Eso es lo que se me venía a la mente cuando, quemando kilómetros con nuestra furgoneta hacia el Gran Norte, veíamos los bandos de grullas volar en dirección contraria. Sí, ya sé que generalmente se viaja al norte cuando los días son más largos, las temperaturas más suaves y la fauna está ocupada sacando a su descendencia anual. Hasta las grullas lo saben, y eso que tienen el cerebro bastante más pequeño que el mío. Primavera y comienzos de verano constituyen la época más adecuada para nomadear más allá del Circulo Polar Ártico, y no el mes de octubre. Peeero ... ... cuando no se puede, no se puede, y además es ...
Pues eso, vosotros mismos habéis terminado la frase: "imposible".
Noruega y Suecia se nos resistían desde el trágico 2020, cuando un confinamiento, hoy ya olvidado por la sociedad, nos truncó la experiencia de subir a dichos países escandinavos. 2021 tampoco iba a ser mejor año para hacerlo, pues las fronteras aún se cerraban intermitentemente debido a los temibles rebrotes, pudiendo suceder que nos dejaran encerrados en algún país durante semanas. ¡Y será por fronteras!, seis hay que cruzar, y no solo de ida, que hay que regresar también. Era, pues, arriesgado viajar hasta allí en el corto espacio de tiempo de unas vacaciones y pretender tener la seguridad de que el primer día de trabajo tras el supuesto regreso se iba a estar de verdad en el puesto de trabajo. En 2022 no se pudo porque no se pudo, así de sencillo, así que este año 2023 no nos preocupó demasiado ni el precio del combustible, ni las pocas horas de luz, ni las bajas temperaturas, ni que la fauna estuviera escapando de allí, bajándose al sur a favor de la corriente con sus pequeños cerebros, o dispersándose por los océanos de medio mundo desde sus colonias de cría en los acantilados costeros. Octubre iba a ser el mes, sí o sí. Y todo esto iba a ser así porque octubre nos regalaba algo con lo que nunca habíamos contado en nuestro periplo soñado originalmente al Gran Norte: podríamos ver los cielos del Ártico encendidos en llamas. La decisión estaba tomada, sería esta la oportunidad definitiva de dejar zanjados tres largos años de espera.
La primera escala sería en Dinamarca, solo para desentumecer los músculos después de tres días y medio de conducción. Bueno, solo para eso y para comenzar a llenar las tarjetas de memoria. Objetivo primero: los ciervos rojos (Cervus elaphus sp.) -que deberían estar en plena berrea- y los gamos (Dama dama) -con su particular ronca- que pueblan los espacios boscosos de algunos parques del país. Estos enclaves rodeados de ciudades y urbanizaciones son áreas de esparcimiento habitual de muchos daneses, por lo que los cérvidos están habituados a la presencia de la gente desde hace generaciones sin que se los tiroteé, lo que facilita enormemente su observación y, por supuesto, su fotografía. Nosotros nos acercaremos primero a Hindsgavl en la isla de Fionia, y después a Jægersborg, en la de Selandia. Poder cargar con el equipo por fin y pasear por sus pistas y caminos entre descomunales robles y hayas tras estos animales es todo un privilegio, y observarlos sin que huyan despavoridos ante nuestra presencia, como si fuéramos la mismísima encarnación del diablo, como sucede en nuestro país, supone, además, un disfrute increíble para cualquier amante de la fauna.
Que es un ciervo rojo del norte de Europa es algo que se ve a le legua viendo las dos imágenes superiores, ya que en nuestra piel de toro no resulta creíble que sobreviva suficiente tiempo uno de nuestros ciervos como para llegar a tener 24 puntas. Solo si son custodiados en alguna finca privada de caza intensiva para alcanzar trofeos más prestigiosos, o si permanecen reservados para personalidades especialmente importantes (la vida de una criatura relegada a una mera cuestión de márketing) seríamos capaces de encontrar ejemplares con unas defensas así de desarrolladas. Que un bicho de estos te mire así con ese candelabro de muchos kilos encima y esos ojos enormes que no te pierden de vista es algo que alucina. Con el robledal como telón de fondo, este animal y los dos colegas que le acompañaban en el interior del bosque no se fiaban demasiado de nuestra presencia. No nos perdieron ojo. Ni ojo ... ni pabellones auditivos, porque hay que ver cómo los desplegaban para no perder detalle de nuestras evoluciones.
