Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.
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7 de noviembre de 2013

El otoño en mi jardín

Por fin respiro a otoño en mi jardín. Paseo por sus caminos pisando las primeras hojas secas, amontonadas en los rincones por el viento, y huelo a madera y tierra húmeda. El cielo, blanquecino. La hierba, de verde saturado. Los primeros chopos amarillean como una llamarada, al lado de otros que aún resisten completamente verdes. Los cormoranes han regresado y sobrevuelan en pequeños grupitos por encima de las choperas, en su trasiego diario sobre la cinta plateada del río. Las garcetas comunes se entretienen en la aceña del molino intentando, pacientes, sorprender a algún pececillo. Entre tanto, el martín pescador pasa veloz volando recto sobre el agua, a baja altura, con su reclamo inconfundible.

El viento, incómodo en la cara, desprende las hojas amarillas, que caen mortecinas a mi alrededor. El ambiente fresco y las escasas horas de luz envuelven el transcurrir de estos días desapacibles.

Y sí, ahora ya puedo decirlo, llegó por fin el otoño a mi jardín.


18 de junio de 2013

"Vientos y lluvias ...

... asolan mi corazón, cada vez que pienso en ti". Es lo que decían los geniales Triana de mi adolescencia en una de sus letras, "Hasta volver", triste canción que nos hablaba de una dolorosa separación.

Siempre la recuerdo y la canto cuando en el campo el viento y la lluvia azotan duro. Hoy, sin embargo, no hay problema, sé que no me voy a mojar, estoy tranquilo en casa viendo desde el otro lado de los cristales cómo los elementos barren el paisaje que rodea mi ciudad. Nubarrones plomizos vienen, se acercan, descargan y siguen su camino dejando tras de sí olor a tierra mojada. Me gusta el olor a tierra mojada, en el campo o en la ciudad; tibio, fresco, dulzón, el húmedo perfume de la naturaleza. El fuerte viento zarandea las ramas y hasta los propios árboles, y hace que caiga oblicua la cortina de agua que oculta el horizonte. Absorto, observo cómo la superficie del río cobra vida con cada salpicadura de agua del violento chaparrón.

Evado mi pensamiento viendo a las gotas de agua echar carreras por el cristal de mi ventana. Me acerco y las contemplo con la nariz pegada al vidrio, viendo cómo cada una de ellas se convierte en una burbuja y atrapa un retazo de mi paisaje.









15 de mayo de 2013

Te arrastrarás por el barro II

Por fin. Mi espalda me lo agradece. Y mis riñones. Y mi cuello. Me levanto por fin del "tumbihide" y me esfumo de la orilla cuanto antes, para dejar que las aves que se espantaron por no sé qué, regresen. Alcanzo la pista de concentración parcelaria y me acomodo junto a la vieja estructura de hormigón de un canal de riego roto, ya en desuso desde que llegaron las nuevas canalizaciones subterráneas. Allí descargo de nuevo todos los bártulos sobre la esterilla y comienzo ordenadamente a recogerlos, de modo que ahora sí entra todo en la mochila. Me lo echo todo a la espalda y me encamino  hacia la carretera. He enviado un mensaje y me recogerán en breve.

Según camino hacia el punto de encuentro, voy disfrutando del paseo, de la buena temperatura y de la puesta de sol. Voy pensando en los chorlitejos chicos (Charadrius dubius) que he fotografiado, con su anillo amarillo rodeando llamativamente ese ojo marrón casi negro, y en los grandes (Charadrius hiaticula) que tienen también un llamativo naranja, esta vez en las patas y en el pico a modo de franja. Ambos son casi de la misma talla, lo que te deja confuso por el nombre, pues en el campo no es nada fácil diferenciarlos por el tamaño. Las cigüeñuelas me acompañaron toda la tarde, pero los chorlitejos se hicieron de rogar. Sin embargo, no se han presentado a la cita otras limícolas habituales en la gravera abandonada. Bueno, no importa, me voy contento con el resultado.

