Quien leyera mi post de 28 de junio pasado, titulado "
Más allá de las cifras", comprenderá perfectamente que la actividad cinegética es uno de los grandes problemas a los que a de hacer frente la vida salvaje en España y, por extrapolación, también en casi cualquier otro país del mundo. Sin embargo, se hace evidente que la caza deportiva, aquella que se practica por mera y simple diversión, es solamente uno más de las graves incertidumbres que afectan a la biodiversidad del planeta. Contaminación, sobre-explotación de los recursos naturales, incendios forestales, desertización, calentamiento global, pérdida de hábitats, invasión de especies exóticas, etc. son solo algunas de las formas que toma la destrucción medioambiental relacionada directamente con la acción del hombre, sin lugar a dudas la especie animal más alteradora que nunca haya existido sobre la faz de la Tierra.
Remediar esta deriva a la que arrastramos al planeta se me antoja imposible, toda vez que en mi pesimista fuero interno soy un obcecado convencido de que nuestra delirante especie ya no tiene remedio. Sin embargo, también creo que es nuestra obligación intentar paliar, ralentizar o aminorar la velocidad a la que destruimos nuestra casa, quizás con la vana esperanza de que una lúcida generación futura comience a "pensar" con la cabeza, antes de que la situación sea irreversible.
Bueno, la realidad es que no sé si es nuestra obligación, como decía antes, o si es simplemente por puro egoísmo personal, para así poder morirnos con la conciencia tranquila de que nosotros al menos lo hemos intentado, de que hemos sido más parte de la solución que del problema. Sea como fuere, mientras asistimos impasibles a la sexta extinción masiva del planeta (y no lo digo yo, lo dice más de un científico), causada precisamente por las múltiples acciones combinadas del hombre, desconocemos aún si esa irreversibilidad ya ha llegado para quedarse o de si aún estamos a tiempo de salvar los muebles. Y mientras exista una oportunidad, cada granito de arena que aportemos será de una valiosa ayuda.
Entonces ... ¿cómo girar 180º esa deriva destructiva (y auto-destructiva, no lo olvidemos) en la que nos vemos inmersos? Hay consenso en afirmar que solo hay una forma de hacerlo: cambiar la sociedad. ¡Ahí es nada, eh!. A mí se me antoja imposible, sí, pero... habrá que intentarlo por si acaso no hemos aún cruzado la línea sin retorno, esa en donde ya no hay marcha atrás. ¿Y con qué herramientas contamos entonces para intentar cambiar la sociedad del futuro? pues tampoco descubro nada si hablo del binomio "información-educación". Estas son las dos cuestiones fundamentales para atraer al ciudadano a un cambio de actitud; constituyen la clave. ¿Cuántas veces hemos tirado del mantra, ¡tantas veces repetido!, de que no se cuida lo que no se ama, y no se ama lo que no se conoce? Pues para proteger hay que tener primero información veraz que nos empuje hacia ese cambio de actitud tan necesario, que nos incite a la responsabilidad global, al egoísmo de querer salvar este planeta del que dependemos; tenemos que
re-educarnos, en definitiva. Y es en este punto donde, en segundo lugar, la imagen cobra una relevancia que nada tiene de superficial; donde el retrato y la estampa entran en juego de un modo, a mi entender, muy relevante, ya que para amar algo lo primero que tienes que hacer es verlo. Por mucho que nos duela a los ya concienciados, para el gran público la información está vacía si no le ponemos un icono que le dé forma. Sí, ya lo sé, es de una simpleza vergonzosa, pero es que nosotros, los que somos capaces de curar enfermedades o enviar a un congénere a la luna y luego traerlo de vuelta a casa, somos así de simples.
