Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.

23 de septiembre de 2013

Sarín



Parece muy sencillo: el simple bloqueo de una encima -la colinesterasa-, necesaria para el normal funcionamiento del sistema nervioso de los seres vivos, es el causante de que el organismo hiperestimule los tejidos musculares provocando la contracción de los músculos cardíacos y respiratorios, entre otros, lo que conlleva dificultad respiratoria, convulsiones, pérdida de visión, salivación, sudoración, etc, hasta que los afectados, en este caso las personas, mueren por asfixia o colapso cardíaco a los pocos minutos de haberlo inhalado, o en varias horas si solo se ha estado en contacto con él. Todo esto es muy sencillo de provocar con la simple expansión del gas así llamado, Sarín, en referencia a los científicos que lo inventaron en la antigua Alemania como pesticida agrícola. Se trata de un agente nervioso que asesina igual a los niños y mujeres que a los combatientes enemigos, a los ancianos que a los adultos en edad de empuñar un arma. Da igual, todos son objetivo a eliminar. No hay discriminación, se trata sencillamente de masacrar, de hacer daño y causar dolor. No hay estrategia, simplemente odio.

Cuando el pasado 21 de agosto este arma de destrucción masiva fue usada en un suburbio de Damasco llamado Ghouta contra la población siria indefensa, no lo hacía por primera vez, ya que su utilización había sido constatada en más de una terrible docena de oportunidades anteriores durante el conflicto armado. En este último ataque perdieron la vida no menos de mil cuatrocientas personas y fue el causante de las amenazas internacionales más contundentes contra el régimen sirio. Los inspectores de la ONU tan solo hace unos días han certificado el uso del citado gas, y aunque no han tenido autoridad para determinar quién fue el autor del crimen de guerra, sí han aportado pruebas que apuntan al régimen de Bashar al-Asad que, a la sazón, mantiene uno de los mayores arsenales del mundo de armas químicas, calculado en más de mil cuatrocientas toneladas. No en vano, Siria es uno de los cinco estados, junto con Egipto, Angola, Sudán y Corea del Norte, que no han firmado el tratado conocido como Convención sobre Armas Químicas que considera ilegales el desarrollo, la producción, almacenaje y uso de este tipo de armas.

Así las cosas, entre tanto, la comunidad internacional se pelea y discute sobre cómo intervenir en este largo conflicto que se inició como respuesta a la dictadura y la falta de libertades en una Primavera Árabe que ya quedó extremadamente lejana. Mientras los estados se reúnen en foros internacionales en busca de soluciones, la muerte sigue campeando en Siria, y su pueblo sigue siendo masacrado y expulsado.

Sarín. Podría ser el nombre de una persona, ¿verdad?. Pero no lo es, es simplemente el de la muerte.

19 de septiembre de 2013

Noche de lobos

La penumbra que anuncia la inminente noche se apodera del paisaje y atenaza a los seres diurnos, que se encaman y se acomodan en sus dormideros y refugios. Nosotros, ya poco podemos ver, así que plegamos el telescopio, el equipo fotográfico y los prismáticos, y echamos al hombro sillas y taburetes, mientras que las viandas, cantimploras y otros chismes entran en la mochila. Caen las últimas luces de la jornada y encaminamos nuestros pasos hacia el rincón oculto en donde ha permanecido toda la tarde nuestra furgo. El ulular de un cárabo se convierte en la banda sonora que nos acompañará durante la pequeña marcha de regreso, junto al reclamo de algún chotacabras.

Ya noche cerrada, llegamos a nuestro vehículo. Picamos algo, comentamos, ordenamos todos los aperos y nos sentamos cada uno en su asiento. La llave gira en el contacto y arranco el motor, que rompe odiosamente el silencio que invade el monte. Enciendo las luces y la negrura de la noche se vuelve más oscura, si cabe. Ahora, los lobos que no se han dejado ver por la tarde habrán salido de sus encames y merodearán por los pinares. Quizás por este pinar que tenemos delante, oscuro, tenebroso y misterioso; silencioso como una caverna bajo tierra. Lo miramos y lo pensamos: ahora están ahí, ahí dentro, dentro del negro de la noche, en lo más oscuro del bosque, amparados por sus tinieblas. Miramos un lugar insondable más allá de los últimos árboles iluminados por los focos, y nos los imaginamos, allí, donde nuestros ojos no los pueden ver, observándonos al amparo de la noche cerrada. Noche cerrada como boca de lobos.
 

13 de septiembre de 2013

La bruja

Paseando un día por mi ciudad me encontré con una bruja de labios fríos y ojos profundos, mirada misteriosa y piel ambarina, quién sabe si nacida de la noche o del día. Camuflada en un rincón de hormigón liso, escondida, misteriosa y mágica, no sé si tropecé con ella, o si ella me arrastró, si el encuentro fue fruto del azar  o de su premeditación. En mi ciudad se esconde una bruja.


