrutar de su espectáculo, a menudo arriesgándose a tener los cielos nublados en viajes que muchos deben contratar con bastante tiempo de antelación, o a tener la mala fortuna de hacerlo en momentos con poca actividad solar. Por ello la mejor manera de asegurarse que sí o sí las vas a disfrutar es viajar a esos lugares adecuados por un tiempo prolongado. Y eso es lo que nosotros hicimos. 


¿Y cómo es el día a día de un furgonetero cazauroras?

Pues lo primero que se necesita es descargarse en el móvil diversas APPs: al menos una que te indique un pronóstico meteorológico fiable del lugar al que viajes, y otra más -la verdaderamente fundamental- que prediga la aparición o no de las auroras, así como diversas informaciones importantes sobre el inminente evento de esa noche, como el famoso Índice KP, la región del planeta en la que se está observando en tiempo real, etc. Nosotros nos descargamos un par de ellas, pero básicamente utilizábamos la versión gratuita de la aplicación llamada "Aurora". Estas predicciones son posibles debido a que se monitoriza diariamente la actividad en la superficie del sol y, teniendo en cuenta que los vientos solares tardan en llegar a nuestro campo magnético unas 18 horas después de producirse las eyecciones y explosiones solares, es fácil calcular con antelación suficiente la intensidad de las auroras boreales que se pueden formar.


Sobre el terreno, y antes incluso de saber si esa noche tendrás suerte o no con los cielos, el primer paso necesario es buscar una localización nueva para que el disfrute sea total y, a ser posible, las fotografías resultantes sean distintas a las de la noche anterior. Así que, tras desayunar y ordenar la furgona, pillamos carretera y hacemos algunos kilómetros (no necesariamente muchos) hasta encontrar una buena ubicación que mire al norte, lo que resulta bastante importante, pues se forman más en esa dirección. Dicha ubicación debe estar libre, a ser posible, de luces y de otros vestigios artificiales (antenas, tendidos eléctricos, carreteras, pueblos, etc.), que ofrezca más de una posibilidad de encuadres (unas montañas escarpadas a un lado, otras diferentes a otro, una lámina de agua delante que te ofrezca reflejos, árboles, ...) y que sea perfecto para dormir tras la sesión nocturna, ya que puede acabar muy de madrugada. Si el lugar localizado está muy cerca del usado la noche previa, que puede pasar, puedes hace dos cosas: o te apalancas allí todo el día, o regresas al atardecer, pero una buena localización es fundamental, así que esa será la tarea más importante del día. Una vez hechos los deberes de clase solo queda esperar, cruzar los dedos, que el cielo esté despejado o no muy nublado, y esperar sin despistarse, que a nosotros la primera noche a las 18:30 ya estaba moviéndose por encima de nuestras cabezas.


Si la amiga aurora tarda en hacer acto de presencia pero el pronóstico de las APPs es bueno, no nos quedará más remedio que salir cada poco de la furgoneta -nosotros lo hacíamos cada 15 minutos- para cotillear el firmamento por un momento, antes de regresar al calorcito del su interior. En función del estado del cielo y de lo que nos avancen las APPs, esperaremos hasta la hora que sea necesario -algunas noches hasta bien entrada la madrugada- o nos recogeremos al calorcito del edredón de pluma, que en estas latitudes es donde mejor se está por las noches cuando el termómetro baja en picado, como ya vimos en la entrada anterior de este blog. 

No seáis descorteses y esperarla, aunque como buena dama se haga un poquito de rogar, la señorita aurora seguro que se presentará.


Como cortinas de colores mecidas por la brisa tras una ventana entornada, las luces del norte se mueven suavemente sin parar, simulando volutas de humo que ascienden desde una taza de café caliente frente a un fondo oscuro que las delata. Cuando han pasado los segundos de exposición de la foto y se cierra el obturador estoy junto al trípode y aprieto de nuevo el disparador, y si la danza continúa repito la maniobra varias veces. Posteriormente, al ver las fotos seguidas en la pantalla de la cámara, podremos ver su movimiento y el continuo cambio de formas.

Bailan las auroras. Se balancean como en un columpio de movimientos suaves. Se estiran, serpentean en el cielo negro abarrotado de estrellas. Se curvan, hacen tirabuzones y flirtean con nosotros, sabedoras de nuestro embelesamiento.


¿Se puede realmente acostumbrar uno a esta belleza por exceso de exposición a ella, y normalizarla hasta acabar dejándola de admirar? Me resulta difícil imaginarlo. Como si sufriera el síndrome de Stendhal me emociono hasta lo inimaginable ante este fenómeno luminiscente, mágico y fascinante, que me vincula, más si cabe, a la madre tierra que piso. 


Cortinas de colores sobre nuestras cabezas. Volutas verdes que serpentean delicadas bajo las estrellas.

La probable realidad es que las luces que pueden ser oídas, como las conocen el pueblo sami, sus "guovssahas", puedan ser en realidad las chispas que la cola de un mágico zorro ártico produce al cruzar veloz las tundras árticas, por lo que también las denominan fuego de zorro. O puede que las que estén en posesión de la verdad sean esas otras leyendas nórdicas que aseguran que se trata de las brillantes luces que reflejan las armaduras de las famosas valkirias, aquellas divinidades menores vikingas que decidían qué hombres sobrevivirían o perderían la vida en la batalla.

Sean unas leyendas u otras las que más nos gusten, siempre serán más románticas que los electrones negativos, los protones de carga eléctrica positiva y los propios fotones. Y a mí, ¡qué queréis que os diga!, esas luces se me parecen mucho más al brillo que pueda reflejar la armadura de una semidiosa vikinga, o a las que pueda provocar la cola de un zorro al correr veloz por aquellas desoladas regiones, que a los razonamientos físicos que nos hablen de moléculas, energías eléctricas y campos magnéticos. 

¿Y vosotros, qué opináis? ¿creéis que solo son fotones?

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