4:00 a.m., suena el despertador y David Emory -un fotógrafo estadounidense que hemos conocido en Sorata hace 8 días- y yo mismo nos disponemos a subir a la cima de la cumbre más alta de Bolivia, el volcán Sajama, de 6.542 m. Estamos los dos solos en el campo base y en la montaña, pues tras un primer intento a cumbre dos días atrás, mis dos compañeros del Grupo Salmantino de Montaña han cambiado de planes (uno de ellos va a intentar otros volcanes cercanos y el otro se ha ido a hacer turismo antes de concluir el viaje y nos juntaremos con él 9 días después en Lima). Los otros tres amigos restantes que han venido a Bolivia hace ya unos días que regresaron a España.
En mi cuaderno de bitácora dejo escrito: "Nos amanece en el pedrero. Hemos tomado en él una parte más compacta y subimos hasta donde llegamos anteayer en menos tiempo .../... hasta ahora todo ha ido muy rápido, pero ahora comienzan los problemas. Para continuar por la arista hemos de superar una pala de quizás 45º - 50º y de algo más de 80 metros. Hago 2 largos de 40 m. con cuerda pero sin seguros intermedios. A pelo. Reuniones a cuerpo o con un par de estacas. En algún tramo hielo más vertical y pocho. Mejor no pensar en la bajada"
Tras pasar este tramo, la ascensión se vuelve dura por la altura y la incomodidad del terreno, con grandes terrazas y penitentes de hielo que dificultan el avance y se vuelven agotadores, pero sin dificultad. David se va quedando retrasado y acaba renunciando, se sienta finalmente. Parece que se me revientan los pulmones cuando desde arriba le grito que siga, que continúe, pero me responde que no, que siga yo solo. Nueve agotadoras horas después me arrodillo sin fuerzas en la cima. Fotografío mi mochila en la nieve y, cuando he recuperado el resuello, me hago tres autorretratos. Estoy enormemente feliz de haberlo conseguido.
En mi cabeza me había dado de plazo para llegar a la cima con tiempo de regresar con luz hasta las 15:00 p.m., y había llegado a las 14:25, así que estaba satisfecho. Cuando llevo muy poco rato bajando veo que sube David. Muy despacio. Demasiado despacio. Yo al final contaba 40 pasos antes de detenerme y coger fuelle; él solo camina dos o tres. Subo de nuevo a la cima con él: solo hay una cuerda y empieza a ser tarde para bajar, no me atrevo a dejarlo solo. Mi diario continúa: "Llegamos a la pala. De nuevo los crampones. Una travesía hasta una roca sobresaliente. Luego un
Tal día como hoy, 3 de septiembre, pero de hace ahora tres décadas, superaba los más de 1.792 m. de desnivel desde el campo base a la cumbre del volcán Sajama y regresaba al calor de la tienda de campaña del campo base en 15 horas de actividad ininterrumpida. Era el colofón de un viaje de casi dos meses de duración por las montañas y paisajes bolivianos con cinco amigos del Grupo Salmantino de Montaña. Atrás iban quedando recuerdos que nunca se borrarán de nuestras memorias, por una tierra increíble donde sobreviven con enorme tenacidad gentes humildes y luchadoras, en una tierra muy dura, donde la vida no es sencilla, donde el día a día hay que ganarlo con cabezonería, coraje y resistencia. De un 24 de julio a un 13 de septiembre de 1990 fui libre viviendo como quería vivir, recorriendo rincones lejanos, inhóspitos y maravillosos, irrepetibles en mi corazón. Crecí por dentro.
Por unos instantes formé parte de paisajes rotundamente exuberantes o terriblemente inhóspitos, verdes, amarillos o blancos, llenos de vida y de muerte, de montañas, selvas y punas. Lugares indescriptibles que no te puedes creer que existan. Hasta que te rodean y ves que están ahí, y que tú formas por unas horas parte de ellos. Circulamos por la mundialmente conocida como "carretera de la muerte", y por desconocidas pistas intransitables. Tuvimos delante nuestro el famoso e histórico Cerro Rico de Potosí, el ahora muy turístico Salar de Uyuni, o los selváticos yungas de la cara oculta de los Andes, donde el cultivo de la coca es la forma de vida.
Y Vimos gente que solo hablaba aymara, gentes que mitigan sus miserias con bolas de hoja de coca en la boca, humildes aldeas de adobe, acariciamos las piedras preincaicas de Tiwanaku y dormimos con mineros que parecían desterrados a lo más recóndito de la cordillera.
Durante casi dos meses de 1990 comprendí la verdadera Bolivia, la de verdad, muy lejos de cualquier panfleto publicitario que se pudiera editar con idílicas postales. Interioricé su vida. La real, la de la gente corriente, la de la vida cotidiana, la del día a día de niños y adultos. La de las huelgas generales con carreteras tapizadas de piedras y rocas, la de los arrieros y sus mulas, la de la hospitalidad de los aldeanos, la de dormir por tres pesetas, la de los trapicheos para subsistir, la del sincretismo religioso, la de la diferencia de clases.