10 de septiembre de 2013

Mis dudas

Hoy me he levantado huraño, hosco y malhumorado, con el ceño fruncido. Todo a mi alrededor lo veo triste y taciturno, dominado por el desencanto, la frustración y el desaliento. Los adjetivos negativos se amontonan en mi frente y luchan como posesos por salir a borbotones como puñales por mis pupilas a quien tenga delante. Amargura, fracaso, desconcierto y desengaño. Mi cabeza perturbada busca justificar el caos que la domina.

Hoy me asaltan las dudas, la vacilación y el titubeo. El pesimismo. Hoy es todo oscuro, sucio y viejo. Y yo estoy en medio de este naufragio.


6 de septiembre de 2013

Control biológico de plagas

Clarea suavemente un nuevo amanecer cuando ya llevamos cerca de media hora sentados dentro del hide, esperando. El elanio azul (Elanus caeruleus) es una rapaz que gusta de cazar con las primeras luces del alba, lo que nos obliga a madrugar mucho para estar instalados en el lugar cuando todavía es noche cerrada. Y dicho y hecho, no ha amanecido aún cuando, entre luces y sombras, llega furtivamente un miembro de la pareja a uno de sus posaderos habituales con el primer topillo de la jornada entre las garras. Inmediatamente se dedica a la tarea de desayunarlo, despeluchándolo y engulléndolo a grandes trozos. Tarda solo unos pocos minutos en despachárselo, tras lo cual reposa tranquilo en la rama podada de la encina, observando cómo salen los primeros rayos de sol.



Unos minutos después desaparece en busca de más comida, al tiempo que la luz se va volviendo más fría y la temperatura más cálida. El posadero no permanece mucho rato vacío, y nosotros no tenemos mucho tiempo para distraernos por las ventanucas de nuestros escondrijos. Poco tiempo después aparece de nuevo uno de los elanios con otro ratón. Y después vienen con otro más, y con otro, y otro. Intento imaginar los que, además, se comerán en cualquiera de los otros posaderos que mantienen en las cercanías y que no se encuentran al alcance de nuestra vista desde la posición en la que nos encontramos camuflados.








Una vez comida la presa emplean un rato en acicalarse meticulosamente, prestando especialmente atención al pico -ganchudo y extremadamente afilado y largo-, el cual frotan repetidamente contra la corteza de una rama para limpiarlo de restos de pelo y sangre. En ocasiones, cuando se han comido el ratón en otro posadero, regresan a este en concreto para limpiarse el pico en su rama, lo que nos permite observar que mantienen una serie de costumbres que los hace previsibles, algo que puede resultar muy útil para el trabajo fotográfico. Después del pico le toca el turno a las garras, a las cuales libran de cualquier resto de alimento con la ayuda del pico.



El elevado número de topillos capturados nos hace pensar y calcular en el volumen tan formidable de micromamíferos que pueden llegar a eliminar en el transcurso de un año, con el período reproductor de por medio, y teniendo que alimentar a cuatro o cinco insaciables, hambrientos y exigentes polluelos. En estas fechas en las que sus vástagos hace mucho tiempo que se independizaron, la pareja sigue manteniendo frecuentes cópulas y compartiendo sus cazaderos y posaderos. Así pues, por la mañana fácilmente podremos observar cómo se zampan entre el macho y la hembra al menos cinco, seis o siete pequeños roedores antes de relajarse y dedicar más tiempo a descansar, observando y defendiendo si fuera necesario su cazadero. Así pasan las horas centrales del día, a veces muy calurosas a estas alturas de finales del verano. Esta ausencia o disminución de acciones predatorias en el meridiano de la jornada probablemente sea la respuesta a la mayor inactividad de topillos y otros pequeños roedores en los momentos centrales del día.






Imperceptiblemente el sol ha ido dibujando su arco diario en la bóveda celeste y las luces de un nuevo atardecer vuelven a calidecer las imágenes que el fotógrafo va buscando. Nuestra pareja de elanios azules reactiva sensiblemente su actividad y de nuevo se emplea a fondo en la captura de nuevas presas, mientras nosotros cruzamos los dedos para que decidan comerlas en el posadero que nosotros vigilamos. Dentro de nuestro habitáculo nos ponemos el forro polar nuevamente y esperamos con ansiedad que tengan a bien posarse una última vez con los últimos rayos del sol. Y no nos fallan hoy tampoco. Tan solo cuatro minutos posado, suficiente para irnos a casa con el recuerdo imborrable de haber compartido con estos infalibles controladores de plagas unas cuantas jornadas inolvidables. Cuatro minutos suficientes para marcharnos con la imagen de esos inmensos ojos de intenso rojo sangre grabada en nuestras retinas.