Se calcula que más de 136.000 personas han perdido la vida en tres años de guerra en Siria. El 1 de febrero se les unieron otros sesenta y cinco civiles más (obviaré a los combatientes que cayeron ese día). Civiles indefensos masacrados con los ya famosos barriles explosivos en Alepo, cargados de explosivos y metralla, baratos, sencillos de utilizar y efectivos, capaces de derribar edificios. Varios de los fallecidos eran niños, por supuesto. Y mañana, señores, más. Más barriles, más muertos. Más dolor, más sufrimiento. Miles de civiles permanecen sitiados en esta y otras ciudades sin que puedan ni tan siquiera huir; ni tan siquiera convertirse en refugiados. Sin luz, sin alimentos, esperando que al sonido de los helicópteros no le siga el de una nueva y descomunal detonación sobre sus cabezas. Alepo, Homs, Hama, Dei al Zur, Idleb, Al Raqa, ciudades llenas de rehenes. Rehenes de los estrategas del conflicto, de sus dirigentes, de los que toman las decisiones, de los que viven protegidos a salvo de las bombas, precisamente rehenes de los que deciden lanzarlas. Pero también rehenes de una comunidad internacional incapaz de luchar contra el genocidio y de atajar la masacre. Mañana el mundo desayunará escuchando las noticias que llegan de Siria, casi habría que decir las matemáticas que llegan de allí, porque mañana será un nuevo "suma y sigue", con más números, números que hoy eran seres humanos, pero que habrán dejado de serlo mañana cuando desayunemos.
Señores, mañana más.
Monumento en el Memorial of American Cementary a los caídos
durante la Segunda Guerra Mundial. Omaha Beach.
durante la Segunda Guerra Mundial. Omaha Beach.
Colleive-sur-Mer, Baja Normandía. Francia.