Voy pensando en todo ello mientras encamino mis pasos por la pista, encantado de poder estar de pie. Estiro mi espalda, la giro a ambos lados y la doblo hacia adelante. Luego hago círculos suavemente con la cabeza, estirando los músculos del cuello. No quiero ni pensar cómo me protestarán mañana.





13 de mayo de 2013

Te arrastrarás por el barro I

Oigo un revoloteo encima mío. Dos pájaros tienen una pequeña escaramuza en el aire, a no más de un metro sobre mi, que permanezco tumbado sobre el fango seco y cubierto convenientemente con una red de camuflaje. Uno de los pajarillos se posa sobre mi pantorrilla y permanece allí durante unos minutos. El otro lo hace delante mío, lo que me permite comprobar que es una lavandera cascadeña, por lo que supongo que el que tengo aún sobre mi pierna lo es también. Bueno, yo a lo mío, la dejo ahí posada y sigo dándole al gatillo, concentrado en las gráciles cigüeñuelas (Himantopus himantopus) que tengo a pocos metros de distancia. La tarde va cayendo y la atmósfera que envuelve el ocaso del día va volviéndose cálida y suave. Está siendo una tarde entretenida. Cinco minutos después de que dos personas me dejaran camuflado sobre la orilla de una vieja gravera, las cigüeñuelas estaban ya alrededor mío. Una pandilla de chavales con dos perros han estado cerca, dando voces y espantando a las aves momentáneamente, pero sin llegar a detectarme. Un grupo de cuatro o cinco azulones macho han llegado por mi izquierda a la gresca entre ellos, persiguiendo a una sufrida hembra que no sabía cómo zafarse de aquellos pesados. Los chorlitejos se han hecho de rogar, pero al final han llegado también. Los gigas se acumulan en las tarjetas, y las tarjetas se llenan. No me podría quejar si no hubiera sido porque ayer o antes de ayer una excavadora ha estado trabajando en esta zona, abandonada desde hace mucho, y la ha "estropeado", fotográficamente hablando. Al llegar he tenido que improvisar y buscar un nuevo emplazamiento con una dirección de la luz menos adecuada -mucho más transversal-, y fondos que "ya no eran lo mismo". En fin,.... seguimos en busca de la imagen soñada.

Ya muy atardecido, con una luz que se vuelve escasa por momentos, aprovecho una espantada general del bando y me descubro, recojo velozmente todos los bártulos y me escapo del lugar.







29 de abril de 2013

Abstracto

Abstracto desde mi ventana.

Cuando menos se lo espera uno la naturaleza te da una sorpresa, incluso en la ciudad. Como ya muchos sabréis tengo la fortuna de vivir junto al río Tormes, que me da paz y sosiego cuando entre semana no me puedo escapar a mis campos, a "bichear", a caminar, a mirar, a aprender, a disfrutar. Esta mañana, el retazo de naturaleza que tengo delante se me presentó diferente por unos escasos minutos, fugaces momentos en el que la nariz se me pegó al cristal, por unos instantes en los que abrí la ventana de par en par y dejé entrar aire fresco y copos de nieve como no hemos visto en todo el invierno, aquí abajo, en la llanura. Unos fugaces instantes en los que la cámara intentó inmortalizar el momento, transformando la realidad en una suerte de cuadro abstracto desde mi ventana.



20 de abril de 2013

Amanecer

Por el horizonte clarea la franja azulada del próximo alba mientras alcanzo el lugar donde voy a pasar las próximas dos horas. El reclamo inconfundible, persistente, penetrante y agudo de las cigüeñuelas (Himantopus himantopus) delata su presencia a pocos metros de distancia, en la oscuridad de los últimos latidos de la noche. Me acerco sin linterna, a hurtadillas, como un bandido que quisiera hurtar algún bien preciado. Las botas no impiden que unos pocos metros más adelante tenga los pies mojados mientras camino sin ver dónde hay agua y dónde tierra firme; bueno, mejor dicho, dónde hay "fango firme". Busco como puedo, a veces tocando el suelo con los dedos de la mano, una pequeña porción cerca de la orilla que no rezume. Cuando ya estoy decidido a regresar de vacío a casa, la encuentro. Descargo la pequeña mochila con las redes de camuflaje, esterillas y equipo fotográfico. Me acomodo como puedo, tumbado de frente, con las punteras de los pies en un charco; ¡qué más da, al fin y al cabo ya están mojados! La faena son los dos grados de temperatura de esta sosegada mañana.

