Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.

18 de junio de 2013

"Vientos y lluvias ...

... asolan mi corazón, cada vez que pienso en ti". Es lo que decían los geniales Triana de mi adolescencia en una de sus letras, "Hasta volver", triste canción que nos hablaba de una dolorosa separación.

Siempre la recuerdo y la canto cuando en el campo el viento y la lluvia azotan duro. Hoy, sin embargo, no hay problema, sé que no me voy a mojar, estoy tranquilo en casa viendo desde el otro lado de los cristales cómo los elementos barren el paisaje que rodea mi ciudad. Nubarrones plomizos vienen, se acercan, descargan y siguen su camino dejando tras de sí olor a tierra mojada. Me gusta el olor a tierra mojada, en el campo o en la ciudad; tibio, fresco, dulzón, el húmedo perfume de la naturaleza. El fuerte viento zarandea las ramas y hasta los propios árboles, y hace que caiga oblicua la cortina de agua que oculta el horizonte. Absorto, observo cómo la superficie del río cobra vida con cada salpicadura de agua del violento chaparrón.

Evado mi pensamiento viendo a las gotas de agua echar carreras por el cristal de mi ventana. Me acerco y las contemplo con la nariz pegada al vidrio, viendo cómo cada una de ellas se convierte en una burbuja y atrapa un retazo de mi paisaje.









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