Hoy esta entrada es un poco diferente. Ni siquiera lleva foto.
Hace unos días mi hijo pequeño puso en marcha su propio blog de fotografía, que en parte gestionaremos juntos hasta que él me lo pida, y al que hemos llamado por consenso familiar "LaculpanoesdePablo.com". Aunque ya habíamos hecho las pruebas pertinentes los días previos, hasta ayer que acabó su último examen no remató los detalles finales del mismo y no le hicimos publicidad a través de mi Facebook. Ayer también añadí su enlace en este mismo blog. Para los que seguís habitualmente Cuaderno de un Nómada no será la primera foto que hayáis visto de él, pues hace tiempo ya metí una entrada con fotos suyas, titulada "Experimentando".
Y experimentando sigue. Os resumiré cómo hizo la foto de su Luna lunera. El viernes pasado celebrábamos en una gran parque periurbano de la ciudad su onceavo cumpleaños. Ya bien entrada la noche (la celebración se alargó hasta las 00:40 de la noche) él jugaba con sus amigos mientras todos los padres charlábamos animadamente, cuando la luna comenzó a emerger por el horizonte. Repentinamente él dejó los juegos y tomó su nueva cámara y se alejó. Nadie le dijo nada, se tumbó en la hierba a todo lo largo para evitar que se le moviera demasiado la cámara y disparó varias fotos, horizontales y verticales, con más o menos zoom. La que veis en su blog fue la primera de la serie, sin trepidación y a formato completo (no tiene recorte). Cuando hubo tomadas varias imágenes, me devolvió la cámara y siguió jugando con sus amigos entre los árboles. Sin duda, promete, (pienso yo, o ... ¿es amor de padre?)
19 de junio de 2013
18 de junio de 2013
"Vientos y lluvias ...
... asolan mi corazón, cada vez que pienso en ti". Es lo que decían los geniales Triana de mi adolescencia en una de sus letras, "Hasta volver", triste canción que nos hablaba de una dolorosa separación.
Siempre la recuerdo y la canto cuando en el campo el viento y la lluvia azotan duro. Hoy, sin embargo, no hay problema, sé que no me voy a mojar, estoy tranquilo en casa viendo desde el otro lado de los cristales cómo los elementos barren el paisaje que rodea mi ciudad. Nubarrones plomizos vienen, se acercan, descargan y siguen su camino dejando tras de sí olor a tierra mojada. Me gusta el olor a tierra mojada, en el campo o en la ciudad; tibio, fresco, dulzón, el húmedo perfume de la naturaleza. El fuerte viento zarandea las ramas y hasta los propios árboles, y hace que caiga oblicua la cortina de agua que oculta el horizonte. Absorto, observo cómo la superficie del río cobra vida con cada salpicadura de agua del violento chaparrón.
Evado mi pensamiento viendo a las gotas de agua echar carreras por el cristal de mi ventana. Me acerco y las contemplo con la nariz pegada al vidrio, viendo cómo cada una de ellas se convierte en una burbuja y atrapa un retazo de mi paisaje.
Siempre la recuerdo y la canto cuando en el campo el viento y la lluvia azotan duro. Hoy, sin embargo, no hay problema, sé que no me voy a mojar, estoy tranquilo en casa viendo desde el otro lado de los cristales cómo los elementos barren el paisaje que rodea mi ciudad. Nubarrones plomizos vienen, se acercan, descargan y siguen su camino dejando tras de sí olor a tierra mojada. Me gusta el olor a tierra mojada, en el campo o en la ciudad; tibio, fresco, dulzón, el húmedo perfume de la naturaleza. El fuerte viento zarandea las ramas y hasta los propios árboles, y hace que caiga oblicua la cortina de agua que oculta el horizonte. Absorto, observo cómo la superficie del río cobra vida con cada salpicadura de agua del violento chaparrón.
Evado mi pensamiento viendo a las gotas de agua echar carreras por el cristal de mi ventana. Me acerco y las contemplo con la nariz pegada al vidrio, viendo cómo cada una de ellas se convierte en una burbuja y atrapa un retazo de mi paisaje.
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16 de junio de 2013
Ingrávido
Sus ojos inquisitivos lo vigilan todo desde las alturas con detenimiento. Planea y planea sobre mi hide, pero no se atreve a bajar. Va y viene incansable. Se deja caer en reiteradas pasadas sobre algo que ha descubierto en el suelo, para elevarse de nuevo sin coger nada. Un congénere se lanza contra él y, entre refriega y refriega, me deleitan con sus acrobacias y sus reclamos agudos y aflautados. Le hago alguna foto en vuelo, pero no tengo muchas opciones, pues aparece repentinamente de entre las copas de las encinas haciendo veloces pasadas y, además, demasiado cerca de mí, lo que multiplica exponencialmente la dificultad de perseguirlo con el 500 mm. Espero con ansiedad que se me ponga a tiro, pero hoy, sin duda, no es mi día. No importa, he disfrutado enormemente con sus quiebros aéreos y con su comportamiento bravucón.