Que la caza, mal llamada deportiva, es en sí misma una actividad que me supera es algo obvio por muchos motivos ya mencionados aquí en otras ocasiones. Y este que trasciende en estas imágenes es uno de ellos: no se pueden mantener los hipotéticos beneficios ecológicos de la actividad cinegética cuando lo que se practica realmente es una involución de las especies de caza mayor: se eliminan los sujetos más fuertes y desarrollados, llevando a cabo exactamente todo lo contrario de lo que la teoría de la evolución hace con la selección natural. Hastía escuchar cansinamente lo necesario que resulta para los ecosistemas eso de "matar por diversión", cuando la realidad lo desmiente constantemente, siendo este otro magnífico ejemplo de ello. ¡Basta ya de vendernos la moto, hombre! Matar los ejemplares más capacitados para engendrar la siguiente generación es rotundamente negativo para las especies, lo mires como lo mires.
El ciervo rojo es un herbívoro ampliamente distribuido por todo el hemisferio norte. Se conocen de él numerosas subespecies, pero los autores no se ponen de acuerdo en el número real que hay de ellas, oscilando entre la docena y casi treinta. Esto no debe sorprendernos, dado que en la actualidad estamos siendo testigos de una pequeña gran revolución en la sistemática debido a los avances en genética aplicada, mucho más exacta y realista que las antiguas y obsoletas fórmulas diferenciadoras de especies, subespecies y poblaciones que se basaban en aspectos casi exclusivamente morfológicos. Tal es así, que en los próximos años seguiremos siendo testigos de numerosos reclasificaciones taxonómicas, lo que representará implicaciones directas, no solo en el propio conocimiento de la realidad filogenética de las especies, sino también incluso en la conservación de los seres vivos que pueblan la Tierra. Imaginemos, por ejemplo, cómo podría afectar a la recuperación de la población aislada de un animal el que este dejase de ser considerado en un momento dado como subespecie, si dicho animal estuviese en ese momento dado catalogado como en Peligro Crítico de Extinción: simplemente desaparecerían todos los recursos humanos y económicos destinados a su conservación si fuese integrado en otra subespecie o en la especie nominal, y si esta no tuviese la misma catalogación en los países o regiones donde aún habitase. O imaginemos un supuesto en el que ocurriera todo lo contrario, que una población animal aislada y adscrita a otra subespecie o a la especie nominal fuera extraída de allí y fuera catalogada repentinamente como subespecie o especie y con una población muy reducida y en clara regresión; se implementarían
ipso facto medidas urgentes para su conservación desde ámbitos públicos y privados.
Sin duda alguna, la realidad genética de las especies y sus parentescos, así como las implicaciones que ello tiene en la conservación de las mismas es un tema realmente apasionante y que dará mucho que hablar en los próximos años.
Regresando al ciervo rojo, hay en la actualidad un amplio debate incluso de si el icónico wapiti (Cervus canadensis), habitante de Asia Central y Norteamérica, es una especie diferente del ciervo rojo o no, relegándolo por algunos genetistas a la categoría de subespecie, como Cervus elaphus canadensis.
