Todos conocemos los testarazos tan bestias que se arrean los machos de las distintas especies del género Capra. En el recuerdo de muchos de nosotros estarán siempre grabadas aquellas secuencias de la serie documental de El Hombre y La Tierra en la que dos ejemplares de la subespecie Capra pyrenaica hispanica de las sierras de Cazorla se golpeaban con una violencia extrema y, agotados por el esfuerzo del combate, respiraban agitadamente para tomar algo de resuello antes de continuar. A mí no se me olvidarán por mucho tiempo que pase sin ver aquel capítulo de la serie.
Con aquellos recuerdos en la cabeza y con las observaciones que vamos realizando sobre el terreno, nos parecerá mentira que sus cabezas y sus cerebros no se destrocen con semejantes topetazos. Nos sorprenderá que puedan sobrevivir a estas embestidas. Pero lo hacen, sobreviven a estos combates que forman parte de su ritual anual. Y lo hacen porque las adaptaciones que han desarrollado en sus cráneos amortiguarán los impactos sin que estos les provoque lesiones letales. Y nunca verás un cuerno roto.
Bueno, mejor dicho, casi nunca, porque muy raramente puede llegar a suceder que veamos a algún ejemplar de esta guisa.
Este individuo fue el centro de nuestra atención durante toda aquella jornada. Lo que no parecía que pudiera llegar a suceder a él le sucedió: en alguna desafortunada arremetida una de las fundas de sus cuernos tronchó y se partió por su parte central. Quién sabe si algún problema de salud, alguna deficiencia en algún nutriente importante, mineral, vitamina, o quizás alguna infección del interior lo ha debilitado, haciendo que en uno de esos choques el cuerno se le partiera.
Cuando hacemos fotos de la subespecie Capra pyrenaica victoriae en Gredos el proceso es siempre el mismo: se comienza por buscar un grupo en el que haya numerosas hembras y varios machos grandes -lo que en ocasiones no es tan sencillo, pues parecen haberse volatilizado del lugar-; después te aproximas al rebaño, siempre dejándote ver desde lejos para que no se asusten; y finalmente permaneces con él durante el tiempo que creas suficiente, acompañándolo y buscando las fotos soñadas, a menos que ellas -las hembras- decidan largarse, en cuyo caso no podrás seguirlas. Si las cabras hembra se van lejos los machos las seguirán como corderitos y tú, por muy hábil que seas caminando por terreno malo, te acabarás dando por vencido. Por eso, este macho con el cuerno roto acabó siendo el protagonista de la jornada, dado que el rebaño se quedó sedimentado por una zona muy buena y nosotros permanecimos bastantes horas acompañándolo, lo que permitió que en numerosas ocasiones se nos presentara la oportunidad de retratarlo.
Volviendo al animal en cuestión, podríamos pensar que este macho ha tenido mala suerte, que la vida le ha tratado mal, que le ha jugado una mala pasada y que, en adelante, llevará una dura vida de paria, un desheredado sin poder competir con el resto de machos por el derecho a cubrir a las hembras. Nada más lejos de la realidad. Porque probablemente este individuo se haya salvado de ser ejecutado por un cazador que habrá pagado miles de euros (algunos machos -categoría A1- tienen un precio de salida de 4.500 € a lo que hay que sumar la cuota complementaria en función de la puntuación final del trofeo, pudiendo llegar hasta los 49.973 € si se ajusticia un macho con puntuación de 300, aunque suelen rondar cantidades entre los 3.000 € y los 16.000 €) para disfrutar acabando con su vida, precisamente porque su tara lo hace un ejemplar no "aprovechable" cinegéticamente. Es la mercantilización de la fauna salvaje.