Cuando termino de prepararme ya se medio ve. Reclaman aflautados una pareja de chorlitejos. Se intuyen las formas y las aves. Las que habían levantado el vuelo ante una sombra deambulando por la orilla, regresan, sobrevolándome a pocos metros de altura. Se posan. Espero. Amanece.






19 de abril de 2013

Mi patio

Salgo de mi casa y me voy al patio de atrás. Hacia él me arrastra el lienzo amarillo que lo tapiza por completo, como un cuadro neoimpresionista elaborado a base de infinitos puntitos de color limón, como un paisaje puntillista que hubiera ocupado a su autor una vida completa. Me cuelo en el cuadro, aún fresco con las gotitas del rocío nocturno chispeando sobre la hierba y mojándome las zapatillas deportivas. A medida que el sol va ganado altura por la mañana, el perfume de las flores lo envuelve todo, cada vez con más intensidad. Paseo desde un extremo a otro del cuadro, de mi patio, acariciando las infinitas matas de Brassica barrelieri, conocida con los sugerentes nombres de pimpájaro o amargo amarillo. Camino procurando no pisar las plantas. Los pantalones vaqueros se me pintan de polen. Un grupo de mitos revolotea entre las ramas bajas de los fresnos y me saludan, mientras alguien da su paseo matutino con el perro.

Bajo los cálidos rayos de la primavera, yo me adentro en su color y buceo en amarillo.












6 de marzo de 2013

Recuerdos

Recuerdo llevar los pies mojados al caminar sobre la hierba, empapada por aquella ligera nevada nocturna, arrastrándolos por un "no camino", por mi campo a través. Recuerdo que bajo las ramas comenzaban a pingar las primeras gotas de agua, de nieve deshelada, fundida, derretida, guardando un delicado equilibrio hasta que una suave brisa las precipitaba todas sobre mi. Me bombardeaban. El recuerdo se vuelve presente. Y me detengo en las telarañas. Se han transformado en collares de perlas, con insignificantes esquirlas líquidas, con minúsculas cuentas de brillantes bolitas de agua. La chopera parece haber descolocado los árboles desde la última vez que caminé bajo ellos. Están desordenados los fresnos y los álamos en un barullo, en un revoltijo, que ahora reconozco bien. Zigzageo. Camino sin rumbo fijo. Miro sin buscar nada preciso. Busco sin dejar nada al olvido. Sin olvidar nada merecido. Me detengo en lo pequeño. Cortezas. Hojas. Ramas. Penetro en el túnel del tiempo. Recuerdo. Retrocedo. Decrezco.





24 de febrero de 2013

Las venas de la tierra

El fluir del agua produce un sonido suave. El aumento de caudal, consecuencia de las últimas lluvias, cubre y encharca algunas orillas rasas en este tramo medio del río. El rápido deslizar de su corriente provoca mansas ondas, burbujeos y temerosos remolinos, mientras que las ramas que penden sobre su superficie y la rozan se mueven rítmicamente en contacto con la misma, en un ir y venir incesante. Desde sus márgenes pretendemos intuir lo que sucede en el interior del río, pero a nosotros, seres que respiramos aire, nos es imposible hacerlo.

Las riberas se encuentran flanqueadas por impenetrables marañas de vegetación, ahora deshojadas por los rigores del invierno. Una pantalla de ramas secas esconde la vida que bulle en esa broza homogénea y uniforme de sarmientos y vástagos. Una greña que nos impide el paso a su interior y nos oculta nuevamente lo que en él acontece.

Vemos desde fuera el agua. Y vemos desde fuera la maraña.

No podemos, pues, penetrar en la verdadera energía que fluye en y junto a los ríos, esas venas de la madre tierra. Somos simples espectadores de su fluir. De ese fluir que nos da la vida sin verlo.