Por su parte, las poblaciones ibéricas pertenecen a la subespecie
Cervus elaphus hispanicus, no presentando la corpulencia de sus parientes del centro y norte de Europa, ni tampoco el desarrollo de su cornamenta, sensiblemente menor en los nuestros (muy a pesar de los chicos del gatillo). Y como no podía ser de otra manera, ello ha llevado en más de una ocasión al irresponsable manejo cinegético de algunas poblaciones de ciervo en la península ibérica que ha provocando un impacto negativo en la conservación de este herbívoro como consecuencia de la introgresión genética que se está llevando a cabo mediante la introducción de ejemplares de dichas subespecies centroeuropeas -principalmente de
Cervus elaphus hyppelaphus-, más corpulentas y con cornamentas más desarrolladas, o mediante la llegada de material genético (semen) con fines reproductores. Estos animales foráneos están siendo traslocados a nuestro país con el fin de hibridarlos con los autóctonos y aumentar así el tamaño de lo que ellos llaman "trofeos", aunque ello implique la contaminación y degradación genética de la subespecie
hispanicus. Las cercas cinegéticas y su consecuente fragmentación de las poblaciones, la desproporción de sexos y la continuada selección artificial de los reproductores acentúan, además, la pérdida de variabilidad genética de nuestra subespecie. Otro ejemplo más de las "bondades" ecológicas del gatillo y la mira telescópica, y de la lamentable corresponsabilidad de nuestras administraciones que permiten este modelo de gestión de las especies cinegéticas.
Con un otoño que aún no asomaba el hocico por ningún sitio, el señor del bosque descansa tras semanas de intenso ajetreo. Con el celo en gran medida pasado (o muy flojo, ¡a saber!) nos tenemos que conformar con fotografiar a estas maravillosas criaturas en actitudes cotidianas, sin poder inmortalizar esos rituales que todos hemos grabado en nuestras retinas cientos de veces: berridos con la cabeza echada para atrás, esas peleas a empellones, o esas montas fugaces. No me quejo, hombre, el disparador no para de hacer click y los gigas se acumulan.
Así, inmortalizamos cómo algún semental lame solícito y con ternura la cara de varias de las hembras de su harén.
O cómo los grandes machos pasean tranquilos e indolentes en las proximidades de sus harenes, mientras que los ejemplares de edades y corpulencia inferior aún andan midiéndose las fuerzas, no se sabe muy bien si como entrenamiento quizás para el futuro, o para descargar las tensiones propias del inevitable estrés que provoca una época de celo en la que ellos son relegados a un segundo plano por los grandes sementales, que son los que al final acaparan todas las hembras.
Y también podemos observar y fotografiar cómo olfatean las feromonas femeninas que flotan en el aire con su órgano vomeronasal o de jacobson, con el que "huelen" el estado de receptividad de las ciervas. No se trata de un órgano olfatorio como tal (pituitaria, nervios olfatorios, etc), sino de uno asociado a dicho sentido localizado en el hueso vomer situado en la parte inferior de la cavidad nasal, sobre el paladar. Este órgano cuenta con células receptoras de ciertos compuestos químicos, como las feromonas. Todos hemos visto a las serpientes sacando y metiendo sus lenguas para "oler" a sus presas; pues bien, lo que están haciendo es impregnar sus lenguas de esas sustancias químicas que flotan en el aire e introducirlas en su boca hasta ponerlas en contacto con su órgano vomeronasal en el paladar. Gran parte de los mamíferos cuentan con dicho órgano, incluidos nosotros mismos, aunque aún existe controversia al respecto de su funcionalidad en humanos, siendo considerado por algunos autores como un órgano meramente vestigial, heredado de nuestros ancestros y hoy en día sin funcionalidad alguna, mientras que otros aseguran que en humanos adultos provoca respuestas conductuales concretas. Bueno, el caso es que algunos animales mejoran la captación de las feromonas levantando los labios superiores, en lo que se conoce como "reflejo de Flehmen", que consiste en el levantamiento y retracción del labio superior. ¿Quién no ha visto en algún documental a caballos o leones regalándonos estas muecas?
El bicharraco permanece tumbado sobre la hierba en un claro del bosque; me mira de vez en cuando mientras yo realizo una aproximación más que lenta, como distraído, mirando siempre para otro lado, zigzageando en oblicuo. No quiero que piense que él es el centro de mi atención. La luz es escasa pero buena para evitar los contrastados claroscuros al borde del robledal. Está tranquilo. Y si él lo está yo también.
Parece descansar tras haber cumplido con su obligación. Habrá cubierto a unas cuantas ciervas en estas últimas semanas, y aún tendrá que cubrir algunas más los próximos días. Un año más habrá ayudado a perpetuar la especie.