El milano negro (Milvus migrans) es una de las rapaces más comunes en nuestras latitudes, pero no por ello pierde su atractivo. Gran benefactor de nuestros campos, tiene una labor fundamental en la limpieza de los mismos, consumiendo gran número de pequeñas carroñas, además de micromamíferos, lo que lo convierte en un gran controlador biológico de plagas.
Voy pensando en las ágiles escaramuzas que ha realizado en pleno vuelo delante de mi, mientras el sol se oculta tras las encinas de la dehesa anunciándome que debo dar por concluida la sesión. Mañana será otro día y quizás el milano negro me de otra oportunidad.
El milano negro (Milvus migrans) es una de las rapaces más comunes en nuestras latitudes, pero no por ello pierde su atractivo. Gran benefactor de nuestros campos, tiene una labor fundamental en la limpieza de los mismos, consumiendo gran número de pequeñas carroñas, además de micromamíferos, lo que lo convierte en un gran controlador biológico de plagas.
Voy pensando en las ágiles escaramuzas que ha realizado en pleno vuelo delante de mi, mientras el sol se oculta tras las encinas de la dehesa anunciándome que debo dar por concluida la sesión. Mañana será otro día y quizás el milano negro me de otra oportunidad.
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15 de junio de 2013
Tlanltecuhtli y Mixcóatl
Tlanltecuhtli y Mixcóatl, las deidades aztecas de la tierra y de la guerra, están entre nosotros. El primero nació de una de las mitades cortadas de un sanguinario y serpentiforme monstruo marino que envolvía en las tinieblas y la desolación la existencia anterior a la creación, allá en el océano después del cuarto diluvio. Una mitad fue arrojada a lo alto y formó el cielo y el firmamento de estrellas, mientras que la otra se convirtió en la tierra como hoy la conocemos, tomando el nombre de Tlanltecuhtli. Por su parte, a Mixcóatl lo vemos cada vez que miramos la Vía Láctea y era, además de la caza, el patrón de la guerra. Ambos están entre nosotros, lo sé porque los he visto. Sé que Tlanltecuhtli lo está porque cada día se traga el sol y nos envuelve en la oscuridad, vomitándolo de nuevo cada mañana y provocando así los anocheceres y amaneceres de la Madre Tierra. Y sé también que Mixcóatl aún existe porque las guerras han envuelto la existencia del ser humano desde el principio de los tiempos y porque hoy mueren en Siria los mismos inocentes que antes lo hacían en Los Balcanes o en Sierra Leona, los mismos seres humanos que cayeron en el Golfo o en Afganistán, y antes en Camboya o en Vietnan, y en las dos Guerra Mundiales, o en la Guerra Civil española, ... o en tantos y tantos conflictos más de nuestra patética historia. Sé que aún existen porque con cada muerte inocente brota de sus bocas la sangre de las víctimas humanas que siempre reclaman, ofrendadas en sacrificio para devorarles el corazón.
Y hoy lo mismo que ayer, el suelo de la tierra que pisamos se tiñe de rojo con la sangre siria de nuestros hermanos. Tlanltecuhtli y Mixcóatl existen, y están entre nosotros.
Y hoy lo mismo que ayer, el suelo de la tierra que pisamos se tiñe de rojo con la sangre siria de nuestros hermanos. Tlanltecuhtli y Mixcóatl existen, y están entre nosotros.
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13 de junio de 2013
Estoy en las nubes
La fotografía de paisaje suele ser practicada por una inmensa mayoría de aficionados, por razones obvias: la simple belleza de la naturaleza. Mires por donde mires y camines por donde camines, cualquier paisaje nos ofrece la oportunidad de disfrutar del mismo hasta donde nuestra sensibilidad nos permita. Da lo mismo que sea una estepa llana y horizontal, monótona (según para quién) y uniforme, que las montañas más inexpugnables y verticales; o el bosque más exuberante y verde, o la marisma más intransitable, todos ellos, todos los paisajes que nos podamos imaginar, desprenden una atracción que los hace irresistibles no sólo a la sensibilidad humana, sino también al ojo ávido del fotógrafo. Sin embargo, yo (al igual que una gran mayoría de fotógrafos), cuando camino con mi equipo debajo del brazo, voy mirando cielos, nubes y luces, pues definitivamente son ellos los verdaderos escultores últimos de la fotografía. Miro para arriba, busco y persigo el complemento final para el paisaje. Muchos lo pensaréis y es cierto, ya lo sé, estoy en las nubes.
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