Un ejemplo: los que somos de esa generación que creció amando a los proscritos lobos ibéricos, pegados al televisor cada semana viendo los programas de un visionario llamado Félix Rodríguez de la Fuente, sabemos a lo que nos referimos, pues ya nos embrujaban esos animales tan parecidos a nosotros aunque nunca le habíamos visto las orejas a uno de ellos en el campo, y ni por asomo pensábamos que algún día fuéramos a ser capaces de hacerlo. Amamos los lobos gracias a que sus ojos de color miel nos habían hipnotizado a través del televisor en aquellos documentales que inundaban nuestros hogares. Aquello, unido a la propia pasión que aquel personaje inolvidable transmitía fueron fundamentales para que una sociedad española que aún utilizaba los términos "alimaña" o "aves de rapiña" cambiara en aquellos años intensos y se convenciera mayoritariamente de la necesidad de conservar nuestra fauna y nuestra tierra. La imagen como concepto general constituye, pues, una herramienta verdaderamente útil para cambiar conciencias. Y por el mismo motivo también nuestras propias fotografías, ¿por qué no?. Quizás en muchos de los casos solo las de aquellos que nos rodean, las de quienes alcanzan a verlas en nuestros reducidos ámbitos familiares o profesionales; pero quizás también más allá de nuestro círculos más cercanos gracias a revistas, concursos, blogs y redes sociales.
Sí señores, desengañaos, es la imagen la que remueve conciencias cuando en los telediarios vemos una escena trágica, porque si no hay una imagen impactante detrás de lo que cuenta el presentador ni nos inmutamos, lo habremos olvidado en cuanto comience a hablar de la siguiente noticia. Las palabras quedan vacías y la información queda hueca sin la instantánea del sufrimiento y la destrucción, o sin la foto de la belleza y la hermosura de la vida. Es así de triste porque somos así de patéticos. Las palabras se las lleva el viento. La imagen perdura.
La imagen, sí, incluyendo también nuestras fotos -algo que repetiré hasta la saciedad-, pueden ser fundamentales para que quienes nos rodean sean conscientes de la necesidad de preservar esos seres o paisajes que fotografiamos. Es por ello que la fotografía de naturaleza se convierte en un utensilio importante para "educar" en esa cultura de la conservación. A niveles generales, globales, es algo que nadie discute, y que entidades de diferente índole conocen muy bien, haciendo uso (y abuso) de ella en sus campañas.
¿Pero por qué son tan útiles las imágenes? pues porque enlazan directamente con la última parte del mantra, aquella que dice que "... solo se ama lo que se conoce", ¿recordáis?. Y es que, amigos, para amar algo que no tienes a tu lado, algo que no tienes al lado mismo de tu casa y que puede ser tan lejano como las selvas de Borneo destruidas por los cultivos de palma, lo tienes primero que ver, lo tienes que conocer visualmente para darle sentido a toda esa información que puedas obtener desde otros ámbitos. La sociedad tiene que verlo con sus ojos, tienen que ver su belleza para que le interese su conservación. Mirar ese paisaje o el brillo de los ojos de un ser vivo, y pensar que existen y que merecen ser protegidos y cuidados; mimados. No basta, no es suficiente con saber que un pequeño mustélido necesita nuestra ayuda porque está a punto de extinguirse, hay que verlo, conocer sus costumbres, sus movimientos, el brillo de su pelaje, su forma, y el color de sus ojos llenos de vida. No es suficiente con saber que quedan apenas un puñado. No lo es para nuestra sociedad anestesiada.
La información es imprescindible porque justifica la conservación, porque la hace imperativa, porque hace un relato empírico de la necesidad de cuidar nuestro planeta, protegiendo sus paisajes y a los seres vivos que en él habitan, con datos que nos demuestran su importancia y su necesidad. Pero la información es fría, no transmite amor o empatía a quien no está ya previamente vinculado anímicamente con el problema. La imagen sí lo hace, conecta con el espectador, y eso es lo que le otorga tanta importancia, porque nos motiva para conservar lo que nos rodea, tocando nuestra fibra sentimental, anímica, afectiva. Información e imagen no son, pues, nada el uno sin el otro, no serían suficientes por sí solos para cambiar una sociedad, se necesitan mutuamente.
Los necesitamos a ambos para educarnos.
NOTA: Todas las imágenes se presentan en su formato original, sin ningún tipo de recorte o reencuadre.