Además, la falta de parte de uno de los cuernos no le impide en absoluto luchar por el favor de las hembras contra otro macho, como pudimos constatar al poco de "acoplarnos" al rebaño. Efectivamente, no llevábamos mucho rato cerca del grupo de hembras y machos que pastaban en la pradera cuando este ejemplar se enzarzó en una batalla con otro ligeramente más joven haciendo que nuestras cámaras entraran en calor. Aún en la pradera donde habían estado pastando comenzaron los primeros topetazos.
Pero inmediatamente se encaramaron a grandes rocas, donde prosiguieron dirimiendo su posición jerárquica. El individuo con el cuerno roto presentaba una capa más canosa que lo diferenciaba claramente del contrincante con el pelaje más marrón.
En un momento dado nuestro protagonista fue lanzado de la gran roca donde se peleaban cayendo a plomo tres metros más abajo, sobre la pradera. Tras encaramarse de nuevo a la roca le devolvió la jugada y al cabo de unos minutos fue el ejemplar más marrón el que fue empujado de un topetazo en el costado y lanzado al vacío.
Los machos cuando se están peleando van moviéndose por el espacio que les rodea. He visto peleas que han durando casi una hora en las que los contendientes han subido por completo la ladera perdiéndose de vista al volcar sobre la cima de la misma hacia la vertiente opuesta. En esta ocasión los dos adversarios descendieron de nuevo a la pradera para, a continuación, volver a subir por los roquedos de alrededor, buscando piedras elevadas para dejarse caer con más fuerza sobre el contrario. Así siguieron unos minutos más, empujándose, dándose empellones laterales y testarazos.
Desde luego nuestro protagonista con cuerno y medio no tenía ni el más mínimo problema para defenderse y atacar. Su defecto físico no le suponía ningún inconveniente para dar un golpe sobre la mesa y dejar claro que ahí estaba él, dispuesto a luchar con quien hiciese falta. Tal fue así, que al cabo de otros pocos minutos más observamos un cambio de comportamiento que ya conocíamos de anteriores ocasiones: el ejemplar marrón -el que había sido derrotado- comenzó a caminar seguido muy de cerca por nuestro macho protagonista. La batalla había terminado. El perdedor se alejaba de la zona, acosado y empujado por el que parecía más viejo de los dos, que literalmente se frotaba la testuz y la cara contra el corpachón del perdedor. Así lo seguiría durante un largo trecho, hasta desaparecer ambos de la zona donde pastaba el resto del rebaño. Había que echarlo del lugar y dejarle claro que él, el del cuerno roto, era el ganador.
Como no podía ser de otra manera, durante el resto de la tarde le pudimos hacer de nuevo fotos relajadamente, detalles de la cornamenta, de su mirada y de su aspecto potente. Fue sin pretenderlo el protagonista de aquella tercera sesión a las cabras en celo de este 2024, a cuál más productiva desde el punto de vista fotográfico.
Y viendo esta última fotografía que os muestro ¿alguien podría negar que se trata de un animal increíblemente hermoso, incluso sin parte de su cuerno derecho?
Espero sinceramente volvérmelo a encontrar en otras ocasiones por la sierra, será señal de que la vida le ha sido complaciente y que no habrá formado parte de uno de esos lotes de la muerte de la Reserva Regional de Caza de la Sierra de Gredos, insensibles e inhumanos. Matar de un tiro a animales que se te acercan hasta permitirte hacerles retratos de sus caras es una cobardía asquerosa, que en nada se diferencia a tirotear a una res doméstica dentro de un corral. Eso no es caza, señores verdugos, son ejecuciones. Es demostrar la crueldad y la frialdad del ser humano. Una atrocidad. Una salvajada. Estaría muy bien que este macho montés se librara de la ejecución a manos de unos seres que se mal-definen como "humanos", y si ha de morir antes de llegar a viejo que lo haga bajo las leyes de la naturaleza, tras el ataque de los lobos, de una enfermedad o por los rigores del invierno y la montaña, pero no como demostración de la barbarie de una criatura que no deja de demostrarse a sí misma su brutalidad y su impasibilidad. No a manos de un hombre sin corazón.